Sara Taylor
Noche de luna llena en las calles solitarias de Nueva York, con un aire misterioso y sereno. Los rascacielos se alzan majestuosamente, sus siluetas recortadas contra el cielo oscuro. Las luces de neón y los letreros iluminan tenuemente la acera vacía, creando un contraste fascinante entre luces y sombras.
Los taxis ocasionales pasan de vez en cuando, añadiendo destellos de color al paisaje nocturno. Los escaparates cerrados y las ventanas oscuras dan una sensación de calma y quietud, muy diferente del bullicio diurno. El sonido de mis pasos resuena en el pavimento, y su eco parece ser la única compañía en este escenario urbano.
De pronto, siento la presencia de alguien detrás y un sentimiento de inquietud se apodera de mi cuerpo. Después de un debate interno que dura varios segundos sobre si debiera girarme o acelerar mis pasos, opto por apresurar mi ritmo. Cruzo la calle hacia la acera siguiente y me adentro en una calle estrecha, cuyos faros se apagan y encienden simultáneamente. Sigo sintiendo esa presencia detrás de mí y el sonido de sus pasos es cada vez más cercano. El miedo se apodera de mí y comienzo a correr. Mi corazón palpita fuertemente y mi respiración se entrecorta. De pronto, resbalo en el suelo húmedo y caigo de frente. Los pasos se acercan hasta pararse a mi lado y escucho una voz gruesa de hombre haciendo eco, causando que se me erice toda la piel:
"Te encontré, Sara."
Me despierto repentinamente de un mal sueño. La camisa del pijama se pega a mi cuerpo por el sudor y apenas puedo respirar. Era la tercera vez en la semana que se repetía esa pesadilla una y otra vez. La razón eran las llamadas amenazantes que recibí desde que desapareció mi padre, dejando tras de él una enorme deuda y unos prestamistas sin conciencia.
Me levanto de la cama, apartando las sábanas de cuadros que mi abuela insistía en comprar en todos los colores disponibles, aunque yo preferiría unas sábanas sin estampado. Me planto frente al espejo de cuerpo entero en la esquina de mi humilde habitación, que consiste en una cama individual, un pequeño armario de doble puerta y un escritorio blanco donde me dedico a hacer lo que más amo: diseñar edificios y monumentos públicos. Sí, lo sé, no suena como una afición muy común, pero siempre me ha gustado. Si no tuviera todas esas deudas, habría podido pagar mis estudios universitarios y cumplir mi sueño de convertirme en arquitecta. Pero esos sueños se esfumaron cuando desapareció mi padre, y lo único que quedó fue el reflejo de una chica veinteañera que había perdido todo su brillo y vitalidad.
Me apresuro a vestirme para bajar a desayunar. En media hora, debo estar en la librería del señor William, donde trabajo como dependienta a jornada completa, lo cual me fatiga solo de pensarlo. No es que me desagrade el señor William; de hecho, lo considero como un abuelo. Es un hombre de 60 años, con pelo canoso y algunas entradas en la frente. Usa gafas para leer que descansan cuidadosamente sobre su nariz. Su rostro muestra arrugas suaves, especialmente alrededor de los ojos y la boca, evidenciando años de sonrisas y conversaciones.
Viste ropa cómoda pero elegante, reflejando su amor por la comodidad y el estilo clásico. Conserva una barba corta y bien cuidada que añade un toque de sabiduría a su aspecto. Sus manos suelen estar ligeramente manchadas de tinta, un signo de su continuo amor por los libros y la escritura. Es muy amado por la gente del pueblo y por los clientes, a quienes recibe con una sonrisa cálida y acogedora, haciendo que cualquiera se sienta bienvenido en su librería.
En realidad, mi problema son los libros. No soy muy fan de la lectura, y pasar el día entero entre montones de libros me parece un trabajo monótono y aburrido. Pero no tengo otra opción; debo pagar las deudas, y el señor Wilson, cercano amigo de mi abuela, me ofrece una paga bastante generosa teniendo en cuenta que no dispongo de ninguna titulación profesional.
