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Confrontación

Kai observaba la fotografía, los bordes gastados y doblados de tanto mirarla. El rostro de su hermano le recordaba no solo lo frágil que era la vida, sino también lo vacío que se sentía sin su guía. Su ausencia era una herida que nunca dejaba de sangrar.

La determinación empezó a apoderarse de él: estaba dispuesto a no dejar que nadie más sufriera como sufrió su hermano. Después de tomar la decisión, dejó la foto a un lado y salió de su habitación. Bajó las escaleras, tomó las llaves de la casa y se colocó un gorro para tapar sus orejas y un abrigo largo que escondía su cola. Finalmente, abrió la puerta para salir.

Desde el sofá, Tharok apretó los dientes mientras lo observaba. No entendía cómo alguien podía ser tan... insensato. ¿O tal vez era algo más? La curiosidad lo carcomía, aunque jamás lo admitiría en voz alta. Estaba acostumbrado a la desconfianza, a la crueldad, pero este chico... había algo en su ingenuidad que lo irritaba profundamente. ¿Era estúpido o simplemente ignoraba la realidad?

—Bueno, ya vuelvo... ¿Vienes o te quedas? —preguntó Kai con una ligereza que irritaba a Tharok aún más. Sentía la rabia y la vulnerabilidad tensar sus músculos.

—¿Qué coño quieres que vaya contigo? ¿A dónde vas? ¡No me importa! —rugió Tharok, su voz fuerte y desafiante. Sin embargo, algo brillaba en sus ojos. Algo que ni él lograba definir.

Kai captó ese destello, pero decidió no darle importancia. Suspiró y se encogió de hombros.

—Bueeeno, como quieras. —Salió y empezó a cerrar la puerta lentamente, hasta que sintió un tirón. Se detuvo.

—¿Hum? —preguntó, girando la cabeza.

Tharok permaneció en la puerta por un segundo, apretando el picaporte con fuerza. Finalmente, soltó un suspiro de frustración.

—Es peligroso salir solo a estas horas... Iré contigo —gruñó. Kai sonrió apenas, pero Tharok no pasó por alto cómo la comisura de sus labios se curvaba.

—¿Vas a venir o no? —preguntó Kai con una mezcla de impaciencia y diversión.

—¡Voy a ir, carajo! —Tharok se cruzó de brazos, su expresión tensa y enfadada. —¡No me hagas repetirlo!

—De acuerdo —respondió Kai mientras cerraba la puerta y la aseguraba con llave.

Ambos caminaron en silencio por la calle. Kai mantenía la cabeza baja, ocultando su naturaleza tanto como podía, mientras que Tharok lo seguía, molesto por la necesidad de ocultarse. No podía evitar notar cómo el gorro y la postura encorvada hacían a Kai parecer un humano diminuto.

El frío de la noche invernal los rodeaba mientras sus pisadas resonaban en la acera cubierta de hojas secas. Kai sonreía ligeramente, disfrutando del crujido, pero Tharok apenas lo soportaba.

—¿Y qué vas a comprar? —preguntó Tharok, incapaz de reprimir su curiosidad.

—Voy a comprar un par de cervezas y algunos helados —contestó Kai, sonriendo—. Y, si me alcanza, tal vez algo de queso para hacer una pizza.

Tharok bufó. —¿Cervezas y helados? ¿De verdad no tienes nada mejor que hacer?

—Las cervezas no son para mí, pero los helados sí —respondió Kai sin perder la sonrisa.

Ya habían llegado a la tienda, y Kai entró con confianza. Tharok, en cambio, se quedó en la puerta, su mirada fija en el pequeño neko, aunque no entró. Desconfiaba demasiado de los humanos como para hacerlo.

—¿Te gusta el helado? —preguntó Tharok con sarcasmo, su voz teñida de desdén. —Es comida de bebés.

—Tal vez —respondió Kai mientras caminaba hacia los estantes—, pero es lo que me hace feliz.

Tharok permaneció en la entrada de la tienda por un momento, observando a Kai. El calor del lugar, comparado con el frío exterior, trajo consigo recuerdos amargos de su pasado. Cuando era joven, robaba comida para sobrevivir. Su madre había muerto a golpes, víctima de la ignorancia humana. Desde entonces, su vida había sido una odisea constante, hasta que finalmente fue capturado y obligado a luchar. Recordar esos días hacía que sus orejas se agacharan instintivamente. No confiaba en los humanos, y mucho menos en los lugares donde ellos dominaban.

Siguió a Kai, cuidándose de las miradas de horror que lanzaban los humanos a su alrededor. Sus manos temblaban ligeramente, recordando vívidamente las cosas que había pasado siendo apenas un niño, pero no iba a mostrar debilidad. No ante ellos ni ante Kai.

