La nieve caía suavemente cubriendo el mundo de blanco puro. Una de las particularidades que más despreciaba del invierno era esto, el silencio. Cada copo que caía parecía llevarse consigo un pedazo de la tranquilidad del cielo, transformando el paisaje en una pintura invernal, similar al infierno.
El frío era intenso, como una aguja de hielo que se clavaba en la piel. Sin embargo, había en él, una especie de pureza que a fin de cuentas, me resultaba extrañamente reconfortante. Miré por la ventana y presté atención a los cristales empañados por mi aliento; me perdí en la danza silenciosa de la nieve.
El invierno siempre había tenido un efecto nostálgico. Cada año, cuando las primeras nevadas comenzaban a caer, me encontraba sumergida en algún tipo de sentimiento. En los largos días de invierno, el sol parecía abandonar el mundo y la oscuridad se cernía sobre todo. El invierno llevaba consigo una tristeza profunda, una quietud que permitía la introspección.
Había estado esperando en la fila durante lo que parecían horas. Finalmente, escuché mi nombre a través del altavoz.
-Señorita Walk, por favor, pase a la ventanilla tres.
Me levanté sintiendo un nudo en el estómago. Caminé hacia la ventanilla, mi corazón latía con fuerza. La mujer detrás del mostrador me sonrió amablemente mientras me entregaba un sobre blanco. Su rostro lucía sereno a diferencia del mío que se reflejaba en el cristal.
Salí del hospital bajo la primera nevada.
Las primeras nevadas siempre traían malas noticias, malos momentos, malos encuentros. Y, al igual que años atrás, miré hacia el cielo, buscando algún tipo de respuesta en su inmensidad. Tras un suspiro y en un intento desesperado de distracción, mordí mi labio inferior. Pronto, el sabor metálico de la sangre llenó mi boca. Apresurada, saqué un pañuelo blanco del bolsillo de mi abrigo y lo presioné contra mi piel sin darle mucha más importancia.
Me alejé algunos pasos de la puerta y tan pronto como me detuve, mis pies se humedecieron con prisa. Fruncí el ceño molesta, aunque no sabía con exactitud qué era lo que realmente me molestaba. Quizá todo se había convertido en un conjunto de situaciones molestas.
El primer invierno que había vivido en este lugar, se convirtió en un recuerdo que comenzó a manifestarse una y otra vez en mi memoria, manteniendo vivo el sentimiento, remontándome a esos días.
- En este lugar, el invierno es diferente al invierno de la ciudad –Explicó –. Lo entenderás en la primera nevada.
Lo escuché atenta, como si fuese una estudiante universitaria.
- ¿Qué tiene de especial? –pregunté curiosa acercándome a él.
- Si realmente quieres averiguarlo… Salgamos a caminar bajo la primera nevada juntos –respondió.
Se adelantó algunos pasos, esperando mi respuesta, aunque ya parecía saber lo que diría. Pero la preocupación no tardó en llegar. Recordé entonces, la primera nevada del 2005, y luego las demás.
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<< ¿Ocurrirá algo devastador esta vez?>> pensé. Pero acabé respondiendo algo completamente diferente a lo que pensaba.
- De acuerdo -accedí finalmente -. Caminemos juntos bajo la primera nevada.
La primera nevada, cada año repetía el mismo patrón de incertidumbre. Era sigilosa, casi como si quisiera sorprender al pueblo. El cielo se oscurecía lentamente, las nubes descendían y el aire se llenaba de una humedad templada.
Todo parecía estar en calma, en una espera silenciosa. Y entonces, sin previo aviso, caía el primer copo de nieve. Descendía en silencio, flotando en el aire antes de aterrizar suavemente en el suelo. Pronto, cada rincón del pueblo se encontraba cubierto de un colchón de nieve. Los lagos ahora estaban congelados, sus superficies brillaban con una fina capa de hielo. El frío era insistente, penetrante, se metía en cada grieta y hendidura arrasando todo a su paso.
El aire quemaba, cada ráfaga de viento era como una cuchilla afilada, cortando a través de cualquier capa de ropa. Pero a pesar del frío, había una belleza en ello. Una belleza en la forma en que la nieve cubría todo, en la forma en que el hielo brillaba bajo el sol de invierno, en la forma en que el mundo parecía estar en pausa. Extrañamente, cuando la nieve comienza a caer, el silencio se hace amigo, y la muerte llega después de ser llamada.
- Por cierto, te traje algo –susurró deteniendo sus pasos. Extendió sus manos entregándome un paquete marrón. Lo tomé entusiasmada, y al abrirlo, una sonrisa se dibujó en mi rostro.
- Es hermosa -comenté, acariciando la lana suave con mis dedos.
- La tejí yo mismo –explicó ansioso-. Cada vez que la uses, estarás conmigo.
Tomó la bufanda entre sus manos y la envolvió alrededor de mi cuello. Sentí inmediatamente el calor de la lana contra mi piel. Un roce suave, que no tenía comparación.
El viento frío pegó en mi rostro y agaché la cabeza alejando cada pensamiento. La nieve se había acumulado alrededor de mis pies en tan solo pocos minutos. Era como si mi mente tardara en darse cuenta de que el invierno había llegado al pueblo, nuevamente.
- Aquel tiempo era realmente bueno -murmuré.
El invierno en el Sur, era esto.
Frío y despiadado. Los animales debían refugiarse bajo tierra de las ráfagas invernales, muchos otros, eran cubiertos por los copos de las primeras nevadas y luego, aún más adentro del invierno, eran cubiertos por el hielo de las heladas. Las personas que cultivaban la tierra debían resguardarlo todo, el invierno era un sinónimo lejano de la destrucción, de lo ajeno a la felicidad.
Ordené con cuidado mi bufanda y seguí caminando, y antes de que pudiera huir, él estaba allí. Cerré mis ojos cómo si hubiera recibido un golpe bajo, el peor de todos, cuándo sentí sus brazos rodear mi cuerpo. Sus dedos se deslizaron por mi cintura rodeándola ligeramente.
Acaricié la lana roja que cubría mi cuello y fruncí el ceño al darme cuenta de que una vez más todo era producto de mi imaginación. Realmente deseaba estar junto a él.
Antes de que pudiera darme cuenta, mis manos fueron sacudidas por fuertes temblores, que pronto, se esparcieron por cada milímetro de mi cuerpo, primero mis brazos, mis piernas y luego mis pies. Estaba helada. Una capa de hielo se formó en mi piel desde el primer segundo que puse un pie fuera del hospital.
Varias parejas caminaban juntas de la mano bajo la primera nevada que poco a poco comenzaba a detenerse. Mi mirada iba y venía tras cada ilusión, buscando algo que quizás ya no estaba allí, o que por lo menos yo ya no tenía la capacidad de encontrar. En el reflejo de la pantalla apagada de mi celular vi mis propios ojos mirándome de vuelta. Nunca me había tomado el tiempo de observarme, y en aquel momento me pregunté muchas cosas, cosas que ya me las había preguntado tiempo antes.
<< ¿En qué momento, dios había soltado mi mano?>> Supuse enseguida y sin reproches que tuvo razones para hacerlo y que yo no era nadie para discutir sus decisiones.
Tras un suspiro sonreí, pero mi sonrisa nunca llegó a cubrir mi rostro y la luz en mis pupilas no apareció. Mis pestañas se congelaron. Las escarchas se derretían y caían sobre mi rostro cómo pequeñas lágrimas, o quizá, eso es lo que realmente eran.
Me detuve cuando llegué a la estación de tren, y como si fuese una maldición, otro recuerdo golpeó mi vida.