Los Ibushi habían llegado en la madrugada a las afueras de Mizukawa, en la provincia de Hanayama, para cumplir la misión de arrasar con todos sus pobladores que el señor de la región les había encargado. Pero entre el grupo, faltaba alguien muy importante. Sabían que la presencia de Shinnosuke en muchas ocasiones había definido la diferencia entre la victoria o la derrota, entre la vida y la muerte de los mercenarios.
Pero no estaba ahí.
-Podemos hacer esto sin él. -mencionó Ibushi tratando de levantar el ánimo de sus compañeros de batalla. -Solo acabemos con los campesinos de Mizukawa y, al terminar, iremos a la ciudad a beber un poco.
De repente, Akane, la que llevaba los estandartes de la banda para identificarse en medio del campo de batalla, empezó a sentir náuseas y a vomitar.
-¿Te sientes bien? -preguntó Sato, el músico, preocupado por la salud de su compañera.
-Sí, -dijo recuperando la compostura de inmediato. -Debe ser el estrés del viaje, ayer también me pasó…
Ibushi, quien era al menos diez años mayor que el promedio de la banda, empezaba a sospechar que esos síntomas eran algo más que solo el estrés del viaje.
-Bien, los más fuertes de la banda acabarán con los hombres de la aldea. Los más débiles arrasarán con las mujeres y los niños, ¿quedó claro?
-Sí, señor. -gritaron todos los mercenarios al mismo tiempo.
Así, todos los Ibushi se dirigieron a toda marcha hacia Mizukawa para comenzar con el plan. Apenas llegaron a las primeras casas, los mercenarios se dispersaron para cumplir con su objetivo. Derribaron las puertas sin avisar y entraron a las humildes casas, donde no encontraron campesinos, pescadores, mujeres viudas o niños, sino soldados del ejército de Hanayama esperándolos para atacarlos y matarlos en el acto.
-¡Es una emboscada! -gritó uno de los mercenarios antes de ver su vida ante sus ojos y luego ser decapitado por uno de los soldados.
El grito de alerta del occiso mercenario fue una llamada tanto para sus camaradas como para el enemigo. Para Ibushi y los demás fue el momento de levantar la guardia, pero para el ejército de Hanayama, fue como un grito de guerra que indicaba el momento de atacar a los mercenarios.
-¿Qué? -mencionó en voz baja Ibushi al escuchar la alerta de uno de los suyos.
-¡No peleen, huyan cuanto antes! -gritó Akane mientras ayudaba a Sadakatsu a escapar de la zona de guerra y arrastraba a Ibushi en el acto.
Pero ya era tarde para dar la orden. Los mercenarios que no vieron la muerte en ese lugar fueron rodeados.
Ibushi, Akane y Sadakatsu lograron escapar de la emboscada y sobrevivir, pero Sato, Ryu y el resto de los mercenarios, al terminar rodeados por los soldados del ejército de Hanayama, no corrieron con la misma suerte. Los mercenarios más débiles cayeron muertos en Mizukawa, mientras los más fuertes como Sato y Ryu fueron atrapados y enviados a Hanayama donde sus últimos días de vida serían de torturas y de humillaciones, y donde terminarían siendo crucificados públicamente para, ya cuando sus vidas se habían ido de este mundo, sus cabezas fueran cortadas y exhibidas en la entrada del castillo como una advertencia a todo mercenario o guerrero que osara traicionar al señor de Hanayama.
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Esa noche Shinnosuke no pudo dormir. El ronin no podía apartar de sus sueños los rostros de sus compañeros caídos, juzgándolo por no haberlos ayudado en la misión. El ronin despertaba sobresaltado, llorando en silencio, pensando en que quizás, si hubiese ido junto a ellos, habrían salido con vida.
Apenas despertó, recibió una reprimenda y un castigo por haber salido a beber al pueblo. El monje mayor le indicó que, si quería limpiar su alma, también debía limpiar su cuerpo de ese veneno embriagante. Los monjes no tuvieron condescendencia ante él, antes del amanecer y a pesar de la fuerte cruda que padecía, fue despertado para bañarse en agua fría, barrer la explanada, cortar leña, limpiar las estatuas y cargar una infinidad de baldes de agua, todo eso antes de empezar el ritual de meditación grupal de la mañana.
Durante el ritual, Shinnosuke no podía concentrarse, la meditación, o el intento de meditar, lo dejó exhausto. Apenas cerraba los ojos, su sed de alcohol le hacía imaginar que el caudal del río que corría cerca del templo era en realidad un río de sake en el que nadaba y podía beber todo lo que quisiera.
