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Brujas de la Noche
Capítulo 14 – La Demonóloga

Capítulo 14 – La Demonóloga

La inspiración para esta investigación surgió de forma bastante inesperada. En una noche de Halloween, mi hija me convenció a mí y a su madre a ir a un evento anual en el Palacio de los Duques, en Guimarães. Allí, una compañía había transformado el palacio en una casa embrujada, llena de monstruos, fantasmas y sustos. Fue el final del espectáculo, sin embargo, lo que más captó mi atención. Se trataba de la puesta en escena de un exorcismo supuestamente hecho a una duquesa que vivía allí.

Cuando llegué a casa, investigué un poco y comprobé que, no sólo aquello se había basado en hechos históricos, sino que también se rumoraba que extraños sucesos continuaron ocurriendo en el palacio, incluso después del exorcismo.

Mis encuentros anteriores con brujas habían revelado una clara relación entre ellas y demonios, así que no pude dejar de investigar, con la esperanza de encontrar por fin a las Brujas de la Noche.

En una noche de semana, en noviembre, le dije a mi mujer que iba a trabajar hasta tarde y me dirigí a Guimarães y al Palacio de los Duques. Evidentemente, el palacio estaba cerrado y no había nadie cerca. Aparqué y empecé a buscar una manera de entrar.

Como era de esperar, además de los guardias en su interior, el lugar se encontraba protegido por un sistema de alarma. Uno de mis compañeros del grupo de exploración de la ciudad de Braga, quien se llamaba a si mismo “el más grande de los exploradores urbanos”, ya que gustaba de visitar no sólo edificios abandonados, pero también algunos en uso y hasta habitados, me había enseñado algunas maneras de evitar las alarmas. Sólo esperaba que mi parco conocimiento fuera suficiente para lograrlo.

Sin embargo, acabé por no tener que usarlo. A la vuelta de la esquina a la parte trasera del palacio, protegidas de las miradas por árboles y vegetación, descubrí que alguien se me había adelantado.

Una mujer, que no debía tener más de treinta años, había desactivado la alarma y se estiraba, ahora, hasta una pequeña ventana casi dos metros por encima del suelo. Al darme cuenta de su dificultad, me acerqué y le dije, con una sonrisa:

– ¿Necesitas ayuda?

Ella me miró con una mezcla de sorpresa y miedo. Era relativamente baja, con poco más de un metro y cincuenta, y magra. Llevaba gafas de metal negras, y tenía el pelo en una cola de caballo.

Durante unos momentos, sus ojos miraron en todas las direcciones. Por fin, al darse cuenta de que yo no era un policía ni un guardia, decidió no huir y preguntó:

– ¿Quién es usted?

– Eso le pregunto yo. ¿Quién es usted? ¿Porque está intentando entrar en un monumento nacional? Deme una razón para no llamar ya a la policía.

– Yo le podría dar una razón, pero después más nunca va a poder dormir tranquilo. Hay más aquí de lo que las personas normales pueden imaginar.

– ¿Cómo demonios?

Ella se quedó mirándome, sorprendida, durante unos instantes. Eso me dijo que ella sabía de lo que yo estaba hablando y que, probablemente, se encontraba allí por la misma razón que yo.

Al cabo de unos instantes, ella preguntó:

– Dígame lo que sabe.

Le dije todo sobre el diario, mis exploraciones anteriores, las Brujas de la Noche y lo que me había llevado allí.

– Un día, me gustaría ver ese diario – respondió ella, cuando terminé. – He oído hablar de estas criaturas a la que llama “Brujas de la Noche”, pero suelo centrarme en demonios, y ellas no los usan, como las otras brujas. Por lo que dice, tal vez me debería empezar a interesar en ellas también. Es mi responsabilidad.

– ¿Su responsabilidad? ¿Por qué?

– Formo parte de una tradición milenaria que protege a las personas de los demonios y sus agentes. Mi maestro y yo éramos los responsables por el norte de Portugal. – Ella miró tristemente hacia el suelo. – Pero él murió y ahora estoy sola.

