—Terminé de bañar a los gatos. —María abordó a Priscila sentada en el sillón, embelesada por el droide que transmitía un partido de bola gravitatoria. No prestó atención de los desnudos brazos extendidos y tensados de su alumna cubiertos por leves arañazos sangrantes.
—¡¡Arriba mis Mariposas bravas!! ¡Tres a dos! Manténganse así ¡Esas tortugas audaces son la peor mierda de Rhodantis! ¡Su selección está por ser enterrada!
Priscila tenía las mejillas pintadas de líneas rosas y blancas, la bandera del equipo. Llevaba puesta una holgada playera conmemorativa, y un short corto. Bebía un tarro de cerveza espumosa helada, acompañada por unos cacahuates adobados.
—Pri... por favor. —Rogó al borde del llanto.
—Ah, ¿sí? Claro, perdón. —Aprovecho el medio tiempo, detectando las heridas—, ponte algo de alcohol; no pasa nada, no necesitas desperdiciar magia en eso.
—D-de acuerdo.
Marchó al baño donde guardaba el botiquín; en media curación Priscila entró al cuarto, movida por un sentimiento de responsabilidad y culpa tomó los vendajes ayudándola a sanar aplicando un brebaje que regeneraría el tejido por completo para el día siguiente.
Devuelta en la sana María cruzó de nuevo cruzó mirada con el cuadro del ojo místico pegado en la pared. Mostraba un alto coloso, una estatua que recordaba a un irregular prisma hexagonal sobre una base que parecía una rosa en pleno florecer, pétalos carnosos y correosos de tejido puramente vivo. En la parte superior de la entidad resaltaba un ojo humano en la cima pegado a una cabeza sin rostro de la que resplandecía un anillo luminoso atrás de una aparente nuca; rodeado múltiples globos oculares flotantes, salidos de una blanca luz. A los lados se estiraban un par de alas rocosas, agrietadas como parte de la superficie de la entidad, cuya sombra emergían los brazos contusionados de los desvalidos. En el suelo resaltaba un símbolo rúnico, una X partida a la mitad por una mayúscula I cerrada y cerrada por un circulo perfecto.
—Hermoso ¿no te parece? —Priscila apoyó las manos en los hombros de su alumna—. Xotec Sabbanur de la infinita conciencia bendice esta casa.
—Diría inquietante. —Incomoda apartó la vista—, sigo apegada a la fe de la madre tierra y los demás titanes ¿Es cierto que muchas figuras importantes lo alababan?
—A él y a los otros de la triada. Su majestad Ámbar Topacio seguía su palabra, no abiertamente fuera de Trisary claro. Dicen que Xotec Sabbanur es un titán de elemento desconocido y por eso no se manifiesta en este mundo. —Una teoría que seguía inquietando a María—. Podrá no gustarte... sus apóstoles escribieron muchos de los grimorios que hoy utilizamos; su palabra no se aleja a la del viajero de los Templarios, el conocimiento es poder... quitando lo de ámense los unos a los otros, eso es opcional... su culto era popular y por algo lo envilecieron.
A su corta edad María leyó libros de leyendas y mitos del continente de Grishland. En la mitología de los Templarios, dictaban que el emperador de la antigua civilización el llamado Chroneidos enloqueció por el llamado de cuatro entidades oscuras provenientes del más allá del plano astral y causó el final de todo lo que trajo el renacimiento en el que vivían. Atribuían a una de esas fuerzas a Xotec Sabannur, lo que causó que su culto que inspiraba la búsqueda de los saberes y el progreso, un ideal del propio profeta de los Templarios como una religión pagana.
Tres dioses ni buenos ni malos, rendían cultos y a los devotos escuchaban voces desde el plano astral; podían ser sus mentes iluminadas al borde la locura al exponerse al infinito por medio de drogas y conjuros, confundidos por el mensaje de algo divino. Existente o no, esas entidades poseían poder en los seres consientes de una u otra forma.
