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Hiram-"El Final de la ruina" Spanish/Español
El nacimiento del León de Esmeralda

El nacimiento del León de Esmeralda

La solapada brisa caía sobre su rostro, refrescando la piel maltratada, sucia y caramelizada por los rayos circundantes que dejaban su huella. En tanto se escuchaban los movimientos pendulares, el cual ofrecía su avance sobre un cubículo tosco y cuadrado, hecho de madera gruesa, que combinaba con la fina y resistente piel de ñandú, esa que cuida con diligencia la carga. A su vez, los galopes de una criatura resonaban, sintiendo el cansancio de sus huesos sobre sus pezuñas.

Cruj-Cruj (sonidos de la carroza)

La oscuridad que había invadido su mente se desvanecía, y sus sentidos se aclaraban con el paso del tiempo. Lo que al principio le parecía ininteligible se transformaba en sonidos reconocibles: el ruido de un carruaje, el relincho de un caballo y los melodiosos silbidos de una persona.

Al abrir los ojos, contempló la claridad de sus ideas y a su vez sentía el pasar de su muchedumbre hacia algún lugar desconocido. Se levantó de medio lado y descubrió su entorno, donde se encontraban muchas cajas y barriles acompañando al joven guerrero. En medio de su confusión, llegó a pensar que estaba prisionero. Aunque la falta de vigilancia y detención de su figura había quedado en discusión, el silbido que acompañaba su viaje le daba otras ideas sobre su situación, a pesar de que sus heridas aún se encontraban semiabiertas y sin cicatrizar por completo.

Como una cabra salvaje de los montes rojos, escaló por el techo. Su piel herida acariciaba las finas plumas que sobresalían por el desconocido alero. Los movimientos del coche reflejaban la ferocidad del ecuestre sobre el animal, mientras la decisión de Hiram se convertía en una emboscada.

El joven se lanzó en el acto, observando esa cabellera blanca apaciguada por el tiempo, la cual de manera distraída divisaba la sabana mientras avanzaba. La mirada del sobrio joven resplandecía, y su grito de guerra eclipsaba el libre albedrío del lugar. De forma sorpresiva el fornido muchacho besó el suelo y en su desconcierto, sobre sus ojos, se posaron las grandes pezuñas que brillaban por el acero de sus herraduras.

La respiración agitada del cuadrúpedo se hacía notar mientras levantaba la mirada hacia la figura fulgurante. De cabellos delgados, piel amelonada, ojos pardos y barba corta, se notaba el paso del tiempo en su mirada. La comisura de sus labios se curvaba en una mueca burlona y sus arrugas conferían una expresión altiva.

—Es muy temprano para rendir tributo a la tierra —comentó con ironía.

Al verlo, el joven kerontino no percibió ninguna amenaza. Por el contrario, la bondad del anciano se reflejaba en su rostro. Ante tal incertidumbre, decidió responder de forma interrogativa.

—Cómo esquivaste mi embos...

–Oh pequeño, hombrezuelo, sé lo que intentas decir— sostuvo mientras soltaba las riendas del caballo. —Tengo tantos años en este páramo, que una simple emboscada ya me la he tragado.

La astucia del vetusto jinete salía a relucir mientras explicaba lo que le había sucedido y, en esos momentos, el joven se repuso, echándose a reír.

—¡Por Narciso! — exclamó el fornido hombrecito.

— No culpes a los dioses por tu estupidez— replicó el anciano.

— Está bien — asintió sin reclamar. —Entonces, ¿qué hago aquí? ¿Por qué sigo vivo? —Caminaba hacia la carroza sin atisbos de traición.

La voz pausada y gentil con la cual trataba a los forasteros desapareció. En cambio, se tornó fría y respetuosa.

—Fue la hija de Sarter, la doncella de fuego, quien me disuadió en mi travesía por el yermo de las espinas. Su belleza me cautivó y el desenfreno se apoderó de mí. La seguí con la embriaguez del momento, hasta que en mis propios ojos desapareció en una tormenta de fuego tan brillante y vivaz, que intimidaba inclusive al más fiero aventurero. Y al desvanecerse, observé que tu presencia empezaba a ser devorada por esos carniceros, carroñeros e inhumanos seres. Con un poco de suerte ahuyenté a la bandada de gallinazos que graznaban por los golpes proporcionados de mi garrote— dijo el voraz aventurero.

—¿Y las sombras? —manifestó el joven impresionado.

