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Espadas del Pasado [Spanish]
Traición y restitución

Traición y restitución

Embelesado por la luz de la luna y las estrellas en un esplendoroso cielo despejado, el recién erigido daimyo trata de descansar de tan ajetreado día de ceremonias para coronar su nuevo cargo y de la noche de “celebración”.

Sentado sobre el borde del pasillo que mira hacia el jardín del castillo, y mirando hacia el cielo, no puede evitar pensar en todo lo que había pasado para llegar a tan ansiado título. Un gran esfuerzo que no vino fácil. Ver a su padre morir en combate, siendo atravesado por una flecha directo a su cara, es una escena que no se supera con facilidad. Ni siquiera le permitieron llevar el duelo como hubiese gustado y, un día después, comenzaron las celebraciones del cambio de mando. “Tal vez este es el pago que merezco por desear seguir sus pasos”, se dijo a sí mismo mientras contemplaba las estrellas.

En cierto modo lo sabía perfectamente. Este nuevo puesto solo le acarreará más responsabilidades y más enemigos. Aishima es una región bastante rica en recursos, agua y minerales, pero es muy pequeña y su ejército es prácticamente un grupo de ratones en comparación a los feroces gatos de las regiones que la rodean. Su padre había hecho un gran trabajo manteniendo a raya a los demás gobernantes queriendo dominar su tierra natal, pero él pensaba que quizás, solo quizás, habría otro camino, uno donde tal vez el excesivo derramamiento de sangre no fuese necesario.

Pero para ello, debería ser más fuerte y encontrar a las personas correctas que lo ayudaran en su objetivo, aunque tuviera que seguir por ese camino de violencia. Odiaba mancharse las manos de sangre, pero si solo así pudiera parar esta guerra sin sentido, sería un sacrificio que estaba dispuesto a realizar.

-¿Ya tan pronto acabó la celebración? –dice una voz que lo saca de sus pensamientos.

-¿Qué estás tratando de insinuar, Kiyotaro? -preguntó el recién ascendido a gobernante.

-Nada, señor. –te responde el aquel llegado con algunas canas en su cabellera llamado Kiyotaro. -Desde que tengo uso de razón, he servido a su familia, y lo he hecho con tanto orgullo, que no se imagina todo lo que tuve que idear para que su padre se convenciera de que usted sería un digno heredero de su trono.

Kiyotaro era el estratega principal del ejército de la región. El padre del nuevo gobernante nunca dio un paso en el frente de batalla sin antes consultarle sobre los movimientos y formaciones que tuviesen que ser necesarios para evitar un ataque certero del enemigo. De hecho, fue el mismo Kiyotaro quien consideró que he-redero del trono debía casarse con la hija del daimyo vecino para evitar un nuevo confrontamiento.

Pero ¿quién iba a ser el heredero? La opción más viable era Nobushige, sobrino de su señor. Uno pensaría que, quien debía heredar el trono debía ser el primogénito, pero no en este caso. Aquel niño no nació con la mejor estrella del momento, pasando en cama casi toda la niñez, viendo el ir y venir de los médicos y sacerdotes de la región dentro de su recámara, esperando un milagro, el que pudiera recuperar su salud y tomar el puesto que le correspondía.

Ese niño ya había vislumbrado su futuro, sirviendo como monje en el templo ubicado en las montañas ya que no podría cumplir con sus obligaciones como futuro gobernante. Pero algo cambió durante su adolescencia y poco antes de su genpuku (ceremonia de paso a la adultez) cuando alguien le dijo que una vida como monje significaría una vida de celibato. Como si de un segundo aire se tratara, aquel joven milagrosamente comenzó a mejorar en su estado de salud y comenzó a tomar las armas. No fue sencillo, puesto que una gran parte de su vida la había pasado sin entrenar, poder recuperar el ritmo del resto de soldados de su misma edad era una tarea titánica. Pero eso no lo detuvo, por el contrario, lo animó aún más para poder salir adelante.

