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Capitulo 1: Antes del Infinito

El calor había golpeado su piel aquel día, y sus tímpanos no dejaban de sonar en un pitido molesto mientras que le dolían. La sangre en el rostro de su madre fue la peor parte.

Cuando Isaac tenía 6 años ocurrió el evento que definiría su vida por siempre. Iba de viaje con sus padres biológicos, Margoth e Ilai, desde Valparaíso hacia Santiago. Fue cuando iban por la ruta 68 cuando un terrible accidente vehicular causó la muerte de ambos, siendo él la única persona que sobrevivió de milagro sin herida alguna. "Fue solo un accidente" se repetía hasta los 17 años.

Aún recuerda el rostro de su madre. Una mujer de cabello color rojo fuego y ojos castaños, mirándole mientras que él lloraba intentando procesar que había pasado. De alguna forma llegaron al asfalto, mientras que sangre bañaba el rostro de ella, estirando su brazo hacia su hijo con una sonrisa que se retorcía por el dolor. Y sus últimas palabras lo atormentaron por el resto de su vida.

—Isaac... por favor... se libre...—antes de que su cuerpo se rindiera, y nunca más despertase.

Isaac se había quebrado, llorando a mares, gritando por su madre para que despertase, queriendo que ella le diga que todo iba a estar bien. No comprendía qué estaba pasando, solo sentía dolor, uno que detestaba, uno que quería que se fuese, y su madre no le respondía, no le abrazaba para que sintiera que estaba seguro y que todo estaría bien. Estaba completamente asustado, con temor, sentía que estaba en peligro, uno que su joven mente no era capaz de comprender. Entonces, alguien lo tomó y lo sacó del lugar. El resto de la memoria de ese día está en negro, como si la luz de una habitación se hubiese apagado y no recordase que hiso su cuerpo durante un buen tiempo..

Fue poco después que se vio entregado a un detective de la PDI llamado Roberto, quien resultaba ser amigo cercano de Margot e Ilai. Este lo adoptó cuando se enteró del accidente y luchó por todo lo que pudo para que le entregasen la custodia del niño, a pesar de ser un hombre soltero. De alguna forma logró hacer que legalmente quedase como su cuidador, dejando al pequeño de 6 años bajo su tutela, estando bajo su brazo por los siguientes 11 años.

Hasta cuando cumplió los 18 años, Isaac solía despertarse de vez en cuando en medio de la noche, sudando y gritando. Roberto vio un par de veces eso, pero Isaac nunca le explicó el por qué, indicando que solo tuvo una pesadilla. A la larga se volvería algo que ocurría de vez en cuando, pero que su padre adoptivo no vio de manera seguida.

Gran parte de ese tiempo, Isaac sufrió en silencio la pérdida de sus padres. Apenas comentaba cómo se sentía al respecto, y no es como que tuviese gente para hacerlo. Roberto acostumbraba a desaparecer por semanas, lo que causaba que se quedara solo a su suerte en la casa durante mucho tiempo. Aunque, quizás para evitar que muriera de hambre y negligencia, le enseñó a cocinar y a cuidarse a sí mismo. Logró aprender a ser independiente, apenas necesitando que alguien lo cuidase, pero claramente sufría de una soledad increíble y preocupante.

Cuando él estaba presente no era como que lo disfrutara tampoco. Lo inscribió en una clase de artes marciales, específicamente Karate, y lo obligaba a tomarse en serio su entrenamiento, indicando que algún día lo agradecería. El maestro que enseñaba y entrenaba veía gran potencial en él, como si tuviera una capacidad natural para luchar y mejorar sus habilidades, pero Roberto prohibió que participará en torneos y eventos de gran calibre. Ni su maestro ni Isaac entendían el por qué.

En otras ocasiones, lo llevaba al bosque y otros lugares a enseñarle a sobrevivir en lo salvaje. Para los 15 años, él ya era completamente capaz de encender un fuego sin problemas solo con lo que encuentre en lo salvaje, sabía cazar por comida con una lanza y un arco. Nuevamente, su padre le dijo que lo agradecería algún día.

—¿Acaso se viene el fin del mundo, viejo?—preguntó Isaac a su padrastro por todas las preparaciones que estaba tomando con él. Se encontraban viajando de vuelta a casa en el auto. Su tono era sarcástico, y se notaba su exasperación por esto-Casi muero esta vez... por segundo viaje seguido.

—Quizás, podrías llamarlo así. Será más fácil de explicar cuando lo veas—respondió Roberto. Su cabello largo y gris combinado con canas caía por sus hombros, mientras que sus ojos rojos miraban a la calle de forma concentrada mientras conducía.

—¿Y si me respondes la pregunta y dejas el misterio por un momento?

Pero no respondió, mantuvo el silencio sobre el tema durante el resto del viaje, cambiando el tema y evitando las preguntas de forma rápida. Fue un fastidio enorme que su padrastro no quisiera darle la respuesta a su pregunta. ¿Por qué tanta preparación sin saber el por qué? ¿Qué se venia encima de ellos que necesitaba saber cómo sobrevivir y defenderse?

