Esos fueron mis primeros pensamientos al despertar: hoy era mi cumpleaños y habían pasado 1095 lunas desde que todo comenzó. Me levanté de la cama y fui a buscar algo para comer. Saludé a los muchachos en la siguiente habitación de nuestro hogar improvisado y me dirigí a la cocina.
Escuché las felicitaciones de cumpleaños y sonreí ligeramente. No me gustaba esta fecha; odiaba pensar en ella. Había perdido a las personas más importantes para mí en días como este, muchos años atrás. A pesar de tener ahora unos 20 años, a menudo me sentía mucho mayor. En nuestra nueva normalidad, no podía vivir lo que una chica de mi edad debería. En realidad, no viviría nada de lo que debería vivir.
Salí un rato para respirar el aire fresco de la mañana y vi el cielo azul, brillante y hermoso. Sentí el olor de los árboles y las flores. Era duro pensar cómo las ciudades, que alguna vez fueron bulliciosos centros de vida, yacían en ruinas, cubiertas de escombros y silencio, habitadas solo por “ellos”. Nos obligaron a alejarnos de todo lo que conocíamos y alguna vez fuimos. Así es nuestra realidad actualmente. Muchos se aferran a la esperanza como un faro en la oscuridad, mientras que otros se han rendido, convirtiéndose en sombras de lo que alguna vez fueron. Las alianzas son frágiles y la traición acecha en cada esquina.
Llegué a la habitación más pequeña de la casa. Era oscura, húmeda y siempre olía muy mal. Pocos nos acercábamos a esta habitación por necesidad, y agradezco que no tenvieramos que hacerlo todos los días. Al fondo, veía la silla donde debía sentarme a esperar que mi próxima "donante" se sentara a mi lado y me diera lo que más necesitaba de ella: su sangre.
Al poco tiempo de estar esperando, llegó Sue. Era una mujer algo mayor que yo, calculo unos 25 años. Realmente nunca lo supe; no le gustaba hablar de su edad. Como siempre decía, una dama no habla de esas cosas. La verdad es que era muy agradable, excepto en los momentos en que tenía que atravesar mi brazo con una aguja y conectar el otro extremo al suyo. Mediante un proceso que jamás entendí, hacía una especie de transfusión. Solo así podría mantener a raya aquello que se agitaba en mi interior.
Sue sacó un tubo improvisado y una jeringa reutilizada. Calentó la aguja con una llama para esterilizarla y usó una cinta de cuero para hacer un torniquete en mi brazo. Con manos expertas, insertó la aguja y comenzó a bombear la sangre de un recipiente a otro. Sentí el líquido vital fluir, una lucha constante contra lo desconocido que amenazaba con tomar el control.
Mientras la transfusión continuaba, cerré los ojos y traté de recordar cómo eran las cosas antes de que todo cambiara. Era difícil creer que alguna vez hubo días normales, días en los que mi mayor preocupación era terminar los deberes a tiempo. Pero todo cambió aquel fatídico día.
Qué agradable sería decir que para el año 2085 la humanidad ha tenido avances tecnológicos impresionantes y que hemos logrado grandes descubrimientos, pero la realidad es que seguimos igual y hasta me atrevo a decir que peor. Hay más guerras, más desastres naturales, violencia y racismo. Somos una sociedad que, en vez de avanzar, retrocedió. Las personas viven cada día más enfermas con cualquier extraño y nuevo patógeno. Hemos vivido al menos tres pandemias más y la salud de la humanidad solo va camino al desastre. Qué decir de la salud; la humanidad, en todo sentido, va en picada.
Soy una chica de 17 años, vivo una vida normal en una ciudad normal con una sociedad normal, día a día voy a mi normal escuela y realmente todo es muy aburrido y monótono. Solo sueño con terminar de estudiar acá e irme a estudiar en otro país, aprender culturas nuevas, conocer nuevas personas y vivir grandes experiencias que enriquecerán mi vida. Todo eso era mi sueño, un sueño que en algún momento de mi infancia logré compartir con mi padre, quería ser como él, inteligente, valiente y decidido, él era mi ejemplo a seguir, mi héroe, hasta que un día me lo arrebataron.
