Quería compartir esta historia para que todos sepan la verdad de lo que pasó en Ypsilon-6. Me parece perturbador que se hayan intentado ocultar los hechos y sospecho que la razón es tan siniestra como lo que vivimos allí. Estoy vivo porque el destino lo quiso así, pero muchos no tuvieron la misma suerte y su historia merece ser contada.
Debería empezar por decir quién soy. Mi nombre es Max McMahon y me hallaba recluido en la prisión RX-67. Mi número de identificación era FG674957-WKS. Fui encarcelado por contrabando.
Dos años antes yo me encontraba realizando mi acostumbrada e ilegal ocupación, el contrabando de combustibles y minerales, que de otro modo están sujetos a altos impuestos por el gobierno de Carma-3. Para el transporte de estos bienes, utilizaba mi nave interplanetaria "Caribeña" de tres mil toneladas y capacidad para doscientos treinta años luz de viaje espacial. Recogía los materiales en Carma-3 y los llevaba hasta la tierra donde mi contacto los vendía en el mercado negro.
En aquella última y trágica travesía, la policía aduanera de Carma-3 me detuvo antes de salir de la órbita del diminuto planeta. Fui detenido y juzgado en un periodo de cuarenta y ocho horas. Sin prever lo que estaba sucediendo me vi embarcado en una nave de transporte camino del límite de la galaxia, camino de la cárcel. Habían dictado mi sentencia de veinte años (en los últimos años las leyes contra el contrabando en la República de Carma-3 se habían endurecido mucho y yo soy un testigo fidedigno de ello).
La cárcel RX-67 es una inmensa nave interplanetaria que se desplaza por los confines de la galaxia. Una isla en un océano de oscuridad. Inescapable. El porcentaje de muertes en esta prisión era el más elevado. Un 75% de los reclusos no alcanzaban a concluir sus condenas.
La mayoría de los guardias que nos custodiaban eran ex reclusos que, sin familia ni vida fuera de la nave, decidieron quedarse. Estos eran los más terribles. Las condiciones de vida en la prisión eran infrahumanas: la comida era insípida, los maltratos eran algo cotidiano y las muertes fortuitas también. A veces nos permitían pasar un par de horas en la sala de ocio, donde contábamos con una limitada biblioteca de películas y varios ordenadores con los que podíamos entretenernos. Sin embargo, muchos de los equipos estaban siempre ocupados por Hank y su pandilla, una banda de los criminales más temibles: asesinos, violadores y psicópatas. Cuando ocupaban los ordenadores, no nos quedaba más remedio que mirar en otra dirección y no molestarlos.
En uno de aquellos días en el recinto de diversión, estuve buscando a Jerry por todas partes, sin embargo no pude hallarlo. Por lo tanto, me acerqué a su amigo Fredo, quien ocupa la celda situada a la derecha de la de Jerry, para preguntarle acerca de mi amigo el adicto.
—¿Jerry? ¿No has oído? Esta mañana amaneció muerto— me respondió con la mayor tranquilidad, como si estuviera hablando del clima. A pesar de que era un adicto consumado y de que no teníamos nada en común, le tenía un gran aprecio. Era mi único "amigo" dentro de la prisión. Al escuchar esa noticia, me sentí destruido, volviendo a estar solo, como cuando ingresé a la prisión. Es duro decirlo, pero estaba más triste por la pérdida de un amigo, una persona con la que conversar, que por la muerte de Jerry.
Un vigilante nos descubrió a mi y a Fredo hablando en voz baja y se acercó. Nos interrogó sobre lo que estábamos conversando y los dos nos quedamos en un profundo mutismo. Era lo mejor, pues cualquier respuesta que diéramos podía interpretarse como una respuesta negativa. Nos mantuvimos en silencio durante unos breves instantes, mientras el guarda nos observaba sin obtener una respuesta. De repente, golpeó el rostro de Fredo con su porra, su cuerpo cayendo desplomado contra la pared. Una mancha de sangre se extendió por el panel metálico. Vi como Fredo se deslizaba hasta el suelo inconsciente, su mandíbula presentando un aspecto muy desagradable, como si estuviera desencajada. No sería la primera vez que un prisionero moría a causa de un golpe mal dado, aunque no pude asegurar el estado de Fredo, pues un momento después, el guarda se encaró conmigo, asestándome un golpe con la punta de su porra en mi abdomen. Me desplomé al suelo sin poder respirar y retorciéndome de dolor. Tras aquello, recuerdo haber visto la bota de cuero sintético negro del guarda volando hacia mi rostro, para luego perder la consciencia.
Desperté en mi celda con un hematoma en mi mejilla derecha, justo debajo del ojo y otra contusión mucho más grande y fea en mi abdomen. Nunca más volví a ver a Fredo.
