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Hijo del Fuego

El amanecer llegó con golpes en la puerta y la voz de Esther exigiendo que me levantara. Sonreí con resignación. Algunas cosas nunca cambian. Desayunamos juntos, y tras despedirme, salí rumbo al campo de entrenamiento Hurgen, determinado a probar mis límites.

El trayecto fue breve. Al llegar, el encargado me recibió con una sonrisa.

—¿La misma sala de siempre?

Asentí y tomé la llave. Avancé por el pasillo hasta la última puerta. Justo al abrirla, un estruendo proveniente de la sala frente a mí llamó mi atención. Una joven de cabellos rojos salió del lugar. Su aura ardía con fuerza contenida. Intercambiamos una breve mirada y un saludo torpe antes de que cada uno siguiera su camino.

Dentro, dejé la camisa a un lado. Antes de comenzar cualquier esfuerzo serio, sabía que debía preparar mi cuerpo y mi yulem para lo que venía. Empecé con un calentamiento físico tradicional: flexiones, abdominales y sentadillas, buscando que los músculos despertaran junto al flujo de energía interna. Mientras trabajaba, sentía el yulem vibrar suavemente, respondiendo al movimiento, ajustándose al ritmo de mi respiración.

Luego pasé a ejercicios básicos de control de yulem. Canalicé la energía desde mi núcleo hacia las extremidades de forma lenta y precisa, asegurándome de no sobrecargar ninguna parte del cuerpo. Abría y cerraba los canales de energía, experimentando cómo respondían. La clave no era solo liberar poder, sino distribuirlo sin causar daño interno.

Probé pequeñas manifestaciones de fuego, iniciando con diminutas chispas, luego con pequeñas llamas flotantes que giraban a mi alrededor como luciérnagas encendidas. Algunas se apagaban antes de tiempo. Otras ardían con demasiada intensidad y debían ser sofocadas. Me equivoqué varias veces. Demasiada energía, demasiado rápido. Aumenté la concentración, corregí el flujo, y repetí.

Cuando sentí que la conexión entre mi cuerpo y el yulem estaba afinada, pasé al verdadero entrenamiento. El campo de entrenamiento Hurgen era más que un simple gimnasio; diseñado para resistir y absorber altos niveles de yulem, sus paredes estaban reforzadas con minerales mágicos que canalizaban la energía residual, evitando daños permanentes. Cada sala estaba aislada y calibrada para adaptarse al nivel del usuario, monitoreando sus signos vitales y límites de yulem para evitar colapsos mortales.

El yulem, la manifestación de la energía vital de cada individuo, fluía como un torrente interno conectado al alma y al cuerpo. Su control no solo dependía de fuerza bruta, sino de equilibrio mental y emocional. Manipularlo exigía disciplina, pues un exceso podía consumir al usuario desde dentro.

Cerré los ojos, sintiendo el flujo ardiente recorrer mis venas. Canalicé el yulem hacia mis extremidades, calentando la sangre hasta que una pequeña esfera de fuego se encendió en la palma de mi mano. El calor era tenue, familiar, como una extensión natural de mí mismo. La lancé contra un muñeco de entrenamiento, que quedó reducido a cenizas en segundos. Sonreí. Buen comienzo.

Concentré mi yulem y encendí una pequeña esfera de fuego en la palma de mi mano. El calor era tenue, familiar. La lancé contra un muñeco de entrenamiento, que quedó reducido a cenizas en segundos. Sonreí. Buen comienzo.

Pero el calentamiento solo había sido el preludio. Sabía que si quería alcanzar mis límites reales, debía ir más allá.

Reuní casi toda mi energía y formé un centenar de esferas de fuego flotando a mi alrededor. El cansancio golpeó rápido. Sentí mis piernas temblar y el sudor recorrerme la espalda. Una tras otra, disparé las esferas, inundando la sala con explosiones encadenadas. El estruendo fue ensordecedor. Observé con atención: mi límite rondaba las doscientas esferas antes de caer extenuado. Un punto de partida.