Mi padre murió cuando tenía 7 años y fue como si cada sueño o idea compartida con él se fueran con su muerte, solo me quedaba mi madre, quien me apoyó a seguir con mis deseos que algún día compartí con él y, como ella decía, lo haría por cumplir esa promesa que le hice, después de todo lo que vivimos mi único lamento sería dejarla sola pero quería que ambos estuvieran orgullosos de mí, su pequeña Lucía.
Del momento en que mi padre murió solo puedo recordar que él prometió que llegaría a mi fiesta de cumpleaños y por lo tanto se encontraba en camino desde la base hasta la casa. Pero la siguiente llamada que recibió mi mamá era informándole la muerte de él, en un accidente de autos. Nuestra vida cambió para siempre, tuvimos que dejar la ciudad y nos fuimos al pueblo donde vivimos actualmente, aunque tristemente muchas veces siento que con el paso de los días, voy olvidando su rostro. Solo tengo una foto de cuando era pequeña y él me cargaba en sus brazos y mi mamá nos abrazaba, nos veíamos muy felices, sé que mi padre era un hombre muy inteligente. Según mi madre, era parte de las organizaciones militares de nuestro país, y por lo que ella me cuenta, el mismo gobierno lamentó mucho su fallecimiento.
Después de mudarnos, ella se dedicó a trabajar y criarme. Aunque casi no lograba verla, las veces que lo hacía siempre me dedicaba tiempo y compartíamos y nos divertíamos. Eso me tenía emocionada ya que esperaba pasar un gran cumpleaños junto a ella. Todos decían que nos parecíamos mucho, pero que mi curiosidad era como la de mi padre, en parte sentía que era un halago ya que mi madre es muy hermosa. Tenía un cabello largo, ondulado y negro, muy precioso, y unos ojos marrones que atraían la mirada. Era gentil y muy amable con todos, y yo... bueno, era su viva imagen.
A las 5 p.m., sonó el último timbre del día anunciando que por fin las clases habían terminado y salí emocionada corriendo a mi casa. Aunque noté que muchas de las personas que me iba encontrando en el camino estaban tosiendo. También noté mucho esto en mi escuela; algunos hasta sentían que tenían fiebre y habían abandonado las clases. Por lo que pensé que era una especie de gripe o virus que estaba dando. Realmente no me parecía extraño o inusual ya que siempre salían enfermedades nuevas. Inmediatamente me coloqué mi cubrebocas y seguí mi camino. En eso oigo que suena una llamada de mi madre y me apresuro en contestar.
—¿Hola? ¿Lucy? ¿Lucy, me escuchas? —La voz de mi madre era entrecortada y notaba que le costaba hablar y tosía mucho. Aparte de que la señal del teléfono era muy débil, como si hubiera interferencia.
—Sí, má, dime, ¿qué sucede? ¿Estás bien? No te oigo, voy camino a la casa, pero si quieres paso a comprarte un analgésico para el mal… —La llamada se cortó y sentí una sensación muy rara en el pecho. Decidí apurarme.
Unas calles más allá noté que varias personas se estaban desmayando. Todo era muy extraño. Empecé a oír gritos de desesperación, personas corriendo por todos lados, las alarmas de emergencia sonando, las sirenas de las ambulancias iban por todas las calles, y en el cielo solo puedes ver los drones de vigilancia volando como locos. El sonido que hacían era como miles de abejas zumbando por todas las calles, señalando a todo aquel que se iba desplomando en el piso y haciendo que las ambulancias se acercaran. Las aves volaban en bandadas de maneras muy extrañas y chocaban con los drones, lo cual hacía que estos también cayeran. Todo era un desastre y yo solo sentía más miedo a cada segundo. Ya estaba cerca de casa, podía verla y, en el momento en que estaba cerca, ya no oía nada. Era como si el mundo se hubiera puesto en pausa y solo yo me movía, por lo que no dejé de correr. Mis piernas no se detenían, mi corazón latía a tal punto que sentía que se saldría de mi pecho y me dolía. Algo estaba muy mal y solo quería llegar junto a mi madre. Solo quería abrazarla y quedarnos dentro de la casa hasta que toda esta locura terminara y entonces salir. Quería irme a dormir junto a ella y, al despertar, que todo estuviera como normalmente es. Tenía miedo, mucho miedo. Quería ver a mi madre, la necesitaba. Ya por fin estaba en casa.
