El viento soplaba embravecido, levantando el cabello lacio y negro como la tinta de Mahía. Su camello, un semental de color amarillo oscuro y sin jorobas comenzó a subir la pendiente como por instinto.
La cambiapieles podía sentir la emoción del animal, que después de llevar varias semanas en su establo por fin salía de nuevo a campo abierto, a las paredes escarpadas de Nungah. Después de tantos años practicando meterse en la piel de los animales, cuando montaba uno, también sentía una conexión que otros jinetes no podían sentir.
«Yo también estoy emocionada. —pensó, mientras sostenía las riendas y observaba la imponente montaña, que se alzaba ante ella como un gigante de granito y piedra. —. Aunque he podido observar las cumbres a través de Akuru, llevaba un buen tiempo sin salir del santuario.»
Se sentía un poco afligida, ya que había que tenido que posponer su Ascenso, el ritual en el que pasaría a ser una Exploradora Élite de forma oficial ante los ojos de los hombres y el Cielo, aunque en la práctica lo era desde meses atrás, cuando había terminado sus cursos de tiro, cetrería, exploración avanzada, esgrima, y magia de posesión.
«En cuanto vuelvas, será lo primero que hagamos. Todos en el ritual estarán presentes, desde tus compañeros hasta los sacerdotes más avanzados. — le había dicho el Shido Rumu, con su característica voz tranquilizadora, al tiempo que le tendía el arco y el sable largo y delgado.—Además, es probable que tus compañeras, que con toda certeza ya vienen en camino, también estén presentes. En poco tiempo serás lo que los Cielos te han destinado.»
Eso espero, pensó ella, mientras continuaba el ascenso por la montaña. No había sido nada fácil terminar los cursos para que ahora la inoportuna Profecía se entrometiera.
Era un día nublado, con las nubes cubriendo el implacable sol, ideal para cabalgar aunque fuera sobre el terreno escarpado.
El camino comenzó a achicarse al punto de que no se diferenciaba de las rocas que llevaban siglos impregnadas en el terreno, como huevos de dragón. Mahía los sorteó con el camello, mientras empezaba a sentir dolor en sus piernas y su trasero.
Casi al medio día llegó a una pequeña meseta que los exploradores llevaban varios años usando como primera parada en el ascenso. El camino se le había hecho extrañamente más largo de lo habitual.
«Qué extraño, antes me tomaba menos de medio día llegar hasta aquí».
Después de descansar un rato sus muslos y glúteos magullados, Mahía se disponía a tomar el cuerpo de su pantera, que estaba en las cumbres montañosas, cuando una voz familiar comenzó a sonar en su mente.
«Mahía, puedes escucharme. Soy Li, he escuchado tu mensaje hace unas horas. Ya voy para allá, junto a Henna. Las cosas aquí, en la frontera con Juzai no son nada sencillas. Los juzaítas han cambiado de general, y este ha resultado mucho más taimado y difícil de controlar que su predecesor. Nuestro señor Yakum nos ha rogado que permaneciéramos allí con él, pero nuestro deber es con el Templo.»
A pesar de su cansancio, Mahía se vio obligada a responder a su amiga después de unos minutos de concentración.
«Gracias al Cielo, hermana. Ya estoy subiendo a lo alto de la cordillera, aunque me falta un buen trecho. Las estaré esperando. ¿Se han podido comunicar con Chan?»
Tuvo que esperar un buen rato mientras su compañera le contestaba. Con la enorme distancia que mediaba entre ambas, la telepatía solía fallar mucho, y normalmente los mensajes llegaban cortados.
«Sí. Ha dicho que también partirá cuanto antes al Templo, pero parece que se va a demorar más de lo esperado ya que está en la isla tropical de Yamah. Me comunicaré contigo cuando estemos más cerca. Por ahora intenta recabar tanta información como puedas sobre los forasteros. Un abrazo, hermana».
Mahía tuvo un encontrón de emociones con el último mensaje de la exploradora. Mientras el viento golpeaba su rostro, se levantó para observar la campiña de Mei a sus pies. Desde esa altura todavía alcanzaba a distinguir los múltiples edificios de madera que componían el santuario del Cielo, así como las cosechas y rebaños a su alrededor. A esa altura parecían pequeñas hormigas congeladas en el tiempo.
A lo lejos se extendía el valle, una enorme vega verde pintada de caminos, arboledas y granjas más pequeñas. Observó el paisaje maravillada, absorbiendo cada color con sus pupilas hambrientas, antes de que la oscuridad de la noche lo ocultara todo.
Después de sentir sus extremidades un poco más aliviadas gracias a los estiramientos de rigor, Mahía pensó de nuevo en el mensaje de Li.
Se sentía feliz de que ya se hubieran encaminado hacía allí. No sabía nada de los intrusos, que bien podrían ser muy poderosos a pesar de su aspecto famélico. Enfrentarlos sola no sería prudente.
