El ronin sueña, después de una noche pesada de alimentos y alcohol. El sake no puede faltar en su vida, es la única forma en que puede conciliar el sueño después de todo lo que ha visto en tres años de exilio. No ha sido fácil su vida, pero es la única forma en que ha concebido su existencia en este mundo lleno de caos, no puede subsistir sin la emoción de estar presente en un campo de batalla.
Atrás ha dejado la vida de nobleza que abrazó por la fuerza desde niño. Todo lo que había construido, todo por lo que había luchado, quedó atrás cuando su amada fue asesinada años antes. Ahora es un simple guerrero, uno que usa esa fiel espada que le fue otorgada para perseguir el honor y la justicia, para defenderse y para luchar en este mundo injusto y sumido en la guerra. Un noble y experimentado guerrero que ahora busca un propósito en la vida, siendo cobijado por un grupo de forajidos mercenarios que, al igual que él, saben lo que es servir con honor a un feudo y conoce la tragedia de caer en desgracia.
Sin embargo, en el fondo, el ronin todavía sueña con querer regresar a esa vida que conocía. Sabe que ya no hay marcha atrás, las vidas que ha tomado, la nobleza que ha despreciado y esa enorme marca que adorna toda su espalda son la prueba de que su vida es esa, morir como mercenario.
Así es como ha vivido durante los últimos tres años. Tres años en los que se ha convertido en parte importante de la banda de los Ibushi, pero solo lo hace por compromiso, porque no conoce otra vida sin su espada y no podría concebir guardarla para siempre.
El ronin sigue soñando, o más bien, tiene una pesadilla. No, una pesadilla hubiese sido mejor para él que lo que va a experimentar en sus sueños.
Se ve siendo arrastrado a una celda de paredes de piedra, húmeda y fría piedra. Los carceleros... Nunca los había visto, pero siente que los conoce desde antes, cada rostro y cada voz le parecen familiares. Allí, escucha el cargo del que se le acusa y por el que es encerrado en esa celda: piratería, traición al gobierno y usurpación de cargo militar.
El ronin no puede creer lo que escucha. Pero puede sentir la pesadez de los grilletes que le colocan en manos y pies, el cansancio en su cuerpo por las noches de desvelo y falta de comida, y el dolor de los latigazos que recibe por parte de los carceleros. Quiere gritar, pero no puede, es como si viviera ese sueño, pero en realidad el destino de ese sueño ya estuviese sellado. También escucha su sentencia: decapitación.
“¿Por qué no puedo gritar?” se pregunta el ronin. En el fondo, siente cómo aquella persona en la que está viviendo acepta su destino. Incluso puede escuchar sus pensamientos: solo soy culpable de ser pirata.
“¿Qué?”, se pregunta nuevamente el ronin, asustado de escuchar esos pensamientos. “¿Culpable de ser pirata? Oye, ¿quién eres?”
Pero nuevamente sus preguntas no tienen respuesta. Es como si el ronin fuese el espectador de la dura escena que vive esa persona.
El ronin puede sentir cómo los días y las noches pasan, también puede sentir cómo el cuerpo de ese pirata se va debilitando poco a poco. Puede incluso sentir que ese pirata empieza a tener fiebre. “¿Acaso se infectaron sus heridas?”, preguntó el ronin, pero, de nuevo, sus preguntas siguen sin ser respondidas.
También le llama la atención el extraño atuendo que porta el pirata, unos extraños pantalones que para nada son hakamas o algo similar. También le parecen extraños los atuendos de los carceleros: pantalones azul marino y unos extraños kimonos blancos que no parecían kimonos y dejaban los hombros descubiertos. “¿Quiénes son ellos? ¿Por qué se visten así? ¿Qué clase de lugar es este?”, se pregunta, pero, como siempre, sus preguntas no tenían respuesta.
En esa misma visión, el pirata es llevado a una plataforma donde un verdugo encapuchado porta una hacha filosa y oxidada. El ronin no puede creer lo que está a punto de pasar. “¿Acaso me van a matar aquí?”, se preguntó, como si estuviese dentro del cuerpo de ese pirata. Pero, nuevamente, sus respuestas siguen sin ser respondidas.
Puede sentir cómo, apenas pudiendo ponerse de pie, camina los escalones que lo llevan hacia la plataforma donde el verdugo ya está listo para ejecutar el castigo que va a pesar sobre el pirata.
El ronin despierta. Agitado, asustado y sudando frío, despierta. Se ve en una cueva húmeda y oscura, el refugio de su banda de mercenarios. Allí, a su lado, están varios de sus camaradas, durmiendo, mientras uno más se encuentra en la entrada vigilante, para evitar que algún depredador de la naturaleza o algún enemigo jurado quisiera hacerles daño.
