Existen momentos en los que a veces nos gustaría deshacernos de nuestro corazón compasivo ¿No crees? Como cuando entregas una moneda a un mendigo en la calle y luego notas que la necesitabas para subirte al transporte público. O cuando ayudas a cruzar la calle a un anciano, sabiendo que te hará llegar tarde al trabajo. Incluso, si le prestas dinero a alguien que, muy en el fondo, sabes que no te lo va a regresar.
Es difícil ver el sufrimiento ajeno sin sentir algo. Y más aún cuando esa persona, de alguna manera, te recuerda a ti mismo o algo que viviste, como si pudieras estar en su lugar, con la misma desesperación en los ojos.
Eso es exactamente lo que sentía el joven ahora. No podía creer que arriesgó su vida por el gigantesco hombre-gato que lo seguía de cerca. Pero, ¿acaso había podido dejarlo morir? No, claro que no. En lo más profundo de su ser, lo sabía. Sin embargo, mientras caminaban por las calles desiertas, su cabeza seguía llenándose de preguntas ¿Había sido una decisión inteligente llevarlo a su casa? ¿Realmente era seguro?
Podía escuchar los pesados pasos del neko detrás de él, cada uno resonaba con fuerza en el pavimento. A cada paso, sentía las miradas furtivas de los vecinos que espiaban desde las ventanas, sus ojos llenos de temor ante la presencia de aquel ser extraño y herido que, apenas minutos antes, había estado encadenado y sometido.
El chico respiró hondo cuando alcanzaron la puerta. Introdujo las llaves con dedos temblorosos, tenía una mezcla de ansiedad y duda. El neko, con su imponente figura, se detuvo justo detrás, observando todo a su alrededor con una mezcla de curiosidad y desprecio. El simple hecho de estar dentro de esa pequeña casa parecía incomodarlo, como si cada objeto le recordara la fragilidad del mundo humano que ahora lo rodeaba.
Finalmente, la puerta se abrió, y entró, dejando espacio para que el neko lo siguiera. El peliblanco caminó lentamente, sujetando su hombro herido, mientras sus pasos resonaban pesados y lentos en la madera del suelo. Cerró la puerta tras él, sintiendo un nudo en el estómago. Se preguntaba si había hecho lo correcto al traer a esa criatura aquí, a su propio refugio.
El enorme ser observaba el interior de la casa con desdén, sus ojos recorriendo cada objeto con una mirada cargada de desprecio. Ignorando la incomodidad de su anfitrión, se dejó caer en el sofá con un pesado suspiro. El mueble crujió bajo su peso, doblándose ligeramente. El chico hizo una mueca al ver cómo la sangre manchaba el tapizado, pero no se atrevió a decir nada. Algo en la actitud del neko le decía que no era el momento de mostrar debilidad.
— Mierda... -murmuró el peliblanco, dándose golpecitos en la herida de su hombro con una expresión de dolor evidente. Sus pupilas entrecerradas se clavaron en los grandes ojos verdes que lo observaban. — ¿Tienes... eh... medicina o qué? Duele muchísimo...
El joven tragó saliva, apartando su incomodidad al ver la vulnerabilidad en esos ojos fieros. Se dirigió rápidamente hacia la cocina, buscando el botiquín que siempre guardaba para emergencias. Se lavó las manos, tratando de calmar el nerviosismo, y volvió con el maletín en las manos.
Dejó escapar un suspiro pesado antes de quitarse el gorrito que cubría su cabeza. De entre su cabello aparecieron dos orejas felinas, y una larga cola se desenroscó lentamente de su abrigo. El neko mayor, a pesar del dolor, dejó salir un suspiro ahogado. La sorpresa era palpable en su rostro. ¿Acaso su rescatador... era de su misma especie? Se encogió aún más en el sofá, como si quisiera alejarse
— Tranquilo... — Dijo el chico, con una voz baja y firme mientras se inclinaba para levantarle un poco la camisa. Los músculos de Tharok bajo sus dedos se tensaron, listos para reaccionar, pero él no retrocedió. Sabía que mostrar dudas solo empeoraría las cosas.— Te ayudaré a curarte.
El peliblanco lo observó con incredulidad, sus labios torciéndose en una sonrisa amarga. ¿Esto era real? ¿Un neko débil, escondido entre humanos, tratando de salvarlo? La ironía era tan absurda que no pudo contener una carcajada. —¿En serio? ¿Tú, curarme? — La risa resonó entre las paredes blancas de la casa, llena de amargura y desprecio. Pero en cuanto el algodón empapado en alcohol tocó su piel, el ardor fue inmediato, cortando su risa en seco. Sus músculos se tensaron aún más, como cuerdas a punto de romperse. Quería apartarlo, pero algo en su interior le decía que era mejor dejar que siguiera. — Mierda... eres un niño que ha vivido en un jardín toda su vida ¿No?
