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Chico de chatarra

Capítulo 1: Chico de chatarra

Nueva Xyrmoria era conocida como la Nación de los Invictos, una tierra de conquistadores donde la magia había sido erradicada casi por completo. Fundado hace 400 años, el reino había declarado la guerra a todas las criaturas mágicas conocidas. Los que se sometieron y oferon sus conocimientos fueron tolerados, pero todos los demás se enfrentaron al exterminio. Ahora, bajo el reinado del despiadado rey Félix III, la oportunidad de alcanzar niveles insoportables. El pueblo estaba aplastado por impuestos exorbitantes, mientras las arcos reales rebosaban de oro.

En las polvorientas calles del reino, un grupo de guardias escoltaba un carro de oro. La vigilancia era férrea; Las constantes emboscadas de grupos rebeldes habían vuelto a los soldados paranoicos. Las ruedas rechinaban sobre el empedrado mujeres los caballos resoplaban cansados.

De repente, apareció una anciana encapuchada cruzando lentamente frente al carruaje.

—¡Señora, apúrese! —gritó uno de los guardias, bajando de su caballo para empujarla bruscamente.

La anciana, tambaleándose, levantó la cabeza. Con un movimiento rápido, sacó una pequeña bomba de humo rojo y la lanzó al rostro del guardia. La explosión fue instantánea, llenando el aire de un humo denso y cegador. El soldado tosió y cayó al suelo, desorientado. Antes de que el resto de los guardias reaccione, una serie de bombas de colores explotan desde las alcantarillas cercanas, cubriendo todo el lugar en una caótica niebla.

—¡A sus posiciones! ¡Nos atacan! —gritó el líder del escuadrón.

Sin embargo, era demasiado tarde. Desde la niebla emergieron figuras sombrías. Criaturas mágicas y mestizos atacaron con precisión: un troll balanceó su enorme maza, derribando a dos soldados de un solo golpe; un elfo lanzó flechas con una velocidad imposible; y un oni rugió, empuñando su espada con furia.

Cuando el humo comenzó a disiparse, solo quedaba en pie el líder de los guardias. Jadeando y con el sudor resbalando por su frente, desenfundó su espada al ver a un joven frente a él. Su cabello blanco brillaba bajo la tenue luz del sol, y sus ojos mostraban una mezcla de desafío y determinación. A su alrededor, se reunían sus aliados: trolls, onis, elfos y otros seres que el reino despreciaba.

—¡Malditos monstruos! ¿Cómo se atreven a robarle al gran rey Félix III? —vociferó el líder, aunque el miedo comenzaba a filtrarse en su voz.

El joven avance con calma, apoyándoe en un bastón metalico.

—¿Robar? —repetición con una sonrisa burlona—. Digamos que estamos recuperando lo que nos interesa. Además, ladrón que roba a ladrón...

El líder, furioso, sacó un pequeño revólver oculto en su cinturón y disparó. La bala impactó en el hombre del joven, pero el sonido era metalico. El guardia quedo atónito al notar que el brazo del chico no era de carne, sino una prótesis de metal, rústica pero resistente.

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—Eres... el chico de chatarra —murmuró con incredulidad.

—Ese soy yo —respuesta Alexander antes de golpearlo en la cabeza con el bastón, dejándolo inconsciente.

Mientras tanto, los rebeldes trabajan rápido, vaciando el carro y cargando el oro en sacos. Un duende mestizo, de baja estatura y rasgos humanos, se acerca al corriendo hacia Alexander.

—¡Alex, idiota! —le gritó mentes lo golpeaba en la cabeza con su pequeño puño—. ¡Te dije que no usa mis prótesis así!

—¡Ay, Mayka, no me pegues! —protesta él, frotandose la cabeza—. ¡Solo son brazos y piernas de metal! No hay diez que ponerte así.

—¡Son mis bebés! —gritó Mayka, dándole otro golpe—. ¡Pasé días diseñandolos y los tratas como basura! Si no los cuidas, ¡mejor devuélvemelos!

Antes de que la discusión pudiera escalar, un sonido atronador resonó en el aire. El último coche había sido destruido por una ráfaga de hielo rojo. El suelo quedo cubierto de escarcha, y el aire se volvió insoportablemente frío. Alexander se detuvo en seco, sus orejas y cola de lobo se erizaron al instante.

—Veo que llegaste a la fiesta, hermano mayor... o debería decidir almirante Jackson.

De entre el cielo emergente un hombre alto con cabello rojo intenso. Vestía un uniforme militar impecable, y un parque cubriña su ojo izquierdo. La expresión de desprecio en su rostro era inconfundible.

—Sigues jugando a ser un héroe, Alexin —dijo Jackson con voz gélida—. Esta "revolución" tuya no es más que el berrinche de un ladrón.

Sin esperar respuesta, Jackson levantó su mano, y el cielo comenzó a extenderse por el suelo, atrapando a varios de los aliados de Alexander. Este reaccionó con rapidez, colocando entre su hermano y los prisioneros.

—¡Déjalos ir! ¡Tu pelea es conmigo!

—Basura como tú y tus amigos no merece más que la muerte.

Jackson atacó de nuevo, pero Alexander absorbió la magia con una de sus prótesis. Unque logró devolver el golpe, la energía inestable daño su brazo derecho, que chisporroteó antes de quedar inutilizado.

—¡Mayka, llévate a los demás! —gritó Alexander mientras empujaba a su amiga hacia la alcantarilla.

—¡Pero Alex...! —protestó ella.

—¡Ahora!

Jackson intentó atacar la entrada al drenaje, pero Alexander lo interceptó con una patada propulsada por su pierna metálica. Un troll aliado ayudó a liberar a los prisioneros restantes, pero el precio fue alto. Khal, el troll, cayó al suelo mientras cubría la retirada de los demás.

—¡Khal, vámonos! —gritó Alexander, pero el troll económico con la cabeza.

—Corre, chico. Es tu turno de luchar otro día.

Con el corazón en un puño, Alexander presionó un botón en su prótesis y lanzó una última bomba de humo. Cuando la niebla se disipó, él y sus aliados ya se habían escapado, dejando a un Jackson furioso congelando todo a su alrededor.

Horas despues

A las afueras del reino, el grupo se reunió en un bosque oculto. Alexander salió de las alcantarillas con la mitad de su cuerpo cubierta de hielo. Algunos de sus compañeros estaban heridos; Otros, como Khal, no habían logrado sobrevivir.

—¿Mayka? ¿Estás bien? —preguntó Alexander con voz débil.

Ella asintió, aunque su sonrisa no alcanzaba sus ojos.

—¿Y Khal? —preguntó Alexander, aunque temía la respuesta.

—Nos salvó... pero no salió con nosotros —dijo una elfa, bajando la mirada.

Alexander golpeó un árbol con su brazo bueno, la frustración y la culpa lo consumían. Habían logrado robar el oro, pero la victoria se sentía vacía.

—Perdimos demasiado hoy —murmuró.

Mayka se acercó a él, apoyando su pequeña mano en su hombro.

—Alex, hicimos lo que pudimos. Khal sabía lo que estaba en juego... igual que todos nosotros.

El chico de chatarra avanzaba con atención, aunque las palabras de Mayka no aliviaron el peso en su pecado. Mientras cargaban el oro en una carreta improvisada, Alexander miró su brazo inutilizado y sintió que, a pesar de todo su esfuerzo, no había sido suficiente.

La revolución continuaba, pero el precio de la libertad era cada vez más alto.

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