Al llegar al piso de abajo, donde se encuentra el pequeño salón y la cocina, me encuentro con el aroma a pizza al estilo neoyorquino que había preparado mi abuela para el desayuno. Consiste en una masa fina, una capa de salsa de tomate con especias y una capa de mozzarella. Mi abuela sabe que adoro esta pizza, así que cada vez que quiere convencerme de hacer algo, me la prepara, como cuando me propuso trabajar en la librería del señor William. Me pregunto cuál era el tema esta vez.
- ¡Sara! ¿Dónde estabas, querida? Llevo toda la mañana llamándote; llegarás tarde al trabajo -dijo mi abuela mientras colocaba los platos con porciones de pizza en la mesa-. Es cierto que el señor William es un hombre muy agradable y compasivo, pero eso no significa que puedas llegar tarde todos los días.
-Abuela, sabes que solo han sido dos veces, y fue porque te estaba ayudando a buscar tu prótesis dental -dije mientras movía la silla para sentarme a desayunar-. Por cierto, ¿a qué se debe este manjar de hoy? ¿Hay algo que deba saber? -pregunté mientras le daba un mordisco a mi porción de pizza.
- Qué exagerada eres. Claro que no hay nada especial, solo me apetecía preparar la comida favorita de mi querida nieta. Hoy no te entretengas al salir del trabajo, ven directo a casa -dijo mi abuela mientras se servía su té de hierbas de manzanilla que siempre preparaba para el desayuno.
- ¿Por qué? Abuela, insisto, ¿hay algo que deba saber? –dije mientras añadía azúcar a mi taza de té.
-No pasa nada, solo que esta tarde tenemos invitados. Vendrá mi amiga Claire, la conoces, la de la asociación. Te la presenté el otro día cuando fuimos a la librería a por el libro de recetas que me recomendó el señor William.
—Ah, te refieres a la señora Smith. Sí, me acuerdo de ella.
Vino el otro día a la librería a buscar un libro de recetas para preparar unos bagels con crema para la fiesta de la asociación. Tiene unos setenta años, es más alta que la mayoría de las mujeres de su edad y tiene un porte recto e imponente, con una mirada sabia y serena. Llevaba el pelo de color vainilla recogido en un moño perfecto y traía puesto un vestido de lana de color violeta, acompañado de un abrigo clásico color crema y un bolso de cuero. La señora Claire irradia una calidez natural y una presencia tranquila, siendo una figura conocida y querida en su comunidad. Los Smith son muy conocidos en el pueblo; poseen muchas empresas y propiedades y han heredado su fortuna a lo largo de generaciones.
—Sigo sin entender por qué debería estar presente. Al fin y al cabo, es tu amiga, abuela, y no creo que pueda aportar nada significativo a vuestras conversaciones sobre comidas tradicionales y cultura clásica. Acabaría siendo un estorbo. Además, estaba pensando en pasar por la casa de Samantha; su compromiso se acerca y me pidió que la ayudara con los preparativos.
En realidad, aún queda tiempo para el compromiso de mi mejor amiga, pero quiero usar cualquier excusa para escabullirme. Nada es más insoportable que las conversaciones de mi abuela y sus amigas, que siempre terminan de la misma manera: “¿Sara, querida, aún no tienes a nadie en tu vida? Con lo hermosa que eres, pequeña, déjame presentarte a uno de mis conocidos.” Y, en el mejor de los casos, se dedican a alabar al señor William y su carácter, y a recordarme lo afortunada que soy de haber encontrado trabajo en su librería, y que no debería pensar en dejar mi puesto por nada más. Lo peor son sus burlas cuando mi abuela menciona mi afición por el diseño y la arquitectura, como si no fuera posible que una mujer pudiera triunfar en ese ámbito.
