Al salir de la estación de policía, fue llevada a un cuarto de una posada en donde Priscila se ha estado hospedando. La hechicera estuvo ahí de paso al venir de un viaje desde Santus tras atender unos asuntos en Idonia, al ser la guardiana cercana al suceso de María, le solicitaron fungir como experta.
En un descuido de Priscila al estar dentro del baño, María escapó. Llena de tristeza esprintó en las calles bajo la tenue caída de nieve; al principio pensaba volver al departamento en donde vivía, una idea que se nubló de la mente a causa de la razón que se sobrepuso a la histeria.
Su madre no iba a estar ahí, nunca la volvería a ver tras regresar de la escuela, jamás sentiría su calor y no escucharía su canto cuando la acostaba en la cama. Antes de irse a trabajar doble turno en la fábrica empacado de carne; de alguna manera le alcanzaba el tiempo para pasar el tiempo con ella, leyéndole y cocinando juntas.
Nunca probaría la comida casera, y temía que en el tiempo el rostro de la madre se tornara borroso hasta olvidarla por completo. La longevidad de los elfos mermaba, aun con medio humana, olvidaban fácilmente, tal como lo hicieron con su antiguo nombre y quienes fueron; María temía ese destino.
Presa del frio, las piernas se rindieron a la mitad de un puente, suspendido a una altura de varios metros a nivel del rio. Al asomarse un ataque de vértigo la consumió, se tuvo que agarrar fuerte de los barandales para no resbalar, las piernas le temblaban cercanos a perder la firmeza. En el deseo de acabar el dolor en colisión por el de vivir, la angustia le trajo un pensamiento oscuro a la mente: salta.
—¿Así es como quieres acabar? —Priscila se le apareció desde el otro lado de la plataforma. María de nuevo no pudo decirle otra cosa—. Leí sobre tus antecedentes, se guardan registros en el archivo en el gran cubo al entrar personas del extranjero... mejor dicho de todo individuo. Se de donde viene tu madre... tu padre... por lo que pasaron para llegar a Trisary. ¿Qué le dirás al otro lado? ¿Cuál será el fruto de su sacrificio?
—No... no quiero... —La cara se llenó de una capa húmeda, lloraba desconsoladamente y la voz resonaba trémula. Cuando se dio cuenta, Priscila ya estaba parada frente a ella, con su abrigo y cabellos movidos por el frio aire.
—Entonces vive. —Culminó seria, pasó el dedo en las lágrimas heladas, enjuagándolas al recorrer los dedos enguantados en cuero en las mejillas, acariciadas por los mechones castaños de la chica, remolinados por el viento en una expresión digna de un espejo roto, una inocente alma fracturada—. Vive para convertirte en algo mucho más grande, por una vida mejor de lo que ellos tuvieron y no te dejes caer. Eres una hechicera, eres poder, pasión y libertad... eres vida, fruto de un regalo de la naturaleza. Haz que tu don arda por ellos, vive para ellos y por sobre todo... vive para ti misma; busca tu propia felicidad.
Un nudo se ató en la garganta, incapaz de formar palabra, y en una mandíbula temblorosa, María acabó por limpiar los ojos anegados se lanzó a abrazar a la mujer de una calidez que la envolvió, y se desahogó entre murmullos. En piedad maternal, Priscila le acarició la cabeza, soltando frases de consuelo, prometiéndole que todo saldría bien.
La madre, Ivanadriel Laury, cariñosamente llamada como "Ivana" en la comunidad donde vivía, se le sepultó en el cementerio de Villa avellana, no fue una mujer de guerra, más su dedicación a su hija le hizo digna de ser considerada una. Fieles a la antigua usanza de los elfos, quemaron su cuerpo en una balsa empujada al mar, incendiada de un disparo de flecha.
Se suponía que el primogénito o amante debía realizar tal acto, pero María no había tocado un arma en su vida, por lo que Priscila, la llamada estrella refulgente, cumplió ese cometido.
Ese gesto se hizo menester de miradas curiosas y de desagrado por parte de la comunidad, pensando que la guardiana calzaría en el segundo título. No dio explicación alguna, Priscila se llevó a María de la mano, abandonando el poblado una vez que empacaran las cosas del pequeño cuarto rentado donde alguna vez vivió.
