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Black dragon (Spanish version)
Capítulo 11 Llamas azules

Capítulo 11 Llamas azules

Capítulo 11

Llamas azules

No todo era alegría en Advaland por el triunfo en Amsrott y Marratech. Naila observó a varios doctores enmascarados, cabalgando con prisa por los caminos reales hacia el castillo para atender a los heridos. Eran tiempos de guerra, la muerte estaba presente cada segundo.

—¿Por qué nos dirigimos al bosque? —preguntó caminando pasos atrás de Elías.

—¿Recuerdas que cuando éramos niños siempre me pedías que te llevara a dar un paseo? —habló sin detenerse.

—Sí, me decías que tu forma de dragón no estaba destinada a complacer los caprichos de una niña —respondió con acierto.

Elías dudó.

Giró y mirándola con ojos brillantes dijo:

—Hoy es la noche. Retrocede.

Naila no entendió a qué se refería, hasta que vio el cuerpo del hombre alumbrar con una intensa luz celeste. Se cubrió la vista para impedir que la hermosura de la transformación de un dragón plateado la cegara. Era todo un espectáculo de ver, pero peligroso si no se conservaba una distancia segura. Las inmensas alas se abrieron cuidadosamente para que el viento no hiciera volar a la espectadora.

Era enorme, la maravilla más grande que había visto en su vida. Lo contempló con los mismos ojos de la niña del pasado. Elías se inclinó, tenía el cuello largo, así como las escamas en forma de pétalos, relucientes y duras, igual que el diamante.

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—¡No puedo creer que te hayas transformado en un dragón! —exclamó, entusiasmada.

Elías tendió la mano, invitándola a subirse para dar el tan deseado paseo por las nubes. Naila aceptó, saltó sobre la palma de la mano. El dragón se enderezó y miró el cielo. Era una hermosa noche estrellada, pero sabía que más arriba la vista sería mejor. Se impulsó y emprendió el vuelo, alcanzando una altura superior al de las rocas gigantes expulsadas por las catapultas. Naila abrazó un dedo de Elías, el viento era agresivo y la velocidad del dragón aumentaba a medida que se adentraba entre las nubes. La luna parecía venirse encima, creyó que incluso sería posible tocarla. Ya ni siquiera veía el bosque, solo un piso de nubes, y estrellas por doquier, miles de ellas que adornaban el azulado cielo.

—Todas las noches temo mirar el cielo —dijo, luego de que Elías enlenteciera su vuelo, dándole una oportunidad para sentarse, relajarse y disfrutar de la calma—. Sé que es mi tarea observar el tamaño de la luna, pero… —Calló, se recostó y siguió—: Hoy, no tengo miedo de verla.

Elías dudó.

El dragón inclinó la cabeza, su amiga se veía diminuta. Temía lastimarla con solo intentar tocarle el cabello para sentirla. Tampoco podía sonreírle como deseaba, hacerle entender que estaba feliz de haberla ayudado a vencer ese miedo común en su raza, por la maldición que traía la luna llena. En cambio, Naila sí pudo sonreír, en su caso, mostrándole una sonrisa de agradecimiento.

Viajaron hasta que Elías decidió que era suficiente. Un dragón plateado era fácil de avistar de noche, no pretendía que su travesura dudara demasiado. Después de todo, estaba acompañado por una exiliada. Descendieron cerca de un acantilado. En tierra firme, Naila acomodó el pañuelo sobre sus orejas, mientras el capitán regresaba a su forma humana.

—Gracias, Elías, me has regalado hermosas vistas. —Dirigió la vista hacia el paisaje nocturno—. Mira allá, a lo lejos se pueden diferenciar las luces de las hadas del Bosque Encantado. Mamá decía que las hadas se amontonan en los árboles para iluminar el sendero de un viajero perdido. Son generosas en guiarlo hacia sus deseos.

—Son capaces de enviar a un hombre desorientado hacia la boca de un hambriento monstruo, y así cumplir con el deseo de ese monstruo. Si lo ves desde ambas perspectivas, sí son generosas —agregó Elías.