—Olvídate de eso, ya ayudarás a Samantha otro día. Hoy vendrá Claire con su nieta. Ha venido desde Nueva York a visitar a su abuela estos días y quería presentármela. A diferencia de ti, es una joven que respeta los gustos y las amistades de su abuela. En fin, he pensado que, si estás tú, sería más entretenido para ella. No queremos que se aburra, ¿verdad, Sara?
¿Una nieta de Nueva York? Eso suena aún peor. No soy una persona prejuiciosa, pero las chicas de Nueva York son distintas: su ritmo de vida, sus estilos, sus gustos y pasatiempos. Yo solo soy una chica de pueblo cuya vida consiste en trabajar en una librería, conversar con su abuela, salir una vez al mes, como mucho, con Samantha a la cafetería del pueblo o a las tiendas, y diseñar esbozos de edificios cuando tengo tiempo. En otras palabras, soy una chica ordinaria y aburrida y con muchas deudas. Seré el hazmerreír a sus ojos. —¡Mira qué hora es! ¡Llegaré tarde! Me encantaría conocer a la nieta de tu amiga, pero no puedo dejar plantada a mi mejor amiga. Hoy elegirá el diseño de su vestido de boda. Lo siento, abuela, nos vemos luego. Mándale mis saludos —le dije, mientras me levantaba y corría a ponerme los zapatos para escapar antes de que pudiese reprimirme.
—¡Sara Taylor! ¡Si no acudes esta tarde a la reunión, no te dirigiré la palabra en lo que queda de año ni volverás a probar tus platos favoritos! —alcancé a escuchar a mi abuela gritarme antes de cerrar la puerta detrás de mí. No me dejaba opción, tenía que acudir a esta reunión. Ella era mi única familia y no podía hacerla enfadar.
La librería del señor William quedaba a dos kilómetros de nuestra casa. Unos quince minutos a paso apresurado eran suficientes para llegar. Se notaba que era otoño; las calles se transformaban en un paisaje de tonos cálidos y dorados. Los árboles se vestían de hojas rojas, naranjas y amarillas, que caían suavemente al suelo creando una alfombra natural. El aire se volvía fresco y crujiente, ideal para paseos tranquilos. En otros tiempos hubiese disfrutado de caminar en este clima, pero me sentía inquieta. Desde hace días tenía la sensación de que alguien me seguía a todas partes. Las llamadas no cesaban; me amenazaban continuamente con que si no cerraba las deudas que dejó mi padre, lo pagaría caro. Aunque lo intentase, necesitaría años para poder devolver esas cantidades.
Al llegar a la librería encontré al señor Williams enfrente de unas cajas de cartón colocadas unas sobre otras, revisando su contenido. Parece que habían llegado los nuevos libros que habíamos pedido la semana pasada.
-Hola, buenos días, señor Williams, parece que ya llegaron los libros que pedimos- le dije mientras colocaba el bolso y mi abrigo en el mostrador.
- Buenos días. Así es, llegaron, después de dos días de retraso- dijo sonriente, mientras me mostraba uno de los libros que había llegado. Nada hacía más feliz al señor William que nuevos libros que pueda leer y recomendar a sus clientes. Al menos uno de nosotros amaba su trabajo.
Le sonreí de vuelta y comenzamos a introducir los datos de los nuevos libros en el ordenador para luego colocarlos en sus respectivos estantes según los géneros a los que pertenecían.
Adam Smith
Nada era mejor que una caminata antes de empezar el día. El clima era fresco, con una brisa suave que llevaba el aroma de las hojas secas y la tierra húmeda. Era la época perfecta para disfrutar de la naturaleza y del encanto sereno de las calles en otoño, especialmente en el pueblo, donde abundaban los parques y los árboles. Al abrir la puerta de casa, me inundó un fuerte olor a café. Eso sí que era una mañana excelente. Dejé la chaqueta en la butaca y me dirigí corriendo a la cocina, donde mi abuela, Claire Smith, estaba preparando café filtrado para acompañar el desayuno.
-Buenos días, señorita Claire – le dije mientras la saludaba con un beso en la cabeza.
