5. Llegada al Puerto Este
(Día 1, Jake Archer)
Jake despertó empapado en sudor. Aunque era otoño, el calor seguía aferrado a su piel. Abrió la ventana y dejó que las melodías del ambiente entraran. El sonido de las olas y la brisa marina se hicieron presentes y ofrecieron un momento de paz. Sin embargo, Jake era incapaz de calmarse. Su mente estaba ocupada por las imágenes turbulentas del día anterior.
Con báculo en mano, salió de la habitación y luego de la posada. El ambiente fuera era rojizo como amarillento. Las dunas brillaban bajo la luz del sol naciente, como un océano de oro que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. A los lados de la calle, los aventureros se preparaban para la expedición. Y le llamó la atención algunas chicas en bikini que se divertían en la calle.
«¿Cuándo fue la última vez que me acosté con una?», pensó por reflejo. Era difícil no hacerlo; después de todo, llevaba un año sin salir de su habitación.
Llegó a la puerta del gremio portuario. Alrededor del edificio cerrado, varios puestos de mercadillo se encontraban. Vendían repuestos, mapas y pociones. Jake examinó con cuidado cada uno de los objetos a paso lento.
—Una botella de alcohol, un juego de frascos y un manojo de Romir —pidió.
El viejo vendedor, aún somnoliento, aceptó las monedas (dos de bronce y cinco de estaño). Le entregó la bolsa de tela y con un gesto le dijo que agarre lo que quiera.
Jake examinó los recursos de forma meticulosa. Guardó los objetos en sus alforjas y partió de regreso a su habitación de hotel.
«Será aburrido ir por el mismo camino», pensó y cambió de dirección al puerto. Las olas del mar se podían oír incluso tras doblar la esquina tres calles atrás. Al llegar, decidió caminar por la orilla, prometiendo no acercarse más al agua.
Observó las gaviotas con picos aserrados que volaban al ras del mar. Al cabo de un rato, optó por mirar a los pescadores en la costa. Uno que otro usaba sombrero; otros eran acompañados por sus hijos. La hija de uno le llamó la atención; su piel era violeta y tenía un hermoso cuerno sobre la cabeza.
«¿Debería hablar con ella?», pensó, pero antes de ir con la joven se detuvo. Comenzó a sudar; se encontraba nervioso de nuevo. Vio a sus alrededores para asegurarse de que nadie lo veía y poco después dejó de hacerlo. «Te ves raro», se dijo.
Hizo ejercicios de respiración y comenzó a calmarse en poco tiempo. Se apartó de la orilla y caminó sin rumbo por la arena. Al cabo de un rato, se detuvo para orientarse. Las montañas rojizas y las mesetas casi lejanas ahora se encontraban a pocos pasos. Entre las bifurcaciones y el camino dorado corría un delgado hilo de agua. Se acercó al arroyo y dejó que el agua fría tocara sus pies, esto lo revitalizó.
—¡Luka, espérame! —dijo una voz femenina que apareció detrás de él. Era una niña demonio, una pequeña, quizás la menor. Su cuerpo era de color anaranjado y tenía dos pares de ojos a cada lado.
—¡La mazmorra está por aquí! —dijo un adolescente, también demonio, que pasó por delante. Tenía una espada en su cinturón, la cual cortaba la arena, balanceándose al ritmo de sus pasos.
—¡Oigan, alto! ¡No se comporten como niños! —dijo una segunda voz femenina. La más grande de todas. Ella era igual a los anteriores, pero lucía diferente con sus dos brazos adicionales.
A lo lejos, Jake pudo distinguir la sombra de una mazmorra. Era un edificio que parecía estar fundido con la roca y la arenisca. Sus pilares eran imágenes de demonios y tortugas entrelazadas. Su entrada era un gran arco en forma de boca abierta con una gran puerta blanca en medio.
Él miró hacia atrás para asegurarse de su ubicación.
«Podría volver mañana. Pero echar un vistazo no está de más», pensó.
Minutos más tarde, ya se encontraba bajo la entrada. Un aire helado lo envolvió al pasar por la puerta. Sus piernas le temblaban y el sudor volvió a aparecer en su rostro. Avanzó unos pasos y miró hacia atrás para asegurarse de que la salida siguiera visible.