Recuperé el aliento y bebí un elixir azul, una solución energética que revitalizaba parcialmente el flujo de yulem al estabilizar los canales internos de energía. Sentí cómo el líquido frío recorría mi garganta mientras una oleada renovada recorría mis músculos. La energía volvió a fluir, pero el agotamiento persistía, recordándome que la resistencia física seguía siendo un límite inevitable sin importar cuánta energía mágica se regenerara. Decidí probar algo más audaz.

Canalicé mi yulem directamente en mi cuerpo. Las llamas envolvieron mis brazos y piernas. El calor pronto se volvió insoportable. Cambié el flujo de energía para protegerme, pero al hacerlo, las llamas se disiparon.

Frustrado, decidí cambiar de estrategia. En lugar de expandir el yulem a todo mi cuerpo, lo concentré en puntos específicos, visualizando cada célula absorbiendo la esencia ígnea. Enfocar el fuego en mis puños resultó más efectivo. Las llamas rodearon mis manos como guanteletes vivos, ardiendo sin consumir la carne debajo, al menos por unos instantes. Me lancé sobre otro muñeco y descargué una serie de golpes, cada uno dejando marcas carbonizadas. Pero al detenerme, el dolor se hizo presente. Mis manos estaban severamente quemadas.

Salí tambaleándome y fui interceptado por el encargado.

—¡Muchacho imprudente! —exclamó al verme tambalearme fuera de la sala, dejando caer los papeles que sostenía antes de correr hacia mí. Me sostuvo por el brazo con evidente preocupación, evaluando rápidamente el estado de mis manos quemadas y mi rostro pálido. —¿Qué demonios estabas intentando? Vamos, rápido, te llevaré a la recepción antes de que colapses.

Una joven se acercó rápidamente, y al verla, mi corazón casi se detuvo. Su sola presencia imponía respeto. Era imposible no reconocer a Guiselle, la legendaria directora de Solani y una de las magas médicas más renombradas del mundo. ¿Qué hacía alguien como ella aquí? Sin perder tiempo, posó sus manos sobre las mías, y una luz multicolor surgió de sus dedos. El alivio fue inmediato, pero mi mente apenas lograba asimilar que estaba siendo atendido por una figura tan importante.

—¿No notaste que te estabas quemando? —preguntó.

—Estaba practicando... tratando de comprender mejor cómo manejar el flujo del yulem y cómo adaptarlo a mi cuerpo. No pensé que perdería el control tan rápido.

Ella sonrió levemente mientras continuaba con la curación.

—Solo no te exijas hasta el punto de romperte. No siempre tendrás a alguien como yo cerca.

Y no por nada era una de las magas médicas más talentosas del mundo, pues termino en un parpadeo.

—Gracias... —respondí, aún asombrado—. No esperaba encontrarme con la mismísima directora de Solani aquí. Es un honor, de verdad. Prometo ser más cuidadoso... dentro de lo posible.

Guiselle me dedicó una mirada cálida, pero firme.

—Espero que así sea, Maximiliano. En Solani buscamos grandeza, pero también prudencia. Nos veremos pronto.

Se despidió con un leve gesto antes de retirarse, dejando tras de sí una estela de respeto y asombro en el ambiente.

Al salir del centro, el aire fresco de la tarde me recibió. Caminé por la ciudad, donde la magia se fundía con la vida cotidiana. Runas luminosas flotaban suavemente en las calles, vehículos levitaban en silencio, y comerciantes ofrecían artefactos encantados en cada esquina. Respiré hondo, contemplando el mundo que ahora me rodeaba, sabiendo que, desde este día, todo había cambiado.

Me marché, hice las compras que Esther me encargó, y regresé a casa. Al abrir la puerta, me encontré con Esther esperándome con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hermaniiii! Gracias por las cosas —exclamó tomando la bolsa de compras mientras me dedicaba una alegre sonrisa.

