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Fuego y Hielo

Desde temprano, la atmósfera en Solani era diferente. No era solo un dí-a más. Se respiraba una energía pesada, una mezcla entre ansiedad y expectación que recorría cada pasillo, cada rincón de la universidad. Los rumores habían dejado de ser murmullos para transformarse en certezas: hoy serían los combates evaluativos contra los estudiantes de grados superiores. La primera prueba real. La primera oportunidad para demostrar nuestro valor… o quedar en evidencia.

Me vestí con lentitud, ajustando cada parte del uniforme escolar, de un tono rojizo como el color del atardecer. El tejido era completamente espectacular, la tela se ajustaba de manera perfecta a mi cuerpo.

Al salir del dormitorio, me encontré con Yamil apoyado contra la pared, esperándome como si la calma reinara en su mundo.

—¿Listo para hacer historia? —preguntó con su sonrisa confiada de siempre, aunque sus ojos delataban cierta tensión.

—¿Y tú? —respondí mientras cerraba la puerta detrás de mí.

—Bah, si no me electrocutan hoy, lo consideraré un éxito.

Reímos, pero ambos sabíamos que no había nada gracioso en lo que nos esperaba.

Nos encontramos con Kirie en el comedor. Ella apenas comió, y yo tampoco tenía mucho apetito. Había algo extraño en saber que en cuestión de horas podías salir del estadio con la barrera de tu traje activada… o peor. Yamil trató de aliviar el ambiente con alguna broma, pero no funcionó demasiado.

—Dicen que tu rival es Kaelen, ¿verdad? —preguntó Kirie, rompiendo el silencio mientras jugaba distraída con su vaso.

Asentí.

—Afinidad hielo. Segundo año. Y por lo que escuché, no es precisamente amable en combate.

—Más razón para no contenerte —dijo Yamil, dándome un golpe suave en el hombro.

Intenté tranquilizarme durante el trayecto al estadio, pero al llegar, la diferencia fue abrumadora. El coliseo principal de Solani nos recibió de nuevo, pero ahora, a diferencia de aquella vez que lo vimos vacío y silencioso, las gradas estaban casi llenas, repletas de estudiantes, profesores y visitantes externos. La entrada estaba colapsada, con vendedores ofreciendo golosinas y bebidas, y grupos de personas charlando animadamente sobre los combates por venir.

Apenas cruzamos los arcos de piedra, nos dirigimos directamente a los vestidores. Allí, mientras nos colocábamos los uniformes de combate, surgieron algunas bromas para aliviar la tensión. —Espero que estos trajes de verdad aguanten lo que viene —comentó Yamil, ajustando los guantes. —Tranquilo, confiemos en al menos no perder y caer desmayados —respondí con una sonrisa, aunque sentía el pulso acelerado. Una vez listos, salimos juntos hacia la arena, donde todo Solani esperaba.

Había bullicio por todos lados, vendedores ofrecían golosinas y bebidas, y las voces se mezclaban en un murmullo constante, creando un ambiente vibrante y expectante. Un edificio gigantesco, rodeado de gradas elevadas llenas de estudiantes que se acomodaban para vernos luchar. No éramos solo una clase enfrentando exámenes… éramos entretenimiento.

Sobre las paredes del estadio ondeaban las banderas oficiales de Solani, y los glifos defensivos resplandecían suavemente, como si esperaran ansiosos la primera descarga de poder para activarse.

—Así que estos son los novatos... —escuché decir a alguien desde las gradas. No quise buscar quién había hablado, pero no era necesario. Todos nos observaban, esperando ver si los “nuevos” valían la pena.

Giliam apareció en el centro del campo, como siempre, sin mostrar emoción alguna.

—Bien, ya conocen las reglas —dijo con voz firme—. Uniformes de combate activos. Barreras de seguridad listas. Si la barrera se activa por daño crítico, el combate termina de inmediato y el portador queda descalificado. No quiero héroes inconscientes aquí. Denlo todo, pero recuerden que están vivos para aprender, no para morir.

El silencio fue absoluto tras sus palabras.

Cuando llamó a los primeros participantes, la tensión creció aún más. Los combates empezaron uno a uno, y desde nuestra posición, esperábamos observando. Yamil tuvo su enfrentamiento antes que yo. Aunque empezó confiado, terminó jadeando al borde de su límite, pero logró vencer gracias a un golpe sorpresa cargado con una descarga final.

—¿Viste eso? —me dijo al regresar, sudoroso y sonriente—. Ahora te toca a ti, hermano. Que no digan que eres solo fuego sin control.

