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Elías quedó inmovilizado por el miedo, su mirada fija en las bestias que se acercaban con paso lento. Los latidos de su corazón retumbaban en sus oídos, un tambor frenético que marcaba el paso del tiempo en medio del terror. Intentó tragar saliva, pero su garganta estaba tan seca como la arena del desierto. Era consciente de que debía actuar, de que debía hacer algo para proteger a Kael, pero su cuerpo se resistía a obedecer.
Las bestias se deslizaban entre los árboles como predadores acechantes. El sonido del crujir de las hojas secas bajo sus patas resonaba como una premonición funesta en el silente bosque. Elías deseaba desesperadamente ser invisible, fundirse con la noche y escapar de la mirada de esas criaturas abominables, pero su presencia no pasó desapercibida.
Con pasos sigilosos, trató de retroceder, alejándose de las bestias, pero fue en vano. La luna arrojaba una luz fantasmal sobre el bosque, revelando las grotescas siluetas de las criaturas que lo rodeaban. Entre las sombras, los ojos amarillos de la bestia más grande resplandecieron con una intensidad siniestra al detectar su movimiento. Un gruñido gutural escapó de su garganta.
El aire se volvió denso con una tensión palpable, como si el bosque mismo estuviera a punto de estallar en un frenesí de violencia. Los músculos de Elías se tensaron, preparándose para lo inevitable. La bestia avanzó lentamente, su mirada intensa clavada en él como si pudiera ver cada pensamiento, cada miedo que atormentaba su mente.
Cerró los ojos durante un breve instante, buscando fortaleza en lo más profundo de su ser. Cuando los abrió nuevamente, su mirada estaba colmada de una determinación feroz.
Sin pensar, sin tiempo para respirar, se volvió y huyó, llevando a Kael en sus brazos como su última esperanza. Corrió como nunca lo había hecho antes, sus pies apenas tocaban el suelo mientras las bestias, monstruos nacidos de pesadillas, lo perseguían con una ferocidad que helaba su sangre.
Podía sentir el aliento caliente y rancio de las bestias en su nuca, listas para devorarlos vivos. El sonido de sus garras arañando la tierra resonaba en sus oídos. Cada paso que daba podía escuchar los rugidos guturales detrás de él, como si las mismas fauces del infierno se hubieran abierto para engullirlos.
La oscuridad del bosque se cerraba a su alrededor como un ataúd, cada sombra acechante cobraba vida propia en su mente, alimentando su temor con imágenes horribles. La sensación de impotencia lo aguijoneaba, cada músculo de su cuerpo gritaba por detenerse, pero sabía que detenerse significaba la muerte. La desesperación lo envolvía como una soga, apretándose con cada latido de su corazón.
Mientras cargaba a Kael, Elías buscó desesperadamente una salida, una grieta en la realidad que los llevara lejos de las fauces de las bestias. Pero el bosque parecía extenderse infinitamente, sin ninguna esperanza de salvación a la vista. La respiración de Kael era un susurro frágil en su oído, un recordatorio constante de la responsabilidad que llevaba a cuestas. No podía permitirse fallar.
Cada vez que se tropezaba, cada vez que sentía que sus piernas no podrían llevarlo más lejos, encontraba fuerzas en algún rincón oscuro de su alma y seguía adelante. La necesidad, la pura y simple necesidad de sobrevivir, lo impulsaba.
A medida que corría, las lágrimas se mezclaban con el sudor en su rostro, lágrimas de miedo, de rabia, de tristeza. Pero también había un fuego ardiente en sus ojos, una chispa de esperanza que se negaba a apagarse.
En un instante, la realidad se retorció en un torbellino de terror y desesperación. Apenas tuvo tiempo para gritar antes de que una de las bestias saltara sobre él, derribándolo con violencia al suelo y con Kael todavía en sus brazos. El impacto fue brutal, sacudiendo sus huesos y robándole el aliento.
El sonido de los colmillos chocando contra hueso resonó en el silencio de la noche, acompañado por el alarido de Elías. El dolor, agudo y punzante, se convirtió en su única realidad mientras las mandíbulas de la bestia se cerraban sobre su hombro. La sangre brotó, una flor oscura en la penumbra, mientras luchaba por liberarse del agarre mortal de la criatura. Cada intento de escape estaba impregnado de desesperación, una lucha desigual contra un enemigo que no conocía la piedad.
En ese momento, la injusticia del mundo pesó sobre sus hombros como un yugo insoportable. La vida, que antes había sido un río de esperanza y sueños, se había convertido en un abismo oscuro y sin fondo. En medio de la desesperación, la rabia ardió en sus ojos.
Kael, aún inconsciente, se revolvió en los brazos de Elías, como si su subconsciente captara la tragedia que se desplegaba a su alrededor. Los gritos de dolor llenaron el aire, resonando como un eco desgarrador en el silencio de la noche.
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Las sombras de las bestias se cerraron alrededor de ellos, formando un círculo ominoso de muerte. Elías apretó los dientes con fuerza, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, mientras intentaba proteger a Kael con su propio cuerpo.