-Ay, Adam, qué cosas dices. Ya no soy ninguna señorita – me respondió sonriendo mientras vertía el café en las tazas-. Te doy cinco minutos; cámbiate y ven a desayunar, antes de que se enfríe el café. Hoy quiero disfrutar el desayuno con mi querido nieto, después de tantos días sin verlo.
-No digas eso, abuela. Tienes más energía que cualquier jovencita, ¿verdad, Marie? – le dije guiñando un ojo a Marie, la mucama de mis abuelos. Era una mujer de cincuenta años, vivía en el pueblo y, aunque nunca había estado en Francia, hablaba el francés con fluidez gracias a sus padres franceses. Hace quince años, cuando mi abuela decidió dejar atrás la bulliciosa y frenética Nueva York para establecerse en el pueblo de Hobart contrató a Marie, quien había trabajado para los dueños anteriores de la torre que compró mi abuela. Ellos se la recomendaron enormemente, y con razón: era una mujer dulce y cariñosa. Cada vez que visitábamos a la abuela, ella nos preparaba las comidas que más amábamos y nos consentía como si fuéramos sus propios hijos. Nosotros también la considerábamos como a una más de la familia.
-Así es, querido Adam. Ninguna veinteañera podría competir con tu abuela en elegancia ni en vivacidad – me respondió riéndose mientras sacaba el pan recién horneado.
-Te lo dije, abuela- Me reí, mientras probaba el dulce de nuez que había preparado Marie.
-Es suficiente de halagos, tú también, Marie. No le sigas el juego. Anda, mi pequeño león, prepárate y baja a desayunar – me avisó mientras ponía las mermeladas caseras en los cuencos de vidrio. A mi abuela no le gustaba que la halagasen tanto; era humilde y tímida.
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-A las órdenes – dije haciendo una señal de sargento mientras sonreía y a continuación subí al piso de arriba para ducharme y cambiarme rápido.
Tres días antes...
Hacía cuatro años que era el CEO de la empresa de construcciones SMITH, tras mucho esfuerzo para convencer a mi padre de que era capaz de liderar la empresa familiar y aumentar sus ganancias. Éramos cuatro hermanos. Mi hermana mayor, Emma, se graduó como abogada y empezó a trabajar en la empresa. Cinco años después, se casó con mi amigo y socio en el trabajo, Sam Edisson, y el año pasado tuvieron a su primera hija, Ellie, nuestra pequeña princesa. Luego estábamos mi hermana gemela, Daiana, y yo. Ella se especializó en contabilidad y yo en ingeniería; ambos trabajamos en la empresa familiar después de graduarnos. El más joven era nuestro hermano James, que se graduó en administración el año pasado. A diferencia de nosotros, no quiso empezar a trabajar en la empresa de papá, prefirió tomarse un tiempo para viajar por el mundo y ganar experiencia laboral en otros sitios antes de tomar su lugar en nuestra empresa. En cuanto a mi padre, a pesar de que yo había asumido el puesto de CEO, se negaba a descansar y seguía trabajando y brindándome apoyo. Mi madre se dedicaba al diseño de interiores, encargándose de todos los proyectos que incluían este aspecto, y nuestros clientes estaban encantados con su buen gusto.
Eran las cinco de la tarde. Estaba en mi despacho revisando el informe del presupuesto para la nueva construcción de un hotel cuando el teléfono comenzó a sonar. Comprobé quién era: Claire Smith, mi abuela. La apreciaba mucho, se podría decir que fue ella quien prácticamente nos crio. De pequeños, mientras nuestros padres estaban inmersos en el trabajo de la empresa y en proyectos interminables, mis hermanos y yo pasábamos la mayor parte del tiempo al cuidado de mi abuela. De ella aprendimos muchas cosas, como el esfuerzo, la determinación, los buenos modales y el respeto a los demás. Me apresuré a responder.
-Hola, abuela, hoy es mi día de suerte. ¿Cómo estás?
