El eco de la pequeña fiesta de Amias había quedado atrás, con risas y chispas de magia flotando en el aire la noche anterior. El amanecer trajo consigo una calma extraña a Crysalist, una quietud que parecía envolver cada rincón del bosque donde Mabys caminaba en silencio, perdida en sus pensamientos. A lo lejos, la nieve recién caída cubría el paisaje como un manto suave, y aunque el frío era intenso, algo más pesado se sentía en el aire.
Amias, caminando a su lado, la miraba de vez en cuando, ajustando sus gafas cada pocos minutos, como si la conversación que flotaba en el aire entre ellos fuera demasiado difícil de mantener en palabras. No habían hablado mucho desde la fiesta. Mabys, más introvertida por naturaleza, no sabía cómo expresar la extraña sensación que había sentido esa mañana: una mezcla de inquietud y anticipación, como si algo oscuro estuviera acercándose.
—¿Estás bien? —preguntó Amias finalmente, rompiendo el silencio.
Mabys asintió distraída, pero no pudo evitar mirar hacia el cielo, donde unas nubes grises empezaban a formarse, cubriendo el sol con una sombra gélida.
—Solo… tengo un mal presentimiento —dijo, su voz apenas un susurro—. Como si algo estuviera mal.
Amias frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, un estruendo distante interrumpió su conversación.
Los dos se detuvieron de inmediato, girando sus cabezas hacia el sonido. Provenía de algún lugar en el corazón del bosque, donde la magia era más densa y los secretos de Crysalist se ocultaban entre las sombras de los árboles antiguos.
—Eso no suena bien —murmuró Amias, visiblemente nervioso.
—Vamos —dijo Mabys, tomando la delantera sin dudarlo. Algo dentro de ella la impulsaba hacia ese lugar, como si la misma naturaleza la estuviera llamando.
Se adentraron en el bosque, siguiendo el sonido que ahora era más claro: gritos de guerra, mezclados con el inconfundible crujido del hielo rompiéndose. Los árboles, normalmente serenos y protectores, parecían retorcerse bajo el peso de la discordia que se cernía sobre ellos.
—Mabys, espera. —Amias la alcanzó y puso una mano sobre su brazo. Su rostro mostraba preocupación—. No deberíamos apresurarnos sin saber qué pasa.
Mabys estaba a punto de responder cuando una ráfaga de viento helado los envolvió. Frente a ellos, a lo lejos, comenzaron a escuchar claramente gritos y hechizos lanzados en el aire. Los brujos de Crysalist estaban peleando entre sí, y la nieve caía cada vez más densa, enredándose con sus hechizos.
—No puede ser —dijo Mabys—. Ellos nunca pelean de esta manera.
Pero algo más llamó su atención. En medio de la pelea, el viento parecía tomar forma. Las ráfagas se arremolinaban, creando figuras de animales en el aire, criaturas hechas de hielo puro que flotaban en la brisa, sus cuerpos brillando con una luz espectral.
Mabys y Amias llegaron al claro donde dos brujos, envueltos en túnicas negras y azules, se lanzaban hechizos de hielo con una furia que no era propia de ellos. La nieve caía con una intensidad cada vez mayor, acumulándose a su alrededor, cubriendo el suelo con un manto blanco que crujía bajo sus pies.
Pero algo más acechaba en el aire.
A medida que los hechizos volaban, el viento comenzó a tomar forma. Frente a sus ojos, las ráfagas de aire helado se entrelazaban, dibujando figuras imponentes en el cielo nocturno. Eran formas de animales, pero no de carne y hueso, sino de cristal y hielo. Flotaban en el aire como espectros, brillando con una luz pálida y fría que reflejaba la discordia del momento.
Uno de ellos, un lobo enorme hecho de hielo fracturado, abrió sus mandíbulas, y de ellas surgió un rugido que no emitía sonido, sino una vibración profunda que recorrió el aire como una advertencia. Alrededor de él, otros animales etéreos se formaban: un cuervo cristalino que sobrevolaba la escena, dejando un rastro de escarcha tras su vuelo; un ciervo de astas gélidas, cuyos pasos apenas rozaban el suelo, y un par de serpientes de hielo que se retorcían y se desvanecían en el viento.
Los Windigos estaban ahí.