Acompañó a su padre en múltiples incursiones y batallas, aprendió cuanto pudo de artes marciales, estrategias de combate y gobierno. Y lo hizo con tanta determinación que convenció a su padre de que podría su-cederlo si él faltase. Solo necesitaba el visto bueno de su mejor estratega.

-Es verdad, de no ser por ti, ahora mismo estaría en las montañas rezando sin parar.

-Todos dicen que fui yo quien decidió esto, pero... -le contestó Kiyotaro tratando de ser algo humilde. -usted es quien convenció a su padre de que Aishima podría estar en buenas manos con usted, yo solo di el visto bueno.

-Es una pena que hoy sea tu último día sirviendo a mi clan.

-No puedo evitarlo, señor. Mi cuerpo no es como el de antaño, me es complicado subir y bajar del caballo. Por eso dejo todo en manos de mi hija Kiyomaru, a quien le he enseñado todo lo que sé.

-No creo que pueda encontrar a otro Kiyotaro.

-Es verdad, Kiyomaru será mejor estratega que yo. -le responde su viejo estratega. -¿O no es cierto eso que dicen que un maestro espera que sus alumnos lo superen? De mi parte, espero retirarme a las montañas... -dijo riendo. -y... escribir mis memorias de estrategia, no serán tan brillantes como la de los grandes estrategas de la historia como Sun Tzu o Gengis Kan, pero seguramente le servirán a alguien.

-Me gustaría leerlas algún día. -le respondió el gobernante. -Prométeme que, en cuanto la tengas, me enviarás dos copias, una para mí y otra para la biblioteca pública.

-¿Biblioteca pública? -preguntó Kiyotaro algo confundido por las palabras de su próximamente exjefe. -¿A qué se refiere con “biblioteca pública”?

-Como la biblioteca del castillo. -le respondió. -Pero un poco más pequeña y ubicada dentro de la ciudad capital, para que todos los habitantes de la ciudad puedan leer y distraerse un rato del mundo.

-Perdone, señor, pero los habitantes de la capital y de la región son iletrados, no saben leer ni escribir, una biblioteca pública sería una pésima idea y un derroche de recursos.

-Entonces, los que sí sabemos enseñaremos a los que no. Estoy seguro de que hay otro Kiyotaro escondido por ahí y ni siquiera lo hemos encontrado por ese pequeño detalle.

-Eso significa que su plan es...

-Encontrar a los mejores recursos dentro de nuestra región para que se unan a nuestras filas. Fortalecer nuestro ejército es primordial, y no solo encontrando soldados, sino estrategas, constructores de estructuras, cocineros y médicos. Y si hay que sacar esos recursos de entre los aldeanos, no nos queda de otra.

-Su padre diría que usted está loco, pero ciertamente creo que su plan tiene algo de sentido.

-¿No es cierto eso de que el maestro espera que el alumno lo supere?

Ambos hombres se encontraban dialogando tan plácidamente en el jardín del castillo, que no se esperaban ver un kunai volador clavándose sobre la yugular de Kiyotaro, quien cae desplomado al suelo, chorreando sangre por su cuello, falleciendo a los pocos segundos sin que su señor pudiera hacer algo para salvarlo.

Sin todavía salir del shock, el nuevo daimyo mira a todos lados para saber de dónde provino el ataque. En uno de los muros que rodean el castillo divisó una figura esbelta que parecía estar agachada, cobijada por la oscuridad de la luna que se encontraba detrás de ese muro.

-Ahora sigues tú, Kanemura Sakata, daimyo de Aishima. –dijo aquella figura, por lo que se pudo inferir, por su aguda voz, que se trataba de una mujer.

Kanemura, un poco sorprendido del ataque, decidió correr hacia los interiores del castillo. “Tal vez la oscuridad de los pasillos podrá dificultar el deber de mi asesina”, se dijo. Un instinto de supervivencia superior, pero controlado por la racionalidad, le permitió desplazarse en zigzag para evitar ser víctima de una masa-cre. Si bien, podía pelear, estaba en mucha desventaja al no tener un arma para defenderse. Además, no quería pelear contra una mujer, a pesar de que fuera una asesina a sueldo.