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Cuando vi la puerta estaba abierta y adentro un silencio que lo invadía todo, que ponía mi piel erizada y mis sentidos aún más activos. Al mirar mi hogar, todo era un desastre, como si hubieran estado buscando algo, pero nada se movía y no veía señales de que ella estuviera allí. No podía dejar de sentir cómo mi corazón bombeaba la sangre cada vez más rápido. Solo podía oír mis latidos. Un nudo en la garganta se me formó y las lágrimas empezaron a correr por mis mejillas. Jamás había tenido tanto miedo. Fui a lo más profundo de la casa, pero no la veía a ella no podía dejar de preguntarme dónde estaría.
—¡Má! ¿Dónde estás? ¡Má! —El silencio se sentía cada vez peor y una sensación de peligro recorría mi cuerpo. Quería salir corriendo de ahí, pero empecé a buscarla por todos lados hasta que por fin la vi—. ¡Má! ¡¡¡Mamá!!! —Corrí inmediatamente hacia ella, que se encontraba desplomada en el piso de la habitación.
Estaba muy caliente y había sangre corriendo por su nariz. No reaccionaba y, al tocar su piel, sentí que me quemaba. La solté y salí corriendo en busca de ayuda, pero afuera solo había silencio. Los drones desaparecieron, ya nadie estaba en las calles. Las aves seguían volando de forma extraña, como si estuvieran asustadas y no supieran dónde ir. Estaba desesperada y no sabía qué hacer. Volví donde ella estaba y, aun sintiendo que me quemaba, traté de levantarla y acostarla en su cama. Con mucha dificultad lo logré y corrí a buscar las compresas frías que teníamos en la nevera. Sabía bien que si su cuerpo seguía aumentando su temperatura, moriría. No podía perderla, no a ella. No quería estar sola. Este mundo me daba miedo y no entendía lo que estaba sucediendo.
Por fin conseguí las compresas y se las coloqué. Me alivió saber que aún respiraba e intenté limpiar la sangre que tenía seca en su cara. Sin duda, pude apreciar una vez más la belleza de mi madre, y cada recuerdo junto a ella invadió mi mente. Sé que ha sufrido todos estos años en silencio desde la muerte de mi padre, pero jamás me dejó verla llorar. Siempre se mostró fuerte ante mí para que yo no llorara. Ella es mi todo, es todo lo que tengo, y al solo pensar que algo le suceda, mis lágrimas salían en mayor cantidad.
—Má, debes despertar, por favor. Mira, soy yo, tu Lucy. Má, por favor, no me dejes —no podía dejar de llorar. El nudo en mi garganta evitaba que mis palabras salieran adecuadamente—. Por favor, abre los ojos, no te vayas. - Y como si mi madre me hubiera escuchado, abrió sus ojos y sentí que mi corazón volvía a latir, pero mi felicidad no duró mucho.
Sus ojos estaban llenos de sangre y, al verme, trató de hablar, pero era como si se ahogara. La ayudé a voltearse y solo escupía sangre. No podía respirar. Por su nariz volvía a sangrar y ahora también por sus oídos. No podía hacer nada. Sus ojos solo me miraban pidiendo ayuda y salían lágrimas de sangre. Yo, sin saber qué hacer, me congelé. El miedo me paralizó y solo pude ver cómo la persona que más amaba en esta vida y todo lo que me quedaba en este mundo se iba apagando lentamente. Mi mente me decía que la ayudara, pero mi cuerpo no respondía. Estaba aterrada, era una cobarde. Estaba dejando morir a mi madre por mi miedo. Aun en mis brazos, me miró por última vez y, entre toda la sangre que salía por su boca, logró emitir una única palabra: "Lucy".
