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CANTO DEL BOSQUE

La primera misión de un cazador siempre sería recordada, mientras la nieve caía implacable, pensamientos sobre como seguir un rastro rondaban su cabeza. Los pasos de Daemon se hundían en la capa helada, pesados y torpes, mientras se preguntaba si alguna vez sería  digno.

A su lado, cada movimiento de ella era fluido, silencioso, como si la nieve misma cediera bajo sus pies. La distancia entre ellos no era solo física, era un abismo que lo sofocaba con cada paso. Y aunque no lo admitiría, la diferencia de experiencia le aterraba por dentro.

Aris tenía una apariencia imponente, un cabello rubio, trenzado con la precisión de un guerrero. Su mirada, fría como el acero, no dejaba espacio para la duda ni la debilidad. Cada movimiento suyo era calculado, cada paso firme.

-Debe estar cerca, hemos caminado desde...- comenzó a decir Daemon, pero su instructora lo detuvo con un gesto rápido. Sin mirarlo, se llevó el dedo a los labios y señaló hacia las ramas. No necesitaba palabras para imponer su silencio, el novato entendió el mensaje al instante.

Levantó la cabeza lentamente, cada músculo de su cuerpo rígido por la baja temperatura. Vio como la sabia congelada de los árboles brillaban como cristal, marcas profundas de zarpazos, garras de acero que habían arañado la madera, dejando cicatrices que hablaban de una criatura imponente. Su respiración se detuvo por un segundo, no había margen de error, estaban cerca de algo mucho más peligroso de lo que esperaba. 

Algo raro estaba pasando entre las bestias, un crecimiento abismal de encargos puso en límite extremo al gremio de cazadores del continente, teniendo que usar a aprendices que aún no estaban preparados para mantener el equilibrio en el ecosistema. Tema que se seguía debatiendo entre el consejo de sabios de la isla del gremio y que no parecía que fueran a llegar a una conclusión satisfactoria pronto.

Aunque había entrenado durante años, nada podía prepararlo para la magnitud de lo que acechaba más allá de los árboles, donde el corazón de la montaña respiraba a su alrededor. El objetivo estaba claro, una misión de exploración para avistar a una bestia herida e investigar la nueva enfermedad. Lo que al principio parecía una simple misión de reconocimiento, se estaba complicando con cada paso. Las copas de los troncos cargadas de hielo, se inclinaban bajo una presión invisible. El bosque era un mundo helado y despiadado, a este ritmo, pronto los dedos de sus pies y manos dejarían de ser suyos.

Se situaban en el medio de la nada, les faltaba poco para poder superar las nubes. Si no fuera por la frondosidad del bosque podrían apreciar las magníficas vistas montañosas que ofrecía el reino de Varethia. Por difícil que parezca era una zona transitable para lugareños, eso antes de que las tensiones entre el imperio Draxon comenzaron a agitarse. Algo en lo que los cazadores nunca debieron intervenir.

La gente de los pueblos próximos tenían buen conocimiento del terreno y de sus peligros. Eso hasta que un Nox-Yoki decidió reclamar este territorio como propio, atacando los carruajes que almacenaban grandes cantidades de alimento para los residentes. Sus emboscadas habían cobrado la vida de varios mercaderes y su presencia había vuelto la región completamente intransitable.

- Para la próxima vez… Traer un mapa no estaría mal, - dijo Daemon, sin poder evitar un tono tembloroso en su voz, intentando disipar la tensión del momento.

-Un mapa no te hará más rápido- Aris respondió, lanzándole una mirada suficiente para que el joven cazador deseara haberse mordido la lengua. 

La cazadora se detuvo en seco, como si el viento le hubiera susurrado una advertencia. Con un movimiento ágil, apartó la nieve. Daemon, que estaba mirando a otro lado, casi tropezó al darse cuenta.

-¿Siempre tienes que moverte tan rápido? -murmuró mientras la imitaba.

Ella no respondió. Del manto blanco emergieron huesos largos y quebradizos, silenciando cualquier comentario más. Aris sin mediar palabra siguió su rastro de manera cuidadosa, mientras que el aprendiz estudió los huesos. Se le pusieron los pelos en punta al apreciar un fémur más largo que su propio brazo.

-Esos huesos parecen ser de un herbívoro. -dijo Aris, mirando al novato y notando que se había guardado uno de los huesos en uno de sus compartimentos.