– ¿No tiene ayuda de la Organización? – le pregunté, porque me pareció que tenían objetivos en común.

– Esa Organización de la que habla, solamente apareció en el siglo pasado. Además, están más interesados en ocultar la verdad que en ayudar a las personas. No tienen nada que ver con nosotros. – Tras una breve pausa, continuó. – Si estamos aquí por la misma razón, tal vez me pudiera ayudar. Ya abrí la ventana y confirmé que he desarmado la alarma correctamente. Ahora tengo que empezar a llevar el equipo hacia adentro, y sola es más complicado.

Acepté de inmediato, y ella me llevó a la frente del monumento y en dirección a la calle cercana. A medio camino, después de unas breves presentaciones, me acordé de preguntar:

– ¿Cómo supiste de este demonio? ¿También viniste acá en Halloween?

– No. Ni siquiera sabía del evento hasta que me habló de él. Tengo un pequeño clúster que utiliza técnicas de minería de datos para encontrar patrones en las noticias y en otras bases de datos a la que tengo acceso que puedan indicar la presencia de demonios. Descubrí que muchos de los que visitaron este palacio estuvieron, después, involucrados en delitos. Es un claro signo de influencia demoníaca.

Seguimos caminando, hasta que ella se detuvo detrás de una Ford Transit blanca del final de los años 90. Ya había visto mejores días, ya que, en varios puntos, la pintura había dado lugar a la herrumbre. La cerradura de la puerta trasera ya no existía y había sido sustituida por un candado.

La demonóloga corrió una de las puertas laterales, revelando un espacio de carga lleno con una extraña mezcla de lo antiguo y de lo moderno. Varios estantes de madera que bordeaban las paredes, que contenían libros claramente ancestrales, artículos religiosos de las más variadas religiones y objetos electrónicos con los componentes expuestos, claramente construidos o mezclados de forma improvisada. En el suelo, estaban colocados algunos objetos más grandes, como una alfombra con un mándala, un enorme menorá y lo que parecía ser uno o varios ordenadores conectados a una batería.

La demonóloga me dio dos altos y delgados parlantes, mientras que ella tomó un monitor y una pequeña tableta que, si mis escasos conocimientos de electrónica no me engañan, había sido construido a partir de un raspberry pi.

Así que volvimos a la parte trasera del palacio, la ayudé a subir por la ventana y entrar. Después, le pasé el resto del equipo y, por fin, entré en el palacio.

Como ya esperaba dado el tamaño y la altura de la ventana, estábamos en el interior de una pequeña habitación. De momento, se encontraba vacía, pero, en el pasado, debió haber sido utilizada como una alacena, pues no había espacio para nada más.

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Con cautela, Susana, la demonóloga, puso el oído en la puerta, asegurándose de que no había guardias del otro lado. Una vez satisfecha, la abrió.

La gran sala que encontramos detrás me era familiar. Fue allí que, durante el espectáculo de Halloween, se encontraba la condesa poseída en su cama, y donde un sacerdote había hecho el exorcismo.

Una vez le conté esto, la demonóloga comenzó a inspeccionar cada centímetro de la división, usando la tableta y un instrumento que sacó de una de las bolsas que llevaba a la cintura. Fue un proceso largo, durante el cual me mantuve nerviosamente vigilante para no ser descubiertos. Al terminar, ella agito la cabeza y decidimos continuar.

Gracias a mi última visita, yo sabía que la única otra puerta daba a un patio central, donde seríamos fácilmente vistos por los guardias, por lo que decidimos subir al piso superior.

A través de unas escaleras estrechas con dos tramos, llegamos a un pasillo con algunas puertas del lado derecho y una habitación al fondo. Tras la primera puerta había una habitación llena de armaduras montadas, mientras que los siguientes albergaban exposiciones de otros artículos mediavalescos, como libros, muebles y figuras. La demonóloga inspeccionó cada uno de ellos, pero, una vez más, no encontró nada.

Lo mismo no ocurrió, sin embargo, en la habitación al fondo del pasillo. Apenas entramos, los LED del instrumento electrónico de mi compañera se encendieron.

– Así está mejor – dijo ella.