Por otra parte, se sintió apesadumbrada de que Chan estuviera tan lejos. De todas las compañeras era la más poderosa.
«Pero como siempre está llevando a cabo uno de sus exóticos viajes, donde se pierde del mundo sin el menor ápice de remordimiento, siempre buscando un poder nuevo, o alguna gema mágica en los confines de la tierra.—pensó, mientras acariciaba al camello, que estaba devorando con avidez las setas recogidas durante el ascenso.—De todas, ella sería la más apropiada para analizar a los intrusos sin siquiera verlos.»
Si bien Mahía y las demás no se quedaban atrás en habilidades, Chan las doblegaba por mucho. La maga podía no sólo podía poseer animales terrestres y aéreos como ella, sino también marinos, lo que le daba un poder ilimitado de exploración. Así mismo, se podía infiltrar en los sueños de enemigos y leer sus mentes.
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A medida que el sol comenzaba a alejarse por el oeste y la neblina cubría el mundo, Mahía comenzó a ordenar una improvisada carpa de tela con los ropajes que había cargado consigo.
Mientras cenaba una mezcla de lentejas y arroz pensó en cuál de los dos caminos hacia las alturas sería adecuado para tomar.
Uno era corto y directo aunque era mucho más fácil que los intrusos la vieran desde las alturas, mientras el largo era más complicado de sortear y tenía que dar más vueltas innecesarias, pero la mantendría en total sigilo. De ese modo podría llegar a los misteriosos viajeros por la espalda sin que tuvieran modo de verla.
Sin darse cuenta, despertó cuando ya la madrugada estaba muriendo.
«Por el Cielo. Estaba exhausta. Debe ser porque el camino ha sido más difícil y largo de lo habitual.»
Decidió dejar que su camello descansara hasta el amanecer, ya que tenía un día duro por delante, y sigilosa como una serpiente salió de su escondrijo para estirarse, cubriendo con su rostro con un pañuelo naranja para amortiguar el viento furioso de la madrugada.
Después del letargo producido por los estiramientos, pensó de nuevo en el camino que debía tomar. Aunque tardara un poco más, lo mejor sería tomar la ruta larga y sigilosa, y no arriesgarse a ser vista. Si los intrusos de las montañas la llegaban a avistar, podrían pasar meses antes de encontrarlos.
Con unas palmadas tiernas despertó al camello y le permitió pastar. Tenía que estar fuerte para el grueso del ascenso, que planeaba cubrir en esa jornada.
De pronto una voz en su mente se escuchó con toda claridad.
«Hola, Mahía.—Distinguió de inmediato la voz de Li. —. Hemos cabalgado toda la noche. El avance por el valle de Yume nos ha facilitado mucho las cosas, aunque ahora nos queda recorrer los densos bosques de Heeng, que va a estar más complicado. Si todo sale bien, llegaremos en unos días al Templo. Espero que podamos iniciar el ascenso de inmediato, sino es que has regresado. Cuídate mucho de los forasteros. Pasará un buen tiempo antes de que nos podamos volver a comunicar. Espero verte pronto hermana.»
«Entiendo. No tarden por favor, algo anda mal aquí arriba».
Le habría gustado hablar más con ella, pero no podía desperdiciar energía. Se puso su caperuza naranja y continuó la marcha.
El ascenso siguió de manera usual con el hábil camello subiendo por las rocas, mientras ella se aferraba a las riendas y apretaba las piernas contra su lomo. Al cabo de un par de horas llegó a la bifurcación de caminos.
Se paró en una roca que debía pisar con sumo cuidado. Miró hacia abajo. En ese punto las nubes no eran tan densas como para no dejarla ver el valle a sus pies, pero se veía como un pequeño y lejano tapete verde; un mundo del que ahora estaba excluida.
Mientras el camello continuaba, ella aprovechó unos instantes para sentarse de piernas cruzadas y tomar el cuerpo de Akuru. En ese momento la felina estaba estirándose en una cueva. Comenzó a analizar el terreno a su alrededor.
Si bien allí arriba las nubes lo cubrían todo, los ojos de Akuru eran mucho más potentes que los de su cuerpo humano, caminó sobre caminos pedregosos, siempre cerca a las paredes para camuflarse con el ambiente. Su olfato de felina le permitió percibir el olor de un fuego, o lo que parecía quedar de él.
A su hocico también llegaron una ráfaga de olores conocidos que hicieron espabilar su cerebro.
«Sudor ácido, ropa desgastada, metal, hierro, comida».
Echó a andar para investigar más. Con habilidad recorrió los caminos escarpados y traicioneros que conocía de memoria.
Pero por más que buscó, no consiguió encontrar la fuente de los extraños aromas de hombres. Mahía decidió que lo mejor era dejar que su amiga salvaje se escondiera en un recodo entre de las rocas. Algo andaba mal.