Después de la cena, subí a mi habitación e intenté conciliar el sueño, pero me costó bastante calmarme; la emoción por el día siguiente era abrumadora. Tras varios minutos dando vueltas en la cama, finalmente me rendí al cansancio.

¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! El fuerte sonido del despertador me sacó del sueño. Extendí la mano y presioné el botón para silenciarlo, mientras una sonrisa lenta se dibujaba en mi rostro. No podía evitarlo: estaba a punto de dar mis primeros pasos dentro de este nuevo universo.

Tras prepararme, bajé a la cocina. Coloqué un par de tostadas en la tostadora y encendí la televisión para ver las noticias del día. Mientras untaba mermelada sobre las tostadas recién hechas y bebía un poco de jugo de naranja, vi a Esther bajar por las escaleras.

—Buenos días, hermanito. ¿Desde cuándo ves las noticias? —preguntó divertida, claramente sorprendida por mi inusual rutina matutina.

—Pues… no sé, simplemente me dieron ganas —respondí encogiéndome de hombros.

Cuando estuvieron listas otras dos tostadas, se las pasé junto a un vaso de jugo, gesto que la dejó aún más sorprendida. No pude evitar reírme.

—¡Eh! No te rías de mí —protestó haciendo un puchero.

—Vale, vale, no me río más —dije mientras lavaba los utensilios que había usado.

Subí a cepillarme los dientes, tomé mi mochila y me dirigí a la puerta. Me despedí de mi hermana y de mi abuelo, que había bajado para desayunar, y salí de casa. Afuera, ajusté el bolso sobre mi hombro y comencé a caminar, disfrutando con calma del trayecto, consciente de que mi vida estaba a punto de cambiar para siempre.

Durante el trayecto, repasaba mentalmente lo ocurrido el día anterior, aún procesando todo lo aprendido en el entrenamiento y la inesperada intervención de Guiselle.

Cuando llegué a las puertas de Solani, me detuve por un momento, admirando la majestuosidad del lugar. La entrada principal era un arco colosal tallado en piedra blanca, cubierto por símbolos antiguos que brillaban tenuemente en tonos dorados y azulados, como si canalizaran la energía misma del campus. Banderas ceremoniales ondeaban suavemente, portando los colores oficiales de la universidad: escarlata y oro. A cada lado del sendero principal, estatuas de antiguos magos y caballeros custodiaban el paso con rostros serenos y armas en alto, proyectando una presencia solemne y protectora.

El suelo estaba cubierto de losas pulidas que reflejaban la luz del sol, y alrededor, jardines perfectamente cuidados rebosaban de flora mágica, con flores que emitían destellos y esporas luminosas. A lo lejos, podían verse torres elevándose hacia el cielo, cada una dedicada a una disciplina mágica distinta.

Fue imposible no sentirme pequeño ante semejante obra. Solani no era solo una universidad; era un santuario del conocimiento y del poder.

Avancé con paso firme, hasta encontrar a Yamil esperándome con los brazos cruzados y una sonrisa confiada.

—¿Cómo vas, Max? ¿Sobreviviste a Hurgen sin volverte cenizas? —preguntó con tono burlón—. Leí tu mensaje de anoche... ¿De verdad te atendió Guiselle? La mismísima directora curándote como si nada. Increíble.

—Por poco y creeme que era ella —respondí con una sonrisa cansada—. Digamos que descubrí que mi límite estaba más cerca de lo que creía.

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—Eso es lo que pasa al jugar con fuego. Pero bueno, al menos llegaste entero para el gran día. Dicen que hoy nos pondrán a prueba como nunca.

Asentí, agradecido por la conversación ligera que me ayudaba a relajarme.

—Sí, pero... después de lo que viví ayer, creo que me siento más preparado. O al menos eso intento creer.

—Esa es la actitud. Vamos, hermano. Hoy empieza lo bueno.

—¿Listo para lo imposible? —preguntó con una sonrisa.