Raudo, Kanemura logró entrar al dojo del castillo y tomó una de las múltiples espadas que se encontraban colocadas en una de las paredes. Así, esperó unos segundos hasta que finalmente su sicaria apareció frente a él en la entrada.

Ella portaba un atuendo morado de un kimono cortado y entallado a la medida de sus curvas. Era pequeña, pero su estatura y su agilidad la ayudaban a ser sigilosa, tanto que nadie en el castillo se dio cuenta de lo ocurrido. El emblema bordado cerca de su pecho, de una rana dorada, indicaba que venía del clan de ninjas Kaeru, pero algo andaba mal en ese atuendo, como si lo hubiera portado por tanto tiempo que ya empezaba a verse harapiento.

-Este será tu fin, Kanemura Sakata. -dijo aquella ninja ondeando su kusarigama (cadena hoz) en señal de amenaza.

Kanemura puso su espada en señal de defensa, tratando de bloquear un futuro ataque por parte de su cazadora. La ninja lanzó su arma contra la espada de su presa, haciendo que la cadena terminara por enredarse en la hoja metálica de la espada.

-No importa lo que hagas. -le dijo la asesina a su presa. -Este es tu destino.

Kanemura tomó la empuñadura de su espada y, tratando de mantener un equilibrio entre la fuerza de su ondeo y el tratar de no romper la hoja metálica de la espada, comenzó a girar sobre sí mismo, haciendo que su asesina fuera arrastrada por la fuerza de él, dando múltiples vueltas dentro del dojo, hasta que finalmente la espada se rompe y la ninja sale volando hasta impactarse contra una de las paredes del recinto.

Antes de que la ninja pudiera reaccionar, un ágil Kanemura saltó hacia ella y, utilizando el arma de su oponente, la amarró de pies y manos y la inmovilizó de tal forma que no podía ni moverse.

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-Que humillante es morir de esta forma… -dijo aquella mujer, con un poco de tono sarcástico en su voz.

-Te equivocas, no pienso matarte. -le dijo Kanemura mirándola fijamente a los ojos. -No creo que este sea un final digno para una dama tan hermosa como usted.

La ninja se sonrojó al escuchar las palabras del daimyo. Pero rápidamente reaccionó, saliendo del asombro.

-Esa táctica no funcionará conmigo. -le contestó. -Cuando me desates, te mataré porque ese es mi deber.

-También puedo entregarte ante mis soldados y que ellos se encarguen de ejecutarte.

-Sería una muerte digna para mí.

-Ciertamente, sería más digno que portar de esa forma el uniforme del clan Kaeru. -le dijo Kanemura señalando el emblema en su pecho.

-El clan Kaeru no significa nada para mí. -dijo aquella mujer en un tono despectivo.

-Me lo imaginé, mi clan tiene muy buenas relaciones con la gente Kaeru, por lo que sería raro que mandaran matarme. -respondió el daimyo. -¿Por qué portas el uniforme de los Kaeru y quién te mandó matarme?

-Tal vez no siga siendo una Kaeru, pero sigo teniendo dignidad. -dijo la ninja antes de darse cuenta de que estaba soltando más información sin querer, y antes de que su estómago lanzara un gruñido poderoso.

-Permíteme. -dijo Kanemura apenas saliendo del dojo sin decir agua va.

Unos minutos después, el daimyo regresó con una taza rebosando de potaje de miso, la cual puso en el piso frente a su perseguidora.

-Si crees que vas a comprarme con comida, estás muy equivocado. -le contestó la ninja al mismo tiempo que su estómago gruñía más y más al oler tan suculento potaje.

-No pensaba comprarte. Al contrario, esperaba liberarte, dejar que comas, y luego puedas hacer tu trabajo tal como te lo pidieron. Dime, ¿cuál es tu relación con los Kaeru, usurpadora?