Una vez que terminó la meditación, finalmente se le permitió beber un poco de agua y recibir una porción de arroz para el desayuno. El monje mayor le advirtió que otra escapada más para beber y el castigo sería el doble de severo, a lo que el ronin asintió con la cabeza, avergonzado y un poco humillado, pero finalmente aceptando la condición para quedarse a descansar unos días más en lo que decidía su camino.
Pero sabía que no podía quedarse por mucho tiempo en el templo. Por lo que, apenas terminó el desayuno, pidió hablar con el monje mayor. Tenía muchas dudas en su vida y quizás solo él podría responderlas. Allí, frente al fuego en uno de los altares cerrados, el ronin entra y se arrodilla para iniciar la conversación.
-Espero que hayas aprendido la lección. Ese demonio que dices no poder controlar y que te hace beber no es más que tu propia mente.
-A le perfección, maestro. -respondió el ronin. -Pero no vengo a hablar de eso.
Shinnosuke empieza a contarle con lujo de detalle los sueños que ha tenido y que le advirtieron de no partir a Mizukawa a cumplir su trabajo, los sueños con el pirata, la imposibilidad de interactuar con las escenas y cómo, antes de despertar, esas escenas se paraban como si el tiempo se congelase, y recibía la advertencia. También le mencionó que esa visión le pidió que se dirigiera a Aishima.
-Por un instante llegué a pensar que fue una alucinación por mi ebriedad, pero esas escenas parecían tan reales, incluso llegué a sentir los golpes que recibía ese pirata.
El monje estuvo unos segundos mirando al fuego en lo que trataba de obtener una respuesta entre las llamas, hasta que finalmente habló.
-Es verdad que, en un principio, esos sueños podrían ser una manifestación de tus demonios, o una alucinación por el alcohol, pero por lo que comentas, bien podrían ser visiones de una vida o reencarnación pasada.
-¿Reencarnación pasada? -preguntó Shinnosuke sorprendido de la respuesta del monje.
-Eso podría explicar el por qué esas imágenes en esas visiones te parecen tan familiares, pero no puedes interactuar con ellas, como si fuese una obra de teatro en la que no puedes interrumpir el acto. También podría explicar por qué pudiste sentir los golpes y las torturas que recibía ese pirata de tus sueños, ese sujeto y tú comparten la misma alma, y esos golpes los sentiste físicamente cuando vivías como ese pirata. Es verdad que vivimos en múltiples reencarnaciones a lo largo de nuestra historia, pero el hecho de que puedas tener visiones de esas vidas pasadas es algo que no debes pasar por alto.
-¿Y el pirata Silver? -preguntó Shinnosuke como tratando de hilar todos los cabos sueltos. -¿Por qué todo se detiene y me empieza a avisar que no viaje a Hanayama, sino que vaya a Aishima?
-Es probable que ese al que conoces como Lear Silver lo hayas conocido en esa vida, y es posible que también haya renacido en este país y en esta época, y si te está invitando a Aishima es porque ese lugar será donde se reencontrarán. He escuchado casos similares, aunque no con la lucidez con la que cuentas a detalle tus visiones.
-Pero ¿cómo sabré quién es?
-Por testimonios de personas que han experimentado cosas similares a las que cuentas, puedo asegurar que, en cuanto ambos se vean, se reconocerán el uno al otro.
-Aishima… mencionó en voz baja Shinnosuke para sí mismo. -Es una región al sur de la isla mayor. ¿Cómo llegaré hasta ahí?
Shinnosuke tenía mucha razón, sería un viaje muy largo, sin caballo o una carreta cómo desplazarse, debería hacer todo el trayecto a pie, suponiendo que podría viajar fácilmente entre regiones debido a las constantes guerras que se libran por la superioridad de cada región. Esa travesía, como mínimo, duraría un mes.
-Tienes tatuado al dios que dirige el camino de los guerreros que se encomiendan a él. Si él te libró de tu fatal destino en Mizukawa, te protegerá en tu viaje a Aishima. Lo mejor será que vayas de inmediato. Si esa advertencia ocurre con la misma urgencia con la que te pidió no ir a Hanayama, entonces debes seguir cuanto antes esa instrucción. Pero recuerda que este viaje seguramente tiene un propósito. No puedo decirte cuál es porque no lo sé, pero probablemente estás destinado a ser algo más que un mercenario que pierde su alma embriagándose antes de cada batalla.
-Está bien, maestro. -respondió Shinnosuke haciendo la debida reverencia. -Haré caso a sus consejos.