—Por cierto, los gatos han estado muy tranquilos... no han salido de su cuarto. —Priscila los escuchaba maullar desde la sala, nada fuera de lo común, sonaban animados y el rasguño de sus patas en el suelo de madera.
—Costó mucho secarlos, estaban mal humorados... —Sentada en el sillón la pequeña sobó por encima de uno de los brazos vendados, aun latentes—. Por lo que tuve que darles unos juguetes, esos que me dijiste que podía agarrar del segundo cajón del tocador de tu cuarto.
—Que bien... —Priscila abrió los ojos de golpe, y se ajustó los lentes con la piel pálida al dar con una incoherencia, en el umbral de un ataque de histeria supo guardar la calma—. Querrás decir el segundo cajón bajo mi armario.
—¿Eh? ay no, creo que me confundí... —Temblorosa admitió el error—, eso explicaría por que tenía llave. Usé un hechizo abre seguros que me enseñaste, pensé que era una prueba. De todos modos ¿no eran juguetes de gato? Tenías muchos de esos ahí, todos de distintos tamaños y vibraban.
El rojo encendió el rostro de Priscila, entró en pánico completo y voló a toda velocidad al cuarto de los gatos sin dar ninguna explicación entre gritos que hicieron eco en toda la casa del árbol:
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—¡¡Bebés dejen eso!! ¡¡Son los juguetes de mami!!
Confundida María recibió el castigo de pararse en un rincón durante media hora, y no se le permitió salir a jugar afuera por un día entero en lo que la hechicera enterraba entre llantos algunas de sus posesiones dañadas, y anotaba los gastos que debía hacer para comprar nuevos.
...
María acompañaba a Priscila a la ciudad de Nemea; apodada como la granda sabana. Una enorme metrópolis amurallada conocida por su basta población de gente cobriza, muchos de variantes rasgos bestiales da mayor y menor medida.
Rodeada por un estrato arbóreo de arbustos, de poca cobertura de árboles grandes. Esta carencia ha permitido un estrato herbáceo alto y continuo, combinado por bosques y millas de pastizales en los caminos.
Los edificios se alzaban gigantescos, tapando con sus sombras las calles del recinto de una arquitectura que asemejaba a las ciudades libres. Estructuras grises y verdes, en las que abundaba la vegetación; era poco visto el transporte por vehículos que no fuesen monturas. Las carreteras no estaban pavimentadas en adoquines, sino por caminos de tierra.
Las personas iban vestidas en pieles de animales, túnicas que apenas les cubría, no se veía mal que pasase un hombre sin camisa con tatuajes o mujeres que iban en un top de pelaje perteneciente a una bestia.
María no tardó en descubrir como en las zonas altas destacaban por ser personas con más rasgos de bestias, todo lo contrario, en los terrenos humildes, en donde andaban los completamente humanos de piel cobriza. Uno de los atractivos de la ciudad de Nemea fue su coliseo, justo frente al palacio del gobernante.
Nunca tuvo la oportunidad de ir a esos lugares, apenas siquiera pudo ver las casas desde la ventanilla polarizada, de una limosina de lujo que Priscila rentó. La veterana odiaba visitar ese lugar, el rostro se le arrugaba del asco. Movía los pies ansiosos por llegar al lugar donde acostumbraba ir a realizar sus negocios y debían pasar por la zona baja. Por las caras que esbozaba veterana, daban a entender que sufría una obstrucción de días.
Antes de aprender el uso de la magia adecuadamente, tras una capacitación matemática en la que se vio el gran potencial de aprendizaje rápido en María. Comenzó a ayudar a Priscila a contabilizar las posiciones y herramientas que iba a vender en el Mercado de lo oculto, además de comprar algunos de los juguetes que sus gatos dañaron por la confusión.
