Dos meses habían pasado desde que el plan de Kakashi comenzó a ponerse en marcha. El viento soplaba suavemente a través de los campos de entrenamiento de una escuela militar primaria. Era una escuela modesta, situada en las afueras de la ciudad, rodeada de árboles que ofrecían una tranquilidad engañosa en un lugar destinado a forjar soldados.
En un rincón de un patio de entrenamiento desgastado, un grupo de niños rodeaba a otro de cabello oscuro. Los gritos y quejidos de dolor se entremezclaban con los impactos de puños y pies que golpeaban su pequeño cuerpo. Los agresores no parecían mayores que él, pero la ferocidad de sus ataques demostraba su intención de humillarlo.
—¡Vamos, anormal! —gritó uno de ellos, mientras le lanzaba otro golpe al estómago—. ¡Repítelo otra vez!
El chico que yacía en el suelo, jadeaba con esfuerzo mientras intentaba recuperar el aliento. Sin embargo, antes de que pudiera responder, otra voz cortó el ambiente.
—Ya basta —dijo con autoridad el líder del grupo, Ibuki, quien dio un paso adelante mientras sus seguidores se apartaban para dejarlo pasar—. Creo que ya ha aprendido la lección. Pero diez centavos, Kuro, ¿por qué demonios quieres ser un Reiken? —Ibuki lo miraba con desprecio—. Alguien como tú ni siquiera llegará a ser un soldado común.
Kuro, aún en el suelo, trató de levantar la cabeza y respondió con voz débil, pero decidida:
—Quiero... quiero ser como esos poderosos guerreros que protegieron a la humanidad hace más de 10.000 años. Los Reikens que salvaron a todos...
Ibuki soltó una risa burlona.
—¡Ja! Qué infantil. —Sus palabras estaban llenas de veneno, y los demás chicos rieron con él.
Kuro, haciendo un esfuerzo por ponerse de pie, lo miró desafiante.
¿Infantil? ¿En serio dices eso? —le respondió con un tono burlón—. Si no te has dado cuenta, seguimos siendo niños, idiota.
La expresión de Ibuki cambió en un instante. La burla en sus ojos fue reemplazada por ira.
— ¿Qué dijiste? —gruñó, apretando los dientes.
Sin decir más, Ibuki alzó su mano derecha y un aura de fuego comenzó a envolver su cuerpo. Los otros niños retrocedieron, impresionados. Ibuki invocó a su Reiken con un grito lleno de orgullo y furia.
—¡Ven a mí, Reiken del Cerbero!
Una poderosa llama cubrió a Ibuki, y una imponente espada apareció en su mano derecha, mientras una armadura roja de estilo medieval cubría gran parte de su cuerpo. La armadura, con detalles que parecían garras y colmillos de bestia, irradiaba un calor sofocante.
—El idiota aquí eres tú, Kuro —dijo Ibuki, apuntando su espada hacia él, listo para atacar—. ¿De verdad cree que alguien que ni siquiera posee un elemento puede pertenecer al ejército? ¡No me hagas reír! —Su voz era dura y cruel—. Entiende de una vez que solo eres un anormal.
Los ojos de Kuro se abrieron de par en par al ver que Ibuki no solo iba a humillarlo, sino que estaba a punto de atacarlo con toda su fuerza.
—¡Puerta del Inframundo! —gritó Ibuki.
Una ráfaga de fuego feroz salió disparada desde la espada de Ibuki, dirigiéndose directamente hacia Kuro. Sin tiempo para reaccionar, Kuro apenas pudo levantar los brazos en un intento desesperado de protegerse. La fuerza del ataque lo golpea como una ola arrolladora. Fue lanzado hacia atrás, impactando violentamente contra una pared de piedra del patio, y luego cayó al suelo con un sonido sordo.
El dolor lo invadió de inmediato. Sus brazos ardían por las quemaduras, y su cuerpo se estremecía de dolor por el impacto con la pared. Los otros niños se reunieron alrededor de Ibuki, vitoreando su fuerza y poder.
—¡Eres demasiado fuerte, Ibuki! —exclamaron con admiración, mientras lo seguían, ignorando completamente a Kuro, quien yacía en el suelo.
Ibuki, sin siquiera mirarlo nuevamente, dio la espalda y se marchó junto a su séquito, orgulloso de su exhibición de poder.
Kuro, solo y herido, intentó levantarse, jadeando de dolor. Sus manos temblaban mientras apoyaba las palmas en el suelo para incorporarse lentamente. Su uniforme, ahora destrozado le colgaba de los hombros en harapos.
—Esta vez... —susurró entre dientes, con una sonrisa amarga—. Creo que se excedieron... Me quemaron todo el uniforme.
Miró alrededor, asegurándose de que no hubiera más amenazas. Sabía que Ibuki tenía razón en una cosa: él no poseía un elemento. No tenía la capacidad de invocar un Reiken ni controlar la magia elemental como los demás. Pero eso no importaba. Su deseo de convertirse en un Reiken seguía siendo inquebrantable.
Se levantó con dificultad, ignorando el dolor que recorría su cuerpo. Luego, suspir mientras miraba su uniforme hecho jirones.
—Bueno, supongo que ahora tengo que pensar en una excusa para darle a mi madre... —dijo en voz baja, con una mueca de resignación.
