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Bellum Fraternum: Umbrae Amoris. [Español]
Capítulo I: Sombras del Penal

Capítulo I: Sombras del Penal

Era poco más de medio día cuando la figura completamente vestida de negro atravesó las puertas del penal, emergiendo como una sombra en el fulgor abrasador del día.

El sol, alto y cruel, bañaba con su luz las cabezas de quienes aguardaban en la entrada del lugar, ansiosos por ver salir a amigos, familiares y conocidos. Los rostros sudorosos de los presentes reflejaban expectación y alivio; algunos incluso sonreían, imaginando el reencuentro. Pero nadie esperaba por él. Nadie se movió por él. Y él tampoco parecía buscar a nadie, y mucho menos necesitar de alguien. O al menos eso creía. Afuera, las cosas eran diferentes. El mundo que él había conocido ya no existía.

Las palabras y promesas de antaño ahora le parecían lejanas, ecos de una vida que ya no le pertenecía. La libertad era un concepto extraño para él, pues el encierro no solo había sido físico. Durante años, había mantenido a raya una parte de sí mismo, una bestia que dormía en su interior, esperando el momento oportuno para despertar. Los secretos, las mentiras y los miedos se habían tejido en su ser, formando un laberinto de oscuridad que solo él conocía. Pero ahora, al salir, esa bestia comenzaba a estirarse lentamente, a reconocer la libertad que tanto le había sido negada.

El portón de hierro se cerró detrás de él con un crujido que repercutió como un disparo en la quietud del lugar. Ese sonido marcó algo más que el fin de su encierro; era la línea divisoria entre quien había sido y quien ahora debía ser. No tenía la respuesta, pero en lo profundo de su interior, algo oscuro y sin nombre, se agitaba. Durante años había mantenido esa parte de sí mismo encerrada, más allá de las rejas físicas, en un rincón de su alma donde los miedos, los instintos y los secretos dormían, amontonados en un silencio peligroso. Ahora, ese silencio comenzaba a romperse.

Avanzó entre miradas furtivas, con paso firme, como cruzando un umbral invisible entre la libertad y el peso de lo que lo esperaba. El sombrero que llevaba ocultaba su rostro, pero no podía disimular la intensidad de su porte. Cada uno de sus pasos tenía una cualidad hipnótica, un ritmo pausado y letal, como el tic tac de un reloj que cuenta los segundos hacia lo inevitable.

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A su alrededor, el calor sofocante y la luminosidad contrastaban con la oscuridad de su atuendo y la frialdad de su mirada. No llevaba equipaje; no lo necesitaba. Todo lo que él necesitaba lo llevaba dentro de sí; el peso de una traición que nunca dejó de arder y un destino que lo esperaba al final de un camino largo. Ese camino llevaba a un lugar que solía llamar hogar, aunque ahora era solo un eco desmoronado de lo que alguna vez fue.

A medida que avanzaba, los recuerdos de su madre susurraban en su mente como un canto antiguo. Su voz resonaba con historias de guerras libradas bajo lunas teñidas de sangre, relatos de pactos rotos y promesas quebradas, de ciclos de odio que se perpetuaban como una maldición. “La sangre nunca olvida”, solía decirle, y ahora, comprendía que esas palabras no eran simplemente una advertencia, sino un destino inexorable que estaba a punto de enfrentar.

Sus primeros pasos fuera del penal no eran los de un hombre que había recuperado la libertad, sino los de alguien que regresaba a un campo de batalla. Una guerra que había estado latente en su interior, una lucha contra su propio pasado, su linaje y, sobre todo, contra sí mismo. Cada paso que daba era un recordatorio de lo que había perdido y de lo que aún debía luchar.

En su interior, una tempestad de emociones se desataba: añoranza, miedo y un profundo resentimiento. No obstante, estas emociones se entrelazaban con la más intensa de todas: una sed de venganza que ardía como un fuego inextinguible, iluminando su camino. La idea de enfrentarse a los antiguos aliados, que ahora eran sus enemigos, lo atormentaba. Aun así, la necesidad de hacer justicia, de equilibrar la balanza de su existencia, lo impulsaba hacia adelante.

Mientras caminaba bajo la opresiva luz del sol, que parecía querer consumirlo, algo dentro de él se despertó. No fue con furia descontrolada ni con rabia ciega. No. Lo que despertó en su interior lo hizo con la calma inquietante, la serenidad peligrosa de un depredador que ha olfateado a su presa, consciente de que el momento de actuar se acercaba. Esa sensación lo llenó de determinación.

Sabía que su tiempo de venganza estaba por llegar.