* * *
A la mañana siguiente, desperté sobresaltado cuando una patrulla de guardias pasó corriendo junto a mi celda. Sus rostros reflejaban una evidente ansiedad.
Esperé durante mucho tiempo para ver si sucedía algo, sin embargo, un silencio sepulcral se apoderó de todo el pasillo. En las celdas, todos los presos apretamos nuestros rostros contra los barrotes, llenos de expectativa. Susurrando, pregunté a Gleny, el preso de la celda contigua, si sabía a qué se debía el alboroto. Él no tenía ni la más remota idea, por lo que preguntó al siguiente preso, quien a su vez hizo lo propio y así se formó una cadena de susurros que llegó hasta el extremo del pasillo, hasta la última celda que estaba al lado del puesto de vigilancia. Cuando la respuesta regresó hasta donde yo me encontraba, Gleny me comunicó que habían recibido una señal de auxilio proveniente de una de las colonias y el alto mando había ordenado al capitán de la nave que acudiera para comprobar qué estaba sucediendo.
Tras unas horas, se anunció por los altavoces que la nave iba a efectuar un salto con el motor de distorsión. No se especificó la motivación del traslado, pero todos intuíamos que se trataba del mensaje de auxilio. Resultaba extraño que enviaran una nave-prisión para realizar una misión de exploración y salvamento.
Nos abrochamos con los gruesos arneses a los asientos de seguridad y esperamos el momento del salto, escuchando la cuenta atrás a través de los altavoces. Yo, acostumbrado al "transporte" de mercancías, estaba familiarizado con los saltos. Sin embargo, muchos de los otros reclusos no. Poco después del salto, pude escuchar como muchos se desabrochaban rápidamente para meter la cabeza en los retretes y vaciar sus estómagos. Mis entrañas estaban revueltas, pero creo que realmente fue por haberme saltado el desayuno.
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Durante el resto del día nos mantuvieron confinados en nuestras celdas, sin dar ningún tipo de información. Nadie sabía de qué colonia se trataba, por lo que desconocíamos si aquel era el único salto o si aún nos esperaban más.
Mientras la noche caía, pude escuchar los gemidos y lamentos de uno de los presos del pasillo. Poco antes había pasado un guardia con paso decidido y había entrado a la celda del infortunado. En aquellos momentos me alegraba de no ser una persona atractiva, lo que en una prisión aislada en el medio del espacio interestelar, me permitía pasar desapercibido.
* * *
Otro día más transcurrió sin que nos proporcionaran alimento. Mis entrañas rugían enfurecidas y cada vez que dábamos un salto, sentía un vuelco en el estómago que, en circunstancias distintas, podría haber resultado hasta divertido, pero tras veinticuatro horas de ayuno, se convirtió en una sensación desagradable. Tras cada salto, podía escuchar cómo otros reclusos sufrían terribles arcadas. Estuvimos saltando con el motor de distorsión durante todo el día. Esto quería decir que estábamos viajando a un lugar muy lejano.
La nave-prisión RX-67 realizó un total de veinte saltos en un lapso de dos días, por lo que, mediante una simple estimación, pude concluir que habíamos recorrido al menos cien o ciento veinte años luz. Una nave-prisión no se aventuraba tan lejos sin una buena razón, especialmente porque, al estar cerca de colonias, existía el riesgo de un motín entre los reclusos. Esta teoría se vio reforzada por los rumores que llegaban de ambos lados acerca de una posible rebelión. La idea era que, una vez liberados de los guardias, los reclusos se refugiarían en las capsulas de salvamento para aterrizar en alguna colonia. Sin embargo, esta estrategia no era muy acertada, ya que se requería de un gran esfuerzo para deshacerse de los guardias y, además, muchas colonias contaban con defensas planetarias que impedirían el ingreso de asesinos, violadores y terroristas. Por lo tanto, no era un plan muy sólido ni sensato, aunque no era mi intención arrebatarles la esperanza.
* * *
Cuando quedó claro que ya no íbamos a realizar más saltos, me tumbé en el catre y me quedé dormido, esperando que por fin nos trajeran algo de comer. Tuve un sueño frustrante en el que caminaba por una concurrida calle, junto a unos escaparates de cristal. Al otro lado de ellos se exhibían unos deliciosos manjares culinarios que me hicieron la boca agua.
Entonces me desperté sobresaltado al sentir un golpe en mi pecho. Abriendo los ojos deslumbrado por la potente luz de una linterna, vi a un guardia que me estaba enfocando el rostro y ordenándome que me levantara. Otro funcionario vigilaba desde la puerta abierta de mi celda, apuntándome con su rifle de energía. Estas eran las únicas armas permitidas en la prisión; no eran mortales y dejaban a la víctima inconsciente.