María nunca pudo olvidar la primera vez que lo visitó. Se bajaron del coche y pagaron al chofer, quedando que vendría por ellas para el atardecer. María siguió a Priscila a un callejón lejos de las aglomeradas calles del centro. A la hechicera le guiaban dos droides voladores en forma de esferas, que almacenaban objetos que pretendía comerciar.
Una creciente incomodad emanó de María, debido a la ambientación lúgubre del lugar, y el terror se apoderó de ella al encarar el final del camino a un grupo de cinco punks, sentados en cajas de madera con unos rostros maliciosos, bajo la poca iluminación de las edificaciones.
Escondida atrás de Priscila la jaló de la falda, rogando para que se fueran y no le hizo caso. Por un segundo pensó lo peor de su mentora, hasta que, en completa tranquilidad; Priscila sacó una gema compactadora del bolso y liberando telarañas de alto voltaje, materializó la herramienta en una luz espectral.
Un báculo platinado con una cabeza en forma de estrella dorada y en ambos extremos dos hojas curvadas en una media luna invertida, en cuyo núcleo relucía una gema grisácea. La eminente manifestación no perturbó a la pandilla, soltaban leves risas y emanaban un aura de muerte que se adentró en María.
Las piernas de la niña temblaron, estuvo a punto de aflojar los esfínteres y orinarse encima. Justo al dar una media vuelta, la mano de Priscila la tomó del brazo en silencio, ni siquiera se molestó en mirarla. María forcejeó y le rogó de todas las maneras que conocía, pero no le hizo caso.
—Cállate y observa.
Priscila habló tranquila y dominante, bastó ese gesto para que María se quedara quieta. De un movimiento del báculo, la visión de los bandidos se distorsionó tal cual una piedra al ser arrojada al agua, dejando sin alma a la aspirante.
—¿Cómo? —preguntó.
—Es una ilusión, echa para los tontos normales —dijo—, ven y sígueme, si tienes miedo cierra los ojos y aprieta mi mano.
Acató la orden, bajó la cabeza y se dejó llevar a paso tembloroso. Una briza húmeda rosó la cara, pasó por encima del cabello y acabó por pasar a través del cuerpo tal cual entrase a una pared de agua, e instintivamente aguantó la respiración.
Al pasar ese muro ilusorio, la temperatura acalorada del exterior se remplazó en un clima refrescante. No se atrevió de inmediato a abrir las ventanas de alma, no hasta que Priscila la empujó levemente.
—Anda... mira.... —En una tercia calma la alentó.
Dubitativa hizo caso a la petición muy lentamente. Al aclarar la visión, los parpados se abrieron completamente, asombrada por lo que le rodeaba.
—Bienvenida, María... al mercado de lo oculto. —Priscila se apartó presentando las maravillas.
Altas velas en vez de faros de luz iluminaban las calles de suelo plateado tan puro que lucía como cristal, un vasto centro comercial de edificios de formas que imitaban extrañas figuras geométricas modernistas iluminadas por el neón. Centros de luz que proyectaban hologramas del último modelo de báculo, o grabaciones de modelos vistiendo la tendencia en indumentaria en hechiceros.
Carpas de letreros anunciando mercancía, desde tónicos para mejorar el ritmo físico en el cuerpo y pociones que aseguraban curar enfermedades en estado terminal. Las calles adoquinadas estaban repletas de civiles nativos de Nemea y extranjeros, venían al bazar a comprar o comerciar sus productos.
María caminaba atrás de Priscila, maravillada de todo lo que veía. Escrutó un aparador en el que mostraban piezas de bestias cazadas y vendidas por los guardianes, usadas para la creación de herramientas mágicas.
Resonaba la música desde un escenario en medio de la calle, en el que magos creaban un show basado en ilusiones al compás de canticos agiles, notas contundentes que enervaban la sangre, juntando a la multitud, en su mayoría híbridos de elfos, bestias y humanos. Anuncios de prohibidos coches estaban de frente a la entrada, de ese mercado, una ciudad completamente distinta dentro de Nemea.