Nos encontrábamos en un cuarto vacío, con una chimenea empotrada en una de las paredes. Sería, posiblemente, la verdadera habitación de la condesa.

La demonóloga siguió el rastro del demonio hasta una segunda puerta.

Siempre siguiendo las indicaciones del instrumento improvisado, cruzamos habitaciones, corredores, pasillos y hasta un enorme comedor. Por fin, cuando llegamos a la capilla del palacio, Susana dijo, señalando con la barbilla hacia los LED encendidos en la máquina en su mano y un gráfico en la pantalla de su tableta:

– Está aquí. Vamos a instalar los parlantes.

– ¿Los guardias no van a escucharlas cuando las conectemos? – pregunté.

– Seguro que sí, pero no tenemos elección. Tenemos que expulsar a este demonio de aquí.

Posicionamos los parlantes entre los bancos de la capilla, orientados hacia el altar. Debido a una adaptación de la demonóloga, estas eran alimentadas por baterías, por lo que con un pulsar en su tableta una cacofonía de voces y lenguas empezó a sonar.

– Es una mezcla de varias oraciones cristianas, musulmanas, judías e hindúes usadas para expulsar demonios – explicó la demonóloga.

Durante largos momentos allí nos quedamos, esperando que el demonio fuera expulsado antes de que uno de los guardias nos escuchara.

A pesar de mi nerviosismo, no podía dejar de admirar la capilla. El espectáculo de Halloween no la había incluido, por lo que nunca la había visitado. Vigas de madera barnizadas sostenían el techo, y enormes vidrieras cubrían casi la totalidad de la pared detrás del pequeño altar. Sin embargo, lo que más me impresionó fueron los dos estrados laterales, ya que su aspecto marcadamente medieval me hacía viajar en el tiempo.

De repente, estas comenzaron a temblar, así como el altar y los bancos a mi alrededor. Segundos después, del suelo, surgió una criatura casi de mi tamaño, con la piel roja, dos cuernos y una nariz y mentón afilados.

Casi al mismo tiempo, la puerta detrás de nosotros se abrió, dando entrada a un guardia de seguridad con una linterna en la mano. La visión de la criatura, sin embargo, o la combinación de ésta con la cacofonía emitida por los parlantes fueron demasiado para él, y el hombre se desmayó encima de la última fila de bancos.

A diferencia de mí, Susana no prestó ninguna atención al guardia y avanzó en dirección al demonio con la pantalla de la tableta hacia él. De un vistazo, vi varias imágenes pasando en ella: símbolos religiosos variados, fragmentos de textos sagrados, imágenes de santos y dioses. La criatura paró y comenzó a gritar.

Poco a poco, la demonóloga se movió, tratando de poner la tableta entre el demonio y la puerta, al mismo tiempo que sacaba algo de la mochila que llevaba a la espalda. Sin embargo, antes de que lo consiguiera, la criatura emitió un temible rugido y se lanzó sobre los bancos casi hasta la puerta. Instintivamente, intenté impedirle el paso, pero él me tiró al suelo como si yo fuera nada y salió.

– Él es más fuerte de lo que estaba esperando – dijo la demonóloga, ayudándome a levantar. – Vamos.

Corrimos hacia fuera de la capilla y bajamos las escaleras hasta el claustro del palacio y, de allí, seguimos al demonio hasta el exterior. En el camino, pasamos a varios guardias, pero estos, atónitos con la visión del demonio o por nuestra presencia allí, ni siquiera reaccionaron.

Perseguimos la criatura por la colina en cuya cima se alzaba el Castillo de Guimarães. Sin embargo, a medio camino, junto a una pequeña capilla allí construida, Susana me agarró por un brazo.

– Espera. Este demonio es muy fuerte. Normalmente, no pueden escapar de esa manera. Voy a buscar unas cosas para hacer una emboscada y acorralarlo en esta capilla. Lleva mi tableta, va detrás de él y trata de empujarlo hacia aquí.

Antes de que pudiera responder, ella colocó la tableta en mis manos y me volvió las espaldas. En la pantalla, aún pasaban todo tipo de imágenes religiosas.