Se suponía que enviarían a María a la fortaleza oscura días después, el destino creó inconvenientes. Priscila pretendió entrenar en lo básico al verla demasiado verde en todos los aspectos, y el descontrol del poder mágico, la volvía una bomba de tiempo dentro de la academia.
Debido al trauma de perder a la madre, María se aferró a Priscila, lo que dificultó que pudieran tomar caminos separados. La veterana solicitó en el reporte enviado a la academia, que le dieran un año de preparación.
No hubo represalias, la guardiana albergaba gran influencia y contactos en los altos mandos; por lo que podía tomarse el tiempo, adjudicando lo necesario en la capacitación de un nuevo elemento que se uniría a la milicia mercenaria. El principal producto del país junto a la exportación de carne bovina.
Se mudaron en una cómoda casa en Roca mojada, muy cerca de la costa de Nemea. El lugar se situaba en medio de un bosque, un terreno privado y en el centro de esa finca yacía estoica y firme, una casa sostenida por el árbol más grande de esa tierra, tan alto que alcanzaba el cielo.
La casa del árbol, ese nombre le puso María. Todo niño siempre quiso tener un escondite similar, y la aprendiz no fue la excepción, parte de ella anidaba la sangre de los elfos, y estos acostumbraban a vivir en bosques ocultos en guetos. Nunca vivió una, estuvo amarrada al modo de vida del padre, en una cultura Templaria, aun si faltaba, la madre ya actuaba más como una humana que como un elfo.
Se subía a la casa por una escalera de caracol, escalando en un porche en donde estaba la vivienda y en las ramas se conectaban pequeños cuartos por donde se podía acceder en firmes puentes. Del techo de la casa sobresalía el tronco hueco, por donde salía el humo de la chimenea. Siempre florecía en cerezos, derramando una tenue lluvia al nacer nuevos pétalos, y de una madera tan gruesa y dura que rivalizaba el concreto. El lugar no fue una construcción natural, Priscila contrató a druidas licenciados, arquitectos y albañiles en la realización de su hogar.
—La naturaleza me relaja, puedo ser un poco ermitaña. Tal vez en alguna vida pasada fui una druidesa... —bromeó Priscila en voz suave—, claro... hoy estoy muy lejos de ser parte de algún culto de esos hedonistas adictos a consumir productos herbales.
Campos de tulipanes adornaban los campos alrededor de la casa, en los que jugueteaban dos gatos, y al notar la presencia de la dama del sombrero, se fueron sobre ella; pegándosele a las piernas metálicas en ronroneos de afecto. Priscila los cargó a ambos, en un trato de una madre a los bebés recién nacidos. Los llamaba pelusa y blanquito: uno blanco y negro con manchas del color contrario
—Igualmente los extrañé, chiquitines. Mami ya está en casa. —Pegaba los cachetes en las caras de los mimosos mininos, de trato afable al corresponder el afecto y el sonar tierno de Priscila—. Como siempre... lograron valérselas sin mi durante un mes completo; son unos excelentes cazadores.
—¿No hubo nadie que los cuidará? —María observó a los lados, en búsqueda de algún otro ser humano o similar en los alrededores. Nada, puro monte y bosque de pinos tan altos como la casa del árbol dominaba en esa tierra.
—Antes de irme a mis viajes... les dejo salir al campo, y siempre que vuelvo aparecen en el jardín. —No soltaba a los gatos, de temple implacable de lograr sobrevivir todo ese tiempo en solitario y mimados en presencia de la ama por la que se criaron—. Se puede decir que tenemos una conexión especial. Son parte de la familia y como lo serás tú también, me ayudarás a cuidarlos... en especial de bañarlos, que no huelen exactamente bien. ¿Verdad que sí, mis amores?
Les arrojó besos correspondidos en maullidos cariñosos, María se tapó la nariz por el mal olor que desprendían los animales de sucio pelaje y las sorpresas no acabarían en ese encuentro.