Lo intenté. Respiré hondo. Me repetí que estaba listo.

Entonces, escuché mi nombre.

Era el momento.

Me acerqué al centro del estadio, sintiendo cada mirada clavarse sobre mi espalda. Enfrente, Kaelen ya estaba allí, con su uniforme impecable y la tranquilidad propia de alguien que sabía lo que hacía.

Al verlo, supe que nada de lo que había enfrentado antes sería comparable.

—Espero que tu fuego valga la pena —dijo, sin una pizca de arrogancia. Solo era una afirmación fría. Un hecho inevitable.

Le respondí con una leve inclinación de cabeza. No había espacio para palabras vacías.

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Giliam levantó la mano.

—Comiencen.

Y el aire mismo se congeló.

En el instante en que Giliam dio la señal, Kaelen levantó una mano y todo el clima del estadio pareció transformarse. Un escalofrío recorrió mi columna. Desde sus pies, una capa de escarcha se extendió como una marea imparable, cubriendo el suelo con cristales brillantes que crujían con cada paso. El aire se volvió denso, gélido. Cada inhalación dolía.

No perdió ni un segundo.

Con un simple gesto, levantó del suelo varias lanzas de hielo que salieron disparadas hacia mí. Apenas tuve tiempo de invocar un escudo de fuego frente a mi cuerpo. Las primeras se derritieron al contacto, pero la presión no cedía. Kaelen mantenía el ataque, generando más y más proyectiles con una velocidad imposible.

“Piensa, respira... no gastes todo tu yulem al principio”, me repetí.

Rodé hacia un lado, esquivando una última lanza, y lancé una descarga de fuego hacia su posición. Pero Kaelen no se inmutó. Con un leve movimiento de su muñeca, un muro de hielo emergió frente a él, bloqueando las llamas como si fueran solo una brisa cálida.

—¿Eso es todo? —preguntó, con voz calmada, casi aburrida.

Fruncí el ceño. No podía ganar a base de fuerza bruta. Él estaba jugando con la ventaja del entorno: cada segundo que pasaba, el frío drenaba mi energía. Tenía que actuar rápido.

Me impulsé hacia él con una ráfaga corta, rodeando mis brazos en fuego para golpear su defensa directamente. Logré romper una parte del muro, pero Kaelen retrocedió con agilidad, formando una nueva barrera mientras extendía su otra mano hacia el cielo.

De inmediato, la temperatura descendió aún más. Del aire, comenzó a condensarse humedad, y antes de que pudiera reaccionar, una lluvia de agujas de hielo cayó sobre mí como un enjambre afilado. Levanté una barrera de fuego circular a mi alrededor para protegerme, pero mantenerla activa consumía más yulem del que estaba dispuesto a gastar tan pronto.

Comencé a sentirlo: el ardor en los músculos, el pulso acelerado, la fatiga avanzando demasiado rápido.

“Piensa, Max... cambia la estrategia”.

Sabía que necesitaba romper su ritmo, sacarlo de su zona de comodidad. Sin darle tiempo para preparar otro ataque, acumulé mi yulem en los pies y me impulsé hacia arriba, girando en el aire, lanzando una onda expansiva de fuego hacia el suelo. No buscaba herirlo, solo dispersar su escarcha, obligarlo a retroceder.

Funcionó.

Por primera vez, Kaelen frunció el ceño.

—Interesante… —murmuró.

Aproveché el momento para crear dos esferas de fuego comprimido que envié a los laterales, buscando atacarlo desde ambos flancos. Kaelen levantó barreras para bloquearlas, pero no vio venir la tercera: un proyectil que había ocultado entre los otros, directo a su posición.

La explosión fue potente, levantando vapor y hielo derretido por igual.

Pero cuando el humo se disipó, Kaelen seguía en pie, con una delgada armadura de hielo cubriendo su torso y brazos. Jadeaba levemente, pero sonreía.

—Bien. Al fin te lo tomas en serio.

Y entonces atacó con todo.

El suelo bajo mis pies se quebró al instante, elevándose en picos afilados de hielo que intentaron cerrarse a mi alrededor. Salté hacia atrás, pero él no me dejó escapar. Con ambas manos levantadas, creó un vórtice de ventisca que giraba sobre mí, ralentizando mis movimientos y congelando cada gota de sudor en mi piel.

Empecé a perder la sensibilidad en los dedos. Mi fuego titilaba, débil.

Y entonces supe que era ahora o nunca.