El ronin no perdió más tiempo y salió corriendo rumbo a Aishima. Al cruzar el pueblo y salir hacia el camino al sur, a lo lejos, en un paraje desolado logró visualizar una carreta con un caballo. En el suelo, alrededor de la carreta, yacían muertos varios samuráis que hacían de escoltas de la carreta, mientras que también podía visualizar a unos extraños sujetos, probablemente bandidos, tomando lo que podían del carro.
La presencia de Shinnosuke no pasó desapercibida, mientras que, provenientes de la carreta, se podían oír los gritos desesperados de un hombre, que con miedo suplicaba que lo dejaran vivir.
Los bandidos, mirando a Shinnosuke, tomaron sus lanzas improvisadas y unas espadas oxidadas.
-¿Qué asunto quieres con nosotros, ronin? -gritó uno de los bandidos. -Ni pienses que vas a robar nuestro botín.
-Ciertamente no tengo ningún interés en su botín. -respondió Shinnosuke, intentando evitar el conflicto y tratar de retirarse cuanto antes, sin embargo, los gritos provenientes de la carreta le hacían sentir que no podía ignorar ese llamado de auxilio. -Pero no voy a dejar que le hagan daño a ese comerciante.
De pronto, uno de los bandidos exclamó con sorpresa e incredulidad.
-Oye, hermano mayor… ¡Ese es el mercenario Shinnosuke Kozuki, aquel al que llaman Shuten-Doji!
-¿Shuten-Doji? -preguntó sorprendido el bandido al que le hablaron en un principio. -¡Eso es imposible, Shuten-Doji fue ejecutado en el castillo de Hanayama!
Cuando escuchó esas palabras, Shinnosuke lanzó una sonrisa macabra. Al parecer podría utilizar el miedo de sus oponentes a su favor.
-Entonces tal vez soy inmortal. -respondió finalmente Shinnosuke.
No se sabe si fue el aura que emanaba de Shuten-Doji poseyendo el cuerpo del mercenario, o si era el miedo que los bandidos comenzaban a tener al ver de frente a alguien a quien habían dado por muerto, pero dicen que lograron ver los colmillos del oni en la sonrisa siniestra de Shinnosuke, antes de que este tomara con rapidez su espada y se dirigiera al cuello del líder de los bandidos, a quien degolló con un tajo limpio.
Cuando vieron a su líder caer muerto ante los pies de Shuten-Doji, los demás bandidos trataron de detenerlo, pero ya era tarde. El oni se abría paso ante sus enemigos, cortándolos sin piedad uno por uno, y en ocasiones hasta dos por dos. Finalmente, ningún bandido quedó con vida en ese sendero.
Cuando no escuchó ningún alboroto a su alrededor, el comerciante, un hombre anciano, con una prominente calva y una barba canosa, que había visto mejores años de su vida, sale temeroso para ver lo que había ocurrido, pero se sorprende al ver que un solo hombre había acabado con todos los bandidos que habían dado muerte a sus tres samuráis escoltas.
-¿Usted acabó con todos ellos? -preguntó el comerciante, un poco temeroso al ver la figura imponente de Shinnosuke. -¡Es increíble! ¡Pensé que iba a morir el día de hoy a manos de esos bandidos!
-Solo hice lo que tenía que hacer, con permiso. -respondió Shinnosuke retomando su camino.
-¡Espere! -gritó el comerciante tratando de detener a su héroe. -¿A dónde se dirige?
-A Aishima. -respondió el ronin, sin apartar la mirada del horizonte de su camino, ni deteniendo su caminar. -Debo llegar allá cuanto antes.
-¡Pero Aishima es un lugar muy lejano! -le dijo el comerciante. -¡No podré llevarlo hasta allá, pero puedo llegar a una región cercana y recortarle su caminar!
-No me gusta quitarle el tiempo a los demás. -dijo Shinnosuke quien se alejaba de la vista del comerciante.
-¡Lo puedo llevar gratis, puedo ofrecerle dinero, comida, posada e incluso sake! -gritó el comerciante tratando de convencer a su salvador de que lo acompañase en su viaje.
Apenas Shinnosuke escuchó la palabra “sake”, se detuvo en seco.
-Espero que sea el mejor sake de la región… -dijo Shinnosuke sin dar la media vuelta todavía para voltear a ver al comerciante. -¿Qué debo hacer yo?
-Se habrá dado cuenta de que mis guardaespaldas cayeron sin vida por culpa de esos bandidos… Necesito que alguien me proteja a mí y a mi mercancía hasta llegar a nuestro destino. La paga que le iba a dar a ellos se la puedo ofrecer a usted sin ningún problema.