Por un momento se preguntó el por qué no le enseñaba a usar una pistola también, si tanto le preocupaba que se pudiese defender. Pero sabía la respuesta, el recuerdo de hace unos años cuando una plancha de metal cayó a su lado, causando un tronido sonido que golpeó sus tímpanos como un martillo, se viene a su mente. Quedó paralizado, ansioso, su mente atascada en algo, para luego salir arrancando y volver a la casa como si nada pasara. Sacude la cabeza y deja de pensar en el tema, dirigiendo su atención a su teléfono una vez más—Es increíble que haya señal aquí—dijo.

Un día, cuando tenía 16 años, en su viaje de vuelta de clases a su casa, se encontró con un grupo de gente acosando a una persona. En Chile, muchos uniformes escolares eran similares, pero tenían suficientes diferencias como para saber quien venía de que colegio. Todos eran estudiantes de un colegio distinto al de él, y venían del mismo.

—Ya, déjenlo—dijo Isaac, su rostro no mostraba mayor interés o temor en los bravucones, pero dejó caer su mochila de su hombro a su mano derecha, agarrándola con fuerza. Dan lo miró con cara de espanto, sus ojos mostraban una pizca de sorpresa y esperanza.

—No te metai, loco—dijo uno de los bravucones, su voz amenazantes y claramente hablando desde las fosas nasales en lugar de su diafragma, mientras caminaba hacia él haciendo gestos amenazantes con las manos, buscando intimidar—¿O quiere ponerse la capa?

Isaac inclinó la cabeza hacia el lado mientras que miraba al que se le acercaba. Sus gestos le indicaban que debía irse, de forma agresiva buscaba hacer que se fuera. Su mirada no cambió de forma, parecía seguir aburrido y con poco interés en querer tomar parte, no estaba ni impresionado ni se sentía amenazado.

Dejó que se acercara para luego lanzarle la mochila al pecho, causando que el bravucón instintivamente la agarra cuando lo golpea. Entonces, Isaac avanza y le planta una patada en la entrepierna, causando que su enemigo caiga en agonía al suelo por el dolor que incrementan por segundos. Sus amigos miraron la situación con sorpresa, no esperando que respondiera.

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—Muy bien—pateó el pecho del bravucón que estaba agonizando de dolor, y lo hizo caer al suelo, y luego caminó para plantar el pie en su brazo izquierdo, apretando para que doliera. Comenzó a retorcerse de dolor—Ustedes dos, lárguense o le rompo el brazo.

Los dos bravucones se miraron y luego a su amigo—¡Recordaremos tu cara!—gritaron mientras que pasaron a su lado corriendo.

—Bien, así saben que deben arrancar-contestó. Agarra su mochila y escupe en dirección del bravucón—Largo—le ordena mientras se acerca a la víctima.

Así conoció a Dan, un joven tímido de cabello castaño claro y ojos azules. Era bajo, Isaac tenía que mirar hacia abajo constantemente para hablarle a los ojos. Además, su contextura era delgada, no parecía intimidante para nada, razón por la que creerían que es un blanco fácil, hasta que Isaac apareció.

Muchas veces no necesita hacer demasiado para espantarlos, la mayoría no espera que alguien pelee contra ellos y arrancan cuando ven que hay resistencia. Incluso con asaltantes con armas, suelen arrancar a pesar de tener una pistola en las manos. Isaac sabía muy bien esto y siempre lo usaba para su ventaja cuando necesitaba defenderse.

De forma consecuente, también logró conocer a su hermana gemela, Nadia. Eran similares físicamente, aunque los rasgos de ella eran más finos y femeninos además de tener el cabello color rojo fuego, aparte del hecho de que ella tenía un cuerpo más tonificado, los músculos de sus piernas y brazos mostraban que entrenaba. Y así era, rápidamente supo que ella practicaba kickboxing y ella se impresionó cuando supo que Isaac sabía artes marciales también.

Un día, Nadia decidió que quería presumir sus logros frente a Isaac, así que este fue a la casa de los gemelos. Era una casa sencilla y ordenada, ambos vivían con sus padres. El padre de ambos era el que más le causaba temor. Tenía una larga cicatriz a través de su cara y pasando sobre su ojo, como si una bestia hubiese intentando cortar su carne de forma profunda. Su ojo estaba blanco, la pupila apenas visible. No podía ver a través de este. Además, tenía una actitud extremadamente seria y difícil de acercarse, siempre miraba con ojos de asesino. Aunque nunca le dio motivos para pensar que era alguien malvado.

La madre de los gemelos era distinta. Tenía una actitud de ser extrovertida y cuidadora, una mujer adulta extremadamente femenina, contrastando la manera de ser de su marido. Pero la forma de hablar que tenía le daba la sensación de que ella ocultaba algo ya que a veces hablaba como si un secreto estuviera detrás de sus palabras, sonriendo mientras decía palabras que parecían ocultar una amenaza asesina, por sobre todo cuando la conversa era sobre la amistad de Isaac con su hija.