-Estoy bien, querido. Eres idéntico a tu padre. Cuando os ponéis a trabajar, os olvidáis del mundo entero. Hace más de dos semanas que no llamas a tus abuelos. Daiana me dijo que estabas muy ocupado estos días, así que decidí llamarte.
-Falta mía, abuela. Hemos cogido muchos proyectos a la vez, y se me pasan las horas en el trabajo. Lo siento mucho, te prometo que te lo compensaré, iremos con el abuelo a algún lugar que os guste.
-Me alegra que hayas sacado este tema. De hecho, te llamaba para pedirte que vengas a pasar un tiempo con nosotros aquí. Tu abuelo y yo te hemos echado de menos. Hablé con Daiana también para que venga, pero no podrá, así que no me falles tú. Tu padre ha dicho que a partir de mañana ya puedes tomarte un tiempo de descanso, así que no quiero excusas. Te estaremos esperando mañana.
-Me has dejado sin palabras, abuela. De acuerdo, estaré ahí mañana, me vendrá muy bien pasar unos días en el pueblo con vosotros. Tengo muchas ganas de probar el café que haces.
-Te prepararé todo el café que quieras cuando vengas.
-A las órdenes abuela. Estaré ahí mañana por la noche. Dale mis saludos al abuelo y a Marie, y dile que quiero probar su estofado de carne.
-De acuerdo, pequeño glotón, mañana te esperamos para la cena.
Mi abuela me seguía tratando como a un niño. Quizás era así con ella, como un niño consentido, ya que debía pasar horas siendo el serio y diligente jefe de la empresa. Aprovechaba cuando estaba con mi familia para relajarme.
Recordando eso, me alegro de que la abuela me haya llamado para pasar tiempo con ellos. Me ha venido muy bien y ahora entiendo por qué le gusta tanto este lugar. Es un pueblo hermoso, el clima es perfecto y está lleno de tranquilidad y nostalgia. Me encanta. Terminé de vestirme y bajé corriendo, ya que me estaban esperando para desayunar desde hace un rato. Al llegar, los encontré en el comedor. Mi abuelo ya estaba tomando su café, y la abuela untaba las tostadas con mantequilla y mermelada.
-Siento haberme retrasado -dije mientras movía la silla para sentarme.
-Adam, por fin. Si tardabas más, iba a subir para comprobar si te habías ahogado en la ducha, en serio. ¿Qué te ha tomado tanto tiempo? El desayuno se ha enfriado. ¿Por qué te has puesto el traje? -dijo ella mientras miraba el traje azul marino que llevaba.
-Mujer, eres tú quien lo ahoga en preguntas desde temprano. Déjale que desayune tranquilamente. Vamos, hijo, tómate tu café -intervino mi abuelo.
Alcé las manos en señal de paz mientras reía. - Lo siento, abuela. Cuando iba a bajar, recibí una llamada de un cliente importante que quería verme. Le dije que me había tomado un tiempo y que podía ver a mi padre si quería, pero insistió en que nos encontráramos y dijo que se acercaría al pueblo. Así que he quedado con él en una cafetería aquí, dentro de dos horas.
- Vaya, el trabajo te sigue a todos lados Adam. Ten, te he preparado estas tostadas. Ah, ya que vas a salir, pásate cuando puedas por la librería del señor William. Me avisó que había llegado el libro que le pedí. Dile que eres mi nieto y él te lo dará.
- Pensé que ibas a buscarlo tú, querida -dijo mi abuelo mientras leía el periódico de hoy.
- Iba a hacerlo, pero recordé que esta tarde tengo una invitación de mi amiga Susan Taylor y tengo que prepararme. Le dije que vendría mi nieta a visitarme y me dijo que pasara a tomar un té en su casa y conversar, y que trajese a mi nieta conmigo, que tenía ganas de conocerla. Pensaba que Daiana iba a venir, pero ya que has venido tú, Adam, irás conmigo.
