En los oscuros interiores del castillo, donde hace más de veinte años una cruel batalla tuvo lugar, los pasillos eran recorridos por el antiguo Rey de la nación de Artizan, Lord Orlox. Los ecos sombríos de criaturas tenebrosas acechaban entre los corredores hasta llegar a la sala del trono.
Sentado en su silla, una figura sombría se levantaba. Era un hombre esbelto, vestido con una intimidante armadura roja y una piel pálida como la nieve. De su casco sobresalía una melena negra con mechones rojos, como la sangre.
Este hombre, conocido por sus seguidores como el rey Drácula, se dirigía hacia un gran retrato de un joven de edad similar a la suya, lleno de vitalidad y sueños. Al contemplar el solemne cuadro, una lágrima escapaba de su mejilla. Su tristeza era interrumpida por una extraña pero conocida voz:
—Creo que sabes su respuesta. —decía la voz—. Y, para tu pesar, era no. No podría estar orgulloso del hermano que se había convertido en un monstruo... Yo, por otra parte...
Drácula miraba hacia el espejo más cercano y su reflejo se transformaba en el antiguo Señor de los vampiros, que se reía de manera grotesca y burlona.
—¡Cállate! —exclamó el rey, mientras con un puñetazo reventaba el espejo en varios pedazos.
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En cada trozo, veía imágenes sonrientes y perversas. Siete sombras colosales que lo hacían ver como una simple hormiga, dioses que producían una cacofonía de carcajadas inhumanas, monstruosas y viscerales, burlándose de él, quien no olvidaría nunca sus nombres: Shiva, Anuket, Thor, Fenrir, Baldur, Amanita y... Nosferatu.
—Ustedes no eran más que los reflejos de mis victorias —El rey invocaba con su oscuro poder una espada que emanaba una energía densa y poderosa. Fuego emanaba en los ojos carmesí, no le temía nada, la furia era tan terrible como su sed de venganza tan grande que estaba preparado para pelear con todos ello a la vez—. No eran más que la fuente de mi poder. ¡No eran más que mis conquistas pasadas! ¡Todo para lograr la paz! ¡Todo para traer la liberación a esta tierra de la Calamidad!
Antes de que los fragmentos cayeran y se rompieran en pedazos, la voz de Nosferatu resonaba por última vez.
—¿Habías traído la paz o te habías convertido en uno más de nosotros? ¿Un Drakan más?
El salón volvía a su silencio habitual después de que las risas se disiparan lentamente en los ecos del silencio. El rey, agitado, miraba su mano cortada por el golpe regenerarse, tomaba aliento y, antes de volver a su silla, era sorprendido por una explosión en la puerta de sus aposentos.
Desde el humo y las llamas, emergía una figura estoica, un guerrero de armadura esmeralda. Su presencia se asemejaba a la de un león protector y furioso. El casco blindado solo dejaba ver unos ojos llenos de ira y determinación al monarca.
El caballero esmeralda desenvainaba su espada mientras declaraba:
—Drácula, Señor de los vampiros, yo, el León Artizano, seré tu verdugo y redentor.
Drácula esbozó una nostálgica sonrisa. Convenciéndose para sus adentros, susurraba:
—Todo sea por la paz de mi reino.