El tren avanzaba suavemente entre las estaciones, envuelto en el tenue resplandor del amanecer. Miko sostenía su bolso sobre las piernas, luchando por mantener los ojos abiertos. Había salido más temprano de lo habitual para evitar las multitudes, pero el vagón casi vacío la hacía sentir más expuesta que tranquila.
Solo había dos personas con ella. A unos asientos de distancia, un hombre de mediana edad parecía estar quedándose dormido, ladeando la cabeza como si buscara una excusa para invadir el espacio ajeno. Frente a ella, sentada con una calma imperturbable, estaba una mujer que captó inmediatamente la atención de Miko.
Era alta, incluso estando sentada. Llevaba una chaqueta de cuero negro con tachuelas, pantalones ajustados del mismo material, y botas pesadas que resonaban ligeramente contra el suelo con cada movimiento. Su cabello oscuro y ligeramente desordenado caía por encima de sus hombros, y sus ojos ámbar, iluminados por la tenue luz del vagón, parecían concentrados en el libro que tenía entre las manos.
Miko sintió una punzada de desagrado al notar lo hermosa que era aquella mujer, aunque no podía negar la imponente presencia que emanaba. El contraste entre su apariencia ruda y la serenidad con la que leía era desconcertante. A Miko le habría encantado tener un cabello tan perfecto como el suyo, en lugar de su propio rubio oscuro que a veces parecía perder brillo.
De pronto, algo rompió la calma. El hombre que parecía dormido empezó a inclinarse hacia la mujer. Primero fue sutil, apenas un movimiento hacia su lado del asiento, pero pronto quedó claro que no era un accidente. Miko sintió cómo se tensaban sus hombros al ver la escena.
La mujer no levantó la vista de su libro hasta que el hombre se inclinó lo suficiente como para invadir descaradamente su espacio personal. Fue entonces cuando cerró el libro con un ruido seco, dirigiéndole una mirada tan afilada como un cuchillo.
—¿Te interesa algo? —preguntó en un japonés perfectamente articulado, aunque con un ligero acento extranjero que añadía un toque aún más intimidante.
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El hombre, claramente sorprendido, intentó balbucear algo mientras se incorporaba, pero antes de que pudiera justificarse, la mujer añadió con un tono gélido:
—Si no tienes nada que decir, sugiero que te vayas antes de que me canse de ser educada.
Hubo algo en su mirada que transformó la actitud del hombre de incómoda confianza a puro nerviosismo. Sin decir una palabra más, se levantó apresuradamente y salió del vagón en la siguiente parada, casi tropezando con la puerta al hacerlo.
La mujer dejó escapar un suspiro y abrió de nuevo su libro, como si nada hubiera pasado. Sin embargo, antes de volver a concentrarse en la lectura, levantó la mirada brevemente hacia Miko. Fue solo un instante, pero suficiente para que Miko sintiera como si la hubiera examinado completamente en un solo vistazo.
Miko apartó la vista rápidamente, tratando de no parecer demasiado obvia. Su corazón latía con fuerza. La presencia de aquella mujer era abrumadora, pero lo que más le sorprendía era la sensación de paz que irradiaba mientras volvía a sumergirse en su lectura.
Durante el resto del día, Miko no podía apartar esa escena de su mente. En las clases, mientras el profesor discutía teorías psicológicas, sus pensamientos volvían al tren. Akeno, siempre perceptiva, no tardó en notarlo.
—Hoy estás rara, pero al menos no pareces tan preocupada como ayer —comentó mientras ambas revisaban sus apuntes en la biblioteca.
—¿Rara? No estoy rara —protestó Miko, aunque su tono la traicionaba.
Akeno alzó una ceja, divertida.
—Vamos, ¿es un chico? ¿O algo más emocionante?
Miko se sonrojó y negó con la cabeza.
—Nada de eso, solo estoy… distraída.
—Si tú lo dices —respondió Akeno, dejando el tema con una sonrisa cómplice.
A pesar de los intentos de Akeno por mantenerla concentrada, la imagen de la mujer del tren seguía invadiendo los pensamientos de Miko. Incluso mientras almorzaban, el sonido de un comercial en la televisión del comedor la sacó de su ensimismamiento.
En la pantalla, un hombre trajeado se movía entre una multitud, flanqueado por dos guardaespaldas corpulentos. La escena le recordó algo que había leído en un artículo sobre seguridad privada, y de repente, todo encajó en su mente.
—Un guardaespaldas —murmuró para sí misma, sorprendida por la idea.
—¿Qué? —preguntó Akeno, pero Miko negó rápidamente con la cabeza.
La idea parecía ridícula al principio, pero cuanto más pensaba en ello, más sentido tenía. Si la violencia estaba tan cerca, tal vez contratar a alguien que la protegiera no era tan descabellado. Sin embargo, ¿dónde encontraría a alguien de confianza?
El día llegó a su fin, y el viaje de regreso a casa la encontró nuevamente en el tren. Mientras el vagón avanzaba, Miko repasaba mentalmente los pros y contras de su descabellada idea. Justo cuando estaba a punto de descartarla, la vio.
La mujer del tren, sentada en la misma postura relajada que esa mañana, con el mismo libro en las manos. Su expresión seguía siendo tranquila, como si nada en el mundo pudiera perturbarla.
Miko no pudo evitar sentir que, tal vez, el destino le estaba enviando una señal.