Cerré los ojos un instante, concentrándome en mi centro, en el núcleo del yulem. Canalicé todo lo que me quedaba en una única descarga. Abrí los ojos y desaté una columna de fuego que estalló desde el suelo hasta el cielo, disipando la ventisca, derritiendo los picos de hielo y obligando a Kaelen a retroceder varios pasos.

Aproveché su distracción.

Corrí hacia él, esquivando los últimos fragmentos de su defensa, y reuní el resto de mi energía en un puño envuelto en llamas. Lo lancé directo al centro de su pecho.

En el momento del impacto, vi cómo su barrera protectora se activaba, envolviéndolo en un resplandor azul que detuvo el golpe final. Kaelen cayó de rodillas, derrotado.

Giliam levantó la mano.

—¡Combate terminado! Victoria para Maximiliano.

No supe si fue la adrenalina o el agotamiento, pero apenas escuché esas palabras, caí de rodillas, jadeando, sintiendo cómo el calor de mi propio cuerpo apenas lograba mantenerme consciente.

Desde las gradas, un aplauso surgió tímidamente. Luego otro. Y otro más. Hasta que todo el estadio resonó en vítores.

Había ganado. Pero más allá de eso, había sobrevivido.

Y mientras recuperaba el aliento, no pude evitar mirar hacia las gradas, donde creí ver al presidente del consejo observándome con una expresión distinta… como si, por primera vez, me considerara digno de estar allí.

Apenas el combate terminó, sentí cómo mi cuerpo pedía descanso. El yulem en mi interior estaba casi agotado, y aunque la emoción de la victoria me mantenía despierto, cada músculo ardía como si hubiese corrido durante horas sin parar.

Giliam me observó unos segundos desde su lugar al centro del campo, asintiendo con discreta aprobación.

—Buen trabajo, Maximiliano. Ve a recuperarte.

Mientras abandonaba el campo, crucé una mirada fugaz con Kaelen. A pesar de su derrota, no parecía molesto. Más bien, me dedicó una inclinación leve de cabeza, como quien reconoce a un rival digno.

—No estuvo mal... para ser de primer año —alcanzó a decir, con una media sonrisa antes de ser escoltado por los sanadores.

A un lado del túnel, me esperaban Yamil y Kirie.

—¡Hermano, lo lograste! —exclamó Yamil, sujetándome del hombro con fuerza—. No sabía si salías de esa ventisca, pensé que ibas a quedar como estatua de hielo.

—Te viste increíble —añadió Kirie, sonriendo—. Aunque, admito que me preocupé un poco cuando tu fuego empezó a flaquear.

—Yo también me preocupé... —dije entre risas cansadas—. Pero no iba a dejar que ese tipo me congelara tan fácil.

Mientras caminábamos juntos hacia la zona de descanso, escuché fragmentos de conversaciones a nuestro alrededor. Estudiantes que antes no sabían ni mi nombre ahora comentaban sobre el combate, sobre “el novato del fuego” que había enfrentado al hielo de Kaelen y había salido victorioso.

—¿Viste cómo resistió ese vórtice? —murmuraba uno.

—Y el golpe final... impresionante —decía otro.

Por primera vez, sentí que Solani comenzaba a mirarme de verdad.

Nos sentamos cerca de una de las fuentes mágicas del recinto, dejando que la energía del agua nos ayudara a recuperar parte del yulem gastado.

—¿Y ahora qué sigue? —pregunté, mirando al cielo despejado sobre el estadio.

—Ahora descansas, comes, y después te preparas —respondió Yamil, encogiéndose de hombros—. Porque seguro esto fue solo el principio.

—Tiene razón —añadió Kirie—. Si hoy atrajiste todas estas miradas, mañana tendrás aún más sobre ti.

Me quedé en silencio unos segundos. Había algo en esa idea que me inquietaba. No solo la atención... sino la sensación de que estaba pisando terreno desconocido, y cada paso me llevaba más adentro.

Y entonces, al levantar la vista, vi a Helion en lo alto de las gradas. El presidente del consejo estudiantil. De pie, con las manos detrás de la espalda, observándome fijamente. No sonreía. No parecía molesto. Pero había algo en su mirada… algo que me decía que ya no era un simple espectador.

Era una advertencia.

O una invitación.

Me limité a asentir levemente en su dirección.

No sé si me vio responder. No sé si le importó.

Pero supe que pronto volveríamos a cruzar palabras.

Y mientras el sol descendía detrás de los muros de Solani, supe también que la verdadera prueba apenas estaba comenzando.

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