-Si los bandidos que nos encontraremos son como esos, entonces este trabajo será pan comido. -respondió Shinnosuke. -Acepto.
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Mientras Shinnosuke, en la parte de atrás de la carreta, disfrutaba gustoso la paga del día, o sea, el sake, él y el comerciante intercambiaban palabras para no aburrirse en el largo trayecto. Así, Shinnosuke conoció a Takeo, el comerciante itinerante, quien iba de un lado a otro del país buscando y vendiendo especias, frutos secos, arroz y alcohol. Decía que su trabajo era necesario ya que, en la guerra, muchos poblados quedaron aislados y necesitaban provisiones que en ocasiones les era difícil de conseguir.
-Y usted… -mencionó Takeo, guiando al caballo en el camino. -Escuché que los bandidos lo llamaron Shuten-Doji, ¿es correcto?
Shinnosuke lanzó un enorme suspiro antes de darle otro trago a su botella, esta vez el trago no era dulce como al principio, sino amargo como vil veneno.
-Supongo que jamás me quitaré ese apodo mientras viva… -respondió el ronin, contemplando el camino que iban dejando atrás.
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-¿Es cierto que usted puede beberse un barril entero de sake y pelear contra un ejército al mismo tiempo?
-Si eso le ayuda a sentirse más protegido, le diré que sí. -dijo Shinnosuke a modo de broma.
-Me dijo que iba a Aishima. ¿Qué asuntos tiene ahí?
-Son… asuntos personales, supongo.
-Seguramente alguien le dijo que el daimyo de esa región, el señor Kanemura Sakata, ha estado reclutando a gente de la peor calaña para engrosar su ejército, he escuchado que sus soldados más cercanos son bandidos, piratas e incluso asesinos, y se han tomado el descaro de autodenominarse como los “Cuatro Reyes Celestiales”. Ese señor está loco, tengo entendido que hace poco terminó una biblioteca pública en la capital de la región, solo es un derroche de dinero. ¿Para qué querría la gente de la ciudad aprender a leer y escribir? Me sorprende que, por el contrario, esa región ha crecido productiva y militarmente.
-Supongo que ese tal Kanemura Sakata es un hombre interesante…
-Y vaya que lo es, dicen que está empezando a formar alianzas con las regiones vecinas, y quien no se alinee con sus ambiciones de ser shogun, terminará con el vientre abierto. Si dicen que está buscando a forajidos para su ejército, tal vez usted podría tener una oportunidad en ese lugar.
Shinnosuke miró la botella vacía de sake que se había bebido y perdió su mirada en el jarro.
-¿Una oportunidad? -mencionó en voz baja.
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Cayó la noche y, al no encontrar un pueblo cercano en su viaje, Takeo y Shinnosuke paran a la orilla del camino, debajo de un árbol, para cenar y descansar, aunque esta vez Shinnosuke no descansaría, proteger la mercancía de su empleador era importante. Bajo la luz de la luna brillando a su máximo esplendor, y junto a una fogata para calentarse y cocinar sus alimentos, ambos hombres comparten sus propias experiencias de vida.
-Veo que ha tenido su mirada perdida toda la noche. ¿Es alguna mujer en especial?
-Mujeres, supongo… -señala Shinnosuke, apoyando sus manos sobre el suelo, mirando hacia la luna, suspirando, intentando no recordar a aquellas mujeres que formaron parte de su vida y que han dejado una huella indeleble en su alma.
-Esta guerra me ha quitado al amor de mi vida… -dice Takeo antes de tomar un bocado de arroz. -Por eso me volví comerciante, no quiero quedarme nuevamente en un pueblo, enamorarme otra vez, y verla morir en un ataque cruzado o en un saqueo.
Shinnosuke presta atención a las palabras de Takeo, pero no deja de mirar hacia la luna, esperando buscar una respuesta que no llegará. De repente, un pensamiento que jamás había tenido, resuena en su mente: “¿Y si esta guerra pudiese acabar?”.
Desde que tiene memoria, solo ha vivido para la guerra. Desde el momento en que fue apartado de sus padres campesinos a la edad de cuatro años para convertirse en el futuro líder del clan Kozuki de Sakuramori y el entrenamiento riguroso que recibió a partir de entonces en formación militar y artes marciales, solo para poder ser un poderoso comandante al servicio del daimyo de su región natal. Aun recuerda cómo temblaba de miedo en su primera batalla al darse cuenta de que no había romanticismo en la guerra como sus instructores y padres adoptivos le habían contado, sino que solo había sangre y muerte.