— ¿De qué estás hablando? — Lo miró de arriba a abajo—¡En nombre de Apaec y sus divinidades! ¿Cómo obtuviste eso? — asombrado señalaba la pretenciosa cicatriz que surgía sobre su hombro.

En ese mismo instante, su callosa mano rodeó la figura y notó un relieve nunca antes visto. Su piel se erizó de temor, sus ojos reflejaron sorpresa y su garganta atrapó el sonido. En cuestión de segundos, la oscuridad se posó sobre él, trayendo de vuelta todos los recuerdos vividos antes, mientras el dolor penetraba su alma una vez más.

— Es un símbolo de mi pueblo— inquirió el joven, acariciando los bordes.

Con una mirada dubitativa, el anciano, confío en él. Y no realizó más preguntas.

— Entonces pequeño bribón, ¿Cómo te llamas? —comentó la vieja figura.

—Hiram, maldito vejestorio. — respondía en forma de incitación.

Esbozó unas carcajadas sinceras por la respuesta del acalorado joven y replicó:

— Me llamo Sander.

—¡Vaya!, he oído tu nombre, eres el caballero de las flores. —Sorprendido, se acercó a verificarlo — Esto es increíble, ¿De verdad sigues vivo?

— Cómo sabes que soy él, podría ser un impostor.

—Es por tu mirada, hay un refrán de mi pueblo que dice:

> "Tu alma se refleja en tus ojos

>

> a pesar de tus desgracias

>

> ellas no odian, no sufren, no lloran

>

> Son ecos silenciosos de tus hazañas."

Al escuchar esas simples palabras, Sander, se acogió a la reflexión. Brotando de él un aspecto triste y afligido por unos cuantos segundos.

—Deberíamos marcharnos, si no, la noche vendrá por nosotros. —Observaba la posición del sol sin dejar de atender al desbarbado joven.

— Tienes razón— obedeció a regañadientes.

De esta manera, el lampiño y el hombre comenzaron su viaje hacia la capital de Kelvac. Dejando atrás los caminos áridos del yermo, viendo como el césped brotaba de nuevo, el calor se disipaba y los vientos frescos soplan sobre sus hombros. Aprovechando la luz que guiaba su camino hasta que se oculte de nuevo, dando paso a la oscuridad que abraza con su calor a los quejidos hambrientos de las criaturas. Así como el hedor que emanaba de ellas, igual que la esperanza que los embargaba.

El anochecer llegó de manera súbita, y en su duda, decidieron descansar en algunos matorrales arborescentes que invadían cada vez más a la tierra. Sander saco provisiones de la carroza dónde había desfallecido Hiram por un tiempo y las compartió con él.

En medio de la oscuridad las historias se hacen más grande, los miedos afloran y los pensamientos exhuman de sus cuerpos, planteando nuevas preguntas por resolver.

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— La cena fue agradable, gracias, Sander.

— ¡Oh!, el joven tiene modales.

— Deja de molestar, viejo decrépito, si no fuera por mí, ya nos hubieran atacado los lobos de Nimeria. —Envalentonado, tomaba un pedazo de madera y jugueteaba con ella.

— Al final sigues siendo un niño— suspiraba mientras posaba su mano con su mejilla. —y eso me lleva a otra pregunta: ¿Qué hacías en ese lugar?

La consulta fue hecha y con ella levantaba la desazón en el aire. En ese instante, asomó por su cabeza los recuerdos que intentaba olvidar, le dolía, le carcomía y lo arrastraba. Su imaginación lo sedujo con la idea de asesinarlo, pero la gentileza del antiguo caballero lo hizo titubear.

— Es una larga historia, que no debería contar —sostuvo Hiram, de forma pensativa.

— Veo el dolor en tus ojos, me reservaré el derecho a mi duda, por esta vez—comentó con desilusión.

— Gracias.

En eso, dentro de los arbustos poco frondosos, se escucharon movimientos bruscos y rápidos. Hiram salió al encuentro donde había detectado el sonido, seguido de Sander que llevaba su garrote a discreción. Sin embargo, al llegar al punto, no encontraron nada en absoluto. A pesar de la terquedad del joven, prosiguieron por los alrededores intentando cazar lo desconocido.

— Quizás fue una alucinación, Hiram, recuerda que la oscuridad tiende a jugar con sus invitados.

— Sentí que nos observaban, pero es imposible que se escapen rápido, los hubiéramos detectado enseguida— le explicaba mientras terminaba de inspeccionar los últimos árboles. —No hay nada, tal vez fue mi imaginación como tú dices.