Al caer la tarde, Kuro caminaba lentamente hacia su casa, cojeando levemente. Se detuvo frente a la puerta, contemplando la idea de no entrar. Sabía que su madre se preocuparía y no quería preocuparla más. Finalmente, decidió empujar la puerta y entrar.
—Ya llegué —dijo con voz baja.
Una voz suave y dulce lo recibió desde la cocina.
—¡Bienvenido, Kuro!
Pero cuando su madre lo vio en el estado en el que regresaba, su rostro cambió instantáneamente. Con los ojos llenos de preocupación, corrió hacia él, examinando sus quemaduras y su uniforme destrozado.
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— ¿Qué sucedió? —exclamó, sin poder contener su alarma—. ¡Otra vez esos patanes, verdad! ¡No puedo seguir permitiendo que te hagan esto! ¡Voy a hablar con el director mañana mismo!
Mientras su madre se desahogaba, Kuro apretó los puños, frustrado. Finalmente, levantó la voz, interrumpiéndola.
—¡No lo hagas! —gritó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡Es culpa mía por ser… diferente!
Su madre lo miró, sorprendida por la explosión de emociones, y lo abrazó con fuerza.
—No digas eso, Kuro. Tú no eres…
—¡Sí lo soy! —respondió Kuro, apartando a su madre bruscamente—. ¡Si tan solo hubiera nacido con un elemento, todo sería diferente!
Kuro se dio la vuelta y corrió hacia su habitación, cerrando la puerta de un golpe antes de que su madre pudiera detenerlo.
—¡Déjame al menos curarte! —suplicó ella, al otro lado de la puerta.
—¡Lo haré yo solo! —respondió Kuro, con la voz temblorosa—. No te preocupes.
Dentro de su habitación, Kuro se sentó en la cama, mirando sus manos con frustración. Mientras curaba sus heridas con lo poco que sabía de primeros auxilios, su mente estaba llena de pensamientos oscuros.
"En este mundo, si no eres fuerte, no eres nada. El fuerte siempre dominará al débil"
Se quedó dormido con ese pensamiento rondando en su cabeza.
Unas horas más tarde, fue despertado por un golpe suave en la puerta. La voz grave de su padre resonó desde el otro lado.
—Kuro, baja a cenar.
Kuro, aún adormilado, respondió rápidamente.
—Sí, ya voy.
Al bajar al comedor, un ambiente de hostilidad llenaba el aire. Sus dos hermanas comían alegremente, ajenas a la tensión, pero Kuro y su padre se miraban fijamente desde sus asientos.
—Tu madre me dijo que llegaste herido nuevamente—comenzó su padre, rompiendo el silencio con una voz severa—. ¿Fueron esos niños otra vez?
Kuro, con la mirada baja, asintió en silencio.
Su padre suspir profundamente, aguantando su expresión.
—Mañana iré yo mismo a la escuela y hablaré con el director —anunció con firmeza.
Kuro se sobresaltó y rápidamente levantó la voz.
—¡No lo hagas! ¡Es mi culpa por ser…!
Con un golpe fuerte sobre la mesa, su padre lo interrumpió.
—Entonces, ¿por qué demonios sigues insistiendo en asistir a una escuela militar? —dijo con un tono severo—. Sabe perfectamente que hay otras escuelas normales a las que podrías ir.
—¡Eso no es lo que quiero! —gritó Kuro, de pie frente a la mesa, con los puños apretados.
Su padre, con el ceño fruncido, lo miró fijamente.
—Entonces, ¿qué es lo que quieres?
Kuro, conteniendo sus lágrimas, finalmente bajó la voz.
—Yo, solo quiero... —empezó, pero su voz se apagó.
—Ya basta de seguir ese sueño, Kuro—lo interrumpió su padre, más calmado, pero aún severo.
Kuro, dolido, murmuró:
—Es porque no nací con un elemento, ¿verdad?
—Así es —respondió su padre, cortante.
El silencio llenó el comedor una vez más. Finalmente, su padre habló de nuevo, con un tono más firme.
—A partir de mañana, dejarás esa escuela. Ya no puedes seguir engañándote.
Kuro, desesperado, gritó:
—¡No lo hagas! ¡Estoy seguro de que...!
Su padre lo miró con dureza.
—Los elementos despiertan a los seis años, Kuro. Y tú ya tienes siete. Deja de engañarte.
Kuro, sintiendo que no tenía salida, murmuró con rabia.
—Si tan solo hubiera nacido como mamá, todo sería diferente…
Su padre lo miró fijamente, su rostro endurecido.
—¿Qué dijiste?
Kuro, incapaz de contener su furia, levantó la voz.
—¡Si no fueras mi padre, podría ser un Reiken! ¡Si no fuera tu hijo, las cosas serán diferentes!
Antes de que pudiera decir algo más su madre le lanzó una bofetada. Con lágrimas en los ojos, lo miró profundamente dolida.
— ¿Cómo puedes decir eso? —le preguntó con la voz rota—. Tu padre se parte la espalda trabajando todos los días para pagar esa escuela... ¡y tú le pagas diciéndole esas cosas!
Kuro, con lágrimas en los ojos, se levantó rápidamente de la mesa y salió corriendo de la casa. Su madre intentó detenerlo, pero su padre la retuvo.
—Déjalo ir —dijo en voz baja—. Si lo sigues ahora, será peor. Seguro irá con tus hermanos...