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Cinco Sentidos [Spanish]
Prólogo: M de funeral

Prólogo: M de funeral

Era la mañana del sábado, el día de la despedida de Ella. Los chicos se reunieron para prepararle una fiesta. Lo que realmente hicieron fue perder el tiempo en su cuarto. En realidad esto entusiasmaba más a Ella que pasar su último día en el país decorando una casa vacía para su estúpida fiesta de despedida. Sus Hermanos estaban sentados en su cama o acostados en el suelo, acompañándola como cualquier otro día —o noche, haciendo bobadas y sacando sonrisas.

Esto era lo único que valía la pena.

Ese era el único regalo que le importaba llevarse.

“Necesito algo, pero no sé que es”, dijo Rique, quien lanzó su teléfono al otro lado de la cama, chocando este con Ella.

“Dormir, comer…”, propuso Ella.

“No… no es eso”.

“¿Ir al baño?”, dijo Ted en burla, desde el otro lado de la habitación.

“No”. Respondió Rique con serenidad.

“Tal vez sí”, insistió Ted.

“No. No es mi cuerpo el que desea, es mi alma que—”.

“Jesús, María y José. Está demasiado temprano para comenzar con las frases de Tumblr”, interrumpió Mia. “Y nuestras últimas conversaciones con Ella no deberían ser sobre falsos vacíos existenciales, Enrique”.

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“No estaba—”

“¿Ella, te estás muriendo o qué?”, dijo Ted cortando de nuevo a Rique. “¿Qué significa ‘últimas conversaciones’? Pensé que hoy era M de mudanza no M de funeral.”

“Todo el mundo sabe que las relaciones a larga distancia no funcionan”, replicó Mia.

Ted y Ella sonrieron. “Tienes razón”, dijo Ella. “El primer mes haremos llamada todos los días y tres meses más tarde, me tocará salir del chat grupal de la incomodidad”.

Ted añadió: “Tal vez deberías salirte del grupo ya. Así nos ahorramos la incomodidad”.

“Bueno, Hermanos con corazón de hielo”, dijo Rique levantándose de la cama. “¿Qué vamos a hacer antes de mandar a Ella a la M de funeral?”

Mia guió la mirada a su lado, rió y se dirigió a la sala. Los demás entendieron su comando y la siguieron fuera de la habitación. Todos hicieron su mayor esfuerzo por no hacer mucho ruido o tropezar con el Hermano que sería víctima de la broma del día: el señor de los ronquidos, Johan.

Llegando al umbral de la puerta, Ella giró. Lanzó una última risilla a su mejor amigo que estaba acurrucado en el suelo de la habitación. Luego posó su mirada en el resto del cuarto: las paredes llenas de cintas, marcas y rayones que guardaban las memorias de toda su vida, su cama un poco hundida y arrugada donde Rique y ella se habían sentado hace un momento, la ventana que daba vista a toda la cuadra, y las cajas que guardaban su pasado y su presente, listas para transportarla a otro lado. “Toda mi vida en una caja… funeral”, dijo entre susurros. Ella recorrió de nuevo la habitación y despejó el aire de sus pulmones con fuerza, quizá demasiada fuerza, ya que Johan comenzó a incorporarse en ese mismo instante.

“Hermano”, saludó Johan, estirándose. “Soñé contigo”.

“¿Qué soñaste?”

“Entrando a un velatorio ví a Rique. Hablaban de M, así que pensé en…”, su voz se quebró, “pero cuando me acerqué olía a canela. Como tú.”

Con una sonrisa triste, Ella respondió: “Es que hoy es M… M de Mi funeral”.

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