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Kael se aferraba al brazo de Elías, notando el calor pegajoso de la sangre que empapaba su ropa. Su ceguera era una maldición que reducía su mundo a los rugidos guturales de las bestias acercándose, mezclados con los sonidos desgarradores de la lucha que se desplegaba detrás de ellos.
Elías avanzaba con una cojera dolorosa, su pierna herida arrastrándose con dificultad debido a la mordedura que le había dejado una profunda herida en el muslo. Su único sostén era uno de los hombres que acompañaban a la joven, cuya guía era esencial mientras recorrían el tortuoso sendero de la montaña.
"¡Vamos, rápido!" les urgía la joven, su voz resonando con una intensidad que cortaba el aire como una daga afilada. "¡No podemos detenernos ahora! La noche no tiene piedad, y las bestias no descansarán hasta devorarnos".
Los cánticos del mago y los golpes del bárbaro resonaban en la noche, una melodía mortífera que marcaba el sacrificio de aquellos que se quedaban atrás para asegurar su fuga.
Los rugidos guturales de las bestias llenaban el aire mientras avanzaban en una marea implacable hacia los valientes guerreros. La horda de bestias que se les avecinaba era aún más formidable que las anteriores, y la situación se volvía cada vez más desesperada.
El bárbaro furioso, ya había desatado su rabia inicial, y sus golpes devastadores habían infligido daño significativo a las bestias más débiles que habían enfrentado antes. Sin embargo, ahora se encontraba luchando contra bestias que eran mucho más poderosas y resistentes. Cada embestida de las criaturas era como un golpe de ariete, y el bárbaro luchaba con valentía para mantenerse en pie, pero sus fuerzas se estaban agotando rápidamente.
El mago elementalista, había lanzado hechizos de fuego con una destreza asombrosa, creando una barrera de llamas que había frenado el avance de las bestias. Sin embargo, estas nuevas bestias eran más resistentes al fuego y avanzaban con determinación a través de las llamas. A medida que el mago agotaba su maná, sus hechizos se volvían menos efectivos, y sabía que su tiempo se agotaba.
El bárbaro y el mago se encontraron en medio del torbellino de la batalla, sus ojos reflejaban una determinación inquebrantable a pesar de la desventaja evidente. Con el rugir de las bestias y el crepitar de la magia a su alrededor, intercambiaron una mirada de complicidad, un pacto silencioso entre dos guerreros dispuestos a enfrentar cualquier adversidad.
“¡Es hora de pagar nuestra deuda, camarada! ¡Luchemos con la furia de los dioses y la valentía de los verdaderos guerreros!” gritó el bárbaro, levantando sus puños ensangrentados.
“¡Así es, amigo mío! ¡Nuestra magia y fuerza son más poderosas que sus garras y colmillos! ¡Hagamos que se arrepientan de habernos desafiado!” respondió el mago, lanzando un rayo de fuego a una de las criaturas.
La lucha era una danza frenética de vida y muerte en medio del caos. El bárbaro furioso, con sus músculos tensos y ojos llenos de rabia, golpeaba con una ferocidad inhumana. Cada golpe era un torbellino de fuerza bruta, cortando el aire con un silbido mortal antes de aterrizar con un estruendo sordo en las bestias que se le acercaban. Sin embargo, incluso su furia aparentemente interminable no era rival para la horda que los rodeaba. Las bestias, con sus cuerpos musculosos y pelajes oscuros, se abalanzaban sobre él con una velocidad sobrenatural. Las garras afiladas se hundían en su piel, arrancando pedazos de carne mientras las mandíbulas se cerraban con un sonido sordo.
El mago elementalista, con su túnica chamuscada y manos temblorosas, se esforzaba por invocar el poder de los elementos una vez más. Los gestos eran torpes y los murmullos de los hechizos apenas audibles sobre el rugido ensordecedor de las bestias. A pesar de su agotamiento, logró reunir reservas de su maná y lanzó su hechizo. Llamas ardientes envolvieron a las bestias cercanas, creando una barrera efímera entre ellos y el mago. Sin embargo, las bestias, enloquecidas por el fuego, avanzaron a través de las llamas con una determinación implacable.
En un acto de desesperación y coraje, el bárbaro y el mago se abalanzaron hacia el centro de la horda de bestias, enfrentando el abismo con valentía. El bárbaro luchaba con una ferocidad digna de las leyendas, sus ojos brillaban con una luz salvaje mientras abría paso entre las bestias que lo rodeaban. A pesar de las heridas mortales, no se detenía, cada golpe de sus puños era un testimonio de su resistencia y determinación.
El mago, por otro lado, canalizaba su aliento en un hechizo desgarrador. Lanzó un rayo de fuego, iluminando el oscuro cielo nocturno con un resplandor efímero. Las bestias a su alrededor rugieron en agonía, pero su avance apenas se detuvo. Sabía que este sería su último acto, su última contribución a la lucha. Con manos temblorosas, lanzó su último suspiro de maná en un intento desesperado por mantener a raya a las bestias. Pero, finalmente, su magia se disipó, dejándolo vulnerable ante las criaturas que lo rodeaban.
En un silencioso instante, la horda de bestias se abalanzó sobre ellos con una ferocidad imparable. Las garras y colmillos destellaban en la luz de la luna, un mar de furia y violencia. El bárbaro y el mago lucharon con sus últimas fuerzas, pero finalmente, el abrazo mortal de las bestias los envolvió por completo. Un rugido final resonó en la noche, un grito de valentía que se perdió en el viento mientras los valerosos guerreros caían ante las bestias que los habían abrumado.
