-Pasaron varios años desde que llegué al Sur –Contó, mirando algo más allá de la figura masculina que reposaba frente a ella, sin moverse–. Llegué perdida, pero perdida de una manera espiritual. Estaba cansada y lo primero que vieron mis ojos fueron aquellas flores naranjas bordeando el río. Eran como pequeñas llamas, ardiendo con una intensidad silenciosa que las hacía sentir vivas. Había perdido muchas cosas antes de llegar a este lugar.
Año 2005.
-Encenderé la radio -murmuró tarareando alguna melodía desconocida y probablemente inventada.
"Como podemos ver, el invierno llegó oficialmente tras la primera nevada del año". La voz femenina invadió el interior del auto.
-Parece que la tormenta aún no llega a este lado -comentó el hombre sonriente. -El clima nos acompañará esta noche -declaró.
-Si nieva lo suficiente, ¿haremos un muñeco?
El hombre observó hacia la parte trasera del auto y asintió.
"La temperatura es baja, recuerden salir abrigados y tener mucha precaución al circular en las autopistas. Nos vemos en la próxima transmisión. Esto ha sido todo por hoy".
La joven miró atenta el reflejo de su padre en el espejo retrovisor del auto. Su mirada lucía tranquila, descomunal. Frunció el ceño y dirigió la mirada a su madre, buscando algo diferente. Se sentía extraño, inexplicable. La mujer acomodaba su cabello y sonriente cambiaba la sintonía de la radio.
Su mirada Iba y venía en la distancia que se formaba entre ambas personas, cuando de pronto, notó algo inusual en el parabrisa del auto.
-Está nevando -susurró, cuando el primer copo de nieve cayó sobre el cristal.
"La tranquilidad de la nevada fue interrumpida por un trágico accidente en la Ruta 5. Un automóvil derrapó en el hielo y quedó atrapado debajo de un camión que venía de frente, dejando una escena caótica y devastadora". La radio del auto seguía funcionando, aun cuando parecía imposible.
Las sirenas de los bomberos, ambulancias y patrullas de policía resonaban en el aire, mezclándose con el sonido del viento y el silencio de la nieve. Las luces intermitentes de los vehículos de emergencia iluminaban el cielo nocturno. Fragmentos de vidrio y metal estaban esparcidos por la carretera.
El automóvil, completamente destrozado por el impacto, se encontraba encajado debajo del camión.
El conductor murió instantáneamente al recibir el impacto, mientras que la mujer en el asiento del copiloto fue expulsada varios metros por el parabrisa a falta del cinturón de seguridad. Falleció horas después de ser trasladada al hospital más cercano.
La única sobreviviente fue una joven de 14 años, hija del matrimonio fallecido, que se encontraba ubicada en la parte trasera del auto. Según reportes policiales y médicos, era un milagro que estuviera con vida.
El conductor del camión salió ileso.
La joven, extrañamente consciente, miraba un punto fijo entre la sangre derramada en la ruta. Se preguntaba cómo era posible que aún saliera sangre del interior del auto. Había muchas cosas que no entendía de la vida, a decir verdad, no entendía absolutamente nada. Y no se debía a su ira hacia dios. Se debía a algo más profundo. Algo que no supo explicar en aquel momento.
Mientras el frío se filtraba a través de su abrigo, sentía que su mundo se desmoronaba a su alrededor. Como si algún ser superior se estuviera burlando de ella. Sabía que la vida nunca volvería a ser la misma. La nieve seguía cayendo, fortuita, inesperada.
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Un hombre vestido de negro, con una cámara y el micrófono en mano, narraba la escena para las noticias locales.
-Estamos aquí en la Ruta 5, donde un trágico accidente ha sacudido ésta tranquila noche invernal. Un automóvil derrapó en el hielo y quedó atrapado debajo de un camión que venía de frente. La escena es devastadora, con los servicios de emergencia trabajando arduamente para rescatar a las víctimas...
Escuchaba el eco de aquella voz a lo lejos. Deseaba levantarse y arrebatarle la vida con sus propias manos. Deseaba en realidad, que todos a su alrededor murieran.
Un oficial de la policía se acercó al hombre apresurado.
-Necesito que se retire del área por su seguridad y para no obstruir el trabajo de los rescatistas.
El reportero, sin dejar de grabar, preguntó:
-¿Puede confirmar cuántas víctimas hay? ¿Alguna declaración sobre el estado de los sobrevivientes?
