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Lottus (GL Independent History in Spanish)
Capitulo 4: Como un huracán.

Capitulo 4: Como un huracán.

El frío del callejón se sintió aún más frío cuando Miko reconoció el símbolo en la ropa de los hombres que la rodeaban. Era el emblema que había visto antes tantas veces en las noticias: la marca del nuevo clan de la Yakuza. Su corazón se hundió en un abismo de terror mientras los hombres las empujaban y las separaban. Intentó aferrarse a Akeno, pero fue inútil. Eran demasiados, más fuertes y despiadados.

—Miren nada más... Dos niñas lindas jugando a ser valientes — dijo uno de los hombres, su voz cargada con burla.

Uno de los matones se acercó a Miko por detrás y la sujetó con fuerza, cubriéndole la boca con una mano áspera. Ella intentó forzar, pero sus movimientos solo provocaron risas de los hombres que la rodeaban. El miedo la paralizó cuando vio a Akeno, que estaba siendo sostenida por dos de ellos, inmovilizada mientras uno más comenzaba a deslizar sus manos por debajo de su ropa.

—¡No!— quiso gritar Miko, pero el sonido murió detrás de la mano que la mantenia en silencio.

Akeno lloraba, sus sollozos ahogados mientras intentaba liberarse inútilmente. Si blusa fue desgarrada, exponiendo su piel a las burlas de los hombres. Uno de ellos la abofeteó, su rostro lleno de furia y sangre cuando akeno logro arañarle la cara.

—¡Maldita perra! —gruñó, lanzándole un golpe que la dejo tambaleándose antes de caer al suelo.

El mundo de Miko se oscureció. Estaba atrapada en un pozo de desesperación, incapaz de moverse, incapaz de salvar a su amiga.

El recuerdo de una mujer imponente apareció en su mente y con una amargura si nombre se escapó de sus labios "Sasha..." Susurró casi como si pudiera invocarla. "Si tan solo... Si tan solo ella estuviera aquí... Tal vez abriéramos tenido una oportunidad de escapar al menos..." Pero incluso Sasha no podría haber enfrentado a tantos se lamentó Miko.

El callejón resonó con el ruido de golpes, risas crueles y gritos ahogados. Miko cerró los ojos, luchando por no ceder al pánico. Entonces, un nuevo sonido cortó el aire: pasos pesados y apresurados, como si fuera una estampida de toros, acompañada de voces graves vociferando en un idioma extranjero.

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Un torbellino de movimiento de repente estalló a su alrededor. Los hombres que habían estado agrediendolas fueron arrastrados hacia atrás, golpeados con una fuerza que Miko no había visyo nunca. Abró los ojos lo suficiente para ver a cuatro figuras altas e intimidantes que se movían como un huracán.

Eran fuertes y ágiles apesar de su apariencia de roble., y no dudaron en usar una brutalidad implacable contra los yakuzas.

Uno de los agresores cayó al suelo tras un puñetazo que le rompió la nariz, mientras otro fue arrojado contra la pared, su cabeza impactando con un ruido sordo. Los gritos de los yakuzas transmitían la furia y el dolor mientras intentaban defenderse, pero los extranjeros los superaban en fuerza, habilidad y estrategia. Se notaba que no era la primera vez que hacían algo así.

Miko no entendía lo que estaba pasando. Todo se sentía como un sueño oscuro y confuso. Vio como uno de los hombres, que tenía el cabello rapado y tatuajes visibles en el cuello, se acercaba a ella, ofreciéndole la mano.

—¿Estás bien?— le preguntó en japonés con un marcar acento extranjero.

Ella no respondió, su cuerpo temblando mientras las lágrimas corrían por su rostro. El hombre miró rápidamente a su alrededor antes de llevarla hacia un rincón, fuera del alcance de la pelea.

La violencia duró solo unos minutos, pero para Miko pareció una eternidad. Los yakuzas vencidos, comenzaron a huir, pero no sin antes gritarles en amenaza.

—¡Esto no queda aquí!— gritó uno de ellos, sujetándose el costado donde había recibido un golpe brutal—. ¡Las encontraremos! ¡Y pagarán por esto! —

Los pasos de los maleantes resonaron con eco al alejarse, dejando atrás un silencio opresivo por parte de los demás mientras no les quitaban la mirada. Miko entonces cayó de rodillas junto a Akeno, quien permanecía en el suelo totalmente inconsciente y con el rostro lleno de moretones e inflamado en algunos sectores. Las lágrimas de Miko caían sin control mientras intentaba cubrir el maltratado y casi desnudo cuerpo de su amiga con lo poco que no había sido desgarrado hasta que uno de los hombres la cubrió con una chaqueta en la que fácilmente cabrían dos akeno.

Uno de los hombres extranjeros se acercó y habló rápidamente con su compañero en un idioma que Miko aún le costaba reconocer. El más alto sacó su teléfono y marcó un número.

—La ambulancia y la policía están en camino— dijo el hombre que había llevado a Miko a un lugar apartado durante la riña.

Ella apenas podía procesar lo que estaba sucediendo. Todo su cuerpo temblaba, sus manos estaban frías como el hielo mientras acariciaba el cabello de Akeno. La realidad de lo que había estado a punto de suceder la golpeó como una ola: el asco, el miedo, la impotencia.

—¿Estás herida?— insistió el hombre rapado, mirándola con preocupación.

Miko negó con la cabeza, no se sentía capaz de hablar en este momento, con un nudo que amenazaba con estallar en el inicio de su garganta. Su voz estaba atrapada y arañando dentro de ella junto con los gritos que nunca había podido soltar.

Minutos después las sirenas llenaron el aire. Los paramédicos se llevaron a Akeno mientras la policía tomaba declaraciones confusas de Miko.

Los extranjeros desaparecieron antes de que las autoridades pudieran hablar con ellos.

En determinado momento, Miko se quedó sola en la acera, abrazándose a su misma mientras intentaba calmar sus sollozos. Las amenazas de los yakuzas resonaban en su mente más como una promesa que estaban decididos a cumplir. "Las encontraremos..."

Miró al cielo, ahora cubierto por la oscuridad de la noche, y sintió que el mundo a su alrededor se desmoronaba. No sabía cuánto tiempo podría resistir antes de que esos hombres regresaran. La amenaza era real, y está vez, no había escapado.