-¡No soy una usurpadora! -gritó la asesina. -Ellos… ellos me exiliaron cuando descubrieron que asesiné a una banda entera de mercenarios aliados, los mismos que destruyeron mi aldea cuando era una niña. Juré vengarme de esos sucios mercenarios cuando creciera y lo logré, no me arrepiento de lo que hice y volvería a hacerlo si fuese necesario.

-Y gracias a eso, ahora los Kaeru te persiguen día y noche para eliminarte. ¿Cuánto te pagó el que te mandó a matarme? ¿Diez monedas de oro, cinco, una?

La ninja hizo una mueca de desprecio al escuchar la última cifra.

-Ya veo, mi vida vale tan solo una moneda de oro... –dijo al mismo tiempo que sacaba una moneda de oro de sus ropas y la contemplaba con desdén.

-Solo busco sobrevivir, me da igual a quien tenga que matar y el precio que sea.

-Igual que los mercenarios a los que asesinaste, no eres tan diferente a ellos.

-¡Cállate, sucio daimyo! -gritó la ninja furiosa. -¡No tienes idea de las cosas!

-Es cierto… -dijo Kanemura bajando la mirada. –Pero sí sé algo, y eso es que, si me matas, los Kaeru tendrán más motivos para buscarte y matarte.

Ella solo volteó la mirada en señal de desprecio, más no mencionó nada.

-¿Y si te dijera que puedo hablar con los ninjas Kaeru y pedirles que perdonen tu error y dejen de cazarte?

-Diría que solo lo mencionas para evitar que te mate.

Acto seguido, Kanemura puso la moneda de oro en el suelo, justo a un lado de la taza de potaje.

-Es verdad, es totalmente verdad. -mencionó Kanemura en un tono desafiante. -Así que la decisión es tuya, puedes tomar la moneda y matarme, así tendrías dos monedas de oro… O puedes confiar en mí y disfrutar de una cena caliente sin el miedo constante de cuidarte tus espaldas.

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En un claro ubicado a la falda de una de las montañas que rodeaban Aishima, dos samuráis se encontraban desesperados, y esa desesperación se hacía más grande conforme el sol comenzaba a asomar por el horizonte.

-Padre, ¿está seguro de que podemos confiar en esa ninja?

-Claro que sí. -dijo el más anciano de los dos. -Además salió muy barata, una moneda de oro apenas y le quitará el hambre. ¡Mira, ahí viene!

La ninja se encontraba llegando hacia el punto de reunión acordado, llevando una bolsa de tela con alguna especie de contenido pesado adentro.

-Bien, hiciste un excelente trabajo. -dijo el hombre mayor, mientras que la ninja colocaba la bolsa sobre un tronco de un árbol talado. -Ahora enséñanos esa cabeza.

Pero sería enorme la sorpresa de ambos hombres cuando la ninja abrió la bolsa y vieron que lo que se encontraba allí dentro era una enorme sandía redonda y no la cabeza de alguien.

-Esto es una broma, ¿verdad? -gritó furioso el hombre mayor, a la vez que ambos samuráis desenfundaban sus espadas en posición de ataque. -¿Dónde está la cabeza de Kanemura? ¡Te dije específicamente que trajeras la cabeza de Kanemura!

-No necesitas mi cabeza, porque aquí estoy de cuerpo entero. -respondió Kanemura saliendo de detrás de uno de los árboles que rodeaban el lugar.

El recién erigido daimyo había escuchado toda la conversación, así como todo el plan que ambos samuráis habían tramado para intentar matarlo.

-Jamás pensé… -siguió mencionando Kanemura, bajando la mirada y con un tono de decepción. -Jamás pensé que mi propia familia estuviera deseando matarme, tío Nobumasa, primo Nobushige.

-Yo iba a ser el heredero del clan Sakata y del gobierno de Aishima. -gritó el samurái más joven, el que se llamaba Nobushige. -Solo estoy reclamando lo que es mío.

-Esa fue decisión de mi padre y del difunto Kiyotaro. -habló Kanemura. -Preferiría no ser el daimyo de Aishima, pero visto lo visto, prefiero cargar con esta responsabilidad antes que dejártela a ti.