En su vida había sentido algo así, ya sea la desesperación de no poder escapar de esa prisión, o el hecho de que lo ejecutaran. Era verdad que algunas veces llegó a caer en prisión al ser capturado por el enemigo, pero, ya sea por su buena estrella o por su astucia, siempre logró escapar de un final fatídico.
Pero esto difería mucho de algún sueño anterior. Todavía podía sentir en su cuerpo los latigazos y el cansancio que experimentó ese pirata de sus pesadillas. Como... como si hubiese vivido esa experiencia antes.
Ese día todo transcurre con normalidad. El ronin, intentando despejar su mente de aquella extraña pesadilla, entrena todo el día hasta casi el anochecer. Su líder, el jefe de los mercenarios Ibushi, puede ver que algo le ocurre a su mano derecha, pero prefiere no decir nada.
La noche cae, y después de una noche de sake, cual bebé toma su leche antes de dormir, el ronin se desploma nuevamente en un sueño profundo. Pero otra vez puede ver ese sueño.
Esta vez, el sueño inicia cuando ya se encuentra en la plataforma esperando el hachazo del verdugo. Los presentes en la escena parecen ser más de esos carceleros uniformados de manera extraña. Es la primera vez que los ve, pero puede sentir cómo el pirata los mira uno a uno, como si los conociera de toda la vida. “¿Los conoces?”, pregunta el ronin, pero sus palabras no salen y no tiene una respuesta.
En eso, empieza una conmoción detrás de todo el público expectante. Un grupo de extraños se ha infiltrado en el cuartel y los extraños carceleros empiezan a prestar atención a lo que ocurre. El ronin puede ver en esos sueños que alguien, un extraño sujeto con una vestimenta un poco estrafalaria se abre paso ante los guardias y carceleros. Era alguien que parecía ser importante con ese saco rojo que cubría su cuerpo, así como un sombrero de ala ancha y una espada que no tenía forma de katana o wakizashi, cortando a los diferentes oponentes que se le ponían enfrente. Junto a él, otros con apariencia de piratas, empiezan una gresca contra los carceleros.
No sabe por qué, pero el ronin puede sentir cómo el pirata parece estar más aliviado al ver cómo este personaje se va acercando poco a poco hacia él, como si estuviera feliz de verlo de nuevo.
Al llegar este nuevo personaje a la plataforma, ve cómo sin mucho esfuerzo, logra romper las cadenas que tenían atadas al pirata y, con una fuerza sobrenatural salida de quién sabe dónde, el pirata se levanta para ser llevado lo más rápido posible por esta figura con apariencia de capitán lejos del lugar de ejecución, dejando atrás a los demás piratas que siguen enfrascados en una pelea contra los carceleros.
-Sabía que vendrías, Lear Silver… -responde el pirata exhausto y ahora prófugo.
“¿Se llama Lear Silver ese otro pirata?”, pregunta el ronin, pero no obtiene ninguna respuesta.
-No hay tiempo que perder… -contesta aquel capitán pirata. -No aceptes ir a Hanayama o morirás, ven a Aishima cuanto antes.
-¿De qué hablas? ¿Quién eres tú? -finalmente gritó el ronin, las palabras lograron salir de su boca.
Apenas el ronin logra sacar esas palabras de su pecho, el sueño se va y despierta nuevamente en la madrugada, en un costado de la cueva que compartía con sus compañeros.
La luna brillaba sobre él e iluminaba el paisaje boscoso. Sobre su pecho descubierto se encuentra dormida una de sus compañeras de la banda, semidesnuda, arropada con un kimono sobre su cuerpo. El ronin sonríe con orgullo, definitivamente esa noche había sido demasiado intensa. Lentamente, y para no despertarla, se desliza en el suelo y se levanta por un trago. En la entrada de la cueva, se encuentra Ibushi, el líder de los mercenarios, quien, esa noche, le tocaba la guardia.
-Una noche intensa con Akane, ¿verdad? -pregunta Ibushi al ver a su mano derecha acercarse a la boca de la cueva.
-¿De qué estás hablando? -el ronin Shinnosuke trata de desviar el cuestionamiento de su capitán.
-Vamos, jamás pensé escuchar a Akane gritar de esa forma que no fuese en batalla. -menciona Ibushi con un tono pícaro en su voz. -Aunque tal vez no estuvo muy lejos de la realidad, lo de ustedes sí parecía una batalla. Pensaba ir a ver lo que ocurría, pero creo que lo mejor fue dejarlos solos.
-Creo que mejor iré por un trago, no puedo entrenar si no bebo primero. -señala Shinnosuke, el ronin, para tratar de desviar la conversación y los recuerdos bochornosos.