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—¿Y por qué no te importa? ¿Eres un niño pequeño que necesita consuelo en forma de helados? —espetó Tharok mientras se recargaba contra un estante. El movimiento hizo que algunas latas de atún cayeran al suelo con un ruido metálico, pero ni siquiera se molestó en recogerlas. Su expresión mostraba una mezcla de desdén y verdadera confusión.

Kai lo miró de reojo, deteniéndose frente a la nevera. Sacó dos six-pack de cerveza y los colocó en el carrito que había tomado en la entrada. Luego, se dirigió al congelador para buscar los helados, evaluando sus opciones con calma, como si las palabras de Tharok no le afectaran en absoluto.

—No me importa si mis gustos son infantiles —respondió con tranquilidad mientras examinaba los sabores de helado disponibles—. Mis gustos son míos, y no le hacen daño a nadie.

Tharok frunció el ceño, cruzando los brazos. El tono sereno de Kai lo descolocaba, lo hacía sentir... expuesto. No estaba acostumbrado a lidiar con personas que no reaccionaban a sus provocaciones. Pero esa calma irritante no lo hacía querer detenerse.

La mirada de Kai se posó en un medio litro de helado de mango biche. Nunca le había dado una oportunidad a ese sabor; pensó que tal vez era el momento de probar algo diferente. Con un pequeño movimiento de cabeza, hizo unas cuentas mentales y volvió a la nevera, evaluando si le alcanzaba para el queso.

—Claro, pero ser un neko es un enorme problema para ti... Eres un niño inmaduro... —murmuró Tharok, entrecerrando los ojos mientras recorría el cuerpo del chico con la mirada.

Kai frunció un poco el ceño al escuchar lo último que le había dicho. Las palabras de Tharok lograban penetrar de a poco su calma, pero no iba a dejarse caer. Dejó escapar una respiración fuerte y sacudió la cabeza, volviendo a curvar sus labios en una sonrisa aún más amplia.

El peliblanco observó cómo Kai, aparentemente indiferente a su presencia, se ponía de puntillas, esforzándose por alcanzar el queso que estaba en el estante superior. Algo en esa imagen, la vulnerabilidad mezclada con una inesperada determinación, hizo que la irritación de Tharok se intensificara aún más. Su corazón endurecido le impedía aceptar la calma de Kai, pero, en lo más profundo, se preguntaba si alguna vez volvería a sentir la misma paz que el neko parecía disfrutar con tanta facilidad.

Soltó un suspiro y rodó los ojos al ver que no lograba alcanzar el queso. Se acercó al chico, apartándolo de un empujón y lanzándole el queso a las manos. —Ya vámonos. No soporto estar más aquí dentro —dijo con el ceño fruncido mientras miraba el carrito lleno de cervezas y helado.

—Claro, ya tengo todo. ¡Cuando llegue a casa prepararé una deliciosísima pizza! —Kai empujó el carrito, entusiasmado por la idea de comer pizza antes de ir a dormir.

— ¿Por qué no pides una como todos los demás? — Tharok lo seguía de cerca mientras observaba los estantes de la tienda, tentado a tomar algo sin pagar. Estiró su brazo hacia un zumo ácido, pero el carraspeo de Kai lo interrumpió.

Lo estaba mirando con una ceja levantada y una expresión de seriedad que no había visto antes en él. — Porque prefiero hacer las cosas por mi cuenta —respondió Kai con voz firme—. Además, nunca le ponen suficiente queso —agregó, relajando su expresión con una pequeña sonrisa traviesa.

El comentario fue tan absurdo que Tharok apenas pudo evitar que un pequeño bufido escapara de sus labios. Se giró de nuevo, fingiendo desinterés, pero la sombra de una sonrisa casi se dibujó en su rostro. Y apartando su mano del estante de jugos, desvió la mirada hacia el carrito. La respuesta le parecía ilógica, pero al mismo tiempo, no podía evitar estar... intrigado.

— Hmm... Sigo sin entenderlo... — Kai se encogió de hombros mientras empujaba el carrito hacia la caja.

— Bueno... Hacerla yo mismo la hace especial. Puedo controlarlo todo: la cantidad de queso, el tiempo de cocción… Es algo pequeño, pero me hace sentir bien.

Tharok lo miró de reojo, sintiendo una mezcla de fastidio y algo más, algo que no quería admitir. Tal vez era la manera en que Kai sonreía ante cosas tan simples, o la forma en que parecía darle importancia a detalles insignificantes. ¿Qué importaba si la pizza tenía más o menos queso? Para Tharok, toda esa charla carecía de sentido. Pero para Kai, parecía algo demasiado importante.

