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Cincuenta ciclos menos [ESPAÑOL]
Una vida atrás. Una cebolla por delante [ESPAÑOL]

Una vida atrás. Una cebolla por delante [ESPAÑOL]

Cincuenta ciclos menos

El silencio fue resquebrajado por un quedo redoble de tambores. No, no eran tambores, eran latidos. Aunque tampoco eran latidos. O al menos, no eran únicamente eso; su corazón latía con fuerza, unido a un lento y repetitivo pitido que resonaba en sus oídos, o, más bien, en algún lugar cercano a su cápsula de hibernación. Una máquina lanzaba un agudo pitido sin cesar desde algún lado, uniéndose a la sensación de silencio embotellado en la que se encontraban.

Lentamente, mientras sus cinco sentidos todavía luchaban por afinarse tras ir despertando y se iban vertiendo al mundo de nuevo, el sonido de los descompresores de la maquinaria al estabilizarse se hizo oír por todo su cuerpo, reverberando en cada hueso hasta llegar a su cartílago, dónde le provocó cosquillas en los oídos.

Abrió los ojos a la nada de su cámara estanca. Oscuridad.

¿Por qué estaba despierta?

¿Habían llegado ya?

Sus pensamientos quedaron relegados cuando una luz la deslumbró de una manera muy dolorosa, obligándola a cerrar los ojos con fuerza. La mujer abrió al fin los ojos y se enfrentó a lo que había pasado. La pantalla mostraba símbolos, letras y números en rojo, con una luz tan intensa que en la oscuridad en la que se encontraba parecían querer clavarse en su retina.

30 años. 4 meses. 3 días. 2 horas. 33 minutos.

El minutero cambió al 34 con un parpadeo mientras ella, estupefacta, miraba extrañada aquella fila de números que, sin duda, debía estar equivocándose. Un fallo en la programación de Madre.

Treinta años. No podía ser. Había despertado antes de tiempo. ¿A qué se debía?

Los latidos de su corazón aumentaron en velocidad antes de que lograrse calmarse lo suficiente como para pensar con tranquilidad. Le costaba respirar. ¿Estaría funcionando mal su cápsula y por ello había despertado cincuenta años antes de lo previsto? Otra vez el corazón amenazando con imbuirla de ansiedad. Respiró todo lo lentamente que pudo teniendo en cuenta su creciente nerviosismo y palpó con cuidado el lateral derecho de la cápsula en la que se hallaba tumbada, hasta encontrar la palanca que buscaba.

Tras casi un minuto sopesando sus opciones, la accionó, provocando que la negrura en la que se encontraba, densa y asfixiante de no haber tenido instalado un sistema de oxigenación, se abriese a un mar de luces que la obligó a llevarse una mano frente a los ojos. Aun así, no se demoró mucho.

Debía averiguar qué había sucedido. Y comprobar el estado del resto de tripulantes. Al fin y al cabo, estaban a su cargo, tal y como su padre, un marine ya retirado, le había recordado con hastía una y otra vez mientras ella finalizaba su carrera y oposiciones para el puesto.

La Capitana Indira, con la tapa de la capsula ya en toda su verticalidad a un costado de la máquina en la que ella había estado hibernando, miró su alrededor sin dejar de masajearse el cuello y hacer unos estiramientos de brazos rutinarios, al igual que hizo con el resto del cuerpo una vez hubo bajado al frío y metálico suelo, lo cual le costó un par de intentos. Este vibraba bajo sus pies. Era casi imperceptible, pero estaba ahí, junto a un golpe repetitivo que cada dos minutos recorría las plantas de sus pies con un seco PUM. Era la maquinaria de la nave haciendo su función, los reactores siendo sometidos a fuerza bruta a estudiados intervalos para que no perdiesen las ganas de hacer su trabajo. Era una nave vieja, un modelo obsoleto incluso para la mediocre compañía en la que ella trabajaba, pero por más que había luchado para que le diesen un modelo más nuevo, no había quedado otra.

Las otras naves, más modernas y costosas, eran demasiado grandes para sus delicadas manos. O al menos eso le habían dado a entender entre el humo de puros y risitas de carcamal.

Indira se forzó a sí misma a devolver su atención al presente.

Alzó la vista tras mover el cuello de lado a lado y descontracturarse en la mayor medida de lo posible, y de un rápido vistazo, comprobó que todo estaba en su sitio. Los paneles de metal que tapaban las ventanas estaban bajados, como habían ordenado a Madre antes de dormir, y ninguna de las diminutas luces que parpadeaban en varios paneles cerca de las paredes mostraba error alguno.

Ninguna luz roja que anunciase una tragedia.

El resto de capsulas de hibernación se encontraban en perfecto estado, al igual que la suya, según pudo comprobar al rodearla y examinar todos los botones y pantallitas retro que tenía en los costados, además de varias estampas que brillaban sobre el blanco metal.

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Cápsula de hibernación Modelo 4.2 (consulte el manual o a su superior al cargo)

Bajo esos grabados se encontraba información sobre la empresa que había construido la gran ballena metálica con la que estaban surcando el espacio.

Corporación Lobari. Siempre hacia el futuro.

Indira le echó un vistazo a todas las pantallas para comprobar que no había fallado nada en su propia cápsula, y al no encontrar nada raro, lo cual la extrañó de sobremanera al estar ella despierta cincuenta años antes de tiempo, se encaminó con pasos lentos hacia las de sus compañeros. Hacia aquellos que habían emprendido aquel viaje con ella. Por un mundo mejor. Por un mundo cuyos recursos no estuviesen ya extintos.