Invocó una flama de su báculo, pequeña y débil, ya que él era un mago hydromante. Cada paso revelaba estatuas desgastadas y murales descoloridos. Se detuvo a verlos, puesto que eso le gustaba. Reconoció las técnicas grabadas; eran técnicas demoniacas, y se emocionó al verlas.
A lo lejos, escuchó el golpe de una espada contra carne. El sonido era débil y luego se volvía un chisporroteo viscoso; aquello se trataba de insectos.
Con cautela, avanzó por las bifurcaciones estrechas. Apagó el fuego que tenía porque podría quemarse por estar cerca a la pared. Al salir, se detuvo ya, que los golpes cesaron. Se asomó con cuidado y apenas distinguió la figura de la mujer en la oscuridad. Bajo los pies de la chica, una montaña de insectos cercenados se extendía y en su nuca, un prisma de color ámbar brillaba.
***
Día 2
(Zoe Fellen)
Se zambulló en el mar como lo hacía de costumbre. Estaba desnuda y eso no le preocupaba, ya que no había nadie alrededor. Limpió su cabello con un peine y se hizo una cola. Depiló sus extremidades con una piedra volcánica, la cual se llama pómez, y untó aceite en su piel ya limpia. Caminó descalza hacia sus cosas, ubicadas sobre una roca a diez metros de la orilla. Al final, antes de vestirse, utilizó una faja para apretarse el pecho.
Con las preparaciones listas, decidió partir. Recogió su mochila y su tienda de campaña plegable (un conjunto de tela gruesa y lana). El sol radiante comenzaba a asomarse por el horizonte. Después de asegurar sus alforjas, se dirigió hacia la orilla.
Un terreno plano apareció tras minutos de caminata. Zoe tiró su mochila en la arena y se acercó al espacio vacío. Decidió practicar unos movimientos de combate. Con los pies descalzos otra vez, comenzó a realizar estocadas y embates. Se encontraba en forma, pero esto no le bastaba.
«¿Debería volver a aquella cueva?», pensó.
Con un giro decidido, se puso en marcha hacia el camino que llevaba a la mazmorra. Tras caminar media hora, llegó a la entrada de mármol. Empujó las puertas con fuerza y las trabó antes de ingresar. Entró en las bifurcaciones y, antes de encender su propia luz (una que venía de una vela), observó las antorchas.
«Estas no son mías. Hay alguien dentro», se dijo y sacó su espada, solo por si acaso.
El eco de las gotas resonaba en las paredes, y los arañazos finos eran inquietantes.
—¡Corte helado! —resonó una voz masculina en el interior. Segundos después, las paredes resonaron con una explosión.
Zoe sacó un anillo de su camisa y lo colocó en uno de sus dedos. Sus ojos brillaron un instante. Ella ahora podía ver la energía mágica a su alrededor. Sin dudar, siguió el sonido. Antes de girar la esquina, vio una luz emanar desde el interior de la mazmorra. Al entrar se encontró a un aventurero familiar; era el mago del barco.
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—¡Detente ya! No sé qué intentas, pero atraerás al resto —exclamó ella.
Jake Archer se encontraba tumbado en el suelo. Su rostro se encontraba cubierto de su propia sangre y de los insectos, fluidos de color azul.
—¡No puedo dejar que termine así! —dijo Jake desde el suelo. Tras sus palabras, una araña emergió de una de las grietas frente a él—. ¡Padre Zulmar, congela sus esperanzas! ¡Pica de hielo!
La magia cortó el aire y, con un destello azul, iluminó la sala. La araña terminó estampada contra la pared, muerta. Un chillido se oyó como un estruendo y el sonido de las patas chirriando.
La nariz de Jake comenzó a sangrar. Él intentó levantarse, pero fue inútil; no tenía fuerzas.
Zoe estuvo a punto de dejarlo, pero su instinto le indicó ayudarlo. Se giró y lo arrastró hacia la pared más cercana, apoyándolo contra ella.
—Archer, ¿puedes caminar? —dijo ella con voz tranquila.
Él, con esfuerzo, levantó la mirada.
—No creo que pueda seguir... —Su voz apenas era audible.
—Si estás consciente, significa que aún puedes usar magia. El problema es el veneno. Déjame revisar tu mochila. —Zoe tiró de la ropa del mago para inclinarlo y acceder a las alforjas—. No tienes pociones. Te lo dije, esto no es para novatos… ¡Bingo! Tienes Romir, muerde el tallo y comenzarás a desintoxicarte. Cuando estés listo ¿crees que podrás alzar un muro de hielo? —dijo y señaló el báculo.
