La noche había caído sobre la ciudad, y el cielo lloraba con una lluvia intensa que empapaba las calles. Kuro caminaba con los hombros encorvados, su cuerpo tiritando bajo el peso de su ropa mojada.
—Maldita sea… —gruñó entre dientes, mientras sus zapatos chapoteaban en el agua acumulada—. ¿Tenías que llover justo ahora?
A cada paso, sentía cómo el cansancio devoraba su cuerpo, pero no podía detenerse. Su mente era un torbellino de rabia, tristeza y confusión. Después de lo ocurrido en casa, no tenía otro lugar al que ir, excepto aquel.
Finalmente, a través de la cortina de lluvia, divisó una pequeña casa al final del camino. Era modesta, con un techo inclinado y paredes de madera que mostraban los estragos del tiempo. Un leve resplandor escapaba por las ventanas, prometiendo un refugio del frío.
Kuro se detuvo frente a la puerta, jadeando. El agua goteaba de su cabello y se deslizaba por su rostro, mezclándose con el sudor y las lágrimas que intentaba ocultar. Levantó una mano temblorosa y golpeó la madera con suavidad, pero suficiente para hacerse oír.
La puerta se abrió lentamente, revelando a Kaishin, un joven de contextura fuerte y mirada seria. Llevaba una camiseta sencilla y unos pantalones oscuros, y sus ojos analizaron a Kuro de arriba a abajo con una mezcla de sorpresa y molestia.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kaishin, su voz tan fría como la lluvia que caía afuera.
Kuro temblaba, pero aun así logró forzar una pequeña sonrisa.
—Hola, Kaishin…
El joven frunció el ceño y, sin decir una palabra más, comenzó a cerrar la puerta lentamente. Kuro, al darse cuenta de lo que intentaba hacer, reaccionó de inmediato.
—¡Espera! ¿Qué crees que estás haciendo? —exclamó, empujando la puerta con ambas manos.
Kaishin suspiró con impaciencia, deteniéndose a medio cerrar.
—Estas no son horas de venir a entrenar, Kuro. Vuelve mañana. —Su tono era cortante, como si diera por terminada la conversación.
Kuro, desesperado, puso un pie entre la puerta y el marco para evitar que la cerrara por completo.
—No vine por eso.
Kaishin arqueó una ceja, mirándolo con escepticismo.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Te lo explicaré todo… pero primero déjame entrar, por favor. —La voz de Kuro se quebró, y sus ojos reflejaban una mezcla de urgencia y vulnerabilidad que Kaishin no pudo ignorar.
Kaishin lo miró en silencio por un momento, evaluándolo. Finalmente, suspiró con resignación y abrió la puerta por completo.
—Bien, pero antes de que hables, te darás un baño caliente. No estoy de humor para cuidar de un niño enfermo, ¿entendido? —dijo, señalando hacia el interior de la casa.
Kuro asintió rápidamente, sin decir una palabra más.
—Sabes dónde está el baño —agregó Kaishin, apartándose para dejarlo pasar.
Kuro entró tambaleándose, agradeciendo mentalmente el calor que lo envolvió al cruzar el umbral. El joven cerró la puerta detrás de él, y el sonido de la lluvia quedó amortiguado, como si el mundo exterior hubiera quedado atrás.
Mientras Kuro se dirigía al baño, Kaishin lo observó en silencio, preguntándose qué podía haberle ocurrido para aparecer en ese estado. Algo en su expresión decía que esa noche sería larga.
Mientras el agua caliente del baño golpeaba su piel, Kuro sintió cómo el frío comenzaba a abandonarlo lentamente. Su cuerpo, antes rígido por la tormenta y el cansancio, se relajaba bajo el flujo constante. Pero, aunque el agua ayudaba a calmar sus músculos, su mente no encontraba descanso.
Aquellas palabras, pronunciadas con tanta severidad, seguían repitiéndose en su cabeza:
"Ya basta de seguir ese sueño, Kuro..."