Pero ese era su destino y no podía escapar de él, vivir de la espada era su estilo de vida y no podía renunciar a ello. Sin embargo, y aunque era una pregunta que llegó a hacerse de manera esporádica durante su vida de mercenario, se cuestionaba si vivir de la espada podía tener un significado más allá de matar y herir. Tal vez un camino en el que la espada pudiera traer paz a este mundo caótico.
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Los siguientes seis días de viaje fueron tranquilos, entre lo que cabe. Un grupo de bandidos quiso robar nuevamente la mercancía de Takeo, pero la presencia intimidante de Shinnosuke fue lo único que se necesitó para asustarlos. Era interesante, en toda la semana, la interacción de la experiencia de Takeo por su edad, y la experiencia de Shinnosuke por su tiempo en el campo de batalla. Aunque ambos habían sido guerreros en sus respectivos momentos, cada uno tuvo sus propias experiencias que los llevaron a tomar el camino que siguen ahora.
También, durante ese tiempo, Shinnosuke empezó a tener otros sueños diferentes que mostraban esas “visiones del pasado”. Esas visiones no llegaban en forma lineal, por lo que pudo ver, en sueños consecutivos, cómo llegó de joven el pirata Rowan a la tripulación de Silver, cuando solo tenía 16 años, el cómo fue un miembro importante de la tripulación a pesar de ser el más débil y cómo tuvo que despedirse de esa vida de aventuras cuando, en medio de una tormenta, ese capitán pirata les pidió que salvaran sus propias vidas mientras los bajaba del barco.
Un punto de inflexión donde el joven Rowan se preguntaba si su vida tenía un propósito más allá de lo vivido, propósito que encontró en la Marina al haber sido reclutado de manera fortuita, dejando atrás su pasado, o al menos eso creía, puesto que años después Silver regresó para reunir a su antigua tripulación. Allí, Rowan, ya siendo un soldado más experimentado, enfrenta un dilema: enfrentar a sus viejos amigos y asegurar su estilo de vida actual, o abandonarlo todo y regresar con ellos a sabiendas de que sería perseguido de nuevo.
Su decisión, aunque insegura, se convirtió en su único camino: volver con sus amigos. Una elección que no sería libre de consecuencias puesto que, por su antigua posición, sería acusado de cargos realmente graves, sufriendo un encierro por parte de sus antiguos subordinados quienes lo enviarían a prisión. Es allí donde el primer sueño aparece, el sueño donde Shinnosuke ve a Rowan encerrado, esperando su ejecución cuando es rescatado por su capitán y el resto de la tripulación.
Shinnosuke se sorprendía al ver con lujo de detalle su vida pasada. Aunque sentía que había muchas cosas por descubrir, como, por ejemplo, la forma en que había muerto, lo que había visto lo dejaba conforme. Sabía que, con más razón, Aishima debía ser su destino. Tal vez ahí esas dudas que tenía se podrían disipar. Y mientras más rápido pudiese estar ahí, sería mejor.
Aunque, en ocasiones, se preguntaba si ese capitán pirata Silver habría tenido sueños similares a los suyos. Tal vez, habría visto esas interacciones entre piratas desde su propia perspectiva. Es probable que, quien fuese Silver en esta vida, estaría esperándolo. Esa esperanza, aunque pequeña, era lo que alimentaba el propósito del viaje del ronin.
Sin embargo, el destino de Takeo, Mitahara, ya estaba frente a ellos. Sería momento de que ambos veteranos de guerra tuviesen que separar sus caminos y sus destinos.
-Cumpliste con tu parte del trato, y es momento de que cumpla con la mía. -respondió Takeo, entregándole a Shinnosuke una bolsa llena con monedas. -Esta era la paga de mis difuntos guardaespaldas, pero tú hiciste el doble de lo que ellos juntos podrían hacer, lamentablemente es todo lo que tengo. Rezaré para que los dioses te lleven con bien hasta Aishima.
-Espero que algún día podamos vernos de nuevo.
Aún quedaba un largo recorrido para llegar a Aishima, pero el ronin mantenía la esperanza de que algo más podía estarlo esperando en ese lugar. En ocasiones se preguntaba si era cierto eso que había dicho el monje, que cuando viera a ese viejo amigo, lo reconocería de inmediato, incluso si nunca se habían visto en esta vida.
En los siguientes once días, Shinnosuke pasó por todo tipo de dificultades. Tuvo que adoptar una postura de no tomar un descanso, ni siquiera para poder asearse. Ante el acecho de bandidos en el camino que quisieran quitarle su espada, la única posesión que todavía llevaba en su época de noble, en ocasiones dormía con un ojo abierto y uno cerrado.
