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ASCENSO ENTRE LLAMAS / Español
Primeros Pasos en Solani

Primeros Pasos en Solani

La primera luz del amanecer atravesó los vitrales del dormitorio, proyectando destellos dorados sobre las runas grabadas en las paredes. Me desperté con el sonido lejano de campanas mágicas, que resonaban suavemente por los pasillos para anunciar el inicio del día. Después de unos minutos mirando el techo, aún procesando lo que había vivido hasta ahora en Solani, me levanté con la sensación de estar al borde de algo grande. Y también, sin querer admitirlo, con una leve ansiedad.

Afuera, los pasillos se llenaban lentamente de estudiantes que conversaban animadamente mientras se dirigían a sus primeras clases oficiales. Desde mi ventana, observé los jardines internos: árboles de hojas cristalinas que reflejaban la luz del sol, y arbustos encantados que susurraban cuando el viento los rozaba. Todo en Solani parecía vivo, cargado de energía, como si el propio lugar respirara junto a nosotros.

Yamil me esperaba en el comedor común, ya con su uniforme perfectamente ajustado y la sonrisa burlona habitual.

—Por fin despertaste, dormilón. ¿O acaso anoche soñabas con Artemis? —bromeó, provocando que Kirie soltara una risita desde su lugar.

—Ja, ja… muy gracioso —contesté, sirviéndome un poco de jugo mientras disimulaba la incomodidad.

—Debes admitir que impresionaste a todos —continuó Yamil—. Pero no te confíes. Aquí apenas empieza lo difícil.

Terminamos el desayuno y nos dirigimos juntos al aula de magia avanzada, donde recibiríamos nuestra primera clase teórica formal sobre el yulem. El edificio donde se encontraba la sala era una obra arquitectónica impresionante, con muros de piedra blanca cubiertos de glifos antiguos y ventanales por donde fluía una tenue corriente de energía azulada que recorría el techo como ríos luminosos.

Al entrar, me sorprendió la amplitud del aula. Era circular, con gradas escalonadas y una enorme pizarra mágica en el centro. Lámparas flotantes giraban lentamente, iluminando el espacio con tonos cálidos. Me senté junto a Yamil y Kirie, mientras los demás se acomodaban en silencio, expectantes.

El profesor, un hombre de mediana edad con cabellos grises y una túnica adornada con símbolos elementales, comenzó la lección sin preámbulos.

—Bienvenidos a Solani —dijo con voz firme—. Si están aquí, significa que poseen un potencial que vale la pena pulir. Pero recuerden: potencial sin control no es más que una vela encendida en medio de un huracán.

En la pizarra mágica aparecieron diagramas de círculos de energía, canales internos y núcleos elementales.

—Hoy vamos a hablar sobre la base de todo: el yulem. ¿Qué es? Energía vital, sí. Pero también es voluntad. Es el puente entre su mente, su cuerpo y su afinidad elemental. Muchos creen que dominar el yulem es solo aprender a lanzar más fuerte o más lejos... pero están equivocados. Dominar el yulem es aprender a dosificar cada gota, a evitar pérdidas innecesarias y a canalizarlo con precisión quirúrgica.

Mientras hablaba, los diagramas se animaban, mostrando simulaciones de flujos de energía equilibrados y otros desbordados que terminaban colapsando.

—Verán, cada uno de ustedes tiene límites. Si fuerzan su núcleo sin conocimiento, acabarán drenados... o peor. La clave es mantener un flujo constante, como un arroyo que alimenta un molino. Si se desborda, rompe el sistema. Si se seca, no sirve para nada.

Tomé notas, aunque la mayoría de lo que decía parecía dirigido a mí. Recordaba perfectamente cómo casi me dejo consumir durante mi combate.

—Respiren. Canalicen. Sientan su yulem. Y recuerden que un combate no siempre se gana con poder. A veces, basta con resistir más que el otro.

En ese momento, la puerta del aula se abrió y el ambiente cambió al instante. Un joven alto, de cabellos plateados, con un uniforme negro impecable decorado con bordes dorados, cruzó el umbral con paso sereno. No necesitaba presentación. Su sola presencia bastaba para que todos guardáramos silencio.

El presidente del Consejo Estudiantil.

Se detuvo junto al profesor, quien le cedió la palabra con un simple gesto.

—Mi nombre es Helion —dijo con voz tranquila pero autoritaria—. Solo quería pasar a saludar a los nuevos aspirantes. Espero que estén listos para demostrar por qué merecen estar aquí. Solani no es un lugar para mediocres.

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Su mirada recorrió el aula, deteniéndose unos segundos en mí. Fue breve, pero lo sentí. No era amenaza. Era evaluación. Interés.

—Confío en que pronto veré su verdadero potencial —añadió antes de girarse y marcharse del aula, dejando tras de sí un murmullo general.

—Bueno... eso fue incómodo —susurró Yamil.

—¿Qué querrá conmigo? —pregunté en voz baja, aunque solo lo decía para mi.

Tras la intensa clase teórica, nos condujeron al campo de prácticas. El trayecto fue breve, pero suficiente para notar la magnitud del lugar: Solani era un mundo entero contenido dentro de sus muros, con espacios abiertos, torres de estudio, forjas mágicas y campos de entrenamiento que se extendían hasta donde la vista alcanzaba.

