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Prólogo

El cielo se tiñe de tonos amarillos, rojos y naranjas cálidos mientras el tiempo avanza. El ruido de los autos es ensordecedor, y el murmullo de la gente llena el aire. A medida que cruzan las calles, los olores cambian: el aroma de hot dogs recién hechos en una esquina, el dulce perfume de pasteles horneados en una pastelería cercana o el simple y agradable olor a tierra húmeda después de la lluvia. Las bicicletas zigzaguean entre los carriles hacia sus destinos. Las hojas caen de los árboles, anunciando la llegada del invierno. El frío está en el aire, aunque nadie parece notarlo, excepto un joven inmerso en su entorno.

Él observa cada hoja caer con detenimiento, siente el viento en su cabello negro, que amenaza con arrancarle su gorro de lana con huella de dinosaurios. Lo sujeta con las manos para evitar que se lo lleve el viento. Los colores en el cielo lo tranquilizan. Lo llenan de deseos. Un deseo de salir sin ocultarse, de no ser juzgado ni enjaulado por las características con las que nació.

Pero por ahora, camuflarse entre ellos es lo mejor que puede hacer. Sabe que los humanos no pueden vivir sin conflicto. Ha visto demasiado desde que se oculta entre ellos: las peleas, la hipocresía, los rencores que arrastran en sus corazones. Él ha sido víctima del odio de estos seres, y por eso ahora se oculta entre la multitud, empeñado en no ser descubierto... jamás.

Gira en la esquina caminando hacia donde se aloja, se rasca el cuello con incomodidad y acelera el paso. Sus pisadas son rápidas, pequeñas. Siente el peso de tener sus verdaderas características escondidas bajo la ropa, le encantaría sentir el frío viento o el calor del sol en esos lugares. Cada día lucha por no quitarse las sudaderas y gorros que lo protegen, temeroso de levantar sospechas. El simple acto de cubrirse le resulta una prisión constante, pero es el precio que debe pagar para no ser descubierto.

Un grito ronco lo saca de su trance. Venía del siguiente callejón. Su piel se eriza; sus músculos se tensan ante el miedo que comienza a apoderarse de él. Sin querer, su paso se vuelve más lento. La respiración se le acelera y su mente se inunda de preguntas. Peleas callejeras, maltrato, su especie convertida en máquinas asesinas o animales de compañía. Algunos de los suyos, abandonados, duermen en los parques, otros se convierten en cadáveres olvidados, arrojados como basura.

El grito resuena de nuevo, y un nudo de ansiedad se forma en su estómago. ¿Será uno de los suyos? ¿Alguien que necesita ayuda? Algo lo impulsa a seguir hacia el callejón, aunque cada fibra de su ser le dice que retroceda.

El chico respira profundamente antes de adentrarse en el callejón. La inquietud late en su pecho, pero la necesidad de ayudar, de aliviar el dolor de alguien más, lo empuja hacia adelante. Sus ojos se posan en dos hombres, ambos mucho más altos que él. Solo puede ver sus espaldas mientras se ríen de manera sospechosa. No alcanza a distinguir a quién tienen acorralado. De repente, uno de ellos saca una pistola.

Se congela. Su respiración se detiene por un momento. El frío se siente más intenso de repente, recorriéndole la espalda. Su corazón late con fuerza, tan rápido que casi lo escucha en sus oídos. Un millón de pensamientos pasan por su cabeza, pero sobre todo, los recuerdos empiezan a apoderarse de su mente: una sonrisa cálida, el ultimo abrazo protector que recibió, el olor metálico de la sangre en aquel momento... y, finalmente, el grito que lo arrancó de todo.

"No puedo dejar que pase... No de nuevo..."

— ¡Alto! — grita, sin poder controlarlo, sintiendo la tensión aún mas fuerte en el ambiente. Los hombres se detienen. Se giran lentamente hacia él, sus cuerpos tensos, la rabia pintada en sus ojos oscuros. Por un momento, el tiempo parece detenerse. El aire es pesado, cargado de amenaza.

El chico sigue mirando, hasta que su atención cae en la figura detrás de ellos: un joven musculoso de cabello blanco, unas orejas felinas sobresalen de él, se mueven con dificultad, demostrando la debilidad de su cuerpo, esta arrodillado en el suelo, con cadenas que aprietan sus muñecas, su rostro refleja un dolor punzante que intenta ocultar. Sus ojos, llenos de rabia y agotamiento, apenas logran alzarse hacia él, mientras su cola golpea el suelo con intensidad. Las heridas en su piel aún sangran, la tela rasgada de su ropa manchada de sangre fresca.

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Siente como la mirada del chico le hace dar escalofríos de miedo, como si pudiera leer su alma, lo intimida mucho más que los otros dos hombres, que se dan una mirada complice. Uno de ellos empuja la cabeza del prisionero hacia la pared, haciendolo soltar un gemido doloroso, el temblor en su cuerpo es evidente, una señal de estar a punto de rendirse, pero intenta resistir ante la debilidad que emana de él. El otro se vuelve hacia el muchacho, mostrando una sonrisa sicaria.

— No es asunto tuyo, pequeño — murmura, es casi un susurro que se pierde en el aire, sus manos juegan con la pistola que lleva tranquilamente, como si de un juguete se tratara, las gotas de sudor del chico caen en su frente, un ligero temblor en su cuerpo delata lo asustado que está, pero el temor no volverá a paralizarlo, nunca más.

