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0. Prologo

Misterios Atrapados en el Viento

0. Prologo

Detrás de la puerta, bajando al sótano, la oscuridad envolvía cada rincón. El eco de los pasos resonaba por las paredes frías. Fort se acerca con una bandeja de galletas, una papa y una jarra de agua. Dejó los comestibles sobre el suelo de madera desgastada. Y espera a que la chica saliera.

Segundos después, apareció entre las tablas de madera de la pared. Su rostro tímido y sus ojos grises se asomaron por detrás de las cajas cercanas, similar a un ratoncito. Vio a Fort desde la esquina de su rincón e hizo rulos con sus dedos, manchados de pintura verde, en su falda desgastada. Separó su cabello castaño, largo y desordenado, con la mano y reveló sus orejas puntiagudas. Caminó hacia él sin miedo alguno, sujetando su blusa holgada y delgada. Frente a ella y bajo sus pies desnudos, pinturas se encontraban desperdigadas. Cuando se acercó lo suficiente, una tenue sonrisa apareció en su rostro al ver las galletas.

Fort, con un gesto amable, le ofreció una.

Ella titubeó antes de aceptar. Sus manos le temblaban al agarrarlas, dejando caer migajas sobre la plancha de metal. Dio una mordida y, al instante, se llevó las manos a las mejillas.

—Está deliciosa —dijo ella. Su rostro parecía iluminar la habitación, al igual que la lámpara de gas que utilizaba para pintar.

Fort observó con cariño como ella devoraba los alimentos, casi avergonzado.

Ella se acomodó en el suelo. Cruzó sus piernas, una sobre otra. Se agachó hacia adelante y reveló su pecho desnudo de forma accidental. Su figura era delgada, pero su piel era tersa y suave, como la seda. En sus extremidades podías ver los huesos por debajo de la piel y sentirlos con los dedos. Sus ojos brillaban con un destello de curiosidad mientras miraba a Fort. Era posible que no entendiera el porqué de su rubor.

Fort no podía evitar sentirse atraído por su vulnerabilidad y su arte. Pero a pesar de eso se puso de pie y desvío su mirada hacia las pinturas desperdigadas. Los dibujos reflejaban sus pensamientos más profundos, paisajes distorsionados, figuras etéreas y colores vibrantes. Que poco a poco se volvían en fantasías, un mundo que solo existe bajo estas cuatro paredes.

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Un crujido se oyó en la habitación superior.

—Fort, soy yo —dijo su madre, con una voz que parecía un eco lejano—. ¡Fort, la alarma sonó! ¡La alarma sonó!

—Kalah, debes esconderte… —Fort no pudo terminar de hablar.

Kalah se tensó y su mirada se desvió hacia el suelo, dejando la papa a un lado. Se acercó hacia las paredes de madera y tiró de los tablones sueltos. Donde un espacio hueco se encontraba, como un pequeño refugio. Adentro, volvió a colocar los tablones y desapareció como si no existiera.

Fort subió rápido las escaleras. Se quitó los zapatos y caminó a su habitación.

Cuando su madre se asomó por la puerta, lo vio con preocupación y miedo.

—Fort, ¿estás bien? Es urgente: te llaman. —Su madre sostenía su uniforme militar—. Lo dejaré aquí —dijo y caminó hasta la mesa de noche.

—Sí, mamá. Solo estoy un poco cansado —dijo él, tratando de ocultar su rostro bajo las almohadas.

La madre lo observó unos momentos, luego suspiró y se retiró, cerrando la puerta con suavidad.

Fort se apoyó contra la cabecera de la cama; se quedó en silencio, sintiendo la presión en su pecho. Pensó en Kalah y en su mundo oculto, donde el arte y la soledad parecían abrazarse. Rascó los tatuajes que tenía bajo sus pómulos. Las imágenes de ella danzaban en su mente, llenas de colores y sombras. El murmullo del viento le recordó la fragilidad de su conexión, como si cada brisa fuera una advertencia. Instándole a actuar antes de que el miedo la alejara para siempre.

—Oye —la voz venía del suelo—, eso estuvo cerca.

Fort sintió un escalofrío recorrer su espalda. Miró hacia el suelo. Los pequeños ojos de Kalah se encontraban por debajo de las tablas.

—No deberías haber subido —susurró él con su rostro aún pálido.

Ella parecía más viva que nunca; sus ojos brillaban en la penumbra.

—Lo sé, pero no podía quedarme sin darte las gracias.

Los latidos de Fort resonaron en sus oídos mientras se acercaba a la abertura. Sus dedos recorrieron las tablas, los clavos y remaches. Pero su mente estaba en otra parte.

—Debo irme —dijo él con el peso de su decisión.

Kalah lo miró con tristeza. Sus ojos reflejaban una mezcla de temor y anhelo.

—¿Por qué? —preguntó en un susurro.

—Solo debo ir. Te prometo que volveré.

Una lágrima se deslizó por la mejilla de Kalah, pero se apresuró a limpiarla con la mano.

—Es una promesa —dijo, con voz temblorosa antes de desaparecer de vuelta.

Fort sintió un vacío en su pecho al escuchar el eco de sus palabras. Se sentó en el borde de su cama, con la mirada perdida en el suelo. Abrió el cajón de su mesa de noche, extrajo su tarjeta de aventurero y la vio con nostalgia. Se vistió con su traje militar, y salió de la habitación. Cada paso resonaba en su mente, imitando el latido acelerado de su corazón. Se adentró en el pasillo oscuro, decidido a salir y enfrentar el mundo exterior.

El filo de su espada delimitaba su camino y el aire fresco de la noche le acariciaba el rostro. A lo lejos, las luces rojas de los faros titilaban como estrellas, guiando su camino y a sus enemigos.

Continuará...

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