El pelinegro intentó ignorar el comentario, aunque la burla le dolía más de lo que quería admitir. Sus manos seguían moviéndose, firmes, mientras limpiaba las heridas. Podía sentir la tensión en el aire, la amenaza latente en cada movimiento, pero si había algo que no podía permitirse era mostrar debilidad. — No, la verdad es que no — murmuró, manteniendo su mirada baja para no desafiar la del peliblanco. — Mi nombre es Kai. ¿Cómo te llamas tú?
El contrario frunció el ceño, como si el simple acto de dar su nombre fuera una concesión demasiado grande, no confía en nadie. — Llamarme no cambiará nada... Pero si insistes, soy Tharok. Se detuvo un momento, mirando a Kai, intentando medir su reacción. — Y no te acostumbres a que te deje ayudarme. No dejaré que me trates como un perro.
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Kai sonrió ligeramente, su cola moviéndose de forma casi imperceptible. — No te estoy tratando como un perro, solo quiero que estés bien — dijo mientras continuaba limpiando las heridas de Tharok, su tono tranquilo pero firme. Observó cómo el ceño de Tharok se fruncía más. — Si no, te habría dejado morir en ese callejón.
Tharok no entendía cómo alguien podía ser tan estúpido para preocuparse por un completo desconocido, y menos alguien como él. Pero por un breve instante, su mirada se suavizó... antes de endurecerse de nuevo.
Mientras limpiaba las heridas de Tharok, Kai no podía evitar preguntarse qué demonios estaba haciendo. Aquí estaba, frente a una criatura que podía aplastarlo sin esfuerzo, y sin embargo, algo dentro de él le decía que esto era lo correcto. Era esa misma voz que siempre lo metía en problemas... ¿Pero no valía la pena, al final?
El silencio invadía la habitación, solo interrumpido por el sonido áspero de la respiración entrecortada de Tharok. Kai terminaba de vendar la última herida cuando, de repente, la mano del peliblanco se alzó y atrapó la suya. El agarre no era brusco, pero tampoco suave; era más como si Tharok estuviera debatiéndose entre empujarlo lejos o dejar que continuara. Kai alzó la mirada, encontrándose con esos ojos llenos de una mezcla de dolor y orgullo herido, sus orejas felinas se aplanaron contra su cabeza.
— No tienes que seguir... - murmuró Tharok, su voz cargada de una extraña resignación.
Kai asintió con suavidad, pero no dejó que el momento lo intimidara. — Está bien, Tharok, no te preocupes. — Le dejó el resto de las vendas en la mano y se levantó. — Aquí tienes todo lo que necesitas. Si te duele, puedes usar esto — añadió, señalando el botiquín. Intentó sonreír, pero el peso de la atmósfera hacía que el gesto se sintiera fuera de lugar. — Estaré arriba si necesitas algo.
El peliblanco observó a Kai subir las escaleras, su expresión se mantuvo fría y desafiante. Una vez que el chico estuvo fuera de vista, comenzó a arruinar las vendas y tirarlas al piso ¿Qué mierda esta pasando? ¿Por qué tiene que cuidarlo? ¡El no necesita su ayuda! ¡Esta seguro que puede cuidarse sólo! Comenzó a caminar por la casa, llegando a la cocina, buscaba algo para beber, algo que le hiciera olvidar por un momento la atención que le brindó el muchacho-gato hace unos instantes. Necesitaba algo, cualquier cosa que lo anestesiara, quizás algo de alcohol lo haría sentir bien.
Kai entró a su cuarto y cerró la puerta de su habitación, su mente vagaba entre recuerdos distantes, sus orejas felinas aplanadas sobre su cabeza y su cola apenas levantada demostraban lo mal que se sentía en el momento. Sabe muy bien lo que es sentirse totalmente sólo en un mundo donde nadie lo entiende, en el lugar donde la crueldad es mayor que la compasión. Empezó a cambiarse la ropa, se le notaba exhausto despues del día que ha tenido, sobre todo por la presión que tenía despues de rescatar a Tharok.
Mientras tanto, Tharok buscaba en la cocina desesperadamente algo de alcohol, en el refrigerador no habia encontrado ninguna cerveza, solo habia jugo natural y yogurt de durazno. Su mirada estaba irritada y soltó un gruñido de insatisfacción.