Tras esposarme las manos, me condujeron por diversos corredores. Los fluorescentes del techo emitían su luz verdosa sobre mi cabeza. Varias personas encarceladas nos observaban pasar con expresiones de tristeza. Todos teníanun aspecto deplorable (el mismo que yo, si me hubiera podido ver en un espejo), no habíamos comido desde hacía más de veinticuatro horas, llevábamos mucho tiempo encerrados en nuestra celda y encima habíamos soportado un número elevado de saltos espaciales. Caminamos durante varios minutos por pasillos de suelos y paredes metálicas, cruzando puertas herméticas y subiendo, al fin, por un ascensor. Cuando se abrieron las puertas automáticas vi que me encontraba en el puente de mando. El Capitán Kulinov estaba sentado en una silla en el centro de la sala y frente a él dos filas de paneles estaban ocupados por varios operarios que trabajaban para controlar la mole titánica de metal y plástico dentro de la cual viajábamos a velocidades descomunales. Los dos guardias me indicaron que me acercara al Capitán Kulinov y dieron un par de pasos atrás sin apartar la mirada de mí.
Él miraba fijamente a través de los dos amplios ventanales, desde los cuales se podía ver la inmensidad cósmica y el borde curvado de un planeta azul, que debía ser nuestro destino. El capitán me saludó, con una voz grave y seca, y un tenso silencio se instaló entre los dos. Él estaba a punto de hablar en un par de ocasiones, pero finalmente decidió esperar a que el capitán iniciara la conversación.
—En tu dosier dice que eres un viajero empedernido... —yo asentí en silencio, intuyendo que no había terminado.— Durante tu juventud te recorriste la jodida galaxia a bordo de veinte naves mercantes. También dice que estuviste trabajando durante cinco años en la oficina de control aéreo de Ypsilon-6.
—Sí.
—Entonces, ¿conocerías los códigos de encriptación de los mensajes de la red local de comunicaciones?
—Mi memoria no es la mejor, pero estoy seguro de que si comiera algo de fósforo, recordaría todo... —sorprendido por mi afirmación, me observó.
Las últimas dos naves que llegaron han desaparecido sin dejar rastro. Control no sabe si se han estrellado, si han sido destruidas o si han sido abordadas por piratas, por lo que nos han ordenado venir a investigar. La colonia Ypsilon-6 no responde a ninguna comunicación, y los transportes que llegan, pierden el contacto y desaparecen. Necesitamos entrar en la red local de la colonia para averiguar qué está sucediendo. ¿Eres capaz de hacerlo?
—Sí, creo que sí —respondí.
Él me miró con una leve y maliciosa sonrisa en los labios y dijo —Espero que sea así, por tu propio bien...
Tras esto, los guardias se acercaron a mí y me empezaron a empujar hacia el ascensor.
—Mañana le espero aquí a primera hora para solucionar este pequeño problema que tengo —concluyó Kulinov mientras contemplaba el brillante planeta azul a través de los gruesos ventanales.
—Capitán —exclamé, aguantando los empujones de los guardias,— sin mi fósforo, no creo ser capaz de recordar...
Kulinov asintió sin volverse y los guardias insistieron en conducirme hacia la salida, empujándome al ascensor. En lugar de llevarme a mi celda, me llevaron a la cocina, donde pude disfrutar de una lubina asada con patatas y cebolla. Incluso me ofrecieron pan para mojar la salsa. Aquella comida fue la mejor que había probado desde que me encontraba en aquella prisión. El pez estaba criado a bordo y seguramente no era comparable con un animal criado en los mares reales de un planeta, pero, para mí, fue la más deliciosa que había probado en toda mi vida.
Podría aprovechar aquella oportunidad para intentar algo. Si fuera capaz de desactivar las defensas planetarias, escapar en una cápsula de salvamento no sería una mala opción. Era el instante propicio para un motín. Cuando me devolvieron a mi celda, le relaté todo a Gleny y la noticia se propagó por toda la prisión.
Cuando me disponía a acostarme, una gran sacudida me lanzó al suelo. ¿Qué había sido aquello? Una explosión retumbó por toda la nave, haciendo estallar los fluorescentes del techo en cientos de trozos de cristal y polvo blanco. Al caer al suelo, mi frente se golpeó contra la esquina del catre, abriéndome una herida que comenzó a sangrar sin que sintiera dolor. Aún no. Entonces, otra explosión retumbó por los pasillos, haciendo que las alarmas ulularan y las luces rojas parpadearan. Las explosiones se sucedían, lanzándonos contra la pared, los barrotes o el catre. Se escuchaban gritos de dolor y se oían los huesos rotos. Todo comenzó a vibrar de manera alarmante y la gravedad artificial dejó de funcionar, provocando que mis tripas se me subieran hasta casi el pecho. Entendí que nos estábamos estrellando.