El chirrido de las ruedas contra los rieles del tren resonaba en el vagón mientras Miko tamborileaba los dedos contra el asa de su bolso. Su corazón latía con fuerza, cada golpe un recordatorio de lo absurda que era su idea. "¿En qué estoy pensando?", se preguntó por enésima vez. Sin embargo, algo dentro de ella se negaba a dejarlo ir.
Al otro lado del vagón, Sasha permanecía como siempre: tranquila, con el rostro sereno mientras leía su libro. Su postura relajada contrastaba con la apariencia intimidante de su ropa negra de cuero. Miko respiró profundamente y se levantó, sintiendo que sus piernas temblaban ligeramente mientras cruzaba el vagón.
—Disculpa... —empezó, su voz apenas un murmullo.
Sasha levantó la mirada con calma, sus ojos ámbar fijos en los de Miko. No dijo nada, pero arqueó una ceja, dándole espacio para continuar.
—Soy Miko —dijo, haciendo una leve inclinación de cabeza por reflejo. Su voz salió más fuerte esta vez—. Quería… quería presentarme.
Sasha asintió, dejando el libro sobre su regazo.
—Sasha —respondió con un tono bajo pero cálido.
Miko sintió que el aire se espesaba a su alrededor. Si no decía lo que tenía en mente en ese momento, probablemente nunca lo haría.
—Quería preguntarte algo… —dijo apresuradamente. Sasha esperó, con una ligera inclinación de la cabeza.
—Sé que esto puede sonar extraño, pero al verte tan… fuerte, tan capaz físicamente, pensé que podrías considerar… trabajar como mi guardaespaldas.
El silencio que siguió fue abrumador. Sasha bajó la mirada al suelo, pensativa, mientras Miko sentía cómo la vergüenza se apoderaba de ella. Buscando algo en lo que distraerse, su mirada cayó sobre el libro que Sasha había estado leyendo. La tapa, que mostraba un título en japonés sencillo y formal, parecía un libro académico. Sin embargo, algo no cuadraba. Miko se fijó en el borde de la cubierta falsa que no encajaba perfectamente con el tamaño de las páginas.
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Antes de que pudiera detenerse, Miko vio lo suficiente: una ilustración que mostraba a dos mujeres abrazándose, sus labios a punto de encontrarse. Sintió cómo la sangre subía rápidamente a su rostro.
“¿Un manga… Yuri?”, pensó, incrédula. La incomodidad la invadió. No solo acababa de proponerle ser su guardaespaldas a una completa desconocida, sino que ahora sabía algo de ella que probablemente no quería revelar.
—Lo siento, pero no puedo aceptar el trabajo —dijo Sasha de repente, sacándola de sus pensamientos—. No estoy interesada, pero agradezco el cumplido.
Sasha le dedicó una breve sonrisa, tan espontánea que Miko casi dudó si la había imaginado. Luego, como si nada hubiera pasado, volvió a abrir su libro, retomando su lectura con la misma tranquilidad de siempre.
Miko retrocedió torpemente hasta un asiento lejano, sentándose con las manos sobre las rodillas y el corazón latiendo con fuerza. La escena seguía repitiéndose en su cabeza: la imagen del manga, las palabras de Sasha, esa sonrisa... ¿Dos mujeres… besándose? Eso estaba mal… ¿cierto?
Los días pasaron y Sasha no volvió a aparecer en el tren. Cada viaje al campus era más tedioso sin esa presencia imponente en el vagón, y Miko empezó a buscar alternativas. Pasó horas navegando por internet, revisando anuncios de seguridad privada y foros, pero pronto se dio cuenta de que los servicios de un guardaespaldas estaban muy fuera de su alcance.
Con el dinero que ganaba trabajando los fines de semana en un pequeño café, apenas podía cubrir sus propios gastos. Contratar a alguien parecía una fantasía imposible.
El domingo, tras una larga jornada atendiendo a los clientes habituales, Miko salió del café mientras el sol se ocultaba detrás de los edificios. Su mochila colgaba pesada sobre sus hombros, y sus pies dolían tras horas de estar de pie. Todo lo que quería era llegar a casa, darse una ducha y dormir.
Mientras cruzaba una calle poco transitada, escuchó voces provenientes de un callejón cercano. Al principio no les prestó atención, pero un tono más agudo y familiar la detuvo en seco.
—¡Déjenme en paz! —la voz de Akeno, llena de tensión, se filtró entre las risas de un grupo de jóvenes.
Miko se asomó al callejón, y lo que vio hizo que su corazón se detuviera. Tres muchachos rodeaban a Akeno, que sostenía su mochila contra el pecho como si fuera un escudo. Uno de ellos le arrebató un libro de las manos, riéndose mientras lo lanzaba al aire.
Miko dio un paso atrás, considerando huir y llamar a la policía, pero algo la detuvo. Esa era Akeno. Su amiga. No podía simplemente dejarla allí.
—¡Oigan! —gritó, sorprendida por el valor repentino que encontró en su voz mientras se acercaba al grupo.
Los tres muchachos giraron hacia ella, y Akeno la miró con ojos que mezclaban alivio y terror.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo uno de los chicos, esbozando una sonrisa burlona—. Otra chica valiente.
Antes de que Miko pudiera reaccionar, el grupo la rodeó también. La sombra del callejón se cerró sobre ella, y el miedo la golpeó con fuerza. "¿Qué estoy haciendo? Esto fue un error…"
Su respiración se aceleró mientras los chicos se acercaban más, y por primera vez, se preguntó si el mundo oscuro y peligroso que siempre había intentado evitar estaba mucho más cerca de lo que pensaba.