— ¿No tiene ni una sola cerveza en esta casa? ¡Este lugar es un infierno! — sacudió la cabeza, el no tener algo con qué olvidar lo irritaba, emprendió camino hacia el segundo piso, donde estaba la habitación de Kai. Sus pisadas resonaban peligrosamente mientras subía las escaleras.
Kai logró escuchar cómo retumbaban los pasos de Tharok en las escaleras. Su cola se agitaba con nerviosismo, y sus orejas se tensaron, captando cada sonido con creciente temor. Intentó regular su respiración, pero cuando la puerta se abrió de golpe, casi reventando las bisagras, todo su cuerpo se tensó.
Tharok irrumpió en la habitación como una tormenta, el olor a papel nuevo que emanaba el lugar donde dormía Kai inundó sus sentidos, su mirada lo atravesaba, cargada de ira. Sus manos estaban apretadas en puños, y los músculos de sus brazos se marcaban bajo su piel. Kai retrocedió instintivamente, queriendo protegerse, pero sus pies se sentían anclados al suelo, como si el miedo lo hubiera paralizado.
— ¿Qué mierda contigo? — rugió Tharok, su voz un gruñido bajo que vibraba en el aire. Sus ojos marrones, llenos de furia, no se apartaban de Kai. — ¿Es que acaso eres un niñito que no tiene ni una sola gota de alcohol en casa? ¡Eres un idiota patético!
Kai sintió cómo la tensión crecía en su pecho. Podía ver el odio en los ojos del neko, pero también había algo más: algo más profundo, una grieta en esa máscara de furia que no podía ignorar. Trató de mantener la calma, aunque sus manos temblaban ligeramente.
— No... No me gusta el alcohol — mencionó el chico con una voz mas suave de lo que le hubiera gustado demostrar — Pero si quieres... Puedo comprarte un six-pack y...
— ¿Qué estás hablando? — Tharok lo interrumpió, dando un paso adelante, su sombra cubriendo a Kai.— ¡No necesito tu ayuda para nada! No soy un maldito inválido. Siempre me he cuidado solo. — Su voz se volvió un gruñido bajo, lleno de una ira contenida.
Kai mantuvo la mirada, sintiendo su corazón latir con fuerza en sus oídos. Sabía que Tharok era capaz de aplastarlo, pero no podía simplemente quedarse callado.
— Bien, como quieras... — Kai soltó un suspiro, como si se rindiera. Cruzó los brazos sobre su pecho y dio un paso atrás, sentándose al borde de su cama. La habitación estaba decorada con peluches de diferentes tamaños, algo que Tharok notó con una mueca de disgusto.
Tharok rodó los ojos y se dío la vuelta, saliendo de la habitación y cerrando la puerta con otro golpe. Mientras bajaba las escaleras, su cabeza daba vueltas, como si intentara ahuyentar el torbellino de emociones que lo invadía. Quería gritar, golpear algo, cualquier cosa para liberarse de esa frustración que lo devoraba desde dentro.
Al llegar al sofá, se dejó caer pesadamente, y el mueble crujió bajo su peso. Miró al vacío, sus pensamientos girando en círculos.
"¿Por qué siempre tengo que ser tan fuerte? ¿Por qué no puedo dejar que nadie me vea débil?"
Se frotó las sienes con los dedos, como si intentara empujar lejos el dolor. Pero el dolor, tanto físico como emocional, estaba siempre presente, acechando bajo la superficie. Y ahora, ese chico, Kai, lo había visto. Peor aún, lo había ayudado. El odio hacia sí mismo crecía, pero también algo más, algo que no podía nombrar ni entender.
Kai se acurrucó en su habitación, sintiendo cómo el peso de la incertidumbre aplastaba sus pensamientos. Sus orejas se mantenían bajas, reflejo de su inquietud, mientras su cola se agitaba lentamente, como si buscara un escape de la tormenta interna que lo consumía. La compasión y la firmeza se enfrentaban en su interior, enredándose hasta formar un nudo imposible de desatar. Se recostó entre sus peluches, aferrando uno de ellos como si en su suavidad pudiera hallar consuelo. Sonrió, pero su sonrisa se desvaneció casi al instante, sustituida por una sombra de nostalgia. Se levantó acercándose a su escritorio. Sus dedos temblaron al sacar del cajón una fotografía doblada: al abrirla, se encontró con su propio rostro, más joven e inocente, pero su mirada se dirigió hacia quien le hacía compañía en el retrato: otro neko de pelaje blanco, más alto, con una sonrisa que alguna vez había sido un faro en su vida. Pero ahora, solo era un recordatorio de lo que había perdido.