Nobushige, enfadado por las palabras de Kanemura, tomó su espada y se lanzó al ataque.

-¡Entonces yo seré quien tome tu cabeza! -gritó Nobushige, en una especie de éxtasis que rozaba la locura.

Kanemura logró bloquear el ataque de Nobushige, pues era bastante predecible. Nobumasa, por su lado, intento atacar a la ninja, pero esta fue más ágil y con su kusarigama logró inmovilizarlo.

-Perra traidora y malagradecida… -refunfuñó Nobumasa molesto, mirando con desprecio a la asesina.

-Nunca más volveré a vivir de migajas. -dijo la ninja con la frente en alto, mientras que con el extremo de la hoz le daba un golpe en la cabeza a su enemigo, dejándolo inconsciente.

Kanemura, por su parte, logró cambiar de defensiva a ofensiva, finalmente en una danza de espadas, donde cada ataque dejaba casi indefenso a su primo, hasta que, en una de esas embestidas, le dio un golpe por la parte sin filo de la espada en la boca del estómago de su oponente, cayendo al instante al suelo. Kanemura se acomodó sus ropajes y comenzó a orinar frente a la cabeza de Nobushige, ante el asombro de la ninja por tan extraño acto de celebración.

-¡Oye, llevo desde anoche sin orinar por todo este movimiento! -gritó Kanemura tratando de justificar su acto. -¿Me vas a ayudar a llevarlos al castillo o no?

-Lo ayudaré, Señor. -mencionó la ninja todavía estupefacta. -Pero me llevo solo al anciano.

-Como gustes.

Lo que la ninja no sabía es que ese extraño acto de celebración era en realidad un desahogo de lo que iba a pasar más adelante ya que, con un nudo en la garganta, el daimyo de Aishima sentenció a su tío y a su primo a morir por seppuku para evitar futuras traiciones. Su esposa incluso le pidió que reconsiderara la sentencia, pero Kanemura fue firme, no sin sentir un poco de remordimiento por ello.

Fue unas horas después, en el dojo del castillo, donde se ejecutaría la sentencia. Kanemura vio a sus familiares de rodillas, frente a una daga que sería la que les atravesara las entrañas, y con un soldado sosteniendo un hacha quien terminaría por rematar el golpe final. Una vez que el sol brillara a mitad del cielo, sería la señal para la hora de la ejecución.

-Es hora. -dijo Kanemura, quien se dio media vuelta hacia el jardín del castillo para no ver las tripas y la sangre derramarse en el lugar.

Esa fue la señal para la ejecución, puesto que, incluso si el daimyo no vio lo ocurrido, pudo escuchar los gritos de dolor y agonía de su tío y de su primo, quienes se abrían las entrañas para acatar tan sagrado ritual de muerte. Gritos que, unos instantes después, terminarían cuando el soldado que los acompañaba termina-ra con su sufrimiento cortándoles la cabeza a ambos.

Una vez que escuchó los cuerpos de ambos desplomarse en el suelo, Kanemura se dio nuevamente la media vuelta para verificar que todo hubiese ocurrido según lo acordado. No sabia qué le dolía más, si haber sentenciado a seppuku a su propia familia, o que los perpetradores de su atentado fuesen su propia familia. Sin embargo, extrañamente, apenas vio a su tío y a su primo muertos, decapitados y con las entrañas de fuera, se dibujó una ligera sonrisa en su rostro.

-Ya se acabó, señor. -dijo la ninja quien se acercaba a la entrada del dojo, quien lo sacó de sus pensamientos. -Mi trabajo aquí ha terminado.

-No. -respondió el daimyo. -Esto apenas está comenzando, y seguramente vendrán más ataques en mi contra… Esta vez fue mi propia familia, pero más adelante serán los de otras regiones. Necesito hombres y mujeres cercanos a mí, que compartan mis mismos ideales de terminar con esta guerra, pero que a la vez sean fuertes e inteligentes para llevar sobre sus hombros el destino de esta región, que no tengan miedo de pelear, pero que a la vez sean leales y tenga la certeza de que no me traicionarán. Y tú eres una candidata ideal para ello.