—Eso es mentira. Las hadas no alimentan a los monstruos. —Se molestó, volviéndose hacia él, descubriendo consigo la desnudez producto de la transformación en dragón—. ¡¿Por qué estás desnudo?! ¡Cúbrete!

—Ah, esto. —Se revisó—. Es incómodo llevar una muda de ropa extra.

Era habitual que se mostrara libre de vestimenta después de cambiar de forma. Todo aquel que conocía su identidad como dragón plateado, sabía que acabaría así, por lo que no se esforzaba por cubrirse.

—¡¿Olvidas que soy una dama?! —vociferó. No era el primer hombre que veía desnudo, cuando auxilió a Raito también se encontraba con sus partes al aire, desprotegido ante cualquier amenaza. Sin embargo, la situación era distinta. Elías jugaba constantemente con sus reacciones, podía comprobarlo con solo mirar su expresión despreocupada.

—No creo que sea el primer hombre que veas desnudo —sospechó—. Estando sola en el bosque, habrás visto muchos ebrios orinando por ahí.

—No ahondaré en el tema.

Naila abrazó sus brazos. En las alturas del acantilado, el frío de la madrugada se hacía sentir. Su amigo lo notó y le ofreció una salida, quedarse en el bosque calentándose con una fogata de llamas azules. La mujer aceptó la oferta con una condición, una que a Elías le pareció extremista, pero entendible viniendo de alguien como ella.

Juntaron espalda con espalda, mientras el fuego azul contrarrestaba las bajas temperaturas.

—¿Permaneceremos así hasta que nos vayamos? —preguntó, malhumorado.

—Sí, no quiero escuchar protestas —contestó en tono seco.

Luego de unos momentos en silencio, Elías retomó el habla.

—La última vez que nos vimos de niños, juré arrancarte de mi mente. Me convencí de que no me necesitarías. Era pequeño… pero entendía tu situación, lo que te esperaría si te mantenía a mi lado.

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Naila oyó con atención lo que salía de la boca de Elías. Oyó su corazón hablar, el de un niño que fue adoctrinado para obedecer a un tirano. Un niño que creció demasiado rápido en un mundo sanguinario.

—Hice todo lo que estuvo a mi alcance para mantenerte con vida. —Hizo una pausa.

Elías dudó.

—Y lo seguiré haciendo. Por favor, jamás dudes de eso. Pase lo que pase… tu vida siempre será lo más importante para mí.

—Prometo que no dudaré.

La joven observó cómo las llamas azules de la fogata se agrandaron, respondiendo a los intensos sentimientos del dragón plateado. “Las llamas están vivas”, era algo que le había enseñado Raito, y las de Elías parecían estarlo también, conectadas con su creador.

De pronto, sintió una mano detrás de su nuca. El hombre la atrajo hacia sus labios con tal gentileza, que simplemente se dejó atrapar por él, sin comprender por qué decidió besarla. Se separaron, Naila no pudo preguntar. Elías la rodeó con un brazo y con la mano restante tapó sus ojos. Le dio un segundo beso. Introdujo su lengua dentro de la boca obligándola a no cerrarla. Se convirtió en su maestro. Cortejó a tantas mujeres, que gracias a eso aprendió sobre las artes del amor. Bajó la mano de la cara, al seno izquierdo. Le excitó comprobar que el tamaño era el que imaginaba. Lo apretó y, tras hacerlo, provocó un gemido por parte de su vieja amiga, que lo incentivó a probarlo un par de veces más. Elías estaba en el paraíso y Naila en un mar de confusiones. Hundirse en ese mar, fue lo mejor que se le ocurrió para explorar las nuevas sensaciones que experimentaba.

El capitán liberó sus labios, la mujer tenía el rostro ruborizado, los ojos vidriosos y el pecho moviéndose de arriba a abajo en son de sus jadeos.

—Te estarás preguntando por qué un dragón como yo, y una coneja como tú, nos estamos excitando —susurró siguiendo con su mano el trayecto hacia la entrepierna, pasando por los gruesos muslos—. Si los dioses existieran como profesan los humanos, nos juzgarían y nos castigarían sin dudarlo.