Asentí. Avanzamos juntos hacia el aula, donde solo diez estudiantes habíamos sido aceptados. Entre ellos, para mi sorpresa, estaba la chica de cabellos rojos.

—Un gusto volver a verte. —saludó con una leve inclinación de cabeza al pasar junto a mí.

—Eeeh... Hola —respondí, torpemente.

Me senté junto a ella, mientras Yamil, al notar la escena, me lanzó una mirada intrigada desde su asiento. Con una sonrisa burlona, hizo un gesto disimulado levantando las cejas y señalando discretamente hacia Artemis, como insinuando que estaba intentando ligar. Negué suavemente con la cabeza, intentando ignorarlo, aunque no pude evitar que una leve sonrisa se dibujara en mi rostro antes de que él se acomodara junto a su novia, Kirie. Pronto llegó nuestro instructor.

—Muy bien, todos. Nos trasladaremos al estadio principal de Solani para las evaluaciones. Allí realizaremos los combates —anunció el Profesor al entrar en el recinto.

Nos condujo hasta un enorme estadio, una obra monumental de piedra y cristal encantado. Aunque no estaba lleno, varias decenas de estudiantes ocupaban las gradas, observando con atención y curiosidad el desempeño de los nuevos. Las banderas de la institución colgaban en lo alto, ondeando suavemente y portando los colores oficiales de Solani. Las luces mágicas iluminaban cada rincón del recinto, mientras runas grabadas en las paredes pulsaban con energía contenida, reforzando las protecciones del lugar. La atmósfera era solemne y expectante, como si todos aguardaran el primer destello de grandeza entre nosotros.

Antes de entrar al campo de batalla, nos dirigimos a los vestuarios donde nos entregaron los uniformes de combate. Eran trajes adaptados a cada usuario, confeccionados con tejidos resistentes al yulem y equipados con un sistema de protección automática: si uno de nosotros recibía un golpe letal o sufría un daño crítico, una barrera de alto grado se activaría de inmediato, deteniendo el combate y declarando la derrota del portador.

Ya en el centro del estadio, Giliam nos reunió para dejar claras las reglas.

—Escuchen bien. Cada combate se detendrá si la barrera protectora de uno de ustedes se activa. Si eso ocurre, significa que el daño recibido era potencialmente letal, y ese estudiante quedará fuera del enfrentamiento. Mantengan el control y no olviden que esto es una evaluación, no una guerra.

—Mi nombre es Giliam. Evaluaremos su dominio del yulem en combate real. Preséntense y digan su afinidad elemental.

Uno a uno, los nombres y elementos fueron revelados:

—Derek, afinidad con Agua. —Selene, afinidad con Viento. —Lyra, afinidad con Tierra. —Erwan, afinidad con Hielo. —Kirie, afinidad con Rayo. —Zarek, afinidad agua. —Yamil, afinidad con Rayo. —Kael, afinidad con Tierra. —Maximiliano, afinidad con Fuego. —Artemis, afinidad con Fuego.

El profesor nos indicó que realizaríamos combates para medir nuestro talento innato, y tanto Artemis como yo pedimos enfrentar rivales de niveles superiores. La sorpresa fue general, pero Giliam aceptó con una mueca en su rostro. Sin perder tiempo, llamó a su asistente y le ordenó que fuera a buscar a dos estudiantes de grados superiores para que se enfrentaran a nosotros. La expectativa en el ambiente creció al saber que no serían combates comunes.

Giliam levantó la mano, señalando a los combatientes.

—¡Primer combate! Derek contra Kael. Prepárense. ¡Comiencen!

Kael abrió con una muralla de tierra maciza que avanzaba como un ariete, intentando embestir a Derek. Pero Derek, sereno, levantó sus manos y generó un torrente de agua que fluyó con precisión, erosionando la estructura hasta deshacerla. Con movimientos fluidos, atrapó a Kael en un vórtice líquido que lo dejó sin aire ni opciones, hasta que la barrera protectora de Kael se activó, señalando su derrota.