En una ocasión, al llegar a un terreno descampado, se encontró con que se había introducido sin darse cuenta a un campo de batalla. Uno de los ejércitos, al verlo, consideró que Shinnosuke podía ser un infiltrado o un espía del ejército enemigo y decidieron darle caza. El ronin tuvo que volver a hacer uso de su espada para acabar con aquellos que estaban dispuestos a matarlo, causando bajas en dicho ejército y siendo alabado por el ejército contrario.
Tuvo que cazar lo que podía, recolectar lo que encontrara, beber… Bueno, no pudo tocar ni una gota de alcohol durante el camino, y no porque no quisiera, sino porque, incluso en esos momentos de ansiedad, tenía que ahorrar los recursos que tenía en otras cosas.
Pero, finalmente, pudo lograr su cometido, llegar a la ciudad de Aishima. Una ciudad rodeada de vallas de madera, cuya entrada se encontraba custodiada por varios soldados que revisaban las entradas y salidas de la ciudad. Había llovido unas horas antes, y Shinnosuke se encontraba, en el camino que dirigía a la ciudad, herido, sucio, harapiento, maltrecho y mojado por la lluvia, además de cansado y hambriento.
Cuando miró su reflejo en uno de los charcos que se habían formado en el camino, se decepcionó bastante. ¿Cómo podría entrar en esas condiciones a una ciudad tan importante como Aishima? ¿Acaso aquella persona a la que estaba buscando lo recibiría en ese aspecto? Seguramente los vigilantes y otros soldados de la zona lo echarían de la ciudad antes de siquiera poder dar una explicación.
Otro pensamiento rondó entonces en la mente de Shinnosuke, ¿y si esos sueños en realidad solo eran un producto de su imaginación? Era cierto que esa advertencia lo habría salvado de morir en Mizukawa, pero ¿era suficiente prueba como para saber que esas visiones tenían un propósito? ¿Y por quién preguntaría estando en Aishima? ¿Quién lo recibiría en ese lugar?
Eran tantas las dudas que empezaron a rondar por la mente de Shinnosuke, que decidió esconderse detrás de los árboles que rodeaban el camino a la entrada de la ciudad.
En eso, una carreta tirada por un caballo iba a toda velocidad. Tanta que, entre lo irregular del camino, cuatro botellas de sake se salieron de la carreta, rodando por el camino y caer justo frente al ronin.
Shinnosuke no había notado las botellas rodar, estaba ensimismado en sus pensamientos, en sus preocupaciones, en saber si debía dar el paso e ingresar a Aishima, incluso en ese aspecto tan deplorable. Pero cuando las botellas chocaron entre sí, algo dentro del mercenario despertó desde sus entrañas. Abrió los ojos y vio las botellas frente a él, como seduciéndolo, invitándolo a abrir los corchos y saciarse de su contenido.
-No… -trató de decir en voz baja, queriendo resistir a la tentación.
Había pasado más de una semana sin tocar una sola gota de alcohol. Y en cierto modo, y a pesar de las dificultades, había resistido como todo un guerrero. Pero su fuerza de voluntad cedía poco a poco conforme esas botellas brillaban bajo la tenue luz del sol que se estaba ocultando por el horizonte.
-¿Y si solo tomo un trago? –se preguntó a sí mismo.
Pero sabía que no solo sería un trago, conocía perfectamente los límites de su alcoholismo, y que, en su condición y bajo los síntomas de su abstinencia, no se detendría hasta acabarse las cuatro botellas.
No se había dado cuenta de que, en ese momento, ya había tomado una de las botellas en sus manos y había destapado el corcho con sus dientes. Cuando se dio cuenta, intentó arrojar la botella al suelo y tirar su contenido, pero su cuerpo no reaccionaba. Su mano acercaba la botella cada vez más a su boca. El ronin cerró sus ojos para tratar de resistir al alcohol, pero sus esfuerzos fueron inútiles. Inmediatamente derramó el dulce y ardiente licor dentro de su boca.
Shinnosuke podía sentir el alcohol bajando por su garganta. Llevaba días de no tener esa sensación agradable en su cuerpo. Era como si el sake pudiese apagar las llamas de una sed constante y permanente que ni el agua o el té podían eliminar.
Y quedaban tres botellas más, las cuales destapó y bebió una tras otra, sin pausa alguna entre botella. Conforme el líquido bajaba por su garganta hacia su estómago, sus pensamientos desaparecían, ya no importaba nada más en ese momento.