- Pasaré por la librería cuando acabe la reunión. Pero ¿estás segura de que tengo que ir a la visita de esta tarde? Quizás le incomode a tu amiga que traigas a tu nieto en vez de tu nieta.
- Claro que no, Adam. Susan es una de las personas que más aprecio por su amabilidad y buen carácter. Siempre tiene una sonrisa cálida en el rostro. Es cariñosa y considerada, siempre dispuesta a escuchar y ofrecer consejos sabios. Tiene una paciencia infinita y trata a todos con respeto y amabilidad. Le encanta ayudar a los demás y es conocida por su generosidad. Tiene una actitud positiva ante la vida y sabe encontrar lo bueno en cada situación. Su presencia es reconfortante y hace que quienes están a su alrededor se sientan valorados y queridos. Es una persona que inspira tranquilidad y bondad -mi abuela seguía enumerando las cualidades de su amiga.
-Debo concordar con tu abuela en esto. La señora Susan nos ha ayudado mucho a acostumbrarnos al pueblo. Nos presentó a los vecinos y también tuvo la idea de crear la asociación en la que está tu abuela, y han recaudado fondos para muchos proyectos de beneficio social.
-Vale, abuela, me rindo. Hasta a mí me ha dado curiosidad conocer a la señora Susan -le dije, dejando la taza de café sobre la mesa-. Vendré contigo esta tarde si así lo deseas.
-Gracias, querido. ¿Qué haría sin ti, mi pequeño león?
-Gracias por el desayuno, tengo que irme. Nos vemos dentro de unas horas -me levanté y coloqué la silla para dirigirme a la entrada.
-Vale, hijo, no tardes mucho, te esperamos para comer. Marie preparará el estofado que tanto te gusta -dijo mi abuelo terminando el último sorbo de café de su taza.
-Qué suerte, no me lo perdería por nada -dije mientras me ponía el abrigo-. Hasta luego.
Al abrir la puerta, me choqué con el aire frío. Debía darme prisa, tenía que imprimir unos documentos que me mandaron por fax y los iba a necesitar para la reunión.
Sara Taylor
Ya eran las once de la mañana. Habíamos terminado de colocar en los estantes los libros que habían llegado esa misma mañana. El señor William había salido hacía un rato para hacer unos recados, y yo me encargaba de los clientes que venían a la librería. De pronto, sonó el teléfono del mostrador. Quizás era alguna reserva. Respondí inmediatamente.
-Hola, aquí la librería WILSON. ¿En qué puedo ayudarle? -Parecía más una secretaria que una librera.
-Podría ayudarme devolviendo lo que debe, señorita Taylor -se escuchaba una voz de hombre gruesa al otro lado del teléfono.
-¿Quién es usted? ¿Cómo se atreve a llamar a mi lugar de trabajo? -Sentí mi sangre hervir. Era uno de los prestamistas sinvergüenzas que me llevaba acosando durante meses.
-¿Acaso pensaba que cambiar su número de teléfono iba a acabar con esto? Sepa que vigilo todos sus pasos, sé todo sobre usted, hasta cuántas veces respira al día. No crea que me va a engañar como lo hizo ese estafador de su padre. Me devolverá todo el dinero que le debo o lo pagará con su vida.
-¿Cuántas veces le tengo que decir que esa deuda no es mía? Si le prestó dinero a mi padre, entonces búsquelo y pídele que te lo devuelva. No me corresponde a mí pagar esa deuda y no tengo el dinero para hacerlo, aunque quisiera -mi voz y mis manos temblaban. Sentía que en cualquier momento me desvanecería. Ya no podía más con esta tensión. Desde la desaparición de mi padre, mi vida se había vuelto una pesadilla. No sé dónde está, ni siquiera sé si está vivo o le ha pasado algo. Y, además, recibo amenazas y me siento vigilada todo el tiempo. He intentado ser fuerte y seguir adelante por mi abuela, pero ya no puedo más. Me siento sola, débil y desdichada-. Si me sigue molestando, le informaré a la policía de todo.