Giliam alzó la voz:

—¡Victoria para Derek!

Giliam dio la señal.

—¡Segundo combate! Selene contra Erwan. ¡Adelante!

Erwan cubrió el suelo de escarcha, buscando inmovilizarla con estalactitas que surgían desde el suelo. Selene, ligera como una pluma, danzaba entre los ataques, generando cuchillas de viento que cortaban los proyectiles helados antes de que tocaran su piel. Aprovechó una ráfaga ascendente para lanzar una presión de aire comprimido que desestabilizó a Erwan, hasta que la barrera de Erwan se encendió, indicando que no podía continuar.

—¡Victoria para Selene! —anunció Giliam.

Giliam volvió a intervenir.

—¡Tercer combate! Lyra contra Kirie. ¡Inicien!

Lyra utilizó su dominio de la tierra para crear un anillo de pilares que giraban a su alrededor como una barrera. Kirie, sin perder tiempo, ascendió sobre una plataforma eléctrica y descargó relámpagos directos contra los puntos débiles del escudo de Lyra. Cada descarga debilitaba las defensas de piedra hasta que finalmente una ráfaga eléctrica alcanzó a Lyra, hasta que la barrera de Lyra brilló, anunciando su rendición forzada.

—¡Victoria para Kirie! —declaró Giliam.

Justo entonces, las puertas del estadio se abrieron y el asistente de Giliam regresó acompañado de dos estudiantes de grados superiores. Ambos caminaban con paso seguro, portando uniformes oscuros con insignias doradas que indicaban su nivel avanzado. Sus miradas evaluaban el campo con serenidad, conscientes de que su presencia elevaba aún más la expectativa de los siguientes combates.

Giliam anunció el siguiente enfrentamiento.

—¡Último combate preliminar! Yamil contra Zarek. ¡Comiencen!

Zarek, con afinidad de agua, inició la pelea lanzando veloces chorros a presión que buscaban cortar la defensa de Yamil. Sin embargo, Yamil reaccionó con precisión, generando un campo eléctrico que ionizó el ambiente, haciendo que cada gota de agua se cargara de energía.

Zarek intentó envolver a Yamil con un anillo de agua giratoria, pero Yamil aumentó la intensidad de su yulem y liberó un estallido de rayos que evaporó parte del ataque, creando vapor denso alrededor de ambos. Aprovechando la confusión, Zarek atacó con látigos acuáticos que azotaron desde múltiples direcciones, pero Yamil, moviéndose con agilidad, desvió los golpes y respondió lanzando ráfagas eléctricas que chisporroteaban a través de la neblina.

El combate se tornó frenético. Zarek, decidido, concentró toda su energía en formar una lanza de agua comprimida y la arrojó directo al corazón de Yamil. Con impecable sincronización, Yamil activó un escudo relampagueante que bloqueó el impacto y, en un contraataque fulminante, descargó un relámpago masivo que impactó sobre Zarek, la barrera emergió alrededor de su cuerpo, deteniendo el combate.

Cuando la niebla se disipó, Yamil permanecía firme, mientras Zarek, exhausto, aceptaba su derrota.

—¡Victoria para Yamil! —anunció Giliam mientras el público rugía en aplausos y Yamil ayudaba a su rival a levantarse.

Cuando llegó mi turno, enfrenté a Brendon, del segundo año, un combatiente experimentado cuya reputación le precedía. La tensión se palpaba en el aire. Brendon me estudió con una sonrisa desdeñosa.

—Veamos si tu fuego puede derretir algo más que ilusiones, novato —dijo antes de lanzar su primer ataque.

Desde el inicio, Brendon desató una tormenta de esquirlas metálicas que se multiplicaban y giraban como una nube cortante, rodeándome. Apenas tuve tiempo de activar mi yulem y formar un escudo de fuego giratorio que fundía las piezas antes de que me alcanzaran, pero aún así, algunos filos rozaron mis brazos, dejando cortes ardientes.