Después de un trago, que más bien fue una botella entera, Shinnosuke comienza a entrenar en un paraje descampado cerca de la cueva donde sus compañeros mercenarios se refugian temporalmente. El sol comienza a aparecer lentamente por el horizonte, indicando el inicio de un nuevo día.
Shinnosuke termina su entrenamiento del día mientras algunos de sus compañeros tratan de preparar el desayuno para todos. Una vez que se dirige a la cueva, ve cómo, en el otro extremo del camino, un ninja vestido de negro de los pies a la cabeza se acerca a la cueva.
-¿Está Ibushi con ustedes? -pregunta el ninja.
-Aquí estoy. ¿Qué se le ofrece? -menciona Ibushi, se le veía un poco molesto por la interrupción de su desayuno.
Ibushi y Shinnosuke usan una enorme piedra como mesa improvisada. El ninja extiende una carta sobre la piedra.
-Mi señor, el daimyo de Hanayama, los ha encomendado para una misión. -respondió el ninja. -A grandes rasgos, deben eliminar a todos los habitantes del poblado pesquero de Mizukawa, en Hanayama, cerca de la frontera con Iwakura.
-Hanayama… -menciona Shinnosuke en voz baja, pero abriendo los ojos de par en par.
-¿Por qué su señor quiere eliminar a los habitantes de su propia región? -cuestiona Ibushi, un poco desconfiado de la petición que el ninja les entregaba.
-El interés de mi señor es hacer pasar el ataque de ustedes como un ataque enemigo de Iwakura. -recita el ninja. -De esa forma, mi señor podrá levantar la moral de sus soldados para lanzar un ataque contra Iwakura.
Mientras Ibushi revisa la carta para verificar que lo que el ninja les cuenta es una petición genuina, revisando además que la hoja incluía los sellos oficiales de Hanayama, Shinnosuke lanza una pregunta que es obvia para cualquier mercenario.
-¿De cuánto será la paga?
-400 koku anuales a cada uno de ustedes, entre arroz y dinero. -responde el ninja.
Shinnosuke abre los ojos como cuencos y se sorprende de la oferta del señor de Hanayama hacia los mercenarios. Cuando era un noble samurái al servicio de Sakuramori, solo recibía 80 al año, y era uno de los soldados mejores pagados de la región.
Pero esa misma oferta es la que lo hace desconfiar un poco sobre la misión que están a punto de aceptar. ¿Por qué ese pirata de sus sueños le mencionó sobre no ir a Hanayama porque allí encontraría su muerte? Y si bien, no le molestaba ir a escabecharse a unos cuantos guerreros en combate, aunque no era algo que no aceptaría, era algo incómodo saber que tendría que dar muerte a simples campesinos que nunca habían tomado un arma para pelear, y entre ellos mujeres y niños.
-Ibushi, yo creo que… -señala Shinnosuke tratando de buscar algo de prudencia en todo el asunto.
-Aceptamos. -menciona Ibushi sin siquiera consultar con Shinnosuke sobre los detalles de la misión. -Pero dígale a su señor que no vamos a aceptar menos de esos 400 koku que nos ha prometido.
-Mi señor está contento con sus servicios, señor Ibushi. -responde el ninja. -Y, a pesar de que son mercenarios, ustedes no les han quedado mal jamás. Por eso les pide esta misión en específico, solo ustedes la pueden cumplir.
El ninja se retira tras haber cumplido su misión de informar a los mercenarios de su próximo trabajo. Cuando, en el desayuno, Ibushi comenta sobre la encomienda que se les ha asignado, todos los mercenarios celebran la cantidad de dinero y arroz que van a recibir. Todos, a excepción de Shinnosuke, quien se encuentra muy incómodo sobre el propósito y la recompensa de la misión.
Era común que los Ibushi tuvieran peticiones similares, pero esta vez, Shinnosuke no se puede quitar la incomodidad de su mente. ¿Por qué estaba tan inquieto? ¿Acaso eran los sueños donde un pirata le advertía sobre no viajar a Hanayama? ¿Era la petición que se les solicitaba? ¿O era la enorme cantidad de dinero y arroz que recibirían, y que le parecían cifras astronómicas y difíciles de creer?
En la tarde, Shinnosuke no puede contener su incomodidad y su inconformidad por la misión y se acercó con Ibushi para hablar al respecto. Normalmente, Shinnosuke se arriesgaría a ir y pelear en Hanayama, pero esta vez sentía algo en esa advertencia de sus sueños que esa precaución era más real de lo que podría creer.
-Ibushi... Tenemos que hablar sobre la misión de Hanayama.
-¿Qué pasa, Shinnosuke? -pregunta Ibushi, sin dejar de notar que su compañero de batallas estaba muy extraño desde que ese ninja los había visitado en la mañana.
-Creo que no debemos tomar esta misión. -responde Shinnosuke.