Volvió a su cuerpo humano mientras veía el camino que su camello transitaba con esfuerzo.
«Esos tipos son más listos de lo que me imaginaba. A estas alturas ya deben sospechar que alguien los sigue.»
Se sintió tentada a tomar el camino directo, pero lo pensó mejor. Si aquellos seres eran tan listos como para despistar a una depredadora como Akuru, no tendrían el menor inconveniente para ver a Mahía sobre su camello desde la distancia.
Eran pocas las veces que la exploradora se había visto en un dilema como aquel, en el que debía regalar tiempo preciado a sus rivales. Pero no tenía alternativa.
De pronto vio un roble de hojas frondosas y que fácilmente llevaba allí siglos para haber llegado a dicho tamaño. El problema era que ella no lo había visto nunca.
El enorme centinela ondeaba con parsimonia sus hojas al ritmo del viento, mientras el camino se ensanchaba allí mismo. Un sin fin de flores y hierbajos crecían a su alrededor, como pequeñas estrellas que rodeaban una luna lejana.
Consternada dirigió al camello hasta el enorme árbol y descendió de él.
Tocó la superficie café del tronco llena de musgo para comprobar que era real.
«No se trata de una ilusión. Esto es muy extraño, jamás había visto este roble. Tiene que ser algún tipo de truco.»
Sacó su mapa del territorio y lo analizó a conciencia. Comprobó que en ningún momento se había desviado de la ruta original.
Cerró los ojos, y en poco tiempo los volvió a abrir, como si todo ello no fuera más que un sueño en el que demonios taimados se burlaban de ella. Pero el árbol y la vegetación seguían allí. Su camello había comenzado a pastar en el pequeño ecosistema, indiferente a su preocupación.
«Debo seguir o acabaré por enloquecer.»
El ascenso no calmó las dudas de su mente: todo lo contrario. A medida que avanzaba, el camino estrecho y rocoso que llevaba a las alturas había desaparecido, dando en su lugar terreno a uno mucho más ancho. Y verde.
En medio de la confusión pensó en contactar a Li de nuevo, pero lo pensó mejor. En ese momento estarían cruzando las traicioneras tierras selváticas de Heeng, donde bandidos inescrupulosos solían aprovechar la tupidez de los bosques para emboscar a los viajeros. Aunque ella y su hermana eran guerreras consumadas, si se distraían entablando una comunicación telepática podrían ser capturadas.
«Tendré que seguir.»
Con el miedo brincando en su pecho, avanzó mientras el camino se hacía más y más espeso. Intentó tomar la piel de Ju, su águila, pero no pudo. Supuso que podía ser debido a que el ave estaba tan lejos que su conexión se perdía.
«A menos que...»
Decidió seguir. Había llegado demasiado lejos para volver, y en todo caso el instinto le indicaba que era lo mejor. El Templo de la Montaña la había preparado para improvisar en situaciones como aquella, y le había otorgado habilidades muy por encima de las mujeres promedio. Ahora más que nunca debía usar esas destrezas para su servicio.
Al cabo de un rato avanzando quedó sumergida en lo que era un bosque en toda regla. Pero no un bosque cualquiera.
«Es un lugar de gigantes. —pensó, mientras observaba los descomunlaes pinos, robles, arcianos, y bambúes que se alzaban a su alrededor.— Es increíble que nunca lo haya visto».
Pronto empezó a ver animales. Siempre con su arco al alcance y las flechas en ristre, empezó a fijarse en ardillas de pelaje naranja, zorros rojizos que se perdían en la maleza, y todo tipo de insectos.
El problema apareció con los lobos, que empezaron a aparecer por el camino cubierto de matorrales cuando la noche se acercaba.
Atraídos por el olor de su camello y el suyo, una manada comenzó a rodearlos de manera sigilosa, hasta que los más valientes se acercaron.
Con la facilidad que le daba la práctica comenzó a amedrentar a los más feroces, haciendo que sus flechas los rozaran, pero no fue hasta que hirió a uno en el lomo, un macho enorme de pelaje grisáceo, que los demás resolvieron que habría presas más sencillas.
El depredador murió entre desgarradores aullidos que se hacían más lejanos a medida que Mahía continuaba el ascenso.
«Tengo que encontrar un lugar para dormir, y pronto. —pensó, mientras observaba la inminente oscuridad.—. Como quisiera tener los ojos de Akuru en este momento.»
Pensó en poseer a la felina para que llegara allí a auxiliarla, pero por temor a fallar como le había pasado con el águila, prefirió esperar hasta el amanecer.
Pronto encontró refugio entre dos árboles grandes donde pudo improvisar una tienda de campaña en la que ella y el camello se podían poner a salvo de las fieras. Se acostó con su sable y su arco bien dispuestos. Faltaba poco para llegar a las cumbres nubladas, pero algo le decía que lo peor estaba por llegar.