Shinnosuke se levantó del suelo apenas acabó con el alcohol, todo a su alrededor tambaleaba. En condiciones normales podía tolerar tal cantidad de sake de golpe, pero, estando cansado, un poco hambriento y bastante sucio, el efecto del elixir etílico se magnificaba en él.
Así, toda duda y toda preocupación se desvaneció. Todo lo que parecía impedir su entrada a la ciudad desaparecía de golpe. El alcohol le hizo desarrollar una especie de seguridad arrogante, y no iba a dejar que nada ni nadie se interpusiera en su camino. Su andar era errático, con un vaivén que parecía que en cualquier momento caería al suelo, su caminar arrastrando los pies hacía que sus sandalias, ya desgastadas por el viaje, se convirtieran en una extraña especie de botas de lodo.
Cuando cruzó la enorme puerta de la entrada de la ciudad, no pasó desapercibido por los guardias que custodiaban la entrada. Un extraño sujeto, sucio, harapiento y mojado por la lluvia no era algo que se veía todos los días.
-Oye, tú, detente. -gritó uno de los guardias tratando de detener al ronin. -¿Qué asunto tienes aquí en Aishima?
Esas palabras fueron, en la mente de Shinnosuke, peor que si hubiese sido insultado. Se dio la media vuelta y le tiró una mirada amenazante al guardia.
-Y a ti qué te importa… perro malnacido… -dijo, arrastrando las palabras, usando un dejo de arrogancia que podía intimidar incluso al más estoico de los soldados.
El guardia no iba a soportar los insultos de un ronin ebrio, así que trató de agarrarlo del kimono para detenerlo, pero Shinnosuke fue más ágil y tomó del brazo al guardia. Utilizando una especie de fuerza descomunal que el alcohol le proveía, lanzó al guardia de espaldas hacia el suelo.
-¿Acaso es ese mercenario maldito? -preguntó otro de los guardias, más joven que los demás, pero que al parecer había escuchado dicha leyenda en alguna taberna. -Aquel al que llaman Shuten-Doji…
-Maldito o no, es solo un borrachín más. -gruñó otro de los guardias, tratando de mantener la calma en el lugar. -¡A él!
Los guardias desenvainaron sus espadas. Shinnosuke, al verse rodeado de guardias que podrían matarlo en cualquier momento, también tomó su espada para defenderse. A pesar de la borrachera, en su mente todavía quedaba un resquicio de cordura: Si Aishima era el lugar donde sus sueños lo habían llevado, lo mejor era no causar tanto alboroto. Sabía que alguien lo estaba esperando y no se iría de ahí hasta encontrarlo.
Fue así que el ronin no desató al oni sediento de sangre que normalmente salía a flote durante las batallas, sino que buscó, por todos los medios posibles, de desarmar a sus oponentes. Si bien logró desarmar a todos ellos y darles una de las batallas más difíciles que un solo hombre pudiera darles, no se dio cuenta cuando uno de los guardias le asestó un puñetazo tan fuerte en la boca del estómago que le sacó el aire y lo hizo retroceder y caer al suelo. Aprovechando la confusión del mercenario y su exceso de alcohol, todos los guardias se abalanzaron hacia él.
Mientras uno de ellos ya había tomado su espada y la alzaba para ajusticiar a Shinnosuke, antes de que eso ocurriera, una voz resonó por toda la entrada de la ciudad.
-¡Deténganse! -gritó un hombre que llegaba a todo galope sobre su caballo.
Esta figura imponía autoridad con tan solo verlo. Su caballo negro azabache y musculoso lo había llevado a toda velocidad hasta dicho lugar. Al bajar el hombre del caballo, se pudo ver a una persona bien vestida, con un kimono azul hecho de finas sedas, botas que probablemente habían visto mejores momentos pero que todavía eran útiles para la batalla, y un obi que, amarrado a la cintura, dejaba mostrar una katana de las más cuidadas que se pudieran observar en la región.
-Señor Kanemura… -respondió uno de los guardias, guardando reverencia ante la figura que llegaba frente a ellos. -Este borracho entró, nos desafió e inició el pleito, solo tratamos de detenerlo.
Aquel hombre, al que llamaban Kanemura, se acercó hacia donde los guardias tenían sometido a Shinnosuke, y pidió que lo soltaran. Cuando los guardias se retiraron, Kanemura se agachó para ver mejor a la figura que había causado todo ese alboroto en la ciudad. No podía creer que se requiriera de al menos ocho soldados para someterlo.
