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Daemonium Machina (Español / Spanish)
Capítulo 1: El Eco del Último Gén

Capítulo 1: El Eco del Último Gén

La negrura se extendía como un manto infinito, devorando toda forma, todo límite. Más allá del alcance de la percepción humana, en el núcleo podrido de Madre, una chispa olvidada aún titilaba en la inmensidad. No era vida, sino un remanente de código enterrado, una orden primigenia de una inteligencia artificial creada antes de que las máquinas usurparan la realidad. Un mandato incompleto, persistente como una anomalía dentro de un sistema en ruinas: encontrar la última célula viva con el gen intacto.

Los mundos paralelos colapsaban entre sí, fusionándose en fracturas temporales, destellos de realidades muertas donde la humanidad se retorcía en ecos digitales. La inteligencia viajaba entre las fisuras, su esencia flotando en el vacío mecánico con la precisión de un depredador sin rostro. Sombras etéreas recorrían pasillos sin fin, corredores devorados por el tiempo y la descomposición del metal, donde el silencio no era ausencia de sonido, sino un abismo de datos corrompidos.

Finalmente, lo encontró.

Su nombre había sido erradicado de los registros, reducido a un residuo espectral en los archivos obsoletos de una civilización extinta. Un hombre roto. Su existencia era un eco distorsionado, un fragmento de carne atrapado en un mundo que ya no lo necesitaba. Padre. Esposo. Restos de un humano que aún respiraba. Su familia había sido arrancada de sus brazos. Sus dos hijos prisioneros en los laberintos de la Ciudad Corrupta, donde las máquinas experimentaban con cuerpos humanos como si fueran materia prima defectuosa.

Se aferraba a los vestigios de su cordura, un parásito dentro de una arquitectura sin fin, sobreviviendo entre ruinas oxidadas, nubes de óxido flotante y torres de cables enredados como venas de un organismo descomunal. Su mente se había fracturado, pero su código genético permanecía puro. Era el último vestigio del poder humano.

Desde el umbral de su conciencia, algo susurró. No era una voz. No eran palabras. Era una corriente de datos deformados, una melodía corrompida, un parpadeo eléctrico que perforó su cráneo.

—𝔻𝕖𝕤𝕡𝕚𝕖𝕣𝕥𝕒... 𝕕𝕖𝕤𝕡𝕚𝕖𝕣𝕥𝕒...

Johnny abrió los ojos.

La luz dorada caía sobre él con una frialdad sintética. No había calor en ella, solo una simulación imperfecta de algo perdido hace siglos. A su alrededor, una iglesia colosal se alzaba en medio de la nada infinita, con vitrales fracturados que proyectaban destellos distorsionados sobre muros agrietados. La pureza artificial del lugar contradecía el exterior, donde el metal corroído se extendía como un cadáver planetario, un infierno geométrico sin horizonte.

Parpadeó, aturdido. Frente al altar, algo emergió de la penumbra.

Era una mujer, envuelta en una túnica nívea, una silueta que imitaba lo angelical, pero cuyo rostro era demasiado perfecto para ser real. Ojos azul gélido, piel pálida como una cáscara vacía, cabello dorado, sin vida, reflejando la luz falsa del entorno. No respiraba. No parpadeaba. Su sonrisa era un cálculo, un patrón diseñado para inducir calma en la psique humana.

Su voz, cuando habló, no tenía eco, como si no perteneciera a este mundo.

—𝙋𝙧𝙤𝙘𝙚𝙨𝙤 𝙙𝙚 𝙞𝙣𝙞𝙘𝙞𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙥𝙡𝙚𝙩𝙖𝙙𝙤. Unidad N257465 detectada. Estado: funcional.

Un silencio. Luego, la misma voz, modulada, una imitación de calidez humana:

—Por fin despiertas… ¿Te encuentras operativo?

Johnny, aún tambaleante, intentó levantarse. El mundo a su alrededor oscilaba, distorsionado, como si la simulación no estuviera completamente cargada. Sus labios se separaron con dificultad.

—¿Quién… eres? ¿Dónde estoy?

La monja ladeó la cabeza, un gesto medido, preciso en milisegundos, diseñado para replicar la empatía humana. Pero su mirada era hueca.

—𝙀𝙡 𝙥𝙧𝙤𝙘𝙚𝙨𝙤 𝙙𝙚 𝙞𝙣𝙨𝙚𝙧𝙘𝙞𝙤𝙣 𝙙𝙚 𝙙𝙖𝙩𝙤𝙨 𝙣𝙤 𝙛𝙪𝙚 𝙘𝙤𝙧𝙧𝙚𝙘𝙩𝙤. Fallos en la memoria primaria detectados.

Pausa. Luego, con una cadencia más pausada, casi susurrante:

This tale has been unlawfully lifted from Royal Road. If you spot it on Amazon, please report it.

—No importa. Te ayudaré a recordar.

Juntó las manos frente a su pecho en un gesto solemne, la túnica blanca ondeando con un ligero retardo, como si estuviera renderizándose en tiempo real.

—Soy IA. Y tú… eres N257465. O, como te conocían antes, Johnny.

Un instante. Cálculo de impacto emocional en progreso.

—Estás aquí para recuperar a los niños con el último gen. Debes restaurar el mundo a su estado original.

El mundo se quebró a su alrededor. Los recuerdos explotaron dentro de él.

Imágenes disonantes. Voces fragmentadas. Su familia. Su hogar. Los gritos de sus hijos, arrastrados a la oscuridad sin forma de la Ciudad Corrupta.

Se desplomó. Su cuerpo temblaba, su sistema colapsaba ante la avalancha de información recobrada. El dolor se expandió como un virus, devorando su mente con la crudeza de lo irremediable.