El hogar mostraba una arquitectura de un hibrido hogareño, y un toque místico de raíces sobresalientes de paredes blancas y el piso de madera. De las extensiones del árbol se formaba una mesa circular, acompañada por sillas en el amplio recibidor divido en la cocina, sala y una escalinata que subía a los pisos superiores. Dentro del hogar se adornaban animales disecados divididos en dos secciones: las cabezas de monstruos pegadas a la pared, tras ser diseccionados y usado sus órganos como material de experimentación. Las mascotas que alguna vez tuvo Priscila.
Rehacía el separarse de sus mascotas, por lo que las disecaba. María vio siete gatos de distintos colores en filas en estantes de la pared, todos con collares que albergaban un nombre. Tal imagen no espantaba a los otros dos gatos que acompañaban a la mujer.
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María tardó en acostumbrarse a ese ambiente, llegó a perder el sueño al escuchar peleas de gatos en el techo o como copulaban al atraer mininos que se coloraron de alguna manera al terreno; posiblemente mascotas de comunidades de campesinos cercanas. Lo que le erizó los bellos de la nuca fue descubrir una yegua embalsamada en la bodega. Se llamaba Gertrudis, murió por la mordida de una serpiente, y esta última le sacaron la piel formando un cinturón que Priscila de vez en cuando lucía.
En el cuarto de estudio, la cantidad de libros se comparaba a los costales de alimento y artículos para gato que se guardaba en el almacén, donde residía el equino disecado. El olor a libro viejo no podía sobreponerse al hedor de arena sanitaria, y muchas veces la nevera estaba llena más botellas de leche que agua.
Lo que se presentaba como un palacio de ensueño, comparada a la antigua residencia donde pasó algunos años; se rodeada de fragancias poco gratas en las fosas nasales de María, una niña criada en buena higiene y orden de un hogar humilde, pero acogedor.
—Si fueses alérgica a los gatos... habrías tenido que buscar a otro profesor. —Bromeó agitando la mano, entre carcajeos, al estar sentada en el comedor con blanquito recostado en las piernas y pelusa acostado sobre el sombrero puesto en la mesa, aplastándolo.
—Es demasiado... —Tembló la mano firme en la nevera, clavando los ojos en las filas de botellas llenas de leche que ocupaban casi todas las repisas.
Tal estilo de vida, le causaba cierto tic nervioso a la de ojos purpura, le vino ataques obsesivos de limpiar y mantener el orden, todo por no aguantar a los gatos. Priscila encontraba a María trapeando el piso, y cambiando las cajas de arena, usando un paño en la nariz con tal de aguantar el olor.
—Traerte aquí sí que fue mi mejor inversión. —Abandonó la sala dejando a María sacando los pelos pegados de las cortinas.
A Priscila le venía de perlas ese trastorno obsesivo compulsivo, no tenía que gastar energía en limpieza. Con derramar algo de leche en la mesa y María acabaría trapeando media cocina primero usando sus propias manos; al entrenarse desempeñó la magia como único medio para todo esfuerzo.
Parecía que Priscila llevaba el estereotipo de las brujas y solteronas que pasaban de los cuarenta demasiado lejos. Como toda mujer que asimiló exitosamente el mutágeno, lucía los treinta, una pantalla de la verdadera edad que podía llegar a tener dada la longevidad producto de mutaciones. María no se atrevió a preguntar por lo segundo, pero si intentó saber por qué usaba el sombrero.
—Me gusta burlarme de esas normas... siempre y cuando esté dentro de lagunas legales. —Priscila le contestó sentada en el sillón durante las horas del Té, con blanquito recostado en los muslos—. He alcanzado una gran reputación. Di clases en la universidad de Idonea y un rango alto entre los guardianes, especializándome en la investigación. Pretendo retirarme de guardián pronto, para irme a trabajar como docente a tiempo completo... todo usando un sombrero que se le consideraba tabú. No estoy peleada con nuestras raíces, María... ahora se buena y pásame unas galletitas.
Colocó a María a sanar heridas de animales heridos en veterinarias, y al poco tiempo cambió a personas al apoyar en hospitales al reducir el daño en fracturas. No solo estaba aprendiendo a sanar usando magia, igualmente la instruían en primeros auxilios con sus propias manos. Pretendían volverla una unidad médica.