— Ya es muy tarde, mejor descansemos para salir de este lugar lo más temprano posible.

El joven mantenía una sensación lúgubre sobre su cuerpo, con dudas acechándolo. Esa noche no durmió preparándose para cualquier emboscada que pudiera ocurrir en medio de la nada. Cuando los sonidos melodiosos en forma de trompeta marcaron la llegada de un nuevo día, empacaron sus cosas y continuaron su viaje. La mañana regalaba un calor suave que aumentaba al llegar al mediodía, la tarde calmaba la intensidad del día y con ella traía algunos vientos fríos para los forasteros. Los primeros retazos de la noche comenzaban a emerger sobre el firmamento anaranjado que se mantenía de pie por un poco más de tiempo.

En ese momento, los cielos se tornaron negros y comenzaron a derramar sus lágrimas, inundando todo el páramo sobre ellos. Buscando refugiarse de aquella lluvia llegaron hacia una encrucijada donde la carretera se dividía en dos caminos. Tomaron uno al azar, perdiéndose en su destino mientras divisaban una pequeña cabaña a lo lejos. Al llegar, se reflejaba su abandono: maderas deterioradas, tablas descascaradas, ventanas rotas y muebles con polvo.

Se acomodaron para pasar la noche, encendiendo la pequeña chimenea para abrigarse del frío nocturno. Y en medio de la cena volvió la interrogación por parte de Sander:

—Verdad jovencito, no me dijo de qué pueblo proviene—prestaba atención con curiosidad.

— Soy de Crull —comentó con rudeza.

— No he escuchado hablar sobre ese sitio— miraba con desconcierto.

— Se encuentra en las «mesetas de Haranger»

— Eso está muy lejos de aquí —mientras llevaba un bocado a sus labios hizo una pausa— ¿cómo lograste sobrevivir tanto tiempo tú solo?

— Tenía que demostrar mi valor, no podía volver sin cumplir mi misión, —miró hacia la ventana —Lo logré, pero fue escalofriante.

En ese mismo instante, el temor, el odio y la venganza, se recogían en aquel lugar, esperando adosarse sobre sus cuerpos. Los ruidos provenientes del exterior empezaban a ser más caóticos y tumultuosos. Hiram y Sander tomaron sus armas, pero el joven kerontino, había olvidado que su espada pereció en el campo de batalla. En su desesperación a lo desconocido, visualizó su entorno y pudo hallar un hacha oxidada que se encontraba caída sobre algunos escombros, la recogió y con valentía se asomó por la puerta mientras Sander cuidaba su retaguardia. Cuando logró salir, no había rastro de nada, como si se hubiera tratado de una alucinación.

Esto le desagradaba tanto al anciano como al joven, porque había un dicho que se contaba en estos casos:

> "Dentro del silencio se esconde los verdaderos miedos,

>

> Esos que carcomen tus credos,

>

> Que se desliza por tu cuerpo,

>

> Acechando con sus siniestros cortejos."

De pronto, desde la sábana de la oscuridad e incertidumbre, con pisadas fuertes como un ejército, aparecían en el telón de la noche. Figuras grotescas y horripilantes, con extremidades retorcidas y rostros deformados que sonreían a las tinieblas en forma de dádiva. Algunos de ellos, mutilados, otros cercenados, gemían en medio del fragor de la batalla, reclamando la piel, los huesos y el alma de esos pobres hombres.

Algunos de ellos mutilados, otros cercenados gimoteaban en el calor de la batalla reclamando la piel, los huesos y el alma de esos pobres hombres.

— ¡Pero que son esas cosas! —horrorizado, exclamaba Sander.

— No lo sé, tampoco quiero saberlo —tomaba con fuerza el hacha, esperando cualquier repentino movimiento.

— En todos mis años, nunca vi algo semejante. —Apretaba el garrote por el miedo. — ¿Qué haremos ahora?

— No veo ninguna otra salida que pelear— contestó el bárbaro.

— Maldita sea y yo que pensaba no morir tan joven — sostuvo el anciano.

— Veo que aún no pierdes ese retorcido sentido del humor —comentaba Hiram.

— Es lo menos que puedo hacer para calmarme —explicó Sander.

Cada vez las entidades que se manifestaban en el lugar cortaban el paso de estos, acorralándolos en diferentes direcciones como una muralla. En el clamor del momento los pensamientos del joven se evaporaban, entonces decidió acortar los números dando paso a una cruel batalla.