No interactuó mucho con ellos, así que sus lecturas de sus personalidades eran superficiales y sin mucho que destacar. Pero nunca dejó de lado ambas sensaciones cuando interactuaba con ellos, y siempre se ponía a la defensiva con ellos. Igualmente, lograba ver en ambos rasgos de que los gemelos habían heredado: la forma natural de sus cabellos, los ojos del padre, los rasgos faciales de la madre, la baja estatura. No había duda que eran familia, aunque era rara.

—Aún no entiendo por qué tu padre no te deja participar en torneos... ¡Son divertidos! Y más encima algunos te pagan por conseguir victorias—dijo Nadia sonriendo durante el tour de su estantería de trofeos.

—No lo sé. El viejo prefiere mantener todas sus decisiones y razones ocultas. Sinceramente, me hubiera gustado participar.

—Que lastima. Recuerdo el como les sacaste la cresta a los imbéciles que intentaron molestar a Dan hace unos meses, cuando nos conocimos. Sabes pelear-le da un pequeño puñetazo en el brazo, como muestra de aprobación.

Isaac miró hacia el lado, sonrojado un poco. No estaba acostumbrado a que le dijeran cosas positivas y mucho menos que lo felicitaran por hacer cosas buenas o bien hechas.

No muy lejos de la estantería de Nadia, había una de libros con una gran colección.

Reconoció algunos que ya había visto a Dan leyendo. Se acercó a mirarlos, algunos tenían nombres en un idioma que no reconocía, de hecho, no reconocía las letras ni cómo pronunciarlas.

—¿Qué es esto?—dijo Isaac tomando uno al azar y abriéndolo. Dentro del libro estaban las mismas letras, símbolos y criaturas extrañas. No entendía nada de lo que estaba observando.

—A-ah... si, nuestros p-padres nos los dieron-respondió Dan, quien estaba cerca de ellos. Sus ojos se abren en clara señal de nerviosismo mientras que sus manos se posicionan abiertas a sus lados, siempre se pone nervioso cuando le hablan de manera repentina. Además, siempre estaba nervioso a hablar, como si algo le causara miedo por su propia voz—, n-no se que dice, n-ni ellos pueden l-leerlo. No sabemos en qué idioma está.

—Siento que si abres una de estas, terminas invocando a un demonio o algo—comentó Isaac.

—No bromees, ya intentó imitar una imagen que vió... creo que no invocó nada ya que no tenía cómo leer bien lo que dice. Yo ya creía que mi hermanito invocó al diablo o algo-comentó Nadia.

—Recuerdo c-cómo gritaste...—comentó Dan.

—¡Cállate!—le respondió Nadia.

Fue entonces que Isaac vio en uno de los libros un símbolo que le llamó la atención. Era una estrella con un ojo abierto en medio. Entonces buscó algo en su bolsillo y sacó un llavero, del cual colgaban unas cuantas decoraciones. Se centró en una que tenía que era un ojo, pero cerrado, y detrás algo que parecía ser la luna. Por un momento creyó que eran similares, pero no.

—¿Q-qué es esa c-cosa?—preguntó Dan, claramente curioso.

—Me la dio mi viejo el año pasado... dijo que debía mantenerlo conmigo... obviamente no dijo el porqué.

—¡Agh! Tu viejo nunca te dice nada-la voz de Nadia se notaba exasperada. Isaac se alegró un poco de que él no era el único que se sentía frustrado de lo poco que su padre revelaba sus secretos.

Volvió a guardar sus llaves, pero el símbolo en el libro seguía dándole curiosidad por algún motivo. Se sentía como que lo observaba, como que quería atraerle. Sacudió su cabeza y cerró el tomo, devolviéndole a su lugar.

—¿Seguro que no es el Necronomicón o algo así?—preguntó Isaac.

—¿Necronomicón?—preguntó Nadia.

—E-es un libro q-que se dice o-oculta secretos oscu-oscuros...—respondió Dan.

—Nerd—se burló Isaac antes de dejarle terminar.

—Lo dice el otaku que se la pasa jugando rpgs con chicas de animé...—Nadia le miró de reojo con las pestañas semi abiertas, una sonrisa burlesca se formó en su cara—Además de que sabías el nombre de ese libro.

—¡Ey! tu hermano los juega también.

—¿Eeehhh? ¿Es eso en serio, hermanito?—Nadia movió su mirada hacia Dan esta vez.

El cuerpo de Dan retrocedió al ver la mirada de su hermana. Luego miró a Isaac y lo miró enfadado por la traición de su amigo.

Dan y Nadia se volvieron amigos cercanos de Isaac. Sin embargo, él nunca les contaría detalles de la muerte de sus padres, solo indicando que habían muerto en un accidente cuando él era muy joven. Al igual que su clara aversión a los ruidos fuertes. Un par de veces lo vieron reaccionar de forma negativa a golpes y otras cosas, pero él nunca explicó el por qué. Estaba acostumbrado ya a mantener este tipo de cosas para sí mismo, dejarlas salir no harán gran diferencia. De igual forma, no solía hablar de su pasado, ninguno de los dos sabía por las cosas que su padrastro le hizo pasar, ni ciertos eventos que vivió no mucho antes de conocerlos.

Y entonces, cuando se acerca a los 18 años, en su último año de clases, fue cuando ocurrió.

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