— Y-Yo... Sólo me gustaría hacer negocios con ustedes — su voz intenta ser fuerte, pero de su garganta unicamente sale un susurro ronco, el hombre, a sólo unos pasos de él ríe fuertemente.

— ¿Negocios? — hace una pausa, para seguir soltando carcajadas — ¿Qué podria ofrecernos un niño como tú?

Las palabras del hombre resuenan en su cabeza, su ceño se frunce en respuesta, odia que lo consideren un niño cuando ha vivido sólo hace cuatro años, cuando ha pasado por tanto dolor gracias a seres cómo él, el miedo se disipa y queda una rabia que intenta contener para no lanzarse hacia el tipo.

— ¿Cuanto piden por el grandote? — apunta hacia el prisionero con su cabeza mientras observa como la otra persona lo maltrata, siente una punzada en su pecho al ver la crueldad del humano, como su sonrisa esta llena de satisfacción por la violencia, como su cabello ondea ante el viento mientras lo daña, recuerda lo horrible que habia sido un momento vivido anteriormente, pero esta vez, no está ahi para esconderse, su determinación se ve en sus ojos, los cuales brillan con vehemencia, nota como el hombre deja de jugar con el arma, ve como una sonrisa que no alcanza a llegar a sus ojos se asoma por debajo de la barba que lleva, observandolo con una emoción que no puede identificar.

— Ah, hablas en serio... Bueno, no podria decirte si realmente puedo negociarlo... él es todo una mierda ¿Sabes? No vale la pena. Pero... Si estas dispuesto... — hace una pausa que incrementa la tensión entre ambos, el tipo ya a menos de dos metros de distancia del joven, sus ojos reflejan una maldad pura, un deseo de seguir dañandolo, pero el chico no tiene miedo, sólo desea ayudar al neko gigante que esta detrás. — Te lo dejaré sencillo, no quiero perder mas mi tiempo aquí... Lo que tengas en el bolsillo, no vale la pena pagar un precio alto por él...

El peliblanco que estaba en el suelo levantó la vista, sus ojos felinos se clavaron en el chico por un breve instante. No dijo nada, pero en esa mirada había una mezcla de incredulidad y esperanza, como si estuviera demasiado cansado para creer que alguien pudiera ayudarlo. La cola, que antes golpeaba con furia el suelo, ahora se agitaba lentamente, debilitada por el cansancio y el dolor.

El chico y el hombre se miraron a los ojos, ambos con una determinación distinta, intentaba buscar alguna pizca de engaño en su mirada, no podía creer el bajo precio que estaba ofreciendole a cambio del hombre-gato, pero eso reflejaba lo que siempre ha aprendido: Los humanos son el ser más cruel que existe en el mundo. Rápidamente buscó en sus bolsillos y entregó el dinero que tenía para el transporte de la semana siguiente, no era mucho, pero esperaba que fuera suficiente, no era apegado a él, la verdad no le interesaba en lo más mínimo, podía conseguir más después.

— Huh... — el hombre le arrebató los billetes de la mano al joven con disgusto, contandolos mientras le daba el paso hacia el enorme neko, al cual el otro hombre lo obligaba a levantarse del suelo, poniendole una correa alrededor del collar que llevaba en el cuello, sus puños se apretaron con fuerza al ver esto, pero se contiene, sabe que los otros son peligrosos y tienen un arma con la que podían disparar en cualquier momento.

El hombre de la pistola se ríe al ver al neko intentar ponerse de pie, tambaleándose y casi cayendo nuevamente. El joven intenta acercarse para ayudarlo, pero el segundo hombre lo detiene, levantando una mano para indicarle que espere.

— No te emociones tanto, mocoso. — El hombre sonríe con malicia mientras saca un pequeño control de su bolsillo, con dos botones grandes y una antena que sobresale. — Antes de llevártelo, tendrás que aprender cómo mantener a raya a esta bestia.

El chico siente un nudo en el estómago, su respiración se acelera, pero mantiene la compostura, tratando de no mostrar su asco. Su vista se clava en el aparato, mientras el hombre pulsa uno de los botones. Al instante, el hombre-gato se arquea de dolor, un espasmo recorriendo su cuerpo mientras un grito ronco se le escapa, como si cada nervio en su cuerpo estuviera ardiendo. La cadena del collar tintinea cuando cae al suelo de nuevo, jadeando.

— ¿Ves? — dice el hombre, disfrutando de cada segundo. — Así es como lo controlas. Un toque aquí y obedece sin chistar.

— M-Maldita perra... — menciona el demi-humano, debil ante el shock que sintió anteriormente, siente como halan de su correa, obligandolo a levantarse nuevamente, sus piernas flaquean de debilidad pero no se deja caer, mira al chico con un atisbo de esperanza que rapidamente se opaca con indiferencia. No confiará y menos en alguien que se ve tan débil como él.

El tipo le tira el control y la correa del collar al chico en sus manos, rié un poco ante las palabras del enorme híbrido, suelta las cadenas de sus manos con agresividad sin importarle realmente el dolor que sienta. Sonríe pensando en cómo ese chico va a controlar al gigantón, seguro alguien tan pequeño lo va a usar de protector, guardaespaldas o algo parecido, los observa irse a pasos lentos, los músculos del chico se relajan, esta satisfecho de salir vivo del lugar.

Ambos caminan hacia la casa del joven, un lugar seguro donde podrán refugiarse de la crudeza del mundo exterior.

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