Con su hacha, Hiram empezó a golpear y cercenar los cuerpos de aquellas aberraciones una por una. Mientras caían, se escuchaban los lamentos y el dolor que experimentaban. Sander por su lado, intentaba seguir el paso del fornido kerontino que parecía estar acostumbrado a jugar con la muerte. Al principio, llegaban de uno a uno, después de dos en dos y así sucesivamente. A medida que se enfurecían, empezaban a rasguñar los cuerpos, cansinos por el trajín del momento. Cortándolas por la mitad, de lado, por la cabeza, por las extremidades, aplastándolas, las formas de matanza más crueles se veían pasar en aquel sitio.

A pesar de que los números continuaban aumentando, encontraban la forma de sobrevivir, eso no era nada más y nada menos que la esperanza del ser humano. En eso, Sander exhausto tanto físico como mentalmente, cayó abatido por las grotescas criaturas que reclamaban venganza por sus camaradas. Con apenas el poco aire que le quedaba en los pulmones dio aviso a Hiram, que se encontraba inmerso en la pelea. Al escuchar las palabras de Sander volteó a verlo mientras caía apresado por las criaturas que empezaban a saborearlo en ese instante. Sin titubear se hizo paso con el vaivén del hacha intentando llegar a donde estaba Sander. En sus ojos, llenos de terror, el tiempo acaecía sus últimos granos. Uno por uno se acercaba al viejo cuerpo, empezándolo a devorarlo. La escena era triste, desoladora y humillante para el ser humano. Todo eso ocurría ante los ojos del kerontino, quien intentaba a duras penas recuperar el cuerpo de su antiguo amigo, al cual el destino se encargó de marcar con la pluma de la muerte. Los seres que atacaban a Hiram, a pesar de no ser fuertes, eran numerosos, inclinando el peso de la pelea hacia un lado y poniendo en peligro a esas pobres almas.

Mientras alzaba el hacha una y otra vez, impartiendo su propia forma de justicia, en un último esfuerzo logró acercarse lo suficiente como para arrebatarles los restos de su querido amigo. Al observarlo, se percató que su corazón seguía latiendo, lo cual parecía una verdadera proeza, era imposible que alguien aguante todo ese sufrimiento. La obstinación de Sander lo llevó a continuar, y finalmente, pronunció sus últimas palabras en su presencia.

— Hiram, ha llegado el momento de partir. Desde hace algún tiempo, había perdido el sentido de mi vida. Tan solo me mantenía vagando por este mundo como un mercenario teñido de sangre sin un objetivo. Hasta mi alma extravió su rumbo después de perder a mi hijo en la "Guerra de los Doce Años", se llamaba Ann, lo que me hace recordarte mucho a ti. Él también era obstinado, valiente, inocente y alegre. Ese día me encontraba en la guardia real de Keronte. Habíamos recibido un mensaje de un espía que trabajaba encubierto en Kelvac, informando que las tropas se encontraban en los prados del este intentando emboscarnos.

La notificación resultó ser falsa. Al llegar al lugar, no encontramos nada, únicamente una nota que decía:

> "Hoy las estrellas en el cielo, observarán el festín de cuerpos."

En ese momento salimos del lugar a toda prisa; sabíamos que era una trampa e intentamos llegar lo más rápido posible a la capital. Al caer el final del día; la ciudad se encontraba en llamas, las casas se derretían, los cuerpos yacían tirados, mientras algunos habían sufrido la tortura y humillación. Corrí con rapidez hacia mi casa. Cuando llegué, un soldado vestido de dorado, perteneciente a la caballería de los Kelvac agarraba la pequeña cabellera de mi hijo con sus manos. Al verme, no dudó y lo degolló en mí delante mientras él esbozaba una cara de satisfacción. Aún desearía poder olvidar esa escena y dormir plácidamente para volver a encontrarme con él.

Al final fui un cobarde que no buscó venganza; ese día, mi alma abandonó mi cuerpo, y yo dejé a los míos.

No quisiera que pases por la misma experiencia que yo, Hiram de Keronte, es por eso que te obsequiaré un tesoro que te ayudará en un futuro, se encuentra en la carroza en una caja de metal negro con bordados de oro.

Me lo entregó tu padre como parte de una recompensa, nunca traté de utilizarlo, no tuve el valor de hacerlo, pero tu sí...

"Ve y busca tu venganza por nosotros mi querido Hi...

Hi...

Hi...

H...

Ann."

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Imagen referencial de Sander y Ann, creada con BingIA.

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