-¿Por qué no? -pregunta nuevamente Ibushi, sin entender el por qué su compañero le daba esa advertencia.
Shinnosuke quiere mencionarle el sueño que tuvo esa misma noche, la advertencia que recibió entre visiones donde ese pirata le indicaba que no fuera a Hanayama o que, de lo contrario, encontraría la muerte. Pero no puede, ese argumento es risible para detener toda una operación de batalla.
-¿En qué momento nos convertimos en asesinos? -le menciona Shinnosuke, respirando profundamente para tratar de dar un argumento convincente. -¿En qué momento pasamos de ser guerreros en el campo de batalla a ser sicarios al servicio de un señor?
-¿Qué diferencia hay entre un soldado y un campesino en la batalla? -le cuestiona Ibushi, como si de repente sintiera un poco de moral en las palabras de Shinnosuke, una moral que creía no existir entre la banda. -Ambos son nuestros enemigos si son una molestia para quien nos contrata.
-¡El campesino no puede defenderse! -grita Shinnosuke, con tal fuerza que ni siquiera el resto de sus compañeros mercenarios puede ignorar la discusión entre sus líderes.
-El dinero mueve esta guerra, Shinnosuke. -lo confronta Ibushi, ya molesto por los argumentos de Shinnosuke. -El dinero y el poder. Los señores quieren el poder, y nosotros el dinero. Ellos tienen mucho dinero y harán lo que sea para conseguir el poder y el shogunato, a tal grado de pagarnos a nosotros, un grupo de parias borrachos y salvajes, para cumplir sus objetivos.
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-¿Te has puesto a pensar que 400 koku a cada uno de nosotros es una locura? -grita Shinnosuke de nuevo, buscando otro argumento para tratar de convencer a su “hermano mayor” de evitar pelear en Hanayama. -¿Qué clase de señor podría pagarnos tanto? Ni tú ni yo hemos recibido la mitad de eso ni cuando éramos nobles, ¿qué te hace pensar que un señor de la guerra podría darles 400 koku a unos miserables como nosotros?
-Ya le hemos hecho unos trabajos antes, y ya hemos hecho trabajos similares a otros señores, Shuten-Doji. Y si nos ha ofrecido tal cantidad, es porque puede pagarla sin vacilar. No sé por qué estás tan alterado por esta misión, jamás habías protestado ante una misión como esta, no es la primera vez que nos piden algo así y no es la primera vez que participas en una masacre similar. Tal vez te hace falta más alcohol, quizás no has bebido lo suficiente hoy. -menciona Ibushi señalando y hundiendo su dedo en el pecho.
Ibushi lo deja con la palabra en la boca antes de retirarse de esa discusión. Shinnosuke no está enojado por las palabras de su líder, puesto que ese apodo lo había aceptado con naturalidad por años, convirtiéndose en, precisamente, ese demonio borracho y sin piedad en el campo de batalla que describía al Shuten-Doji de las leyendas, muy lejos de los principios que alguna vez abrazó como samurái.
Sin embargo, siente que la advertencia que recibió en sus sueños no solo iba para él, sino para toda la banda. El día siguiente sería la partida a Hanayama, ¿cómo podría convencer a los demás de evitar ir hacia allá?
Por otro lado, puede que Ibushi tenga razón, pero en sentido contrario. Demasiado alcohol ya estaba empezando a pasarle factura, tanto que llegaba a tener sueños demasiado ¿realistas? No, Shinnosuke no puede dejar de pensar en la sensación de esas cadenas, de esos grilletes, de la sensación de malestar general, e incluso cuando la figura de ese capitán pirata lo toma de la muñeca para escapar lo antes posible. Todas esas sensaciones eran tan reales que no podía dejarlas pasar por alto.
Esa misma noche, los mercenarios ya estaban celebrando con anticipación el jugoso botín que recibirían. Incluso algunos ya estaban pensando en qué gastarlo antes de tiempo mejorando sus armaduras, o en algún otro placer como el juego, el alcohol e incluso una que otra mujer.
Pero otros, como Sadakatsu, el novato que había llegado hacía unos meses a la banda, Ryu, el acero perforante, Sato, el músico o incluso Akane, la fiera, tenían otros propósitos para ese dinero que recibirían, tales como empezar a abandonar el mercenarismo o establecerse finalmente en una región y dejar atrás la vida nómada que el trabajo les daba.
Shinnosuke podía escucharlos felices, sería una misión muy sencilla con una paga jugosa y enorme. Pero no podía quitarse esa inquietud de encima. Era demasiado el monto por un trabajo tan sencillo. Esa inquietud lo cansa y lo deja dormir, por primera vez en años, sin necesidad de beber algo de sake para acallar en su mente las voces de las vidas que ha cobrado en batalla.