"Debería largarme, este chico no hace más que impacientarme..."

Pensó, pero sus pies permanecían firmes en el suelo, como si alguna fuerza invisible lo mantuviera a su lado.

—Si quieres, también te daré unas rebanadas — ofreció Kai con un tono despreocupado, como si el simple hecho de compartir algo tan trivial fuera lo más natural del mundo.

Tharok bufó, cruzándose de brazos de nuevo. —No necesito tu comida —respondió con brusquedad, pero había algo en sus ojos que no encajaba con el tono de su voz. — No necesito nada de tí, ni que me cuides, ayudes u ofezcas algo... Sólo déjame en paz.

Kai dejó de sonreír por un momento mientras sacaba los productos del carrito y los colocaba en la cinta transportadora de la caja registradora. Cada movimiento era meticuloso, lleno de una calma que parecía inquebrantable. Pero en su mente, una frase resonaba, recordándole las palabras de su hermano:

"Recuerda, Kai... No puedes ayudar a alguien que no quiere que lo ayudes."

Aquel consejo había llegado después de que ambos intentaron salvar a un mapache herido. A pesar de sus esfuerzos, el animal había escapado en cuanto tuvo la oportunidad, dejándolos con la sensación de que, a veces, no importaba cuánto quisieras ayudar... no siempre sería posible.

Kai pagó en silencio, entregando una de las bolsas a Tharok. Lo hizo con la misma calma de siempre, pero algo en su mirada había cambiado.

—Entonces, no vuelvas a mi casa —dijo Kai, su voz baja pero firme. —Si no quieres nada de mí, te dejo libre y a tu suerte, Tharok.

El peliblanco tomó la bolsa por reflejo, sin darse cuenta de lo que acababa de aceptar. Kai se dio la vuelta, tomando las demás bolsas y dirigiéndose hacia la salida. Tharok lo miró marcharse, con la bolsa de cervezas en la mano, mientras un nudo se formaba en su estómago. No dijo nada. Pero en lo más profundo, algo se quebraba en su interior.

— No, espera... — musitó, pero Kai no logró escucharlo, ya había abierto la puerta para irse de vuelta a su casa. Sus pasos pequeños y rápidos saliendo del lugar.

Respiró agitadamente, su mente nublada comenzando a debatir entre seguirlo o irse por su camino.

—Maldita sea... —murmuró para sí, sus ojos fijos en la espalda de Kai, cada paso alejándolo más y más.

Tharok apretó los dientes, sintiendo cómo su propio orgullo luchaba contra una necesidad que no comprendía. No sabía qué lo retenía en ese lugar.

"No lo necesito. No necesito nada de él."

Sus propios pensamientos lo atormentaban. Esa era la verdad. No quería la ayuda de nadie, no necesitaba que lo cuidaran. Siempre había estado solo, desde que podía recordar. Entonces, ¿por qué sentía ese nudo en el estómago? ¿Por qué esa voz en su mente le decía que algo estaba mal?

"Libre..."

La palabra seguía repitiéndose, pero no traía consuelo, solo un vacío que se expandía en su interior. Sin embargo, mientras miraba hacia la puerta cerrada, algo cambió en su mirada.

"No. No quiero ser libre. No de esa manera."

Soltó un gruñido, agitando la cabeza con frustración, como si eso pudiera despejar la nube de confusión que se había formado en su mente. Respiró hondo, y, casi sin pensarlo, dio un paso hacia la puerta.

Al salir, se encontró con el frío invernal golpeando su cuerpo. Sus pasos eran firmes y decididos a pesar de la tormenta que habitaba en su cabeza, debía alcanzarlo.

Otro paso. Y otro.

—¡Kai! —gritó con una voz más fuerte de lo que pretendía.

El chico se detuvo en seco, girándose lentamente. Sus ojos se encontraron, el silencio entre ambos llenando el aire con una tensión densa y casi tangible.

—¿Huh...? — murmuró Kai, su voz tranquila pero atenta.

Tharok vaciló un instante. Podía sentir las palabras luchando por salir de su boca, pero no las encontraba. Era como si algo invisible se interpusiera entre lo que quería decir y lo que realmente sentía.

—Nada... —murmuró finalmente, bajando la mirada. —Solo... no vayas tan rápido.

Kai lo observó durante unos segundos, analizando la expresión del mayor, sus labios se curvaron en una sonrisa sincera y cálida.

—Como quieras, Tharok. — Y comenzó a caminar a un ritmo más lento, esperándolo.

El peliblanco lo siguió, con la bolsa en la mano y el corazón latiendo con fuerza. Tal vez, por primera vez, estaba eligiendo algo diferente.

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