El peso de la impotencia y la rabia lo mantenía sumido en un torbellino emocional. Cerró los ojos e intentó ahogar esos pensamientos, pero el vacío persistía.
Finalmente, salió del baño, con una toalla sobre los hombros. Su cabello todavía estaba húmedo, y gotas de agua caían ocasionalmente al suelo mientras caminaba hacia la sala principal. Allí, Kaishin lo esperaba, sentado en un sillón de cuero desgastado. Tenía una postura relajada, pero sus ojos estaban fijos en Kuro con una intensidad que lo hacía sentir pequeño.
—Siéntate. —La orden fue clara, sin dejar espacio para objeciones.
Kuro obedeció en silencio, tomando asiento en el sofá frente a él. La sala estaba iluminada únicamente por una lámpara en la esquina, proyectando sombras largas y cálidas que contrastaban con la frialdad de la conversación que estaba a punto de empezar.
Kaishin cruzó los brazos, estudiándolo por un momento antes de hablar.
—Llamé a tu madre. Le dije que estabas aquí.
El corazón de Kuro se hundió al escuchar esas palabras. Miró hacia el suelo, apretando los puños sobre sus rodillas.
—Te contó todo, ¿cierto? —murmuró con la voz apenas audible.
Kaishin asintió lentamente.
—Así es. Pero —dijo, inclinándose ligeramente hacia adelante—, me gustaría escuchar tu versión.
Kuro levantó la vista, encontrando la mirada de Kaishin. Había dureza en sus ojos, pero también algo más. Algo que no podía descifrar del todo.
—¿De qué sirve? —respondió Kuro, con una amargura que no podía ocultar—. Ya sabes lo que pasó. Siempre es lo mismo.
—Cuéntamelo igual —insistió Kaishin, sin apartar la mirada.
Kuro suspiró profundamente, apoyándose contra el respaldo del sofá.
—Todo comenzó en la escuela... Ibuki y sus amigos... —hizo una pausa, apretando los dientes—. Estaban burlándose de mí otra vez. Esta vez no solo eran palabras. Me golpearon, me humillaron... Y luego, él... —su voz tembló, recordando el ataque de Ibuki— invocó su Reiken contra mí.
Kaishin entrecerró los ojos, pero permaneció en silencio, dejando que Kuro continuara.
—No pude hacer nada. Ni siquiera pude defenderme... porque no tengo un maldito elemento. —Su voz se rompió al final, y sus manos temblaron sobre sus rodillas—. Luego, cuando llegué a casa, mi padre… mi padre dijo que debía renunciar a mi sueño. Que no podía seguir engañándome.
Kaishin se reclinó en el sillón, procesando lo que Kuro le acababa de contar. Durante un momento, el silencio entre ambos fue casi insoportable, roto solo por el suave golpeteo de la lluvia contra las ventanas.
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—¿Y qué hiciste después? —preguntó Kaishin finalmente, su tono sin emoción.
—Le grité. Dije cosas que no debía... cosas horribles. Y luego salí corriendo de la casa. —Kuro apretó los labios, sus ojos húmedos por las lágrimas que intentaba contener—. No sé qué hacer, Kaishin. Todo el mundo tiene razón. No tengo un elemento, nunca podré ser un Reiken.
Kaishin se inclinó hacia adelante, colocando los codos sobre sus rodillas.
—¿Eso crees? —preguntó, con una nota de desafío en su voz.
Kuro lo miró, sorprendido.
—¿Qué otra cosa puedo creer? —respondió con amargura—. El mundo entero está en mi contra.
Kaishin dejó escapar un suspiro, pero esta vez no era de exasperación, sino de algo más profundo.
—Escúchame bien, Kuro —dijo, su voz más baja pero cargada de intensidad—. No tener un elemento no significa que no puedas ser fuerte. Significa que tendrás que trabajar el doble, el triple si es necesario. Pero si te rindes ahora, entonces todos esos idiotas tendrán razón.