—¿Un muro?, ¿ahora? —dijo Jake, ahora pálido.
—Sí, necesitamos prote… —Zoe alzó su espada y miró hacia la grieta. Podía ver las auras de las criaturas—. Diez, treinta... Son demasiadas. Empieza a conjurar. ¡Ahora!
Jake cerró los ojos, suspiró profundo y levantó su báculo.
Zoe desenvainó su espada al momento que apareció la primera araña. El monstruo saltó y ella respondió con una estocada en el abdomen. La segunda, la tercera y la cuarta atacaron a la vez, pero ella logró esquivarlas. Sus movimientos eran rápidos y precisos; parecía danzar entre las criaturas.
—¡¿Aún no está listo?! —dijo tras limpiar el área de los arácnidos. Observó a Jake, quien apenas logró levantar el báculo—. ¡Maldita sea!
Ella siguió luchando con determinación y sin piedad.
—Son demasiadas —dijo ella antes de recibir una mordida.
El dolor recorrió su pierna, segundos después comenzó a adormecerse.
Jake hizo un esfuerzo para levantar su cabeza. Antes de poder liberar su hechizo, aún incompleto, logró ver el fenómeno. Un destello ámbar brilló en la habitación, y el tiempo retrocedió cinco segundos. Todos los movimientos a su alrededor se repitieron, pero esta vez en reversa.
Zoe memorizó los patrones; en el momento en que el tiempo se reanudó, logró esquivar los ataques. Estaba a salvo, pero ahora se encontraba agotada. Los giros se volvieron lentos y su reacción se volvió torpe. El rostro se le enrojeció y su vista comenzó a nublarse. Este era el pago de su habilidad.
Antes de que ella pudiera cortar a la próxima araña, la espada saltó de sus manos. Cuatro bestias le mordieron los tobillos y se forzó a regresar el tiempo una vez más. Esta vez ya no podía respirar bien. Tropezó y cayó de rodillas frente a la grieta en la pared. Trató de alcanzar su espada, pero sus brazos apenas podían moverse. Quiso alzar su cabeza, pero fue inútil; estaba fija en el suelo.
Un estallido de luz azul apareció de repente. El aire se enfrió de inmediato y el aire se cristalizó. El báculo de Jake cayó y rompió el silencio con un eco. Poco después, Jake cayó, pero esta vez fue recibido sobre la espalda de la espadachín. Zoe se había lanzado debajo de él.
Con un quejido, ella lo acomodó sobre sus muslos. Pegó su oreja a su pecho y puso un dedo frente a su nariz. Jake seguía vivo. Muy pronto el color comenzó a pintar su rostro.
Ella se recostó en la pared y vio el muro de hielo erguido. Suspiró con alivio y trató de alcanzar una de sus pociones. Se llevó la mano al bolsillo de su pantalón, pero solo pudo sacar cristales rotos. Ahora, su trasero tenía una gran mancha azul. Se rio de su imprudencia, y poco a poco comenzó a sentir el cansancio.
—Está bien... Respira... Descansa un poco y podrás irte… —dijo antes de caer dormida.
***
Día 3
(Jake Archer)
Jake despertó con dificultad y se levantó de la camilla. Su torso desnudo se encontraba envuelto en vendajes y aceites. Con esfuerzo, se puso de pie y caminó alrededor de la habitación.
Apareció el dolor de cabeza y la visión se le volvió borrosa. Regresó a la cama y, al levantar la sábana, vio a una joven desnuda. Ella dormía a pierna suelta, con la baba en las almohadas. En las muñecas de la joven había círculos mágicos dibujados con tinta azul. Esto era un ritual de sanación popular. Los santos eran los únicos que podían hacerlo, puesto que eran vírgenes y castos. Si bien es cierto que un hombre podía hacerlo, era común ver a los pacientes despertar horrorizados. Caso contrario con las mujeres, puesto que ambos sexos se sentían cómodos y seguros al verlas.
«Algo es algo», pensó Jake y tomó asiento sobre la cama. No sentía vergüenza, puesto que el dolor era fuerte y porque recobró la confianza.