No le costó mucho llegar a la primera, situada a tres pasos de en la que ella había estado dormitando, y a otros tres pasos de la siguiente, formando un círculo entre las seis que parecería una flor al ser mirado desde arriba. Tocó el metal de la tapa y antes de comenzar a analizar las constantes y datos informáticos de esa cápsula en cuestión, pasó una mano por la pequeña ventana de cristal templado que quedaba a la altura de la cabeza del que estuviese estirado dentro. No se sorprendió al ver que el cristal se encontraba opaco, pues entraba en ese estado una vez había comenzado la hibernación del sujeto.

¿Por qué había despertado ella? ¿Qué… había fallado?

¿Debía… despertarlos?

La respuesta llegó a ella rápidamente, lo cual resultaba sorprendente teniendo en cuenta que todavía estaba en proceso de despertar del todo. Notaba como su cuerpo, aunque respondía a las acciones más sencillas, necesitaba comida sólida y algo de ejercicio. ¿Qué debía hacer? Despertarlos era su instinto más humano. Pero era la capitana. La capitana de toda aquella nave, con sus tornillos enormes y tripulación que había emprendido un viaje con el mismo objetivo que ella.

Primero revisaría el estado de la nave. Debía asegurarse de que todo andaba bien antes de cundir el pánico al ser todos despertados antes de tiempo. El casco de la nave espacial Isabel II se encontraba a media nave de distancia, pero ella se la conocía al dedillo. Y las cocinas quedaban a solo dos pasillos, pensó con un rugir de estómago que la hizo alegrarse de que los cinco hombres continuasen dormidos.

Tras un último vistazo a las cápsulas de hibernación y recoger algo de ropa de un armario ( una simple camiseta verde, unos pantalones cortos y ropa interior que cambió por la que había dormido con ella treinta años), se dio una ducha de agua fría y accionó el botón verde a un costado de la puerta, que tras medio segundo en el que pareció pensárselo mucho, y con una vibración seguramente debida a los engranajes que no se habían movido de su sitio en mucho tiempo, se alzó hasta esconderse entre dos bandas metálicas a la altura del techo.

Al otro lado, durante unos instantes, tal solo hubo oscuridad, pero antes de que ella pudiese dar un paso tanto adormilado como decidido, las luces situadas a ambos extremos del pasillo y escondidas tras rejillas por las que tan solo cabría un dedo meñique, se fueron encendiendo una a una hasta iluminar lo extenso del pasadizo. Decenas de destellos en el metal de paredes y suelo trataron de llamar su atención tras haber estado tanto tiempo dormida, pero Indira echó un último vistazo a su tripulación y avanzó resuelta por el pasillo.

Estaba en la Cubierta B, en la zona de descanso, situada en un lateral de la nave espacial, y aunque los constructores parecía que se habían afanado un poco más con la decoración de esa parte, puesto que era dónde descansarían, socializarían y se alimentarían los tripulantes, seguía siendo todo muy rudimentario. Tuberías que recorrían el techo de manera horizontal y varios paneles de color naranja chapados en las paredes era todo lo que separaba visualmente esa parte de la nave Isabel II del resto.

Sus pasos se volvían más seguros cuanto más andaba Indira, y tras girar por un par de recodos señalados con carteles la mar de básicos pero efectivos, llegó a la puerta doble de las cocinas al mismo tiempo que su estómago lanzaba tal rugido que compitió con el crujir que la nave emitía de vez en cuando, semejándose este último al ruido que produciría una lata de refresco al ser sometida a presión desde el exterior, pensamiento que Indira apartó rápidamente al formarse en su mente una imagen que había visto mil veces en sus entrenamientos, en videos e imágenes de expediciones fallidas a manos de manos más expertas que las suyas.

Allí arriba, en el espacio, no eran nada. Eran seis humanos embutidos en una lata de refresco, y lo único que los mantenía a salvo, era el caparazón de dicha lata vieja y herrumbrosa.

Indira apretó un botón verde situado en un panel al lado de la puerta, y esta tardó también un tiempo en responder, alzándose con un quejido metálico hasta desparecer por un hueco en el marco superior. Tenía hambre. Mucha hambre, y debido a esto, notaba sus pensamientos discurrir con extrema lentitud, como pedruscos bajando a trompicones por un río embarrado. Pensando en todo lo que debía hacer una vez hubiese comido algo, y en como informaría al resto de la tripulación una vez supiese ella que demonios había ocurrido, entró en las cocinas como una exhalación, internándose varios metros antes de que las luces, automatizadas, iluminasen todo el lugar.

Era una sala casi del mismo tamaño que en la que se encontraban las capsulas de hibernación, separada en dos mitades por lo que, en algún momento, los constructores debían haber pensado que sería una barra americana, pero que había quedado en un burdo muro a la altura del pecho. A un lado, se encontraban las cocinas, y al otro, el comedor, con una simple aunque robusta mesa (de metal también, como no) y siete sillas. Dos máquinas expendedoras se alzaban al lado de una papelera y de una fuente de agua, y antes de darse cuenta de sus movimientos, Indira se hallaba inclinada sobre la fuente. Tenía tanta hambre que no se había dado cuenta de la sensación de deshidratación. Bebió lo que le parecieron mil galeones de agua, y al levantar la cabeza sus ojos se encontraron con las lucecitas y pegatinas de la máquina expendedora.

¡La mejor tortilla de patatas en el espacio! 200ptas sin cebolla. 250ptas con cebolla. ¡Usted elige!

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