El campo donde nos asignaron estaba rodeado de murallas cubiertas con glifos protectores. Al centro, decenas de muñecos de práctica aguardaban, creados con materiales especiales resistentes al yulem. Eran altos, robustos, y algunos incluso simulaban movimientos evasivos para aumentar la dificultad.

El profesor nos indicó formar filas.

—Objetivo: precisión y control. No basta con destruir. Deben mantener una cadencia de ataques constante sin perder eficacia ni agotar su núcleo. Recuerden lo aprendido: respiración, canalización y liberación.

Los primeros en pasar fueron Derek y Selene. Derek generó chorros de agua a alta presión que golpearon directo al pecho del muñeco, mientras Selene enviaba ráfagas de viento cortante que desgastaban los bordes del blanco. Luego siguieron Zarek y Lyra, ambos compitiendo por quién destruía más rápido.

—Mira a esos dos —murmuró Yamil, señalando a Zarek—. Parecen más preocupados por lucirse que por controlar el yulem.

—Al menos no soy yo el que va a fallar en su turno —le respondí con media sonrisa.

—¡Ja! Ya veremos.

Cuando nos tocó el turno, Yamil fue primero. Sus descargas eléctricas chisporroteaban por el aire con precisión, aunque falló uno de los blancos móviles. Kirie, como siempre, mantuvo un desempeño sobrio y efectivo, derribando cada muñeco con descargas constantes.

Luego llegó mi turno. Cerré los ojos un instante, recordando las palabras del profesor. Respirar. Sentir el flujo. Dirigirlo.

Concentré mi yulem y proyecté una serie de esferas de fuego que disparé una tras otra. Cada impacto fue certero, pero me di cuenta de que estaba gastando más energía de la necesaria.

—No te aceleres —murmuró Kirie desde atrás—. Piensa en el flujo.

Disminuí la intensidad y prioricé la precisión. La diferencia fue inmediata: menos espectacular, pero más eficiente. Cuando terminé, el profesor asintió levemente. Un gesto sencillo, pero suficiente para sentirme satisfecho.

Antes de que el ejercicio terminara, fue el turno de Artemis. Desde el momento en que avanzó hacia su posición, el ambiente cambió. Todos guardaron silencio, atentos.

Con movimientos precisos, casi elegantes, levantó su brazo derecho y canalizó su yulem sin prisa. De su palma emergió una llamarada perfectamente contenida, que giraba como una serpiente ígnea alrededor de su cuerpo. En un solo gesto, lanzó una sucesión de proyectiles de fuego que impactaron uno tras otro en los blancos más lejanos con absoluta precisión. No falló ni una vez.

Pero no solo era su puntería lo que impresionaba, sino la estabilidad de su flujo. Mientras otros se agotaban a la mitad del ejercicio, Artemis mantenía la misma intensidad del primer disparo hasta el último. Ni un ápice de energía desperdiciada, ni un segundo de vacilación.

Cuando terminó, bajó la mano suavemente, como si nada hubiera pasado, mientras los muñecos todavía humeaban por el calor residual.

Yamil soltó un silbido bajo.

—Vaya... creo que alguien vino a dejar claro quién manda aquí.

—Sí... —murmuré, sin apartar la vista de ella. No era solo su habilidad, era la calma con la que lo había hecho. Como si para Artemis, todo esto no fuera más que un calentamiento.

Kirie asintió con admiración.

—Así es como debería verse el control perfecto del yulem.

—Creo que ya sé de quién debería aprender —bromeé, aunque dentro de mí lo decía bastante en serio.

Después de la práctica, nos quedamos en los bordes del campo, recuperando el aliento.

—Nada mal, Max. Me gusta ver que aprendiste a no inmolarte a la primera —bromeó Yamil.

—Solo intento que Guiselle no tenga que salvarme otra vez —contesté, y los tres reímos.

—Deberías enseñarle eso a tu nueva amiga —añadió Kirie con una sonrisa maliciosa.

—¿Artemis? —pregunté, algo sorprendido.

—Sí. Te mira más de lo que crees —intervino Yamil.

—No empiecen... —dije, sintiendo el rubor subir por mi cuello.

El grupo empezó a dispersarse poco a poco. Y cuando menos lo esperaba, Artemis apareció a mi lado mientras caminábamos de regreso.

Durante unos segundos no dijo nada. Solo caminó a mi paso, mirando al frente.

—¿Por qué sigues tratándome de forma tan formal? —preguntó de pronto, con voz suave, pero sin apartar la vista del camino.

Me tomó por sorpresa.

—No sé... supongo que así soy —respondí, intentando sonar natural.

Ella soltó una breve risa, casi irónica.

—¿Es que acaso no me recuerdas? —añadió, y ahora sí giró su rostro hacia mí. Su expresión era enigmática, como si supiera algo que yo había olvidado.

—¿Recordarte...? —repetí, genuinamente confundido.

Artemis frunció el ceño, visiblemente molesta por un instante al ver que realmente no la recordaba. Sus labios se apretaron y desvió la mirada, como si considerara decir algo más, pero finalmente solo resopló con resignación.

—Olvídalo... —murmuró antes de adelantarse unos pasos y perderse entre el grupo.

Me quedé inmóvil, procesando esas palabras, sintiendo que acababa de abrirse una puerta que ni siquiera sabía que existía.

Algo me decía que aquel no sería el último misterio que descubriría en Solani