Mabys sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. No era solo el frío del aire; era la presencia de algo mucho más antiguo y oscuro. Esas criaturas etéreas, que parecían surgir directamente del aire, eran los heraldos de la discordia y el caos. Los Windigos no solo eran leyenda, estaban aquí, provocando el conflicto entre los brujos.
—Mabys... —la voz de Amias temblaba mientras observaba las figuras flotantes—, esto es real.
Ella asintió, sin apartar la vista de las criaturas. Las leyendas eran ciertas. Los Windigos, los espíritus de hielo y discordia, habían regresado. No eran solo sombras de un pasado olvidado, sino fuerzas vivas que caminaban nuevamente entre ellos.
El lobo de hielo se volvió hacia ellos, sus ojos de cristal frío reflejando el brillo de las estrellas. Parecía observarlos, como si reconociera la amenaza que representaban para su caos. Y entonces, sin previo aviso, soltó un rugido sordo que resonó por todo el claro.
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La brisa de nieve que los rodeaba se intensificó, convirtiéndose en un vendaval de hielo y viento que azotó el claro con furia. Los brujos, atrapados en su propia pelea, no se dieron cuenta de la presencia de los Windigos, pero sus hechizos se hacían más destructivos, como si las criaturas los estuvieran alimentando con su discordia.
—Tenemos que detener esto —dijo Mabys, con la voz llena de determinación, su mirada fija en los brujos.
Amias asintió, pero sus ojos seguían pegados a las figuras de los Windigos que flotaban por encima de ellos. "¿Cómo?", quería preguntar, pero sabía que no había tiempo para dudar.
Mabys dio un paso hacia adelante, levantando su mano hacia los brujos. Intentó invocar su magia, buscando calmar el conflicto con su conexión a la naturaleza, pero su poder no respondía como ella quería. En lugar de calmar las aguas, el viento a su alrededor se volvió más caótico, los árboles crujían bajo la presión del aire gélido.
Los animales de hielo brillaban con más intensidad, alimentando la discordia. La presencia de los Windigos era cada vez más palpable, y Mabys lo sabía: si no detenían la pelea de los brujos, las criaturas de hielo se fortalecerían.
—¡Amias, necesito ayuda! —gritó, su voz apenas audible sobre el rugido del viento.
Amias corrió hacia ella, y juntos intentaron calmar a los brujos. "Esto no es real, están siendo manipulados", pensó Mabys, pero antes de que pudiera hacer algo más, el cuervo cristalino descendió en picada, pasando justo por encima de sus cabezas, dejando un rastro de hielo que helaba la tierra donde se posaba.
El frío era insoportable. Mabys cayó de rodillas, sus manos temblando por el poder que intentaba controlar. Pero en su mente, solo podía pensar en una cosa:
Los Windigos habían regresado.
Justo cuando la desesperación comenzaba a colarse en el corazón de Mabys, un destello de fuego rompió el aire. Un rugido bestial resonó en el claro mientras un tigre enorme de fuego apareció desde el horizonte, montado por Bhapi, quien con una sonrisa traviesa y confiada, hizo que el caos se detuviera por un instante.
—¡Aparte, insectos helados! —gritó Bhapi, invocando una ola de fuego que atravesó al lobo Windigo, que se desmoronó bajo el calor.
Bhapi, con un movimiento ágil, guió al tigre hacia Mabys y Amias. Extendió su mano, y sin dudarlo, ambos se subieron rápidamente a la criatura en llamas.
—¡Sujétense fuerte! —ordenó Bhapi mientras el tigre rugía nuevamente y se lanzaba al aire, alejándolos del peligro.
El tigre de fuego de Bhapi los llevó a través del bosque helado, dejando atrás los ecos de los Windigos y el caos que habían sembrado entre los brujos. A medida que se adentraban en la parte más densa del bosque, las llamas del tigre se suavizaron, y el viento helado comenzó a calmarse. Finalmente, llegaron a un claro pequeño y protegido, donde el aire se sentía un poco más cálido, como si
...como si las llamas del tigre hubieran dejado una estela de calor tras de sí.
Bhapi se bajó de un salto, acariciando al tigre que, con un último resplandor, se desvaneció en el aire. El pequeño demonio estiró sus brazos, como si acabara de despertar de un largo sueño, y se giró hacia Mabys y Amias, quienes aún estaban recuperando el aliento.
