Lágrimas de angustiante dolor corrieron cuesta abajo por encima de las mejillas, llenas de pesar, venidas de un alma rota perteneciente a una niña de diez años. Estaba sentada en una silla frente a una mesa metálica, en la estación de policía de Villa avellana, dentro de los territorios de Nemea, perteneciente a la nación de Trisary. Yacía agazapada, abrazada en las propias rodillas en una bolita pequeña, bajo una manta blanca que fungía como un capullo y dejaba afuera la cabeza de cabellos castaños adornados por un moño rosa, a juego con el vestido que la cubría.
Dentro del cuarto de interrogatorio, y atontada por un sedante, lo suficientemente potente como para debilitarla, más no enviarla a la inconciencia. Sujetaba un peluche de un conejo de algodón con ojos de botones. Un único compañero que acabó usado como pañuelo para limpiarse los mocos. Nadie se le acercaba, no después del incidente al darle la nefasta noticia: su madre falleció en el hospital.
No lo entendía en ese entonces, no supo si el exceso de trabajo provocó que la salud decreciese y la acabó matando o los medicamentos contra la depresión causaron una sobredosis que le ocasionó un paro cardiaco. Nada eso carburaba en la mente, tampoco pudo observar al oficial, quien, con el casco adornado por angelicales alas doradas pegado al pecho y mano en su hombro, le trató de explicar ofreciéndole un vaso de chocolate caliente.
Ella solo gritó como nunca lo ha hecho negando esa realidad, tan fuerte que se lastimó la garganta y la cara se le enrojeció. Perdió a su padre hacía mucho tiempo, con la partida de la madre su vida se veía imposible, lo único que le quedaba y se esfumó, dejándola en el mundo.
Algo en el interior se rompió, y en el dolor despertó la tormenta durmiente dentro de ella. Al ganar claridad, todos los focos explotaron en pedazos ante una sobre carga de energía. Los muebles de oficina yacían volteados, y desperdigados en montañas de madera rota bajo el tenue descenso de papeles blancos, ante la atónita mirada del personal.
No terminó de asimilar lo sucedido, atacada por el pánico al verse acorralada por los oficiales que alguna vez empáticos, llegaron como si ella fuese un animal peligroso. Incluso alcanzó a ver como uno se tentaba a desenfundar la pistola.
Con el peligro cernido sobre ella, volvió a liberar de forma inconsciente esa fuerza invisible empujándolos. No tardó en ser sometida, y en los forcejeos inútiles una jeringa entró en el cuello; un líquido se abrió paso en el organismo, anulando toda fuerza, volviéndola completamente dócil.
Los oficiales estaban preparados, los tomó por sorpresa al principio y en el segundo asalto pudieron frenarla. Ninguno caía en la inexperiencia, se notaba la práctica y el cómo tratar esas situaciones. Conocían el protocolo para contener a niños con el mutágeno latente recién nacido, y lo que procedía.
Un sonido de pasos de botas pesadas le hizo alzar el rostro, uno de rasgos de muñeca a pesar de las lágrimas. La puerta al lado del vidrio polarizado de la gris habitación se abrió, dejando pasar a su visitante.
Se trataba de mujer vestida en un abrigo blanco de detalles anaranjados con un chal y en diestra sujetaba un paraguas cerrado, usado anteriormente como protección de la nevada que caía en ese invierno. En la cabeza descansaba un sombrero de punta tumbado hacía atrás, adornado por un anillo dorado, y de un ala ancha que no alcanzaba a taparle la cara moteada en pecas.
If you encounter this tale on Amazon, note that it's taken without the author's consent. Report it.
La mujer destacaba por su heterocromía, en cabello y ojos de diferentes colores. Sus ojos uno blanco y negro estaban enmarcados por unos anteojos con forma de rueda y armazón dorado. Un lado de su cabello era sedoso y brillante como la luna llena, mientras que la otra mitad era oscuro como la noche. Ambos lados estaban peinados en dos coletas que caían sobre sus hombros de manera elegante.
«Una bruja».