"¡Corre, Kael, corre!" tronó la voz de Elías, su grito retumbando en la noche como un rugido desgarrado por el dolor. Quería que Kael despertara y escapara, que se salvara de esta pesadilla que los envolvía, pero el tiempo se agotaba.
En un fugaz destello, Kael emergió de las profundidades de la inconsciencia, como una chispa de claridad que atravesaba la densa niebla de su confusión. En lo más íntimo de su ser, se encendió una voluntad feroz y decidida, una llama intrépida que desafiaba las sombras del dolor y la desesperación. A pesar de que sus ojos seguían sumidos en la oscuridad, su espíritu se erguía con una determinación inquebrantable que resplandecía en su mirada.
Con una fuerza que parecía nacer de un lugar desconocido, se liberó de los brazos de Elías. Guiado por un instinto primal, se arrastró hacia una piedra cercana. Sus manos, temblorosas debido al esfuerzo y el dolor, se aferraron a la roca con una tenacidad sorprendente. Ignorando el tormento que desgarraba su cuerpo, aprovechando cada atisbo de su fuerza interna, se puso en pie con dificultad.
¿Quién habría pensado que vivir en la completa oscuridad se convertiría en mi nuevo estilo de vida?" murmulló Kael irónicamente entre dientes.
Elías, con la visión nublada por el dolor, presenció impotente cómo Kael levantaba la piedra con una determinación férrea en sus ojos ciegos. Con un grito de rabia y desesperación, la arrojó hacia una de las bestias, haciendo que esta retrocediera momentáneamente.
Mientras las criaturas lo observaban, Elías miró a Kael, cuyos ojos ciegos no mostraban ningún rastro de miedo. En su lugar, había una determinación férrea que ardía en su interior.
Elías habló con voz ronca, cargada de dolor y urgencia: "Kael, no podemos rendirnos ahora. Somos más resistentes de lo que crees."
Kael esbozó una sonrisa irónica, su tono cínico apenas perceptible mientras respondía: "¿Resistentes? Parece que estamos atrapados como ratones, ¿no crees? Aunque supongo que es mejor enfrentar la muerte con valentía que esperar pasivamente."
Desde que recuperó la conciencia, Kael había luchado contra la oscuridad de manera inquebrantable. Su cuerpo herido y su visión perdida no lo doblegarían ante la amenaza que tenían delante. Apretó los dientes con firmeza, desafiando a las bestias con la pura fuerza de su voluntad.
Las bestias, sedientas de sangre y guiadas por un instinto salvaje, se abalanzaron sobre ellos en un frenesí de violencia implacable. Elías no pudo evitar soltar un grito de angustia cuando sintió los colmillos afilados de una de las criaturas hundiéndose en su pierna, desgarrando su carne con la ferocidad de un depredador. El punzante dolor se extendió por su cuerpo como un relámpago, mientras su figura se contorsionaba en una mezcla de terror y sufrimiento.
Mientras tanto, Kael, indefenso y a merced de las bestias, se convirtió en su juguete sádico. Las criaturas se movían a su alrededor con una mezcla de ferocidad y regocijo, como si supieran que tenían a su presa en la palma de sus garras. Cada uno de los movimientos de Kael para defenderse resultaba inútil y desesperado.
Sus ojos, privados de la vista, sentían el escalofrío de la anticipación malévola que se cernía sobre él. Sus manos buscaban frenéticamente un resquicio de esperanza, un arma o algo que pudiera usar para detener el tormento que estaba por venir. Pero, en lugar de encontrar un salvavidas, solo encontraban el vacío desesperanzador del aire.
En medio de la oscuridad absoluta, el asalto brutal de las bestias se desarrollaba como una danza macabra, donde Kael era el protagonista involuntario. Cada arañazo, cada mordisco, era como un instrumento de tortura que tocaba una melodía de sufrimiento.
Justo cuando las bestias parecían estar a punto de poner fin a la tortura de Kael, un giro milagroso aconteció. Fue un suspiro en el tiempo, un parpadeo en el abismo de la desesperación. Un segundo más, y las fauces de las bestias habrían terminado con él.
En un acto de gracia, una tormenta de flechas de fuego descendió del cielo, atravesando el aire con una furia incandescente. Impactaron en las criaturas con un estruendo ensordecedor, y los aullidos de dolor llenaron el oscuro escenario.
El calor abrasador de las llamas se entrelazaba con el penetrante aroma de carne chamuscada, creando una atmósfera tensa y cargada de desesperación. Las bestias, en medio de su agonía, aullaban con un desgarrador sonido que se entremezclaba con el crepitar incesante del fuego devorándolas.
Cada flecha de fuego que se hincaba en las criaturas resonaba en sus oídos como un eco de redención. El aire se llenaba del silbido de las llamas consumiendo las escamas de las bestias, y la sensación de alivio se fundía con la confusión mientras luchaban por comprender quién o qué los estaba rescatando.