Elías ingresó con sus dedos al interior de Naila. Estaba estrecho, pero aún era temprano para confirmar que era virgen, que ningún otro hombre la había poseído antes. Naila gimió aumentando el volumen de voz y juntó las piernas involuntariamente.

—Esto… no está bien —dijo resistiendo el dolor.

—¿Por qué no está bien? Dime, ¿quién más podría hacértelo?

Naila creó una imagen borrosa en su mente, una silueta oscura e indefinida. El dragón volvió a besarla, agresivo, pero compasivo al mismo tiempo. La coneja sabía que los machos dominaban a las hembras, hacían que se perdieran y regresaran sumidas en placer, hasta que su semilla se plantara y floreciera un nuevo ser. Pero lo que estaba viviendo era diferente. Elías era un dragón, no era natural que la poseyera.

La brisa sopló, sin embargo, nada movilizó más las llamas azules que las emociones de su creador. La acostó sobre las hierbas. Naila abrió los ojos, solo podía ver a un hombre sobre ella. No era quien conoció, la inocencia de aquel niño había desaparecido. Él la miraba con otros ojos, como un depredador disfrutando de acorralar a su presa. Imaginó que la razón estaba vinculada a que era un dragón, y ella solo una coneja débil. La fue desnudando despacio, marcándola con leves mordeduras en cada paso. Se escuchó a sí misma gemir, un sonido nuevo al que se acostumbró mientras Elías avanzaba con cautela.

El joven le separó las piernas, vio que Naila tampoco era la niña que conoció.

Elías dudó.

Pero a esas alturas, poco le importó, la haría suya a toda costa. La penetró, dejando escapar el nombre que Niels le otorgó a su hija al nacer. Esa palabra significa “eternidad”, solía decir, en un idioma antiguo, recordado por los longevos elfos. Naila fue eterna en sus recuerdos y estaba seguro de que después de separarse de ella, después de sobrevivir a las dudas, seguiría siéndolo.

La mujer gritó, el cuerpo de Elías era tibio y duro como las escamas plateadas. Sangró de la entrepierna. El dragón la vio, una sensación de felicidad lo invadió. No debería sentirse así, llegando al punto que había llegado, traicionando su deber al actuar de manera incorrecta. Volvieron a unir sus cuerpos, haciéndolos uno solo. Anheló que el tiempo se detuviera, que la luna no se moviera de su posición. Tanto tiempo estuvo esperando ese momento, que no permitiría que la cruda verdad lo estropeara. Naila lo abrazó e inesperadamente para él, lo besó en los labios. Los tenía temblorosos, pero deseosos de mantener el contacto con los suyos.

Dudar, dudar, dudar.

Elías la volteó hacia abajo, si lo besaba otra vez por iniciativa propia, olvidaría porqué la buscó y la llevó al bosque. Fue salvaje como los hombres del burdel, la montó y la presionó contra el suelo, sin darle posibilidades de escapar. Con los ojos llenos de lágrimas, Naila visualizó el fuego azul chispeando, consumiendo los troncos a gran velocidad. Un mal presentimiento la invadió, el placer terminó en el momento en el cual Elías se convirtió en una bestia.

—Por… favor… de-detente —suplicó. Dolía, dolía mucho.

“¿Por qué? ¿Por qué… me hiciste… eso?”, alcanzó a oírlo a sus espaldas con la voz débil. Las llamas se alzaron al cielo, fue allí cuando sintió a Elías plantar su semilla.

El fuego se extinguió, sin embargo, la luz de la luna continuó iluminando el bosque. Naila se incorporó, exhausta. Elías se puso de pie y avanzó un par de pasos hacia los restos de la fogata. Hubo silencio. La mujer abrió la boca para manifestarle su inquietud, pero el siguiente suceso la detuvo. Cadenas brillosas nacieron del suelo y la sujetaron del cuello, cadenas similares a las que retuvieron a Raito en su forma de dragón. La responsable, una Fedrea, apareció de entre los arbustos.

—Amo Elías, no cabe dudas, es ella. Mi hermana la vio. El dragón caído y ella están colaborando —confirmó la criatura de un solo ojo.

Naila la identificó, era igual a la otra que la atacó. Para su infortunio, existían muchas Fedreas al servicio de los dragones plateados, seis de ellas, al servicio de Elías.