Priscila creía que la magia santa, respectivamente el arte de la curación se mostraba como lo básico que todo mago debía dominar. Llegó a descubrir a su aprendiz a altas horas de la noche dentro de la biblioteca, devoraba libro tras libro. No se limitaba a la magia, leía de matemáticas, historia, idiomas, astrología, bestiarios, medicina y cultura de otras razas.
Tuvo que poner seguro a ciertos grimorios que podían ser peligrosos para una novata, fuera de eso, preparó café y se dedicó a leer junto a María.
—Me estás comenzando a caer bien, niña. —Priscila se sentó a lado de María, acompañándola en el estudio.
—¡Oye, Priscila! ¿Qué significa esto? —María presionó el dedo en el apartado de un libro, en el que se describía a un molusco de caparazón bulboso, movido por tentáculos—. El texto es algo pesado, me cuesta razonarlo.
—Se les llama diablillo. —Priscila mostró un leve repudio por semejante aberración, y al dar la explicación se notó ese sombrío tono en cada palabra—. Son unos parásitos que toman posesión de las personas, empujándolos a cometer atrocidades. Por lo que le pagan a algunos guardianes para exorcizarlos.
—¿Tendré que combatirlos algún día?
—Puede ser. —Pensante pestañeó por la pila de libros que acumulaba María. No sabía que le soltaba mayor impacto; el descubrir todos lo que pretendía leer o los que ultimó recientemente y todavía seguía dispuesta a devorar otro mar de conocimiento escrito en papel.
—Si quiero ser una guardiana... debo estudiar mucho. —En un ánimo poco usual en una niña en temas académicas, los ojos se iluminaron al contemplar todo lo que le faltaba por leer.
—Prepararé algo de café y panecillos, nos tomará un buen rato. —Erguida de la silla, caminó hasta la cocina observando de reojo a la estudiante sumergida en los libros.
—¡Si, por favor!
A las dos les fascinaba lectura, cultivarse de información, amaban el té de frutas y acompañarlos con pastelillos.
A Priscila le llegó a llamar la atención como María se volvía una criatura de hábitos. Al medio día siempre se marcaba la hora del té, no importaba la situación en la que estaban, sacaba la tetera y servía las tasas.
Al beber café metía dos cubos de azúcar, media cucharada de crema y los mezclaba durante treinta segundos. Se levantaba al mero amanecer, subía los escalones de dos en dos y leía hasta pasados de la media noche cada dos días. Esa actitud obsesiva fue enfocada en el estudio, con tal de mejorarla y volverla una gran guardiana.
El estudio en casa por la mano de la veterana, ayudó a María a terminar la escuela básica antes de cumplir los quince años, la edad en la que todo joven pretendía elegir algún oficio al cual dedicarse.
—Volviste a sobre exigirte, niña tonta.
Priscila descubrió a María con la mejilla pegada al libro abierto de par en par, envuelta por el manto del sueño y un hilo de saliva le escurría de la boca en una morisqueta chistosa, reflejando un jugueteo infantil entre ronquidos cercanos a palabras poco entendibles
Con la mano en el pecho, acarició los cabellos de la muchacha que había recogido poco más de un mes. No tuvo la necesidad de mostrar exigencia, cuando María ya se sobrecargaba a ella misma.
Pensaba tomarla y llevarla a la recamara de decoración minimalista donde se ha estado hospedando, negando esa idea rápidamente al temer por un prematuro despertar. Por lo que se trajo una manta del closet de blancos, y le cubrió los hombros para que no pasase frio. Dejó el cuarto para ir a retomar el consuelo del mundo onírico, esperanzada de un mañana mejor para cualquiera de las dos.
—Fuiste mi mejor inversión, golfilla... vaya que lo eres.
Priscila no se parecía mucho a lo que María conocía como un guardián: estoicos cazadores de monstruos, nómadas de los territorios civilizados matando horrores que no podían ser detenidos por los barones; ocupados en sus guerras con otras facciones tanto internas como externas.
