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2. El pescador

2. El pescador

Año 724, mes de la Fundación de Arkania. Ciudad del Puerto Este.

El Puerto Este es un lugar estratégico que ha cobrado importancia con el tiempo. Lugar histórico, punto de partida para mercaderes y trabajos de esclavistas. Dian Mercier, antiguo explorador, lo describió como un paraíso más allá de la arena. Con sus riquezas naturales, su ubicación estratégica y la diversidad de productos. Los habitantes creyeron en esas palabras y esperaron que sus vidas cambiaran. Sin embargo, tres décadas después, seguía siendo la misma pequeña, pobre y vieja terminal pesquera. Sembrando dudas sobre esas palabras.

Las promesas de prosperidad se desvanecieron con el tiempo. Las personas se quedaron atrapadas en una rutina de lucha diaria. Los pescadores, con rostros marcados por el sol, sacaban con esfuerzo los escasos frutos del mar. Las embarcaciones, desgastadas, se alineaban en la orilla. Los ecos de risas de antaño se convertían en susurros nostálgicos. La gran ciudadela del Este parecía un sueño lejano, un ideal que jamás se materializó en la realidad. Por otro lado, el puerto se adentraba más en la penumbra de la desesperanza.

No obstante, este año, una chispa se encendió. La expectación se sentía en el aire, como si algo trascendental estuviera por suceder. Los rumores despertaron el interés de lugareños y forasteros. Dentro de esta ciudad amurallada y de movimiento constante. Con las tiendas reabriendo y turistas a por montón, ocurre la siguiente historia.

Un anciano de cabello canoso y piel curtida, con cuatro pares de bigotes bajo la nariz, observaba la bahía de pie. Apoyado en su bastón, veía a su nieto pescar. Un joven de cabello rojizo y piel de tono anaranjado, adornado con marcas angulares moradas en los pómulos. Cuyos ojos eran únicos: el derecho, de un intenso rojo anaranjado, y el izquierdo, azul verdoso.

—¿Por qué no dejas la caña? Es inútil, Kain. Estuvieron allí toda la mañana, ahora no hay nada —gotas de saliva le salpicaron al hablar.

—Abuelo, no puedo asegurarlo. Este mar y, sobre todo, este lugar, nos han dado peces para comer —suspiró, sin apartar la vista del agua—. Tengo la sensación de que en el próximo minuto lo atraparé.

El anciano caminó unos pasos sin prisa.

—Entonces, esperaré. Los presentimientos son el lenguaje del mar. —Se sentó en la banqueta frente a la calle—. Y si no atrapas nada, tendrás que compensármelo con un almuerzo.

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—Bah… está bien, no hay problema —respondió el joven sonriendo.

El sol tiñó el cielo de anaranjado y violeta. Un minuto después, Kain sintió un fuerte tirón en la línea. Con habilidad y rapidez, comenzó a recoger el sedal, emocionado.

—¿Qué opinas de esta captura? —mostró el pescado, que aún se debatía.

El viejo asintió con una sonrisa de aprobación y agregó:

—Parece que conoces bien esta orilla. —Sus ojos blancos mostraron un poco del brillo que le quedaba.

Kain encendió el fuego y preparó el pescado para cocinar. El anciano contó historias marineras en el proceso. Cuando el fuego comenzó a crepitar, el aroma a pescado asado impregnó el ambiente nocturno.

—Hijo —dijo el anciano—, espero que tu padre vuelva el próximo mes. Es posible que perdamos este terreno por la construcción del depósito. Esos hombres regresaron y… no sé qué pasará. Es mejor estar preparados para lo peor.

—Abuelo, acéptalo, no podemos ofrecer tanto. Solo vendemos cestos y sombreros. —Movió la cabeza con resignación—. Además, somos minoría. El parlamento decidió entregar estas tierras a los humanos. A pesar de nuestros esfuerzos, la diferencia de poder y dinero es abrumadora.

—No es así. Esta tierra nos pertenecía antes. Es culpa de la guerra que nuestros antepasados fueran expulsados. Y que luego ellos vinieran y nos quitaran el control. ¿Qué hay de las familias que estaban aquí, de nuestra gente?

El silencio cayó entre ambos, quebrado solo por los chasquidos del fuego.

—No es momento de lamentarse viejo —dijo y sacó una hoja doblada del bolsillo—. Mira lo que encontré en el pueblo de Ibe. Dice que hay una misión especial en la isla frente a este puerto. Podría entrar y recibir buena paga, aunque no sea la mayor recompensa. Un contacto está dispuesto a darme su lugar por ochenta piezas de jade.

—¿Ochenta piezas… por un lugar? —sonrió incrédulo—. Eso suena como cuatro o cinco monedas de oro.

—Puedo partir hacia allá ahora. ¡Haremos el intercambio cuando mi contacto venga dentro de dos meses! —El mar seguía murmurando—. Piénsalo, aunque no conservemos el terreno, tendremos suficiente dinero para comprar otro.

—¿Quieres que me vaya?

—No, abuelo. Seguiremos aquí, pero lejos del puerto. Nos mudaremos al otro extremo. Donde podremos pescar y vivir tranquilos sin preocuparnos por la renta.

—Ya veo… —murmuró el anciano, acariciando su barbilla y jugueteando con el bastón—. Es una idea infantil, pero tentadora. Ohm… ¿Aún sabes navegar?

—Abuelo, soy pescador.

—Y yo soy tu abuelo, no un estúpido.

—Saldría al amanecer.

—¡No! ¡Eres demasiado ingenuo para navegar solo!

—Entonces, ¿con quién…?

—Ve por el barco. Regreso en un minuto —dijo el anciano, con esfuerzo para ponerse en pie.

—¿A dónde vas?

—Por mi arco.

La magia de recordar aquellos tiempos…

Continuará...