Brendon no se detuvo. De sus manos surgieron látigos de metal líquido, azotando con precisión quirúrgica desde todos los ángulos. Me vi obligado a esquivar con saltos rápidos, lanzando ráfagas de fuego para despejar el camino y mantenerlo a raya.

Vi una apertura y decidí tomar la ofensiva. Canalicé una oleada de fuego desde mis pies, impulsándome hacia él como un proyectil incandescente. Al acercarme, lancé una serie de golpes envueltos en llamas, pero Brendon levantó una armadura metálica que absorbía mis ataques y contraatacó con un puño reforzado que impactó en mi costado, dejándome sin aire por un momento.

—¿Eso es todo? Esperaba más espectáculo —provocó mientras me rodeaba con una prisión de barrotes metálicos que se cerraban como una trampa mortal.

Sin perder la calma, expandí mi yulem al máximo y liberé una explosión ígnea que derritió los barrotes a mi alrededor, obligando a Brendon a retroceder. Aproveché para crear columnas de fuego que emergían del suelo, buscando atraparlo, pero él respondió levantando un techo de acero que bloqueó el avance de las llamas.

El público estaba en silencio, atento a cada movimiento. Brendon elevó columnas de acero desde el suelo que intentaron aplastarme desde arriba. Salté hacia un lado, rodé sobre el suelo, y disparé una lluvia de esferas de fuego, creando una cortina ardiente que lo cegó por un instante.

Sabía que era mi única oportunidad. Concentré toda la energía que me quedaba en un último ataque. Canalicé mi yulem y formé un colosal dragón de fuego que emergió de mis manos, surcando el aire con majestuosidad. La criatura ardiente embistió a Brendon, envolviéndolo por completo, obligándolo a protegerse dentro de un capullo metálico improvisado.

Durante interminables segundos, el dragón devoró su defensa, derritiendo lentamente las capas exteriores. Brendon luchó por sostener su escudo, pero la presión fue demasiada. Con un rugido final, las llamas disiparon la última resistencia, y Brendon cayó de rodillas, exhausto, hasta que su barrera se activó, sellando el combate y otorgándome la victoria.

Yo apenas pude sostenerme en pie. Mi respiración era irregular, la vista nublada. Sentí el calor residual del combate consumir mis fuerzas hasta que todo se volvió negro.

La victoria fue mía, pero a un alto costo.

Desperté en la enfermería, rodeado de felicitaciones. Yamil me relató con entusiasmo cómo Artemis había aplastado a su oponente desde el primer segundo del combate. Apenas inició, desató una tormenta de fuego que arrasó con el campo y acorraló a su rival sin darle respiro. Cada movimiento era preciso, certero, y con una ferocidad que dejó a todos boquiabiertos. La barrera de protección de su oponente se activó casi de inmediato, incapaz de soportar la intensidad de su ofensiva. Sin embargo, poco después de finalizar el combate, la propia barrera de Artemis también se activó, señalando que el desgaste y las heridas acumuladas durante su brutal ofensiva habían alcanzado un punto crítico.

Poco después pregunté por Artemis, pero antes de recibir respuesta, ella entró a la enfermería. Su cuerpo mostraba quemaduras visibles, y al vernos, su rostro se sonrojó intensamente. Intentó darse media vuelta para huir, pero Kirie la tomó suavemente del brazo.

—¡Ah! Suéltame, me duele —se quejó, estremeciéndose por el dolor.

—Lo siento, pero debes ser atendida ahora —respondió Kirie, mientras la enfermera, que nos había observaba desde una silla al fondo, se acercaba justo cuando estuvo a su lado tomo con cuidado su brazo y lo inspecciono, luego la guío al fondo para llevarla a una camilla. Pronto cerró la cortina alrededor de ella, y tras unos minutos, mis amigos se despidieron para ir a almorzar.