Pero otra vez tiene un sueño. Esta vez se ve a sí mismo… No, ese que está frente al enorme espejo no es él, es otra persona. Usa el cabello corto, se ve un poco más joven y sus facciones son menos duras que las de él. Incluso puede ver que sus ojos son más abiertos, como si viniera de fuera del oriente. Pero por alguna razón, puede sentir que aquel que está reflejado en ese vidrio es él mismo. Pero ¿por qué está vistiendo el uniforme de los carceleros que lo torturaban en sueños pasados? El sueño lo confunde aún más. Shinnosuke quiere hablar, pero las palabras no salen de su boca. Es como si solo pudiese ser un espectador de ese sueño, pero sin poder interactuar en él.
El ronin puede ver cómo la mirada se da vuelta hacia un enorme escritorio con un montón de papeles acomodados de manera precisa, y con una maqueta de un barco naval cerca de la esquina izquierda de la mesa, un barco muy diferente en forma como en velas a los que ha conocido de cerca.
“¿Estamos dentro de un barco?”, se preguntó al sentir el vaivén del piso. Sin embargo, no perdía el equilibrio, parecía que aquel sujeto, no sabía Shinnosuke si definirlo como pirata o como carcelero, ya tenía experiencia estando en superficies similares.
De repente, se oye cómo tocan una especie de puerta de madera. “Adelante”, responde el sujeto. La puerta se abre y aparece uno de esos carceleros, vestido de manera muy similar a esta otra persona.
-Capitán Rowan Stokes… -menciona el sujeto que acaba de entrar.
“Entonces te llamas… ¿Rowan?”, se pregunta Shinnosuke, al no poder comprender bien cómo se pronunciaba ese nombre tan raro para él.
-¿Qué ocurre, soldado? -pregunta el capitán.
-El cuartel general de la Marina nos acaba de enviar estos informes. -responde el soldado dejando más papeles sobre el escritorio del capitán. -Al parecer, la banda de los Forajidos, con su líder, el pirata Silver, han reaparecido, y piden captura inmediata de estos malnacidos.
Shinnosuke siente cómo la tranquilidad del capitán se transforma rápidamente en inquietud, como si le hubieran hablado de la mismísima muerte. El ronin de pronto puede escuchar los pensamientos del capitán Rowan, como si estuvieran los dos conectados. “Eso es imposible… Silver nos abandonó, desapareció y nos dejó ir hace mucho…”, oye retumbar Shinnosuke en su mente, con la voz de ese capitán.
El ronin no puede creer lo que está escuchando. Aquel que tenía ese uniforme de carcelero o de la Marina, ¿conocía a ese tal Silver?
-Conozco a los Forajidos. -finalmente habla el capitán Rowan hacia su subordinado. -Sé que desaparecieron ya hace algunos años. ¿Por qué regresarían como si nada?
-Lo desconozco, señor. -responde el soldado frente a él. -Pero la Marina pide investigar de urgencia, sobre todo, porque esto es una información solo difundida al rango de teniente o superior, que, al parecer ese tal Silver, en su afán de obtener información del Gobierno, ha infiltrado a uno de los suyos en nuestras filas para mantenerlo informado de todas nuestras actividades. Y han pedido una investigación exhaustiva de cada uno de nuestros soldados para verificar antecedentes y demás y desenmascarar a ese traidor.
“No estarán hablando de mí, ¿verdad?”, piensa el capitán, Shinnosuke puede oír esos pensamientos. El ronin puede sentir la preocupación de Rowan, como si estuviese nervioso de la situación.
“Espera… ¿tú eres un soldado trabajando para el enemigo pirata?”, trata de preguntar Shinnosuke un poco confundido por lo que está viendo, viviendo, oyendo y meditando. Pero las palabras, una vez más, no pueden salir de su boca.
-Comprendo, soldado. -responde finalmente el capitán. -Me comunicaré lo antes posible con el Cuartel General para obtener más información de lo que está pasando antes de reunirnos y armar un plan de acción. Sabía que los Forajidos eran piratas de temer, pero no pensé que llegarían a cometer actos tan sucios como infiltrar a uno de los suyos con nosotros. Puedes retirarte a descansar.
-Gracias, señor. -responde el soldado antes de dejar la oficina.
Cuando el soldado sale del despacho, el capitán se deja caer sobre su sillón, como si un peso se hubiera liberado de encima, y comienza a pasar aquellas hojas que su subordinado le había dejado. Esas hojas parecían tener información sobre los crímenes cometidos por cada uno de los tripulantes de los Forajidos, así como dibujos demasiado realistas de sus rostros. Shinnosuke, como observador, puede ver y sentir que el capitán reconoce cada uno de los rostros que están en esas hojas y finalmente se detiene cuando llega a la última hoja, la del capitán Silver.