Después de eso, cayó inconsciente nuevamente y no dejó de sangrar. Vi cómo su cuerpo se iba secando lentamente en mis brazos y no podía creer lo que estaba pasando. Era imposible que se estuviera secando de esta manera. Yo aún no lograba moverme, solo lloraba desesperadamente. No sé cuánto tiempo pasó, pero logré soltarla y dejarla en la cama. Recordé que la puerta de la casa seguía abierta. Me levanté y noté cómo mi piel tenía ligeras quemaduras por tener a mi madre en mis brazos. A pesar de que ya no estaba con vida, su cuerpo seguía muy caliente. Nada tenía sentido.
Me paré y fui a cerrar la puerta, pero sentía que en donde tenía las quemaduras, algo punzante atravesaba mi piel, una especie de agujas que no podía ver. Era doloroso. Cerré la puerta y traté de lavarme los brazos. Sentí mucho alivio en el momento en que el agua tocó mi piel. Inmediatamente solo pensé en llamar a una ambulancia para que me ayudara con el cuerpo de mi madre y hacer todos los trámites pertinentes. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que estaba completamente sola en este mundo. Nuevamente, el día de mi cumpleaños había perdido a alguien que amaba.
Entre lágrimas traté de marcar el número de emergencias, pero este no tenía señal. No había comunicaciones. Traté de conseguir conexión con algún dron que estuviera cerca y no encontraba nada. Cada vez esta situación era más extraña. En eso, escuché un silbido que provenía de la habitación donde se encontraba mi madre. Era muy fuerte y sentía que me aturdía. Luego escuché cosas que se caían y fui a ver. Mi corazón volvió a estar a punto de salirse de mi pecho cuando vi que el cuerpo de mi madre ya no estaba en la cama. Asustada, solo miré a todos lados y entré a la habitación, pero ella no estaba. Fui a la habitación del frente y allí estaba ella, parada frente a la ventana tratando de abrirla. Su cuerpo seguía viéndose seco y estaba bañada de sangre. Apenas me acerqué, volteó a verme y supe que mi vida corría peligro.
Intentó lanzarse sobre mí y tratar de agarrarme. Inmediatamente corrí para huir de la casa, pero ella era mucho más rápida. Donde unos minutos antes no se escuchaba ni el más simple sonido, ahora se oían mis gritos de terror. Mi madre estaba muerta, o eso era lo que pensaba. No entendía nada. ¿Por qué buscaba atacarme? Logró finalmente alcanzarme y, al apenas tocarme, sus manos clavaron agujas en mi piel que parecían succionar mi sangre. Era doloroso, muy doloroso. Notaba cómo mi brazo se iba secando de la misma forma en que el cuerpo de mi madre lo había hecho, pero a la vez notaba cómo el de ella volvía a la normalidad. De alguna manera logré soltarme y, aun con la sensación de agujas clavadas, logré salir de mi casa. Corrí por toda la calle gritando y pidiendo ayuda.
Quien alguna vez fue la persona más importante de mi vida iba detrás mío, un poco más lenta que antes, pero aún me impresionaba la velocidad con la que corría. Logré ver otras personas que corrían igualmente y, al voltear, vi otros seres que se habían convertido en algo parecido a lo que mi mamá era ahora. Al verse, se juntaron y, entre todos, emitieron un silbido que perturbó a todo y nos hizo sentir el miedo hasta los huesos. Estos seres siguieron reuniéndose y dejaron de perseguirnos, lo que nos dio tiempo de huir. Al momento de terminar de alejarnos, no pude evitar voltear y ver que, entre todas esas miradas llenas de sed de sangre, mi madre estaba observándome. Un dolor y una tristeza muy grande me invadió. No quería moverme, deseaba quedarme ahí y que todo terminara.
Entre toda la gente que huyó logré ver caras conocidas y fueron ellos los que hicieron que me moviera y nos alejáramos cada vez más. Sé que me llamaban, pero yo solo escuchaba sus voces a lo lejos. Estaba completamente fuera de mí, hasta que sentí una bofetada que me volvió a la realidad. Quien me la había dado era Dany, una amiga que vivía cerca de mi casa. Iba junto a su mamá y su papá. Decidieron llevarme con ellos y, aunque aún me encontraba en shock por todo lo sucedido, tomé la decisión de seguir con vida y dejar atrás lo que alguna vez fue mi vida. Aunque en realidad era una decisión que todos tomamos si queríamos sobrevivir y solo así lo lograríamos.