El capitán evitó voltear, ver la expresión de culpabilidad de su querida amiga. Sintió que no era suficientemente fuerte como para hacerlo.

—¿Qué está sucediendo? ¿Qué son estas cadenas? —preguntó Naila tratando de quitarlas, quemándose las manos y la piel del cuello en el intento.

—Eres una exiliada. Tu sola existencia es un delito, por eso tengo órdenes de ejecutarte. Sabes cómo fue y cómo es mi vida. El deber lo es todo para mí. He quemado niños, he destruido familias, reinos enteros por mi deber. Yo… dejé de lado mi deber por ti, y tú me engañaste —la voz de Elías siguió siendo débil e insegura—. Dime dónde está.

—¡No sé de qué hablas!

—¡BASTA DE MENTIRAS! ¡TE UNISTE A ÉL! ¡QUIÉN SABE QUÉ COSAS ESTÁN PLANEANDO! ¡SI TE QUEDA UN POCO DE RESPETO POR NUESTRA AMISTAD! ¡UN POCO DE RESPETO POR TODO LO QUE HE SACRIFICADO! ¡DIME DÓNDE ESTÁ EL DRAGÓN NEGRO! ¡DIME DÓNDE ESTÁ RAITO!

Su cuerpo se iluminó sin previo aviso, seguido por un escandaloso estruendo. La intensidad de sus emociones lo hizo transformarse sin quererlo. Jamás mutó sin tener el plan de hacerlo, ni en sus peores días de dudas y remordimientos. No pudo controlarse, emitió un desgarrador rugido al volverse dragón. El viento generado por sus alas hizo volar la vegetación y consigo, a Naila. Una sola Fedrea no bastó para crear cadenas resistentes, estas se rompieron, liberándola para estrellarse con una pila de árboles.

El humo y la tierra cubrieron el aire. Herida, se levantó luchando con el dolor en sus extremidades, abdomen y pecho. Apenas veía a su alrededor, una cortina de humo se interponía entorpeciendo su camino. No sabía hacia dónde se dirigía, pero algo sí era seguro, no regresaría sobre sus pasos. Elías estaría allí, recordándole que la usó y que su amistad sirvió para engañarla. Destrozada por dentro y por fuera, se desplazó como pudo, apoyándose en los troncos que hallaba a su paso, tropezando y levantándose.

«Debo… regresar… a casa», concentró sus pensamientos en un único objetivo.

El dragón plateado apartó la vegetación en busca de Naila. Le urgía encontrarla, calmar sus miedos. El objetivo inicial era interrogarla, hacerla entrar en razón para que colaborara con él, para que lo ayudara a mantenerla viva. Pero la ira que surgió con solo pensar en Raito, fue el tropiezo que desató el caos.

Los rugidos se multiplicaron, alcanzando el sensible oído de Naitan, el anciano que vivía sus últimos días oculto en una madriguera.

—Es mi nieta… mi nieta, mi nieta —dijo entre lamentos. Su acompañante mojó un pañuelo y volvió a colocarlo sobre su frente.

—Así que nos escuchaste, a mí y a la pequeña Nona —expresó la Fedrea que lo cuidaba—. Pero ese no es el rugido de un dragón negro, es el rugido de un plateado. No puedo asegurarte qué estará sucediendo arriba.

—Nieta… mi nieta… por favor —suplicó el anciano.

—Tu nieta, a quien acusaste de estar maldita. —Suspiró la Fedrea—. Ordénalo, querido amigo, pon tu vida y la mía en la balanza, y verás que la de Naila tiene más peso. Naila es eternidad, al igual que Niels fue eternidad sin que lo supiera.

—Los elfos… nos abrirán el camino… ¿Estoy loco por pensar en el descanso que ellos puedan darnos? —preguntó Naitan quitándose el pañuelo de la cabeza.

—Vamos… deja de fantasear. Ordénalo y cumpliré con tu última voluntad.

Naitan movió los pesados párpados, en su esfuerzo por abrir los ojos, ver a través de su ceguera, la sonrisa de despedida de su fiel amiga.

—Tráeme a mi nieta.

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