-¿Qué voy a hacer ahora? -menciona el capitán Rowan en voz baja, con la voz quebrantada y a punto de llorar, sin dejar de quitar la mirada de la hoja con la información del pirata Silver. -¿Ahora qué hago?
Shinnosuke puede escuchar nuevamente los pensamientos de Rowan. “La piratería no tenía sentido después de que nos dejaste… Por eso cambié mi vida, para honrar tu sacrificio… Había encontrado mi lugar en esta vida, y ahora estás de vuelta…”. Los pensamientos de ese capitán naval confunden aún más al ronin.
-Entonces no eres un infiltrado… -quiso hablar Shinnosuke, pero, nuevamente, no puede ni siquiera pronunciar un sonido.
De repente, como si el tiempo y todo lo que estuviera a su alrededor se congelara, incluido el vaivén del barco en el mar, Shinnosuke vuelve a ver la hoja de información del pirata Silver. Se sorprende al ver que el retrato de ese pirata empieza a cobrar vida.
-Si vas a Hanayama, morirás. -le dice el capitán Silver desde aquel recuadro donde estaba su retrato. -Ven cuanto antes a Aishima.
Shinnosuke se aterra de lo que ve y ocurre en esta extraña visión.
-¿Qué quieres decir con que moriré? -grita Shinnosuke finalmente en sus sueños. -¡Explícame lo que está ocurriendo!
El sueño termina, y Shinnosuke despierta sobresaltado. Ha despertado unos minutos antes que el resto de sus camaradas mercenarios, quienes, poco a poco, se van desperezando para comenzar a armar sus provisiones, armas y armaduras para cumplir con su misión en Hanayama.
El ronin hace lo mismo, pero sigue con la duda. ¿Por qué esos sueños venían apareciendo de poco a poco? ¿Por qué de repente el acto teatral se detenía y aparecía ese tal pirata Silver indicándole que no fuese a Hanayama buscando su muerte y que, por el contrario, lo fuera a ver a Aishima? ¿Qué eran esos sueños mostrando escenas que una vida que, si bien, no conocía de nada, le parecía tan familiar, como si la hubiese vivido?
Empieza a pensar en los campesinos y pescadores de Mizukawa, gente inocente que se uniría a una lista imaginaria de muertos en esta guerra sin sentido. Hacía mucho que no hacía memoria de los rostros de sus verdaderos padres, no los líderes del clan Kozuki que lo adoptaron a la edad de cuatro años, sino de sus padres campesinos en una aldea a las afueras del castillo de la región de Sakuramori. El ronin no pudo soportar la idea de que un mercenario fuese a quitarles la vida solo por la ambición sin sentido de un señor de la guerra. Y eso mismo iba a hacer, pero como encargo en la región de Hanayama.
Una vez que toman un desayuno ligero antes de partir, Shinnosuke toma su decisión final. Incluso, con sus pocas pertenencias en la espalda, se atreve a lanzar un no a participar en la misión en Hanayama.
Ibushi se sorprende. Es la primera vez que escucha a su mano derecha decir que no participará en una misión, y decide confrontarlo. La falta de alcohol ha disipado las dudas de quien ha sido apodado Shuten-Doji entre sus compañeros. El hombre que, sin piedad, ha participado en múltiples batallas, ha acabado con sus enemigos, y jamás ha sentido remordimiento alguno por sus actos, ahora está diciendo que no quiere participar en una misión en la que no se siente a gusto.
-¿Por qué nos dices esto hasta ahora? -pregunta Ibushi estupefacto por las palabras de su compañero de armas.
-Esto no está bien, Ibushi…
-Si es por los campesinos a los que vamos a matar, no te preocupes, llevaré suficiente sake para que puedas cumplir tu misión, como siempre lo has hecho.
Shinnosuke se sorprendió por las palabras de su líder y compañero.
-Así que solo soy para ti un asesino borracho…
-¿Por qué crees que te ganaste el apodo de Shuten-Doji?
Shinnosuke baja la mirada en ese momento. Era cierto, se había ganado ese apodo a pulso. En solo tres años se había labrado una leyenda en el mundo mercenario, tanto que intrépidos forajidos lo buscaban retar a un “duelo de ebrios a muerte” para saber si realmente el alcohol no mellaba su habilidad como guerrero, siempre con consecuencias fatales para los retadores. Incluso, entre algunos samuráis y otros guerreros, su leyenda se había difundido.
Algunos magnificaban su leyenda, mencionando que podía acabar con la vida de un ejército completo justo después de haberse bebido un barril entero de sake de un solo trago, otros decían que era el mismísimo oni Shuten-Doji reencarnado como humano, e incluso algunos llevaban al absurdo el misticismo, afirmando que Shinnosuke habría hecho un pacto con el oni, este le daría su fuerza y brutalidad en el campo de batalla, aunque con una maldición: una sed eterna que solo el sake podría calmar por un breve tiempo.
