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3. Fasbauma

3. Fasbauma

Año 724, 5 días después de iniciar la misión. En algún punto del mar.

El Fasbauma fue un barco de esclavistas en sus años de gloria. Sus literas fueron demolidas para alzar habitaciones para los exploradores. Pasando a albergar la mitad de su capacidad, unos quinientos pasajeros. Por este motivo, seis navíos fueron suficientes para el viaje hacia el Puerto Este.

No viajar directamente a la Isla del Sol tenía una razón, una simple: sería un suicidio. El naufragio de ocho flotas militares del reino de Emberforge fue solo el principio. No solo se diezmó el poder militar del reino, sino que se levantó el título de lugar maldito entre los navegantes. En el mapa apareció un nuevo punto de interés. La zona negra. Encontrándose en el triángulo imaginario que surge entre el Reino de Emberforge, las Islas Demoníaca y del Sol. Cuya respuesta se encontró en los relatos de criaturas marinas: Los Gemunils.

La solución inmediata fue reanudar los viajes desde el Puerto Este. Aunque pequeño, era un buen paradero para el comercio menor y el ocio. Con delicias del mar, la exploración de laberintos antiguos, playas vírgenes y mujeres, que no eran tan vírgenes.

Los planes sobre cómo pasar aquellos días de paro eran comunes. Pero hubo un puñado de personas en el Fasbauma que no pensaban en relajarse. Ir a la misión solo sería una estupidez. Por ello, pequeños grupos comenzaron a formarse antes de llegar a su destino.

Un hombre se separó de su grupo e increpó a una joven que pasaba cerca.

—No creo que lo entiendas primor, pero debes tener en cuenta algo. Somos expertos en esto. —El hombre rascó su cabeza, de poco pelo castaño, y sus brazos repletos de cicatrices. Alguien difícil de ver, considerando que no pasaba de los veinte años—. Únete a nosotros, tendrás la oportunidad de aprender y ganar experiencia. El oro nos espera y, si lo hacemos bien, seremos leyendas. Te pagaremos al final. ¿Qué dices? ¿Te atreves a ir con nosotros?

—No, gracias. Tengo prisa —respondió la joven. Su cabello negro y ojos azules eran lo de menos. La atención estaba centrada en su espada, visible bajo su camisa holgada. Al ajustarse la mochila, con suerte, podrías ver incluso un poco más—. Tu grupo es bueno sin mí, ¿por qué insistes?

—Porque nadie llega lejos sin un poco de ayuda, cariño.

—Buscaré ayuda en otra parte.

—Creo que no me estás entendiendo.

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—No estoy aquí para cargar mochilas. —ella apartó su brazo con firmeza y llevó su mano a la espada.

—¡Oye, quiero que de…! —No pudo terminar. En un parpadeo fugaz, la luz recorrió la hoja. Ahora, tenía la punta de la espada a centímetros de su cuello. El hombre no se inmutó. Su grupo se sintió incómodo y se puso a la defensiva.

—¡Prima, deja de fastidiarme! —dijo la joven y acortó la distancia de su espada con un paso. El acero ya comenzaba a rozar la piel del sujeto.

El hombre alzó los brazos de forma lenta. Segundos después, se cubrió el rostro con la mano.

—Parece que no pude engañarte esta vez —dijo con voz entrecortada. En ese momento, pedazos de tierra comenzaron a caer. La cara se le desmoronaba y, tras ello, dejó al descubierto su naturaleza femenina.

La habitación se llenó de murmullos. Observaron la escena; aquella chica era una cambia-formas, un poder único. La marca que tenía en la nuca era la de una niña bendita.

Con un movimiento de cabeza, la joven hizo aparecer un largo cabello anaranjado. Era fabulosa. Era orgullosa.

—Parece que sigues sin aceptar tu realidad. ¿No puedes hacer nada sin esa forma? —la espadachín levantó el cabello de la cambia-formas con su espada.

—Tal vez deberías aprender a no subestimar a los demás, exiliada. —La cambia-formas creó una capa de tierra sobre su cuello ante el ataque inminente.

Al instante, la espadachín dio un paso atrás y...

—¡Ya cálmense! —intervino un chico bajito, proveniente del grupo cercano. Su cabello blanco y mirada cansada lo hacían ver como un pequeño anciano—. Estamos aquí por una razón, no para pelear entre nosotros. Tú —señaló a la espadachín—, debes aprender a controlar tus impulsos. Zisa —dirigiéndose a la cambia-formas—, ¡vámonos, ya se terminó todo esto!

El grupo se marchó entre los murmullos ajenos. Zisa, se despidió de la espadachín con la lengua afuera y de la multitud con besos volados.

La espadachín respiró hondo, se dio vuelta y enfundó su arma. Fue vista por todos los curiosos; esto le sentó mal, ya que, desde un principio, quería pasar desapercibida. Algunos incluso comenzaron a verla con disgusto, otros con asco; era entendible. Una chica que tiene la habilidad de cambiar su cuerpo a voluntad, siempre intentará lucir hermosa. Todo el mundo sabe que no puedes molestar a una mujer hermosa; serías el primero en recibir un buen golpe si lo hicieras.

—¡Oye tú! —dijo una voz masculina, proveniente del tumulto, casi opacada—. ¿Cómo pudiste saber que había algo extraño en ella?

El joven mago cruzó el espacio que separaba a la espadachín.

—No lo sé —respondió la joven con desdén, pero antes de dar un paso adelante decidió sincerarse—. Solo lo presentía.

—¿Presentías? —dijo el mago, sorprendido por su respuesta—. Eso es un don raro.

La espadachín se detuvo un momento y, tras un breve silencio, añadió:

—Cualquiera puede sentir la tensión en el aire. Adiós.

—¡Alto, no te vayas todavía! ¿Acaso tú también eres una niña bendita?

Ella se detuvo y se giró de forma lenta, con los ojos fijos en él.

—Solo lo diré una vez. Fue puro presentimiento. Desaparece.

—No te preocupes, no haré nada —respondió él con cierto grado de timidez—. Primero, debo de presentarme. Me llamo Jake Archer.

Continuará...