Respirando profundamente, empecé a correr por el camino de tierra que llevaba a la cima de la colina y a las ruinas del castillo, donde el demonio había entrado.

Al ser la fortaleza más famosa de Portugal, yo ya la había visitado más de una vez, por lo que la conocía bien y podía concentrarme en encontrar a la criatura. La torre del homenaje, la cual había sido restaurada, era el único edificio que aún se encontraba en pie, pero estaba cerrada, por lo que no había muchos sitios en los que el demonio se podía ocultar. A menos, por supuesto, que tuviera algún truco que yo desconociera.

Tratando de sostener mi linterna de bolsillo y la tableta delante de mí al mismo tiempo, empecé a buscar en todos los rincones, desde detrás de los escombros hasta lo que restaba de las chimeneas.

Después de unos momentos, vi una sombra pasar a mi lado. Cuando apunté a luz hacia allí, sin embargo, no encontré nada. Podía haber sido sólo un gato, pero, por alguna razón, presentí que era algo más, por lo que lo perseguí.

Finalmente, cuando llegué a una esquina sin salida, vi al demonio y extendí la tableta en su dirección. Como yo bloqueaba la única ruta de escape, un estrecho pasaje entre la muralla y la torre del homenaje, la criatura, intentó, desesperada, usar las garras para trepar por la muralla. Sin embargo, al ver que no lo lograba, cargó contra mí, gritando con una mezcla de dolor y odio. Una vez más, fui incapaz de detenerlo, y él pasó por mí, tirándome al suelo. Afortunadamente, me recuperé rápido y lo perseguí.

Corriendo lo más rápido que pude, traté de mantenerme cerca de él y, con la tableta, conducirlo a donde Susana lo esperaba. A pesar de que él se desvió una o dos veces del camino más directo, logré llevarlo hasta la pequeña capilla.

Junto a la puerta de esta, se encontraba la demonóloga, que sostenía otra tableta y, entretanto, había construido un paso delimitado con altavoces emitiendo la mezcla de cantos y oraciones y una pantalla enorme que conducía hacia el interior.

Al darme cuenta de su intención, traté de conducir el demonio hacia la trampa. Este intentó escapar, pero, con la ayuda de la demonóloga y de su segunda tableta, conseguí llevarlo para el pasaje y para el interior de la capilla.

Tan pronto la criatura pasó la puerta, Susana la selló con el enorme monitor donde pasaban imágenes similares a las de la tableta. Después, activó las columnas que había en el interior del edificio sagrado. El demonio empezó a gritar. En primer lugar, se tiró contra las paredes, como si quisiera derribarlas, después, se cargó en dirección a la puerta.

Detrás de la pantalla, la demonóloga sacó de la mochila un curioso objeto que parecía ser una pistola de agua, como las usadas por los niños, pero pintada con tinta plateada y cubierta con símbolos sagrados. Así que el ser se quedó a alcance, ella disparó el arma. Varios chorros de líquidos volaron en la dirección del demonio.

Cuando estos le acertaron, el demonio comenzó a gritar aún más violentamente. Susana, sin embargo, continuó disparando. Me di cuenta, entonces, que la criatura comenzaba a derretirse, como si hubiera sido bañada por un ácido. Poco a poco, desapareció, hasta que todo lo que quedaba de ella era un charco rojizo en el suelo, la mayor parte del cual se infiltro en las grietas entre las losas funerarias que cubrían el suelo de la capilla.

– ¿Qué tienes en esa arma? – pregunté a Susana, sorprendido y curioso.

– Agua bendita, aceite ungido, agua de ríos sagrados, agua del pozo de Zamzam, cosas de ese tipo – explicó ella. – Ahora es mejor salirnos de aquí antes de que los guardias del palacio recuperen y vengan detrás de nosotros.

Así lo hicimos. La ayudé a llevar el material a la furgoneta y volví a mi coche, pero no antes de que ella me diera su contacto. Aquella investigación podía no haberme dado nueva información sobre las Brujas de la Noche, pero me había traído un nuevo aliado en mi misión de encontrarlas y detenerlas.