Las sirenas resonaban por toda la ciudad. Las personas corrían por las calles, esquivando a los guardias mientras intentaban llegar a los dispensadores, iluminados con luces azul celeste que resaltaban entre la sombra y la confusión de la multitud. A través de la oscuridad, se escuchaban pasos rápidos cerca de un grupo que hacía lo posible por conseguir al menos una de esas cápsulas.
Algunos peleaban con los Guardianes del Nexus, mientras otros seguían recogiendo las cápsulas que caían en medio de la confusión. En el caos, una mujer pequeña se escabulló hasta llegar detrás de los dispensadores.
La mujer respiró profundamente antes de abrir una cápsula. Dentro, encontró dos esferas pequeñas y blancas. Tomó una, la deshizo y se la colocó en el ojo. Rápidamente, tragó la segunda sin masticarla.
Horas después, la ciudad se había calmado. Las luces fosforescentes ya no iluminaban las calles, pero ella seguía allí, inerte. Una limpiadora pasó caminando, recogiendo las cáscaras de cápsulas de la noche anterior, hasta que su aspiradora tropezó con la mujer.
—Mmm, otro más de estos… —murmuró la limpiadora, chocando su aspiradora contra la mujer—. Oye, despierta, si no lo haces, los Guardianes vendrán y te llevarán a NeuroSync.
La mujer levantó la cabeza, frunciendo el ceño hacia la limpiadora.
—¿Qué quieres?
La limpiadora suspiró al ver sus ojos cansados y perdidos.
—Solo quiero limpiar el área donde estás, ¿te puedes levantar?
De mala gana, la mujer se puso en pie, tambaleándose antes de encontrar estabilidad. La limpiadora simplemente continuó su trabajo, ignorándola mientras la mujer comenzaba a caminar, alejándose.
—Eso estuvo bueno… —susurró la mujer, agarrándose la cabeza con fuerza y un rastro de dolor en el rostro—. ¡Otra vez no!
Llegó hasta unos baños públicos y se dirigió al lavabo. Abrió el grifo, sumergió su rostro en el agua y luego se miró en el espejo, que se activó al contacto visual. Se tomó la mejilla, notando su rostro enrojecido y agotado.
—Olvidé que las Dream Rut te dejan despierto… maldita sea.
Le dio un golpe al espejo, que se agrietó ligeramente antes de recuperarse por sí mismo. De pronto, el brazalete en su muñeca emitió un pitido.
—Mmm, ya es hora… Quisiera tener más triángulos para ganar más horas libres.
La pantalla del brazalete cambió, mostrando un cronómetro de cinco minutos. La mujer soltó una maldición y salió corriendo del baño.
Mientras corría hacia las instalaciones de Celestial Grains Co., la ciudad despertaba. Camiones pesados transportaban carga, y desde lejos se escuchaba el ruido de trenes elevados llenos de pasajeros. A lo lejos, tanques viejos y semidestruidos avanzaban a un destino incierto, todos moviéndose al unísono mientras ella se acercaba cada vez más al gigantesco edificio verde, que resaltaba en contraste con el entorno gris.
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—Por fin, llegué… —susurró al ver la pantalla del brazalete, que estaba a punto de emitir un aviso—. Mierda…
Corrió hacia la entrada de la corporación, pero la multitud desesperada por entrar bloqueaba el paso.
—¡Muévanse, pedazos inservibles! —exclamó, empujando a la gente mientras el temporizador seguía descendiendo. Ya solo quedaba un minuto.
—¡Imbéciles! —gritó cuando quedaban solo unos segundos.
Finalmente, logró entrar, empujando a un lado a otro empleado. Sin detenerse, miró su brazalete, que mostraba un mensaje con una carita feliz.
—Bien hecho, te has ganado 100 triángulos por ser de los primeros en entrar.
Una notificación de 100 triángulos apareció en la pantalla del brazalete.
—Al menos eso sirve de…
La interrumpió el sonido del brazalete de la persona a la que había empujado.
—¡No, no, no! ¡Yo entré! ¡Yo entré!
El sonido del brazalete se hizo cada vez más fuerte, hasta que unos Guardianes del Nexus corrieron hacia él. La mujer observó mientras el hombre trataba en vano de arrancarse el brazalete, que estaba fusionado a su piel.
—¡Odio esto, lo odio! —gritaba, mientras los Guardianes lo inmovilizaban y lo arrastraban fuera de su vista.
—Eso estuvo… No importa.
Aceleró el paso y entró en la fábrica de Celestial Grains Co., donde el entorno cambiaba del estilo limpio a uno sucio y gris. Los trabajadores se apiñaban, moviendo sacos de “comida” triturada en las cintas automáticas.
—Ya llegué, ya llegué.
Entró en un tubo amarillo, emergiendo con el uniforme blanco de pies a cabeza, igual que el resto de los empleados.
—Ya voy, ya voy.
Desde arriba, un hombre caminaba observando a los trabajadores.
—Llegas tarde, 108 —dijo, con voz firme.
Ella fue a su puesto y comenzó a empacar las bolsas en cajas, colocándolas en carritos automáticos.
—Y sigue la tortura…
El hombre escuchó el comentario y suspiró, mirándola.
—108, nada de comentarios. Trabaja.
Ella suspiró y, murmurando en voz baja, dijo:
—Me llamo Nova, no 108.
El hombre no respondió y siguió vigilando a los trabajadores desde arriba.
Tras unas horas de trabajo, Nova fue llamada a la oficina del supervisor. Entró y se sentó frente a él, mientras el supervisor la miraba y decía:
—Perdón por hacerte el día más largo, 108. —Sonrió ligeramente.
Nova le devolvió la sonrisa.
—No se preocupe, jefe, no es para tanto.
El supervisor revisó unos documentos y una pantalla holográfica sin mirarla directamente.
—He notado que no te sientes muy cómoda aquí. ¿Es cierto?
Nova dudó un momento antes de responder con una sonrisa controlada.
—No, jefe, estoy bastante cómoda con lo que me han ofrecido tanto usted como la empresa.
El supervisor la observó en silencio unos segundos antes de sonreír.
—Entonces, no hay nada de qué preocuparse, ¿verdad?
Nova sintió la mirada intensa del supervisor y respondió con un tono más reservado.
—Ningún problema.
El supervisor apoyó los brazos en el escritorio, aún observándola.
—Eso es todo, 108. Si tienes quejas, puedes venir a mi oficina.
Nova asintió, se levantó y, al abrir la puerta, agradeció en voz baja:
—Se lo agradezco.
Nova regresó a la sala de empleados, donde se cambió y salió del edificio de Celestial Grains Co. Ahora, las luces fosforescentes iluminaban la ciudad y las paredes verdes del edificio.
Caminó por las calles, deteniéndose un momento al ver los dispensadores iluminados, rodeados de una multitud que se movía como polillas hacia la luz.
—No esta noche —dijo, antes de continuar su camino.
Después de unos minutos, llegó a un conjunto de cubos metálicos al que llamaba hogar. Subió las escaleras, siendo empujada por personas que ni siquiera se fijaban en ella.
—Oye… —intentó decir, antes de dejar el enojo y seguir su camino.
El ruido continuo, el tono gris de la ciudad, seguían sin importar lo que pensaran sus habitantes. Porque, al mundo, la gente que vive en él le da igual, y eso la incluye a ella.