-JA JA JA … es usted una señorita muy graciosa -se escuchó una risa maliciosa que erizó mi piel-. Parece que no entiende muy bien su situación aún. Ya pensaba que algo así iba a pasar, así que le preparé un pequeño regalo.
- ¿De qué regalo está hablando? Le dije que no iba a permitir que me siguiese amenazando -respondí gritando.
-Diríjase al buzón de su tienda y verá que no estamos jugando aquí.
Sabía que no debería hacerle caso; probablemente solo estaba jugando con mis nervios para hacerme sentir miedo y forzarme a pagar la deuda. Pero aun así fui a comprobar. Encontré un pequeño paquete envuelto. Lo abrí con rapidez y vi que contenía un sobre de cartas y una caja marrón. Primero, revisé el sobre. Fotos. Eran fotos de mi abuela, y eran de hoy, porque la ropa que llevaba puesta era la misma que usaba esta mañana. Había fotos de ella mientras salía y cerraba la puerta de casa, y otras por la calle y en el mercado. Tragué saliva y sentí que la cabeza me daba vueltas. Alargué mi mano temblorosa y cogí la cajita del paquete para ver qué había dentro. Era la prótesis de mi abuela, la misma que había perdido la semana pasada. Ella insistía en que la había dejado en la mesita al lado de su cama. La tomaron de ahí. Entraron en nuestra casa y la tomaron mientras dormíamos. Ella se las quitaba solo cuando dormía.
Corrí hacia el mostrador y cogí el teléfono que seguía en línea.
- ¿Cómo te atreves, desgraciado? -dije reteniendo las lágrimas que habían llegado a mis ojos mientras hablaba con desesperación.
- ¡Cállate y escúchame! Con esto habrás entendido que, si piensas en dirigirte a la policía o a alguien más, tendrás que preparar un funeral para tu pobre abuelita. Te doy quince días, no más. Al terminar, tendrás que darme la segunda cantidad del pago, 25 mil dólares, o ya sabes lo que pasará con tu amada abuela. Ah, por cierto, en cualquier momento llegará uno de mis hombres a la librería. Le entregarás todo el dinero que tengas ahora. No pensabas que iba a olvidar el pago que acordamos esta semana de 5 mil dólares. Más te vale que seas obediente -dijo y cerró la línea.
- ¡Espera, ¿me escuchas?! ¡No tengo ese dinero! ¡No puedo conseguirlo! No te atrevas a tocar a mi abuela.
Dejé caer el teléfono y me desplomé en la silla de recepción. No tenía fuerzas ni para llorar. Sentía que me estaba ahogando en un mar profundo y nadie se daba cuenta. Mis gritos estaban sofocados.
Adam Smith
Estaba sentado en una mesa de la cafetería donde acababa de tener una reunión con nuestro cliente. Él se había marchado hace unos minutos, y yo me quedé revisando el correo del trabajo en mi ordenador portátil. No quería hacerlo en casa, ya que mi abuela no me dejaba tocar el trabajo. Decía que estaba de vacaciones y debía descansar. Sé que me he tomado estos días para desconectar, pero el trabajo no espera, así que decidí ponerme al día mientras disfrutaba de un capuchino.
La reunión fue bastante bien; nuestro cliente potencial quería discutir ideas sobre un nuevo proyecto. Me pareció interesante, pero necesitábamos tiempo para estudiarlo y ver si valía la pena llevarlo a cabo. Cuando volviese a la empresa, lo discutiría con mi padre y los demás.
Miré mi reloj de pulsera. Ya había pasado una hora desde que terminó la reunión. Había acabado de responder a mis correos de trabajo y revisar otras cosas relacionadas con el trabajo y el mercado laboral. Era hora de volver a casa. El hambre me atacó, y me moría de ganas de comer el estofado que Marie había preparado. Pagué la cuenta y salí de la cafetería. Mi teléfono comenzó a sonar. Era mi abuela, seguramente me iba a regañar por haber tardado.