Fuera como fuera, su habilidad en combate era necesaria en esta misión, e Ibushi no iba a dejar que Shinnosuke se negara a este trabajo.
-Me da igual la misión, sean campesinos o soldados, trabajo es trabajo. -responde Shinnosuke tratando de ocultar su inconformidad por la misión. -Ya te he dicho desde ayer que no estoy de acuerdo con la misión porque hay algo que me huele mal en todo esto.
-Ya hablamos de ello, Shinnosuke. -menciona Ibushi molesto por la postura de su compañero. -Si te molesta ganar 400 koku anuales, puedes darme la mitad de tu parte a mí y asunto resuelto.
Shinnosuke no puede creer en la forma tan tranquila que Ibushi habla.
-¿Acaso no se dan cuenta? -grita Shinnosuke, tratando de llamar la atención de sus compañeros mercenarios, desesperado porque alguien más que él pudiera ver la trampa en todo esto. -¡Eso es mucho arroz! Nadie podría pagar tal cantidad, estoy seguro de que el señor de Hanayama no les da ni la mitad de eso a sus soldados fieles, ¿por qué sí lo haría a unos parias y forajidos como nosotros? ¡Estoy seguro de que se quiere cobrar con nosotros la última vez que el señor de Iwakura nos compró en plena batalla y dejamos al señor de Hanayama!
El resto de mercenarios, como Akane, Sato y Sadakatsu, solo voltearon hacia otro lado, un poco incómodos por la escena que estaba protagonizando uno de los suyos. En la mirada de algunos, se podía ver cómo esas palabras estaban haciendo eco en varios de los mercenarios. En cierto modo, quizás Shinnosuke tenía razón y esta misión era una trampa, pero la ambición de los 400 koku a cada uno de ellos era más fuerte, algunos ya soñaban que con ese dinero podrían abandonar el mercenarismo y dedicarse a otra cosa.
-Ibushi… -menciona como parte final el ronin, preocupado por lo que pudiera ocurrir con sus compañeros. -Tú sabes que esa cantidad es imposible de pagar, fuiste un samurái igual que yo, ¿quién podría darte todo eso? Los estás mandando a una muerte segura, no lo hagas.
Ibushi no dice nada. Solo se da la vuelta antes de lanzarle un ultimátum a su compañero de armas.
-Si no quieres venir a pelear, no lo hagas. Pero ni siquiera pienses que podrás seguir formando parte de la banda. No sé en qué momento empezaste a volverte moral respecto a las misiones que nos toca aceptar, pero en mi banda no quiero a debiluchos moralistas. ¡Lárgate de aquí antes de que no me contenga e intente matarte!
Shinnosuke se da la media vuelta con sus pocas pertenencias y sus botellas de sake al hombro.
-No sabes lo mucho que desearía estarme equivocando… No dejes que nada malo les pase… -menciona el ronin con un nudo en la garganta antes de tomar su propio camino.
Así, los Ibushi se dirigen hacia el este, mientras Shinnosuke, sin saber el rumbo que debería tomar, decide irse hacia el oeste, buscando un lugar dónde poder empezar de nuevo. Sin un lugar, sin una familia, y ahora sin compañeros de armas, un hombre con una reputación tan manchada como la de él no tenía muchas opciones para poder seguir adelante. ¿Qué clase de señor de la guerra querría tener en sus filas a un mercenario cuya brutalidad se había convertido en una leyenda viviente?
Después de un largo caminar, llega esa misma noche al poblado de Matsuhira, un lugar tranquilo donde yace un enorme templo budista, el cual es la principal atracción y orgullo del pueblo. Shinnosuke se presenta en el templo, frente a los monjes, tal vez era momento de purificar su alma y su mente antes de tomar un camino. Pero también necesitaba dinero y un techo temporal. Los monjes le permiten quedarse en el templo, a cambio de meditar todas las madrugadas y hacer unos cuantos trabajos de mantenimiento en el lugar. Si bien, la carpintería no es lo suyo, es un oficio que aprendió rápidamente en el poco tiempo entre que fue exiliado y tomó el camino del mercenario. Los monjes no tienen reparo en aceptarlo, han recibido a peores personas que él, y saben que, detrás de una figura imponente, brutal y demoníaca, hay un alma frágil que necesita purificación.
Pasan los días donde Shinnosuke enfrenta una terrible abstinencia, no le es permitido beber en el templo, el alcohol solo daña la mente y el cuerpo, dicen los monjes. Pero poco a poco logra superarlo como el hombre aguerrido que es.