La joven miraba el cielo, muda. Contaba las nubes y los copos que se quedaban estancados sobre su cabello, notaba que algunos de ellos al caer, instantáneamente se pintaban de un rojo fuerte debido a la sangre que se desparramaba sobre su piel.
Miraba atenta y de reojo el auto destrozado debajo de la parte delantera del camión, y el arduo trabajo de aquellos hombres al intentar sacarlo. La ruta fue cortada. Una fila de autos esperaba el momento oportuno para cruzar.
Frente a ella, una camilla cubierta de tela blanca llevaba un cuerpo. Rogaba que fuera otra persona... aunque se sentía mal por hacerlo. En realidad, rogaba que todo fuera producto de su imaginación. Pronto supo que se trataba de su padre, o por lo menos, lo que quedaba de él. No permitieron que lo vea a pesar de sus gritos, gritos que no se escuchaban por los ruidos inestables del caos a su alrededor... o quizá, porque no tenía suficiente aire para gritar como deseaba.
Tras contracciones causadas por el llanto, comenzó a salir sangre de su boca y los paramédicos se alarmaron.
Sus ojos no dejaban de ver a su madre a lo lejos. La cargaron con urgencia en la ambulancia, no parecía estar bien. los hombres que la atendían estaban cubiertos de sangre y sus rostros anunciaban lo peor.
Luego, no recordó nada más.
-Está nevando -susurró mirando por la ventana.
Abrió los ojos desesperada y tomó aire como si hubiese estado debajo del agua durante un largo tiempo. Aquella sensación de vacío y de ahogamiento no la abandonaban. La gente a su alrededor lucía sorprendida, sin embargo, no dijeron nada. Al parecer pretendían no alarmarla demasiado.
Sus ojos pronto recayeron sobre el diario que se encontraba en la mesa blanca a su izquierda. "A dos meses del accidente automovilístico en la ruta 5, aún se investigan las causas..." el diario se encontraba doblado a la mitad y no pudo continuar leyendo el titular.
Su cuerpo se estremeció.
Cinco años después de la muerte de mis padres, decidí escapar de los recuerdos que me dejaba la ciudad, aunque parecía ser una tarea difícil de superar.
El agua del río era calma, reflejaba el cielo, las nubes y en las noches podías ver las constelaciones en la corriente. Daba una sensación de tristeza, de soledad, como si el río mismo estuviera anhelando algo que estaba más allá de su alcance y yo, no podía ver mucho más allá.
Era de aguas profundas, azules, turquesas. Los colores cambiaban con la luz. Una hipnosis de tonos y matices. Sufría y se derramaba. Mientras lo observaba, me di cuenta de que ya no era el mismo. Fruncí el ceño detenidamente. La corriente había cambiado. No arrastraba nada más. Al igual que yo, estaba en constante cambio. El agua que veía ahora no era la misma que había visto hace un momento. Pero, el río seguía siendo el río, y yo seguía siendo yo. En ese momento, me di cuenta de que tenía la capacidad de adaptarme, de cambiar y de fluir.
Ese fue el segundo punto de inflexión en mi vida.
Varios árboles crecieron alrededor de aquella fuente de agua, con ramas rebeldes que se extendían hacia el cielo. Sus hojas eran de un verde claro, ligero. Reposaban en la tierra como guardianes que observaban silenciosamente el paso del tiempo. Sentí de pronto, una sensación de paz, de una extraña pertenencia.
Las montañas se alzaban poderosas y firmes alrededor del pueblo. Sus cumbres, cubiertas de nieve, brillaban bajo el sol, creando un espectáculo de luz y sombra. El deshielo del invierno había creado vertientes, formando cascadas errantes que descendían por las laderas de las montañas.
El pueblo al que había llegado guardaba cierto misterio. Parecía lejano, distante, como si estuviera envuelto en niebla. Yo era un cuerpo extraño en su grandeza.
Aquel lugar tenía la medida justa, como si hubiese sido diseñado con precisión para caber en mi memoria. Las calles serpenteaban llevándome a rincones desconocidos y maravillosos.
Decidí quedarme y me permití ser. Ser parte de la naturaleza, ser parte del cambio, ser parte de la vida.
Fue en la primavera del año 2010 cuando decidí hacer de ese lugar algo similar a un hogar.
Recuerdo aquel día como si fuera ayer, el aire fresco de la primavera, el canto de los pájaros. Aquella primavera estaba llena de vida, llena de todo.
Y ahora, me doy cuenta de que las cosas no han cambiado tanto desde aquel entonces.
Cada primavera, cuando veo los primeros brotes en los árboles y escucho el canto de los pájaros, me transporto de nuevo a ese año.