Cruzó ese pensamiento al distinguir el sombrero, basada en las historias que leía en los tiempos de ocio. Aun cuando su madre bromeaba de que solo alguien que pidiera a gritos ser quemada, andaría en la calle usando semejante letrero de muerte.
La piel se puso pálida y el aliento se esfumó al verle las piernas a la mujer. Lo que debían ser las botas, se trataban de implantes mecánicos platinados tipo armadura, abarcando hasta poco más de las rodillas. La niña tragó saliva, no imaginaba la clase de vida que pudo tener la lanzadora de hechizos, como para acabar en semejante destino.
Al lado de la mujer se encontraba un oficial de tez morena, el cual le permitió pasar. Los dos se echaron miradas de desprecio, y sin decir ninguna palabra la mujer entró en la habitación con la puerta cerrándose atrás de ella. En sus labios murmuró algo inaudible para la niña, y por el ceño fruncido dedujo que no podían ser halagos.
—Ah, yo sé que está pasando contigo —habló la mujer en un sonar rasposo, de un aire intelectual derrochando arrogancia—. Ya lo he visto antes con otros mocosos. Y para que lo sepas, es una bendición, no una maldición.
—¿Qué? no entiendo. —Parpadeó débilmente.
—Despides una señal muy tenue... un reflejo de tu estado. —Enseñó un brazalete del que se mostraba una joya blanca, y tomó asiento. Colocó en la mesa una bolsa de papel y del mismo sacó un rollo de canela con pasas—. ¿Cómo te llamas? Yo soy Priscila Galdenstark... trabajo como guardiana rango oro con las águilas de acero.
Mostró el medallón demostrando su rango en el ejercito. Los ojos purpura de la niña se iluminaron, y dejó caer la quijada de la que corrió una gota de hambrienta saliva. Aun tapada la nariz, pudo alcanzar el dulce aroma cálido del pastelillo del que todavía emanaba el vapor de pan recién horneado.
—María... María Cruz.
—Interesante... —Priscila se percató de que entre los mechones se asomaba una oreja de un tamaño humano, y acababan en punta—. Una mestiza ¿eh? ¿Lo quieres? Tómalo. —Estiró el brazo al ofrecerlo, e inmediatamente la niña se cubrió aún más con la manta, en desconfianza. Arrastró hacía delante la bolsa hasta quedar frente a María, en una distancia prudente—. Ya... ¿no aceptes dulces de extraños? eres una niña muy lista... y espero que lo suficiente como para considerar que no vas a sobrevivir estando sola. ¿no hay nadie que venga por ti?
—Yo... yo no... —Se trataba cabizbaja, en palabras roncas casi afónicas y cortadas. El sentirse intimidada por la presencia de la hechicera, mezclado por el sedante le impedía articular palabra con coherencia.
—Tranquila... quiero ayudarte. —La comisura de los labios se estiraron de par en par, mostrando los dientes blancos, de ensombrecida faz soltando una risa rasposa y escalofriante, semejante al de una anciana, una bruja—. Somos del mismo árbol... así que relájate. Soy la mejor cosa que jamás te haya pasado... voy a enseñarte a cómo controlarlo.
Le hablaba tal cual María fuese otra adulta, no se limitaba e iba directo al grano. María no lo sabía, y hasta años después supo que, en el instante de su despertar, dejó de ser una niña para siempre.
Arte: jimmy Hatmaster y Cristian Vilas
Arte: jimmy Hatmaster y Cristian Vilas [https://img.wattpad.com/39f98b81808b90264803671d101392011e74ccd3/68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f2d7a467150544463346c6a3253513d3d2d313336313239383432332e313737306131346330643763356264393239323634393936323431352e6a7067?s=fit&w=1280&h=1280]
image [https://img.wattpad.com/9b2e4b205302b30afacb2d558f282705d8b71a11/68747470733a2f2f73332e616d617a6f6e6177732e636f6d2f776174747061642d6d656469612d736572766963652f53746f7279496d6167652f3072686c6b6f756e6f436b5259773d3d2d313336313239383432332e3137373061313337353431393661623235363637373638343530332e6a7067?s=fit&w=1280&h=1280]