Kuro lo miró fijamente, sus palabras golpeándolo como una ráfaga de aire fresco en medio de la tormenta.
—¿Y qué se supone que haga? —preguntó con un hilo de voz.
Kaishin se levantó del sillón, cruzándose de brazos mientras lo miraba desde arriba.
—Sé que ya es tarde para nuestro entrenamiento, pero… ¿te gustaría tener un pequeño calentamiento?
Kuro lo miró incrédulo, levantando una ceja.
—¿En serio?
Kaishin asintió con una leve sonrisa.
—Claro. Considéralo una forma de desestresarte.
Momentos después, ambos estaban en un pequeño campo de entrenamiento detrás de la casa. La lluvia había menguado, dejando solo un leve rocío en el aire. Bajo la tenue luz de una farola cercana, las siluetas de ambos se destacaban mientras empuñaban espadas de madera, enfrentándose en silencio.
Kaishin, con una postura relajada pero lista, sostuvo su espada frente a él.
—Bien, Kuro. Veamos si esta vez logras darme un golpe.
Kuro apretó con fuerza el mango de su espada, su mirada determinada.
—¡Sí! —gritó antes de lanzarse contra Kaishin con toda su energía.
El campo se llenó con el eco de los golpes de madera. Kaishin esquivaba cada ataque con facilidad, moviéndose como si predijera los movimientos de Kuro antes de que estos sucedieran. Mientras tanto, Kuro atacaba con furia descontrolada, sus golpes llenos de fuerza, pero carentes de precisión.
En su mente, las palabras de su padre resonaban una y otra vez: "Ya basta de seguir ese sueño, Kuro..."
Kaishin notó la intensidad en los movimientos de Kuro, su rabia desbordándose con cada ataque. Aprovechando una abertura, Kaishin cambió de postura y lanzó un ataque directo. Kuro apenas logró reaccionar a tiempo, bloqueando el golpe, pero la fuerza del impacto lo hizo retroceder varios metros, casi perdiendo el equilibrio.
Kaishin lo observó con seriedad, su tono volviéndose más grave.
—Sé que dije que esto serviría para desestresarte, pero... ¿acaso ya olvidaste todo lo que te enseñé?
Antes de que Kuro pudiera responder, Kaishin arremetió rápidamente hacia él, sus movimientos precisos y letales. Kuro apenas podía bloquear los ataques, cada uno más rápido y fuerte que el anterior.
—¡Cuando empuñas una espada, debes deshacerte de tus emociones! —gritó Kaishin mientras lanzaba un golpe tras otro. Las palabras resonaban en el campo, tan afiladas como los movimientos de su espada—. ¡Lo único que percibo en ti ahora es rabia! ¡Y esa rabia hace que tus movimientos sean más lentos, torpes y débiles!
Kuro intentó concentrarse, pero la frustración y el dolor nublaban su juicio. En un descuido, Kaishin vio una abertura y aprovechó el momento. Con un movimiento rápido, lo golpeó con fuerza en el estómago.
El impacto fue devastador. Kuro soltó un jadeo ahogado y cayó al suelo, la espada de madera rodando lejos de él. Se retorció de dolor, sujetándose el abdomen mientras intentaba recuperar el aliento.
Kaishin se mantuvo de pie, mirándolo desde arriba. Su expresión era seria, pero no había crueldad en sus ojos.
—Si sigues dejando que tus emociones te controlen, nunca avanzarás, Kuro. —Su voz era firme, pero más calmada ahora—. Una espada no responde a la furia, sino a la claridad.
Kuro intentó incorporarse, apoyándose en sus manos mientras el dolor punzante lo mantenía encorvado.
—Lo siento... —murmuró entre jadeos, su voz quebrada.
Kaishin dejó escapar un suspiro y caminó hacia él, extendiéndole una mano.
—No es cuestión de disculparte. Es cuestión de aprender.
Kuro levantó la vista, dudando por un momento, antes de tomar la mano de Kaishin y ponerse de pie con dificultad.