La ninja se sonrojó cuando escuchó esas palabras.

-Solo hice lo que creía correcto. -respondió tratando de hacer la mirada hacia otro lado. ¿Pero cuáles son sus planes haciendo todo esto?

-Ser shogun.

-¡¿Shogun?! -gritó la ninja sorprendida. -¡Eso ya es hablar de ligas mayores!

-Tal vez la guerra sea el único camino para acabar con esta misma guerra. Y si la única manera de detener esta guerra es tomar la posición de shogun, entonces no me detendré ante nada ni ante nadie.

-Creo que le aposté al caballo correcto… -mencionó la ninja en voz baja.

-Y por eso te recompensaré, le diré a los del establo que tengan preparado un caballo para ti. Hoy en la tarde iremos a las montañas Kaeru.

-Después de eso, habrá cumplido con su parte.

-Además necesito a alguien que me aconseje, ahora que Kiyotaro fue asesinado.

La ninja se avergonzó de lo ocurrido.

-No diré que fuiste tú si te quedas aquí a servirme como uno de mis soldados de confianza. -siguió hablando Kanemura.

-No merezco ese honor, señor Kanemura. -respondió la ninja un poco avergonzada. -Pero si puedo ayudarle con lo que sea, juro que le serviré hasta la muerte.

-Por cierto… ¿Cómo te llamas? -preguntó el gobernante igualmente avergonzado. -Tengo esa mala costum-bre de no preguntar el nombre de mis vasallos.

-Todos me conocen como Chika…

-Entonces… Chika, bienvenida a Aishima. Ahora eres habitante de este lugar y todo lo que hagas será para defender a esta región y a sus pobladores de aquellos malvados que quieran hacerle daño.

-Así será, señor.

“¿Por qué sonreí?”, se preguntó a sí mismo Kanemura, tratando de reflexionar sobre lo ocurrido hace algunos minutos.

-¿Sucede algo, señor? -preguntó Chika, la ninja.

-Nada, iré al establo para dar la orden de preparar los caballos.

Así, el nuevo gobernante de Aishima cumplió con su parte del trato, restituyendo el honor de la ninja. Si bien, ella no volvería a formar parte del clan Kaeru, ya no sería perseguida por su falta.

Así, la ninja comenzó buscar soldados que cumplieran con los requisitos que su señor requería. Primero, reclutó a Kiyomaru, la hija del difunto Kiyotaro. Después, un enorme y fortachón capitán pirata que estuvo a punto de morir en una pelea en las costas de la región, y por último, un bandido maestro del disfraz, que era capaz de hacerse pasar como mujer para robar el botín de sus presas.

Los cuatro fueron lo que el señor de Aishima necesitaba para poder lograr sus objetivos. Por ser cuatro y estar tan cerca de él, todos los pobladores de la ciudad y de las aldeas cercanas bautizaron informalmente a este grupo de cuatro como los “Cuatro Reyes Celestiales”. Y le fue tan bien con tan selecto grupo, que no se esperó realizar alianzas tan estratégicas con las regiones vecinas, tanto así que tuvo que entregar a Kiyomaru en matrimonio ante el nuevo gobernante de Sakiyama para poder cumplir con una tregua.

De esta forma, los “Cuatro Reyes Celestiales” perdieron un miembro. Y mientras Kanemura intentaba buscar al cuarto que pudiera suplir el lugar de Kiyomaru, unas extrañas visiones comenzaron a atormentarlo. Unas visiones de lo que parecía ser una vida pasada llena de aventuras inimaginables, con personas que, si bien solo tenía vagos recuerdos en esos sueños, todas las mañanas despertaba sintiendo que eran como una familia para él. Nunca se hubiera imaginado que el candidato ideal sería un ronin y ex mercenario borracho y pendenciero recién llegado a la ciudad, el cual juraba haber tenido esas mismas visiones.