Aranor seguía allí parado, inmutable, quieto como una estatua, con su espada en alto y sus ojos cerrados, como si estuviera en trance y comunicado con el mismísimo Dontar. Rajkal, el nigromante, montando al dragon de hielo, intentaría un ataque directo. Se elevó decenas de metros para tomar impulso y, como una saeta, la bestia se lanzó sobre el humano mientras emitía su espantoso graznido, buscando destrozarlo con sus propias garras. Su grito enfurecido aturdió a todos, menos a Aranor, que permanecía firme.

Enfrentado a su primer gran desafío como héroe, toda la vida de Aranor pasó ante sus ojos. Recordó los días lejanos cuando era un simple mortal llamado Gabriel. Sus primeros pasos, los sueños de infancia, y los momentos de incertidumbre y lucha que lo habían transformado en el guerrero que ahora sostenía la espada de la luz, Antherion. Parecía tan lejano todo, y, sin embargo, cada experiencia lo había conducido a este instante.

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El dragón se abalanzó desde las alturas, su sombra cubriendo a Aranor. No sabía cuál sería el desenlace, si encontraría la victoria o la derrota, pero en ese momento crucial, una sensación de paz lo envolvía. Había llegado hasta aquí, había desafiado sus límites, y en ese reconocimiento hallaba una profunda satisfacción.