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La rutina que se desmorona

El sol apenas se asomaba sobre los tejados inclinados de Kioto cuando Miko deslizó la puerta corredera de su habitación. Su rutina diaria comenzaba igual que siempre: un rápido desayuno de arroz y miso, un vistazo a las tareas pendientes en su cuaderno de apuntes, y la caminata apresurada hasta la estación de tren. A pesar de su aparente normalidad, algo en el aire se sintió extraño aquella mañana.

El campus de la Universidad Seiryu bullía de vida, como cada día. Los estudiantes cruzaban los jardines con mochilas llenas de libros y auriculares que los desconectaban del mundo exterior. Miko, sin embargo, no podía ignorar los murmullos a su alrededor.

—¿Escuchaste lo que pasó en el distrito Gion? —susurró una voz detrás de ella mientras entraba al edificio de Humanidades.

—Sí, dicen que fue obra de los Tsubasa-kai. Se están volviendo más violentos.

Miko presionó su bolso contra el pecho, intentando sofocar el nudo en su estómago. Los Tsubasa-kai, un nuevo clan de la Yakuza, habían estado en boca de todos las últimas semanas. Los rumores circulan sobre extorsiones, enfrentamientos callejeros y hasta incendios provocados. Aunque todo parecía lejano, cada nueva historia hacía que la ciudad se sintiera un poco menos segura.

Cuando llegó al aula, Akeno ya estaba allí, sentada en una de las primeras filas, rodeada de papeles y libros. Su cabello corto y teñido de un marrón claro contrastaba con la sobriedad de sus uniformes de clase. Siempre tuve un aura de energía contagiosa, pero hoy parecía un poco más apagada.

—¡Miko! —dijo Akeno, alzando una mano para llamar su atención—. ¿Qué tal tu mañana?

—Bien... supongo —respondió Miko, dejando su bolso sobre el asiento junto a su amiga.

Akeno ladeó la cabeza, notando el ceño fruncido de Miko.

—¿Otra vez los rumores?

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—No puedo evitar escucharlos. Todos están hablando de eso, Akeno. Cada vez siento que está más cerca.

Akeno le dedicó una sonrisa tranquilizadora y le dio un suave golpecito en el brazo.

—Kioto sigue siendo grande. Esos tipos no van a meterse con nosotras. Además, tienes que dejar de escuchar tanto. Recuerda lo que dijo el profesor Inoue la semana pasada: “el estrés prolongado es el peor enemigo de la mente humana”.

Miko intentó devolverle la sonrisa, pero las palabras de Akeno no lograron borrar su inquietud.

El resto del día transcurrió en una especie de monotonía inquietante. Las clases de psicología, normalmente un refugio de calma y curiosidad para Miko, parecían interminables. Los debates sobre teorías de Freud y Jung no podían distraerla del zumbido constante de las alertas en su teléfono.

Cuando llegó la pausa para el almuerzo, su mirada se posó en la pantalla de la televisión del comedor. Una reportera hablaba frente a un restaurante quemado en el distrito central.

—...los vecinos aseguran haber visto a varios hombres vestidos de negro antes del incendio. Se cree que están relacionados con el clan Tsubasa-kai, aunque las autoridades aún no confirman los vínculos...

La voz de Akeno la sacó de su ensimismamiento.

—¡Deja de mirar eso, Miko! Vas a volverte loca. Mira, mejor concentra tu energía en lo que realmente importa: el examen de la próxima semana.

Miko avanzaba lentamente, aunque sabía que no podía dejar de pensar en ello. La violencia parecía estar acercándose, y cada día era más difícil ignorar su sombra.

Cuando la jornada terminó y el cielo comenzó a oscurecerse, Miko emprendió el camino de regreso a casa. El vagón del tren estaba más silencioso que lo habitual. Los rostros de los pasajeros, normalmente relajados tras un día de estudio o trabajo, estaban tensos y alerta. Incluso el tren, que pasaba por las estaciones con regularidad matemática, parecía avanzar más lento, como si el conductor compartiera la misma inquietud que los pasajeros.

Al llegar a casa, Miko cerró la puerta con más fuerza de lo necesario y subió las luces. Su pequeño apartamento le ofrecía algo de consuelo, pero ni siquiera las paredes familiares podían ahuyentar su creciente sensación de vulnerabilidad.

Frente a su escritorio, abrió su libro de texto y trató de concentración, pero las palabras se mezclaban en su mente con las imágenes del restaurante quemado y los rumores sobre el clan. Al final, cerró el libro con un suspiro.

—Esto no puede seguir así —murmuró para sí misma.

Esa noche, mientras trataba de conciliar el sueño, no podía imaginar cómo su mundo estaba a punto de cambiar, cómo un acto de valentía inesperado en un tren alteraría el curso de su vida.

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