-Hola, abuela, te escucho. Sé que he tardado, pero la reunión se alargó más de lo planeado. De todos modos, ya terminé y estoy en camino a casa -dije mientras el semáforo se ponía en rojo, aproveché para abrochar los botones de mi abrigo.
-Está bien, querido, de hecho, la comida aún no está lista. Aún hay tiempo. ¿Ya pasaste a buscar el libro, Adam?
¡Pff! Me acabo de acordar. El libro que me pidió mi abuela esta mañana, lo había olvidado completamente. -No te preocupes, pasaré por él ahora. La librería me queda en camino.
-Vale, no te olvides de mandarle mis saludos al señor William -dijo mi abuela mientras el semáforo cambiaba a verde y me apresuré a cruzar.
-Lo haré, no te preocupes. Nos vemos luego en casa. Adiós, abuela.
La librería del señor William quedaba a dos cuadras de aquí. Pasaré rápidamente y luego directo a casa. El estofado me está esperando. Quise decir que la abuela me está esperando. Seguro, el hambre me está afectando.
Abrí la puerta, haciendo que la campanilla de arriba sonase. Era una librería bastante grande y estaba repleta de todo tipo de libros, separados por secciones: infantil, romance, terror, gastronomía, etc. Los nombres de los géneros estaban escritos en grande en cada sección. Pero no había nadie a la vista, así que me acerqué al mostrador y, de pronto, vi a alguien sentado en la silla de detrás. Era una chica. Cuando sintió mi presencia alzó su rostro. Era una joven con cara de bebé, con facciones suaves y redondeadas que le daban un aspecto juvenil e inocente. Sus mejillas eran llenas y tersas, sin arrugas ni líneas de expresión visibles. Los ojos, grandes y brillantes, transmitían una mirada ingenua y amigable. La piel, suave y sin imperfecciones, le daba un aire de frescura. La nariz pequeña y delicada, y los labios rosados completaban su rostro, que tenía una apariencia dulce y atractiva, haciéndola parecer más joven de lo que realmente era.
No solía fijar mi mirada en las personas, especialmente en las mujeres, ya que soy una persona discreta y modesta. Pero su rostro capturó mi atención, y su expresión aún más. Me miraba fijamente y con intensidad… parecía nerviosa, inquieta, hasta podría decir que aterrada. Sus grandes ojos parecían estar inundados de lágrimas, o quizás me lo imaginaba. Quise cortar la tensión, así que me aclaré la garganta y dije:
-He venido a buscar…
Antes de que terminase la frase, la chica se levantó de pronto, cogió una carpeta que había en el mostrador y se dio la vuelta hasta pararse enfrente mío.
-¡He tenido suficiente de todo esto! ¡Le dirás a ese desgraciado que no le daré nada! ¿Me has entendido? ¡Bandidos, sinvergüenzas! -me gritó mientras me pegaba con la carpeta que tenía en la mano.
-¿Qué haces? ¿De qué estás hablando? Solo vine a buscar nuestro pedido -le dije mientras intentaba esquivar los golpes.
-¡Cállate! Sé muy bien a qué has venido. No lo permitiré, no dejaré que le hagáis nada a mi abuela -dijo entre sollozos.
En un arrebato, le quité la carpeta de la mano y la tiré sobre el mostrador. Luego procedió a pegarme y empujarme con las manos, o más bien lo intentó. No era solo su cara, también su fuerza equivalía a la de una niña de diez años, y su altura de un metro y medio no le ayudaba demasiado.
-Señorita, cálmese por favor, creo que hay un malentendido.
-¡Cállate, desalmado! Os alimentáis de las penas y el sufrimiento de los demás.
No me dejó opción, así que le cogí las muñecas, impidiéndole que moviese los brazos.
-Escúcheme señorita, por favor, yo…
Comenzó a sollozar frenéticamente y, de pronto, se desvaneció cual hoja de árbol en otoño. Alcancé a cogerla antes de que cayera al suelo. Había perdido el conocimiento.