Sin embargo, cinco días después de estar en el templo, mientras Shinnosuke repara uno de los altares, un mensajero se acerca a uno de los monjes encargados del templo. Normalmente el ronin no prestaría atención a ese detalle, pero algo en ese momento le dijo que observase. Shinnosuke puede notar cómo el monje baja la mirada en señal de tristeza y hace unas señas con sus manos para rezar mientras el mensajero sale del patio del recinto rumbo a continuar sus actividades.
-¿Por quién está rezando, señor? -pregunta Shinnosuke acercándose al monje, el monje era un joven casi de la edad de él, pero con los hábitos tomados sus facciones eran menos duras y lo que destacaba de él era una cabeza afeitada por completo.
-Estoy rezando por el alma de los mercenarios de Ibushi. -responde el monje. -Hoy fueron ejecutados todos los mercenarios atrapados por el ejército de Hanayama que intentaron atacar el pueblo de Mizukawa.
-¿Qué dice? -pregunta Shinnosuke soltando repentinamente el martillo con el que estaba haciendo las reparaciones.
-Al parecer el señor de Iwakura mandó a los Ibushi a atacar un poblado campesino a las orillas en Hanayama, pero el ejército de Hanayama logró detenerlos. -responde el monje, sin perturbarse de sus palabras. -El mensajero me comenta que el líder Ibushi y dos de sus hombres lograron escapar, pero que tanto Shuten-Doji como el resto de la banda no lo lograron y fueron crucificados y sus cabezas fueron cortadas para ser exhibidas en la entrada del castillo de Hanayama.
-Eso no es verdad… -responde Shinnosuke intentando procesar en su mente todo lo que está escuchando, no podía salir de su estupor. -Ellos fueron enviados por el señor de Hanayama, él mismo nos envió la carta donde necesitaba nuestros servicios para atacar Mizukawa.
El ronin no puede salir de su sorpresa y de su tristeza. ¿Acaso la advertencia que había recibido en sus sueños se había vuelto realidad? ¿Por qué entonces quienes recibieron el castigo fueron sus compañeros de armas y no él?
-¿Cómo sabe eso usted, señor forastero? -pregunta el monje sin poder entender lo que ocurre.
El monje mira fijamente a los ojos del ronin, tratando de buscar una respuesta a la noticia. Pero Shinnosuke sale corriendo del recinto rumbo al pueblo. Está perturbado por la noticia. No podía creer que sus amigos estuviesen muertos. ¿Cómo podía haber pasado todo esto? ¿Acaso ocurrió por no haber ido a Mizukawa junto con ellos para cumplir la misión?
En el pueblo de Matsuhira, todo le parecía ajeno a él. Las calles, la gente, todo. No estaba en sus cinco sentidos, y solo vio una de las tabernas del lugar para tratar de calmar su dolor con sake. Quizás esto solo era una mala broma, o una pesadilla como las visiones que había tenido días atrás, y tal vez si se ahogaba en alcohol, podría despertar.
Pero no fue así. La borrachera de ese día, la cual se extendió hasta muy noche, solo le hizo recordar los buenos momentos que pasó con los Ibushi, sus antiguos camaradas. Al empezar a recordar, salió de la taberna rumbo al templo a las afueras del pueblo. No quería que las personas a su alrededor lo vieran débil. En la explanada central del templo, la luna y las estrellas brillaban en todo su esplendor, sin una nube de por medio.
Allí, los recuerdos de sus camaradas mercenarios regresaban a su mente. Las melodías que tocaba Sato con su flauta para amenizar esas noches solitarias y frías, al joven Sadakatsu pidiéndole que le enseñara sus técnicas con la espada, las yemas de sus dedos recorriendo cada centímetro del cuerpo de Akane, las discusiones prolongadas con Ryu sobre cuál era el arma más eficiente, o la dualidad entre camaradería y rivalidad con Ibushi. Nada de eso existía ya en ese mundo, y esos breves momentos de felicidad solo eran un recuerdo que quizás el sake borraría pronto, pero no sería esa noche.
El ronin cae de rodillas en el piso de piedra de la explanada del templo y lanza un fuerte grito desgarrador, tan fuerte que despierta a los monjes del templo, antes de llorar con todas sus fuerzas al darse cuenta de lo que había perdido en un abrir y cerrar de ojos. No había llorado de esa forma desde que, estando preso y antes de ser exiliado por culpa de la traición de su hermano menor, uno de los carceleros le informó que Honoka, su esposa y el amor de su vida, había sido obligada a cometer seppuku por no intimar con el tirano de Kiseki. En medio del templo, Shuten-Doji, el demonio borracho como también se le conocía a Shinnosuke, lloraba por la soledad en la que ahora se encontraba, deseando haber acompañado a sus camaradas y sufrido junto a ellos de la tortura previa a su ejecución.