—Eso es suficiente por hoy. —Kaishin señaló la espada de madera que había caído al suelo—. Recógela y vuelve adentro. Mañana empezaremos de nuevo, pero esta vez, con la cabeza fría.
Kuro asintió, todavía sintiendo el eco del dolor en su abdomen. Mientras recogía la espada y seguía a Kaishin de vuelta a la casa.
Mientras caminaban de regreso a la casa bajo el manto de la noche, Kaishin rompió el silencio con una voz tranquila pero cargada de intención.
—Sé que es difícil deshacerte de tus emociones, Kuro. No te estoy pidiendo que las borres por completo, pero en vez de dejar que ellas te dominen, debes aprender a usarlas, a dejarlas fluir sin que se conviertan en cadenas.
Kuro lo miró de reojo, todavía sujetándose el estómago mientras avanzaba.
—¿A qué te refieres?
Kaishin sonrió levemente, como si recordara algo de su propio pasado, antes de responder.
—Lo que intento decirte es que dejes de pensar. No me malinterpretes; la estrategia y la planificación son importantes, pero cuando estás en medio de un combate, tu mente no debe ser un obstáculo. —Hizo una pausa, girando su cabeza para mirarlo directamente—. Es como entrar en un estado de trance, un equilibrio perfecto entre cuerpo y espíritu.
Kuro frunció el ceño, tratando de comprender.
—¿Trance?
Kaishin asintió, gesticulando con las manos como si tratara de darle forma a su explicación.
—Imagina que tu cuerpo es un río, fluyendo sin resistencia. Cuando te aferras a la rabia, el miedo o incluso a la euforia, ese río se desborda o se detiene. Pero si logras poner tu mente en blanco, si dejas que tus instintos se convertirán en el agua que fluye, cada movimiento, cada paso, cada golpe se dará de forma natural. No habrá dudas, no habrá vacilación. —Hizo una pausa, el brillo de sus ojos intensificándose—. Serás como una hoja llevada por el viento, impredecible y libre.
Kuro lo miró fijamente, perplejo.
—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso? ¿Simplemente déjo de pensar?
Kaishin rió suavemente, su tono volviéndose algo más relajado.
—No es tan simple como suena, pero tampoco es imposible. Para entrar en ese estado, primero debes conocerte a ti mismo por completo. Saber dónde termina tu fuerza y dónde comienza tu límite. Solo entonces podrás romper esa barrera.
Kuro bajó la mirada al suelo, procesando las palabras de Kaishin.
— Entonces... ¿es como si mi cuerpo se moviera solo?
Kaishin asintió lentamente.
—Exactamente. Tus movimientos se volverán automáticos, guiados por tus reflejos, tu experiencia y tus instintos. No habrá espacio para el miedo o la duda, porque todo tu ser estará enfocado en un solo propósito: sobrevivir, ganar, avanzar.
El silencio volvió a instalarse entre ellos, roto solo por el crujir de las hojas bajo sus pies y el suave goteo de la lluvia.
Finalmente, Kaishin agregó:
—Pero para lograrlo, necesitas práctica. Mucha práctica. No será algo que domine de la noche a la mañana. Y, Kuro... —se detuvo, obligando a su aprendiz a mirarlo—, no olvides esto: la calma es tu verdadera fuerza. No importa lo que ocurra a tu alrededor, debes ser como el ojo de la tormenta, inmutable mientras todo lo demás colapsa.
Kuro asintió con firmeza, apretando los puños mientras sus pensamientos se aclaraban.
—Lo intentaré.
Kaishin esbozó una sonrisa casi imperceptible y continuó caminando hacia la casa.
—No solo lo intento. Hazlo. Mañana, cuando entrenemos, quiero ver si puedes entrar, aunque sea por un instante, en ese estado.
Mientras Kuro seguía a Kaishin en silencio, una chispa de determinación creció en su interior. No sabía si lograría alcanzar ese estado del que Kaishin hablaba, pero estaba dispuesto a darlo todo para intentarlo.