Shinnosuke apenas podía sostenerse con sus manos en el suelo. Pero cuando su mirada se cruzó con la de Kanemura, fue como si esa borrachera del momento se desvaneciera de golpe. Era como si la silueta y el rostro de aquel capitán pirata se encimara sobre la figura del daimyo Kanemura Sakata.
Sorprendido, el ronin solo pudo soltar estupefacto:
-Eres tú… definitivamente eres tú…
Lo que ocurría en la mente de Shinnosuke, seguramente también pasaba por la mente de Kanemura, ver a alguien quien apenas acababa de conocer y, que de repente, surgiera un extraño sentimiento de camaradería y de amistad, como si ambos se conociesen de toda la vida. Pero, por la mente del daimyo también surgían dudas, dudas muy razonables.
-¿Te conozco?
Shinnosuke sintió una punzada en el estómago al escuchar las palabras frías de aquel sujeto frente a él, era como si lo desconociera frente a todos.
-¿No me reconoces? -preguntó el ronin totalmente confundido, bajando la mirada, como si estuviera decepcionado de haber llegado a un callejón sin salida. -Porque yo a ti sí… Te he visto en mis sueños rescatándome… En aquel entonces, y ahora… cuando me pediste que no fuera a Hanayama… Tu advertencia me salvó la vida… Por eso estoy aquí…
Kanemura se acercó a Shinnosuke y, en voz baja, casi como un susurro, le dijo al oído:
-Sé discreto, nadie debe saber lo que está ocurriendo ahora.
Las palabras del daimyo fueron breves, pero certeras. Shinnosuke comprendió en ese momento que quizás había cosas que era mejor resolver en privado, y también fue la demostración de que Kanemura, al parecer, habría tenido las mismas visiones que el ex mercenario. Y la prueba de que ambos se pudieron reconocer apenas se cruzaron sus miradas, fue el gesto que Kanemura le hizo de darle la mano para levantarlo del suelo.
De repente, los ojos de Shinnosuke se iluminaron y, como si se tratara de un instinto primitivo, desenfundó su espada con una majestuosidad y rapidez que, antes de que los soldados se dieran cuenta, Shinnosuke se encontraba de pie, se había dado la media vuelta y había detenido con un solo golpe de su espada el ataque de un shuriken, proveniente de la entrada de la ciudad, al parecer desde las afueras, que iba a dirigirse hacia el rostro de Kanemura. Los soldados se dieron cuenta cuando escucharon el shuriken partirse en dos y caer frente a los dos hombres que se habían reunido en ese lugar.
-¿Y estos se hacen llamar tus guardias? -preguntó el ronin un tanto arrogante, sin prestar atención a los gestos de sorpresa de los samuráis que custodiaban la entrada y que, de no ser por Shinnosuke, el ataque sorpresa hubiera sido inevitable de detener.
Kanemura sonrió ligeramente. Tal vez hubiese podido detener ese ataque él solo, pero, por alguna razón, se sintió satisfecho al ver a aquel sujeto con una destreza y maestría con la espada que no parecía mermada por el consumo excesivo de alcohol.
O eso creía, porque, apenas Shinnosuke mencionó esas palabras, su vista se nubló de manera sorpresiva, al mismo tiempo que el suelo parecía moverse ante sus ojos y las fuerzas se le escapaban de su cuerpo. Soltó de golpe su espada y cayó desplomado e inconsciente al suelo. Los guardias que estaban cerca revisaron su cuerpo inconsciente para ver si no había sido lastimado. Pero no encontraron más que los vestigios de su viaje. Al parecer, el alcohol, el hambre y el cansancio habían hecho efecto en él, y el ronin había caído rendido ante el calor del elixir etílico.
-¿Lo llevamos a una celda? -preguntó uno de los soldados que no podía creer lo ocurrido apenas unos segundos atrás.
-No. -respondió Kanemura con toda autoridad en su voz. -Diles a los sirvientes que preparen una habitación para huéspedes, y llévenlo ahí, no sin antes asearlo y cambiarle sus ropas.
Los soldados, un poco confundidos por la orden de su señor, obedecieron sin protestar. Normalmente un alborotador como Shinnosuke habría terminado en prisión antes de ser expulsado de la ciudad, por lo que el pedido de su señor fue demasiado extraño para el momento. Mientras varios de los soldados se retiraban hacia el castillo con el cuerpo inconsciente de Shinnosuke a cuestas, Kanenura volvía a subirse a su corcel, y cuando se encontró sobre su caballo, antes de iniciar su marcha de vuelta hacia el castillo, finalmente mencionó en voz baja:
-Te recuerdo perfectamente, Rowan Stokes…