Mientras esperaba a que mi energía se estabilizara y dejaba de sentir el temblor provocado por el agotamiento escuche como la enfermera finalizaba el tratamiento de Artemis, acompañándolo con un sermón sobre el buen uso del yulem y la importancia de no sobre exigirse. Una vez me sentí completamente renovado me levante de la camilla y camine en dirección de la puerta.

Cuando me disponía a salir, la enfermera levantó la vista de su revista.

—La chica me pidió que te dijera que hablaras con ella cuando pudieras levantarte.

Le agradecí a lo que acate a su comentario y me acerqué a la camilla donde estaba Artemis dormitando.

—¿Cómo te sientes? —pregunté.

Artemis se sobresaltó un poco, rápidamente me miro. - Sabes podrías haber terminado mucho mejor. Si hubieras peleado con inteligencia desde el principio, no habrías estado tan cerca de caer —añadió, cruzándose de brazos con desaprobación.

—Sí, bueno... aprendí la lección —respondí, algo incómodo, ella me lanzó una mirada fulminante antes de suspirar.

Artemis desvió la mirada y, tras unos segundos, habló con timidez:

—Pero bueno... no te llamé para hablar de eso. Quería saber si... tal vez... ¿entrenarías conmigo alguna vez?

Su rostro estaba tan rojo como su cabello. Me reí suavemente.

—Si te conformas conmigo, haré mi mejor esfuerzo. He oído que eres realmente fuerte.

—Gracias... pero no creo serlo tanto. Solo quiero llegar a la cima y que mi padre esté orgulloso de mí —admitió, con una sonrisa tímida.

—¿Qué tal si lo seguimos hablando en el almuerzo? Será más cómodo.

—¡Genial! Digo... está bien —respondió, aún ruborizada.

Le dediqué una sonrisa antes de retirarme rumbo al aula, donde el profesor anunciaba las posiciones del ranking escolar. Al entrar, escuché atento cómo detallaba que el ranking se determinaba según las victorias y derrotas de cada estudiante, otorgando puntos según el nivel del oponente.

Explicó que las mejores posiciones recibirían becas y acceso prioritario a salas de entrenamiento avanzadas y materiales especiales. Cuando mencionó nuestras posiciones, sentí orgullo: Derek ciento treinta y siete, Kirie ciento treinta, Selene ciento veintiséis, Erwan ciento veinte, Lyra ciento veintisiete, Kael ciento once, Zarek ciento nueve, Yamil ciento tres, Artemis ochenta y cuatro, y yo, Maximiliano, noventa y uno. La sala se llenó de murmullos y miradas de sorpresa por los resultados.

El profesor Giliam se despidió indicándonos que podíamos retirarnos a almorzar. Kirie, Yamil y yo decidimos ir juntos a la cafetería, que estaba algo llena debido a la hora. Encontramos una mesa libre cerca de una ventana y nos sentamos, aprovechando el momento para relajarnos después de la jornada.

—Bueno, al menos el profesor nos dio buenos comentarios... y también señaló todos nuestros errores —comentó Yamil mientras colocaba su bandeja en la mesa.

—Y a mí que debo reforzar más mis defensas antes de lanzarme al ataque —respondió Kirie con una leve sonrisa.

—Me habría gustado haber llegado antes pare recibir algunos consejos—añadí con un poco de tristeza, mientras cortaba la chuleta de cerdo con mis cubiertos.

Entre bocados, aproveché para contarles sobre la conversación que había tenido con Artemis.

—Por cierto... Artemis me pidió que entrenáramos juntos —comenté.

Ambos me miraron con sonrisas cómplices.

—¡Vaya! Eso sí que no lo vi venir —dijo Yamil, dándome un codazo.

—Parece que alguien llamó la atención de la chica más fuerte del grupo —añadió Kirie con una risita.

—Ya, ya... no empiecen —dije entre risas, aunque no pude evitar sentirme un poco avergonzado.

El ambiente se tornó más relajado, y entre bromas y planes para entrenamientos futuros, seguimos disfrutando del almuerzo.