—Bueno, ¿a quién se le ocurrió enfrentarse a esos bichos de hielo sin llamar refuerzos? —preguntó Bhapi, cruzándose de brazos, su sonrisa socarrona iluminando su rostro.
Mabys bajó la mirada, sintiendo el peso del fracaso. Su magia no había sido suficiente, su control sobre la naturaleza no había podido detener a los Windigos, y si no hubiera sido por Bhapi, tal vez estarían perdidos.
Amias, aún temblando un poco por el frío, le dio una palmada en el hombro a Bhapi. —Llegaste justo a tiempo. Creo que esos Windigos estaban más cerca de lo que pensamos.
—Más cerca de lo que todos pensamos —dijo Bhapi, con un brillo serio en sus ojos—. No son solo los brujos los que están peleando. En todo Crysalist hay discordia... y los Windigos están tomando ventaja de eso.
Mabys frunció el ceño, su mente repasando lo que había visto. Los brujos nunca peleaban así, y la sensación de caos, de frío creciente... Los Windigos se alimentaban del conflicto.
—Tenemos que advertir a los demás —dijo Mabys, levantándose con esfuerzo. Sus piernas aún estaban entumecidas por el frío—. Si esto está ocurriendo en todo Crysalist, no podemos enfrentarlo solos.
Bhapi asintió, pero en sus ojos se podía ver que ya sabía esto. Había algo más que estaba guardándose, algo que no había dicho. Pero antes de que Mabys pudiera preguntarle, Amias intervino.
—Pero... ¿qué hacemos con los Windigos? ¿Cómo los detenemos?
Mabys no tenía una respuesta. Era como si toda la historia de Crysalist estuviera volviendo a atormentarlos. Los Windigos, las criaturas que casi destruyeron su mundo antes, habían vuelto. Pero esta vez, no sabían cómo vencerlos.
Bhapi dio un paso hacia adelante, su mirada encendida de determinación. —No podemos vencerlos, no de la manera tradicional. Los Windigos no son seres que podamos simplemente destruir con magia o fuego. Se alimentan del odio, de la discordia. Si queremos vencerlos... necesitamos algo más. Algo que ellos no puedan corromper.
Mabys lo miró con atención. ¿Qué no podían corromper los Windigos?
—La paz —dijo Bhapi, su voz grave—. La unidad. Lo que los mantuvo fuera de Crysalist todo este tiempo fue nuestra capacidad de permanecer juntos. Si ellos han regresado, es porque la unión que tuvimos después de la Gran Guerra se está debilitando.**
Amias, quien había permanecido en silencio, habló finalmente, su voz llena de incertidumbre. —¿Entonces... todo depende de que volvamos a unirnos?
Bhapi asintió lentamente. —Depende de todos. Pero sobre todo... depende de ti, Mabys.
Mabys lo miró sorprendida. ¿De ella?
—Tú eres la que puede devolver el equilibrio a la naturaleza —continuó Bhapi—. Tu magia es única, no se trata solo de controlar los árboles o el agua. Se trata de armonía, de restaurar el orden natural. Los Windigos representan lo contrario: caos, ruptura, desarmonía. Si puedes dominar tu poder...** —hizo una pausa, mirándola profundamente— ...podrías ser la clave para detener esta amenaza.
Mabys sintió cómo el peso de sus palabras caía sobre ella como una losa de hielo. Era un desafío mucho mayor de lo que jamás había imaginado. Pero en lo más profundo, también sintió una chispa de esperanza. Si lo que decía Bhapi era cierto, entonces tal vez, solo tal vez, tenía una oportunidad de hacer lo correcto.
—No será fácil —añadió Bhapi, con una sonrisa torcida—. Pero, ¿quién dijo que las cosas importantes lo son?
Amias le ofreció una mano, su rostro más sereno ahora, y sus gafas un poco torcidas por la agitación de la aventura. —Estamos contigo, Mabys. Siempre.
Mabys lo miró, y en ese momento, sintió que no estaba sola. Por primera vez en mucho tiempo, había una posibilidad, una pequeña llama de esperanza en medio del frío creciente.
Los tres se quedaron en silencio, observando el cielo mientras las primeras estrellas aparecían, y aunque el viento seguía susurrando entre los árboles, ahora sonaba menos amenazante.
Los Windigos estaban ahí, pero no todo estaba perdido.