La especialidad de la veterana no giraba en ir por monstruosidades, iba por distintos trabajos. Ella ejercía el rol de detective mágico, se dedicaba a investigar en Trisary y en Santus casos de uso indebido de la magia por parte de grupos delictivos, resolvía homicidios, secuestros y robos que tuviesen que ver con la brujería. Cazaba otro tipo de monstruos.
En el tiempo en el que María estuvo viviendo con ella, Priscila bajó sus actividades para dedicar el tiempo a entrenar a su discípula. Recibía una paga del gobierno por preparar a una nueva guardiana.
Constantemente Priscila impartía un nuevo concejo en cada una de sus clases. María no hablaba mucho en esa época, apenas pronunciaba un par de palabras, y se obligaba a soltarse ante la insistencia de la veterana.
—Dime, María... ¿Cómo se llaman los usuarios de estigma?
—Esper, hechiceros, brujos y portadores.
—Perfecto... —Le arrojó un chocolate que María atrapó a duras penas, ambas daban un pase en el jardín de la casa—. Dime... unas cuantas diferencias de esas mutaciones.
—Los espers es un alterado artificial o domina unas cuantas ecuaciones que no son exclusivas para los licenciados. No pueden ejercer libremente en el mundo de la magia, a menos que sea en un trabajo militar. María realizaba esfuerzos por acomodar las ideas—. Un hechicero domina una amplia lista de ecuaciones, y puede trabajar en la industria. Un portador es aquel que se funde con una entidad estigma. Esto tres comparten en común que deben estar registrados en el gobierno, de lo contrario serán cazados.
—Exacto... —Le dio otro chocolate—. De lo contrario sería un ilegal y menester a una sentencia de muerte. Aunque debo decir... que muchas de las leyes del Archivo son innecesariamente estrictas, te daré unos concejos para cuando tengas tu licencia.
—Soy todo oídos... —Se le iluminaron los ojos.
—Siempre que aprendas una ecuación nueva, asegúrate que esté en el catálogo de disponible —relató en modo de lista—, no te arriesgues a crear ecuaciones nuevas siendo muy joven. Eso de experimentar con los algoritmos es bastante peligroso para alguien novato, puede darte combustión espontanea. Por último, donde llegues a crear una ecuación nueva... de preferencia guárdatela para ti misma y no la patentes al archivo.
—¿Qué? —María no comprendía la naturaleza de ese concejo—. ¿por qué no?
—Mira, son unas alimañas rastreras. Puedes publicar un artículo o invento, ellos te apoyan quedándose con cierto porcentaje de las regalías al financiarte si les gustó tu patente. —El hablar de Priscila mostraba experiencia—. Una ecuación... eso es distinto, es mucho menor el pago de las regalías por publicarlo. Te pueden llegar a quitar la patente de no tener cuidado y podrían hasta prohibirla si ven algo extraño o de repente les jodes y quieren fulminar tu reputación.
—¿Cómo que extraño?
—Peligro al usarla, nigromancia, geas exageradas, entre otras cosas... curiosamente los sacrificios de sangre son legales, solo para los que nos movemos en el mundo militar. —Priscila fue rápida, sin ganas de profundizar—. Una vez que te gradúes, ten mucho cuidado a que inclinas... tres veces que rompes sus reglas... te puede costar.
Priscila se retiró las prendas del torso, mostrando el enorme tatuaje que abarcaba toda la espalda del hibrido de dragón y fénix; la licencia de hechicero en la espalda, pero esta no se mostraba en la tinta negra que se caracterizaba. Leves signos de quemaduras corroían el dibujo, en los ojos del dragón y el grifo ya lucían carnosas inflamaciones rojizas.
—Por los titanes... —soltó en un hilo voz.
—Tres veces para romper las reglas del archivo, a mí me quedan dos metidas de pata. —Priscila ladeó la cabeza, mientras sujetaba las prendas que le cubría el pecho—. En la tercera la marca del hechicero se vuelve de la bruja y ya no hay marcha atrás. Siempre revisa cada ecuación y nunca caigas en la tentación. No importa lo estúpida que sea la regla, no lo hagas... a menos que encuentres las lagunas en sus normas.