Observó la habitación a detalle y pudo reconocer los símbolos de un centro de salud. Se acercó a una cuerda que se encontraba junto a la cama y tiró de ella. La campana sonó fuera de la habitación y segundos después una enfermera entró. Ella no parecía sorprendida, ya que esto sucedía a menudo y eran gajes del oficio. La chica se acercó a Jake con su mochila y vestimenta, ambas limpias y ordenadas.
Jake dio las gracias y sacó su bolsa de monedas.
—No es necesario, señor, su amiga lo pagó ayer.
«¿Amiga?», pensó Jake y tomó sus cosas. Se vistió de forma rápida y sacó una botella desconocida de sus alforjas. Era una mezcla de Romir con alcohol, un brebaje común. Aun tembloroso, bebió de la botella.
La enfermera despertó a la chica con suavidad y la vistió. Al levantarse de su letargo, la santa se despidió de Jake con la mano y salió cubierta solo por una tela blanca.
«Es hermosa», pensó el mago al verla, aunque poco después se sintió mal. Sería castigado por algún dios al tener esta clase de pensamientos con una santa.
Con la mente un poco más clara, salió del edificio acompañado por la enfermera. Se despidió de forma cortés y caminó por las calles. Afuera, el sol comenzaba a asomarse en el horizonte y los barcos aún aguardaban en la orilla.
Se dirigió al gremio, que aún seguía cerrado. Cambió de planes y se dirigió a los puestos cercanos. En el mercadillo, las botellas estaban alineadas de par en par. De nuevo, puso las monedas dentro del sombrero del viejo. Escogió un juego de frascos y unas pociones de desintoxicación. Todo esto costó una pieza de plata y seis de bronce.
Antes de bajar a la costa, sacó una de las pociones y la bebió. Aunque tenía un ligero toque dulce, no lograba enmascarar el amargor del Romir por completo. Sacó su conclusión: en definitiva, era mejor elaborar sus propios desintoxicantes.
Se sentó en la arena y se dejó bañar por los rayos de sol. El suave murmullo de las olas le hizo cerrar los ojos por un momento. En su estado de paz, escuchó pasos acercándose. El ruido apenas era audible, puesto que estaban sobre la arena. Al alzar la vista, vio a la joven. Todavía no conocía su nombre.
—¿Te sientes mejor? —dijo Zoe.
—Sí, envenenado, pero vivo —respondió e intentó sonreír a pesar del dolor.
Zoe se sentó a su lado, observó el frasco y luego miró a su alrededor.
—Lo viste ahí abajo, ¿verdad? Mi poder.
—La vi tres veces. La primera fue en el barco —bebió otro trago—. La segunda y tercera en la cueva. No te preocupes, no diré nada. Después de todo me llevaste y pagaste mi tratamiento.
—Ah. Ya veo. Yo solo quería quedar bien.
Jake bebió de la poción y la miro a los ojos:
—Mentirosa…
Las olas rompieron en la orilla. El silencio fue opacado por las voces de los aventureros y comerciantes. Las redes se subieron en las naves y las barcazas comenzaron a surcar.
Jake bebió otro trago y le entregó un par de monedas a Zoe. Ella las recibió en silencio.
—Oye, ese artefacto que llevas en la nuca. ¿Qué es? —dijo Jake.
—¿Te refieres al prisma? —Zoe se tocó el cuello—. Es una reliquia familiar.
—Reconozco esas marcas, son inconfundibles. Eres una Fellen, ¿verdad? De esa familia de espadachines.
—Así es —respondió ella con una sonrisa—. Y tú eres Archer… de la familia de magos, ¿cierto?
—Exactamente.
—El tiempo pasa, pero el legado sigue. El tiempo pasa, pero el legado… sigue.
Zoe miró el horizonte. Jake rio en silencio.
—Tal vez deberíamos formar una alianza —dijo él.
—Suena interesante —dijo y lo vio con curiosidad—. ¿Qué insinúas?
El primer silbato de los barcos resonó a lo lejos. Los aventureros se apresuraron a partir. Unos cuantos todavía no salían de sus habitaciones. El tiempo apremiaba.
—Nada en particular... Por cierto, ¿cómo te llamas?
—Zoe Fellen —respondió ella.
Ambos miraron al mar una última vez antes de estrechar sus manos en acuerdo.
Dos días y tres noches más para llegar a la isla.
Continuará...
Araña del Desierto o Dunas
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