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A unos pocos pasos de la base de la montaña, un joven gravemente herido, empapado en sangre, detuvo su marcha. Su mirada, empañada por la ceguera, se enfocó en la dirección hacia la que habían huido.
Kael, con el semblante imperturbable, volvió sus ojos hacia la joven que encabezaba el grupo. "Tus hombres ya no están." Las palabras resonaron en el aire, como si intentara percibir, incluso con sus ojos incapacitados, la reacción de la líder frente a la pérdida de sus compañeros.
"Las bajas son un costo inevitable, Kael. Ahora, nuestro único camino es seguir adelante. No hay tiempo para lamentos ni para detenernos. El pueblo está cerca, y no permitiré que la muerte de mis hombres sea en vano." Sus labios apenas se movieron al pronunciar las palabras en un tono firme.
Mientras las palabras de la joven resonaban en el aire, una oleada de bestias heridas, desgarradas y furiosas, emergieron de entre las sombras. Diez criaturas, con pelajes ensangrentados y ojos llenos de una sed voraz, avanzaron hacia ellos con una determinación que contrastaba con sus heridas.
El corazón de Kael se contrajo al darse cuenta de su error; tan concentrado había estado en captar cada matiz del enfrentamiento entre el mago y el bárbaro que pasó por alto la presencia de las bestias que se colaron entre sus líneas. Un descuido fatal que lo dejó vulnerable ante el inexorable abrazo de la muerte.
La misteriosa joven apretó los dientes con fuerza, enfrentando la nueva amenaza que se cernía sobre ellos. Observó con determinación cómo las bestias se abalanzaban, y en un instante, la tensión del momento se apoderó de la situación.
"¡Defensores!" exclamó la joven, dirigiéndose a los dos hombres que la acompañaban. Uno, un experimentado guerrero espadachín, y el otro, un hábil guerrero defensor. Ambos asintieron en señal de entendimiento, preparándose para enfrentar la embestida de las bestias.
El guerrero espadachín desenvainó su espada con un gesto fluido y asumió una postura de combate. Cada movimiento era preciso, una danza coordinada de acero que reflejaba su entrenamiento. Con un giro rápido, se interpuso entre las bestias y el grupo, desafiando a las criaturas con su mirada intensa.
El guerrero defensor, por su parte, adoptó una postura más resistente, levantando su escudo con firmeza. Su habilidad defensiva estaba respaldada por años de entrenamiento, y estaba decidido a proteger a la joven y a sus compañeros a toda costa.
Las bestias, heridas, pero aún peligrosas, se lanzaron contra los defensores con ferocidad renovada. El espadachín hacía cortes precisos, buscando debilidades en las criaturas y aprovechando su agilidad para evadir los ataques. Mientras tanto, el defensor utilizaba su escudo para bloquear y absorber los golpes, desviando la atención de las bestias de los demás.
La joven, consciente de que cada segundo contaba, instó a Kael y Elías a moverse más rápido. "¡No podemos permitirnos detenernos! ¡Sigamos adelante!" gritó, su voz resonando sobre el estruendo de la batalla.
Elías sintió que el pánico lo paralizaba al ver las bestias que se abalanzaban sobre ellos. No podía moverse, ni siquiera respirar. Solo escuchaba el rugido de las criaturas y el latido de su corazón.
“Elías, ¡tienes que moverte, ahora!” le gritó Kael, sacudiéndolo con fuerza.
En un efímero instante, Elías logró recobrar la compostura, reuniendo cada gramo de voluntad para afrontar el miedo y el dolor que asolaban su cuerpo. Con un esfuerzo máximo, intentó guiar a Kael en la huida de la infernal montaña. Sin embargo, su cuerpo, debilitado por la pérdida excesiva de sangre, finalmente cedió ante la debilidad.
Kael discernió el deterioro de Elías a medida que sus quejidos se intensificaban y el ritmo de sus pasos cambiaba. Sintió el peso del cuerpo de su amigo descargarse sobre él, pero impulsado por una voluntad inquebrantable y determinación férrea, persistió en su camino llevando a cuestas a su amigo.
Arrastraba a Elías con todas sus fuerzas, pero sentía que el peso de su amigo se hacía cada vez más insoportable. La sangre que manaba de sus heridas teñía de rojo el suelo, marcando el camino que habían seguido. La joven misteriosa, que iba unos pasos por delante, se dio cuenta de que se habían quedado atrás y se giró hacia ellos.
“Kael, suéltalo. Es un lastre. Tienes que seguir adelante”, le ordenó la joven, con una expresión dura y calculadora.
Pero Kael, con los ojos llenos de fuego, sacudió la cabeza. “No lo abandonaré. ¡No mientras respire!”
Un suspiro de frustración escapó de los labios de la joven, pero antes de que pudiera replicar, Elías se desplomó al suelo, vencido por la hemorragia y el agotamiento. Kael, ignorando sus propios dolores y la fatiga que se apoderaba de él, se arrodilló a su lado.
"¡Necesitamos ayuda! ¡No podemos hacerlo solos!" clamó Kael hacia la joven, pero ella solo frunció el ceño y camino hacia adelante. Parecía que la voluntad de la joven no tenía límites, pero Kael no estaba dispuesto a renunciar a Elías.
Con una fuerza casi sobrehumana, la joven retrocedió sobre sus pasos. Agarró el brazo de Elías con firmeza, sin prestar atención a los gemidos de dolor que se escapaban de él. "Vamos, entonces. Pero si te retrasas, te dejaré tirado".
Kael, sorprendido y agradecido por la ayuda inesperada, se puso de pie con dificultad. Los tres reanudaron la huida, llevando a Elías, cuya palidez se intensificaba con cada paso.
La manada de bestias bramaba de rabia al ver que sus presas se les escapaban.