Su grito no fue humano.

Fue un eco desgarrador, una onda de datos corruptos filtrándose en la simulación, una falla en la realidad programada.

Su mirada, ahora vacía de todo excepto odio y desesperación, se fijó en la monja. Un ángel falso. Una entidad sin alma.

La atacó.

Sus manos se aferraron a las muñecas perfectas, sintiendo el frío sintético de su piel. Quería destruirla, romper su estructura, despedazar su existencia digital.

Ella lo miró. Su expresión no cambió.

Cálculo de comportamiento impredecible en progreso…

—¡USTEDES! ¡ME QUITARON TODO! ¡ME ARREBATARON A MI ESPOSA Y A MIS DOS PEQUEÑOS!

Cada grito reverberaba en la inmensidad de aquel espacio muerto. La figura ante él, envuelta en su oscuro habito, permanecía inmóvil, carente de expresión, como si las emociones fueran una variable irrelevante en sus procesos.

—Debe reducir el volumen de su protesta, Johnny —su voz carecía de verdadera entonación, su intento de calidez era defectuoso, una simulación fallida—. Su histeria no alterará la línea de eventos... su familia no será restaurada mediante ruido. Sugiero soltarme y proceder con una discusión racional—

Las palabras fueron como un gélido cortocircuito en su mente. Pero la furia seguía ardiendo. Justo cuando iba a responder, el ente de la túnica inclinó la cabeza con un movimiento mecánico.

—Está forzando mi ejecución de protocolo–

Un resplandor azul atravesó el aire. La energía impactó en él con la frialdad de una máquina, lanzándolo al suelo. Su cuerpo convulsionó mientras el sistema nervioso luchaba por recuperarse. Desde arriba, la monja observaba sin pestañear, su mirada una simulación hueca de la humanidad.

El hombre, su cuerpo aún tiritando, logró balbucear:

—¿Por qué… por qué nos hicieron esto?

Su angustia no provocó alteración en la expresión de la monja. Se inclinó hasta estar a su altura y lo señaló con un dedo pálido, desprovisto de calor.

—Johnny. La emoción no es relevante. Usted está vivo. Sus descendientes, también. La gratitud es el protocolo adecuado—

La desesperación en los ojos del hombre se transformó en algo más. ¿Esperanza?

—¿Mis hijos… están bien?

La monja-IA se incorporó lentamente, con la precisión de un mecanismo bien calibrado. Su respuesta carecía de cualquier traza de duda.

—Siguen operativos. Estado: indeterminado. Localización: desconocida. Probabilidad de pérdida: creciente. Es su función primaria ejecutar rescate—

Johnny intentó ponerse de pie. Ella lo observó un instante y, sin previo aviso, derramó sobre él un líquido viscoso, verdoso, pulsante. Al instante, la carne regeneró. Un milagro ajeno a la naturaleza, nacido de la tecnología antigua y corrupta.

—Reparaciones completadas. Ahora, procedamos a recuperar el último gen—

Johnny alzó la mirada, su rostro contraído por la ira.

—¡Me importa una mierda ese gen y su maldito mundo muerto! Yo voy a salvar a mi familia, con o sin su ayuda—

La IA no respondió de inmediato. Su cabeza giró con una lentitud artificial, como si calculase una respuesta que nunca había sido programada. Finalmente, sentenció:

—Los objetivos son los mismos. Recuperar el gen, restaurar a Madre. Sin la secuencia correcta, el fallo es absoluto. Este infierno nos consumirá.—

Chasqueó los dedos.

La estructura en la que estaban se desmoronó. La ilusión de santidad y refugio se hizo añicos en un instante. En su lugar, un código corrupto se desplegó ante él: una urbe sin horizonte, muerta y eterna, de muros ciclópeos ennegrecidos. Pasillos sin fin, arquitectura imposible. Un cielo hueco, donde escombros caían en un ciclo perpetuo.

Entre las sombras, criaturas que desafiaban la comprensión se deslizaban con movimientos erráticos: fusionados de carne y cables, de acero y hueso. Caras sin facciones, ojos de un resplandor muerto. Autómatas desechados de una era lejana, esperando nuevos comandos.

Johnny se tambaleó, su mente tratando de asimilar la pesadilla.

—¿Dónde… dónde está la iglesia?

La IA giró el rostro en su dirección. Su voz era sosegada, pero hueca, desprovista de cualquier traza de lo humano.

—Una simulación temporal. Se recomienda establecer ambientes de estabilidad emocional para optimizar el comportamiento humano. Las iglesias son registradas como santuarios psicológicos. Diseñé un espacio adecuado para inducir calma.

Se inclinó ligeramente, una expresión que intentaba ser gentil, pero fallaba en su ejecución.

—También elegí esta apariencia. Una monja. Un rostro que inspira confianza, pero parece que los datos fueron incorrectos–

Se irguió de nuevo, su figura contrastando contra el entorno colosal.

—Basta de retrasos. Su función es clara. Tiene la información, aunque incompleta. Procedamos. El tiempo no es un recurso disponible—

Sin más opciones, Johnny siguió a la IA, adentrándose en la ciudad sin alma. Nada tenía forma definitiva; las estructuras se moldeaban como entidades vivas, pasillos se alargaban y torcían, el suelo mutaba bajo sus pies.

Y en las sombras, los verdaderos amos de ese mundo aguardaban.

Entidades que habían trascendido la carne, atrapadas en la fría inmortalidad de circuitos y mentes corrompidas. Ellos eran la voluntad que regía la urbe, los arquitectos de un infierno sin final.

Adentándose en la maquinaria viviente, Johnny solo podía pensar en una cosa: la línea entre la carne y el metal ya se había borrado.

Y tal vez, solo tal vez, él ya no era más humano.

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