Toda clase de descubrimiento nuevo era importante para Daemon, normalmente las primeras cacerías siempre se recuerdan con un cariño especial , así que busco recobrar toda la información posible.

-Son parte de las patas traseras de un urubu. una presa demasiado grande en comparación a la alimentación normal de un Nox-Yoki. - Afirmó con un tono preocupado.

Aris levantó una ceja en dirección al novato, sorprendida por los conocimientos del aprendiz. Daemon se limitó a sonreír de manera juguetona y a seguirle el paso.

-Vaya, parece que el viejo Dranor dejó algo en esa cabeza tuya después de todo.- comentó Aris, arqueando una ceja, una mezcla de aprobación y sorpresa en su tono.

Daemon sonrió para sí mismo, en la isla Sylvania no tendría los dientes tiritando. Siempre recordaría sus momentos favoritos del día cuando aprendía sobre las criaturas del mundo  en las aulas de Dranor.

-Tienes razón, sí que es demasiado grande.- añadió ella.

-Entonces... ¿por qué lo atacaría?- se preguntó Daemon frunciendo el ceño.

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-Algo lo está empujando fuera de su dieta.-

La experiencia de Aris le recordó cómo los cambios de hábitos hacían a las bestias más peligrosas, difíciles de entender. Se preguntó si estaba trayendo a Daemon a un gran peligro. No paraban de hablar del novato en el gremio, una de las mejores promesas. Pero no pudo evitar sentir preocupación por lo que les esperaba, normalmente los cazadores jóvenes empiezan con misiones de recolección de recursos. El gremio estaba jugando con fuego enviando a aprendices tan jóvenes a misiones como aquella.

Llegaron a la conclusión que lo que estaban a punto de encontrar no era un Nox-Yoki común. Estos eran criaturas nocturnas, había pocas razones por la que esta especie saldría a buscar comida fuera de su dieta habitual. Algo raro estaba ocurriendo con esa nueva enfermedad y la densidad de la nieve sobre sus cabezas les impedía pensar con claridad.

-¿Ves las pequeñas ramas rotas sobre la nieve? Algo ha sobrevolado esta zona, estamos acercándonos... Estate alerta.- Aris sintió de manera casi instintiva que estaban cerca. 

Daemon tragó saliva, sintiendo la tensión en cada fibra de su ser, incluso su cuerpo se tensó más de lo normal.

-¿Si el Nox-Yoki verdaderamente está enfermo como dicen los reportes, no debería ser un gran problema verdad?- la idea de enfrentarse a uno de ellos en plena forma era algo que aterraba a Daemon.

-Incluso una cría recién salida del huevo podría darte problemas.- Aris disfruto la cara de desagrado que puso su aprendiz ante tal escenario.

Debía reprimir la emoción de ver a un Nox-Yoki por primera vez, no podía permitirse pensar que su primera misión  podría ser su última cacería. No parecía haber una ruta clara a seguir, pero durante años los cazadores habían aprendido a seguir rastros que para el ojo promedio eran invisibles. Muescas, pisadas, olores, viento... Toda criatura que se mueva, deja un rastro sutil, señales en el aire que habían aprendido a leer de manera casi instintiva. Lo que para Aris eran señales evidentes para Daemon no eran más que observaciones muy vagas. No dudaba de la experiencia de su maestra. Tenía claro que, tarde o temprano, tendrían a la criatura delante.

Aris dejó en claro antes de subir la montaña que debían ser silenciosos si no querían dar señales de vida. Entrar en el territorio de un Nox-Yoki, aunque fuera de día, era más peligroso que batirse en duelo con el mejor de los cazadores. El inspector, un hombre al que Daemon recordaba bien por su arrogancia, les dejó claro el encargo: corroborar la existencia de la nueva enfermedad y tomar apuntes tanto de su comportamiento como de sus síntomas. Todo esto para facilitar la misión para un equipo de cazadores de alto rango.

Debería seguir las órdenes de Aris si no quería acabar como los huesos enterrados bosque atrás. Era fácil mantener la compostura al ver a su maestra cargar un hacha casi tan grande como él. No quería imaginarse qué clase de fuerza sobrehumana debería tener para luchar con semejante arma entre las manos. Eso, sumado a la gran armadura peluda que vestían los dos para aguantar el temporal, la cual le creaba gran dificultad incluso para caminar en llano.

-Tenemos que darnos prisa si no queremos que el viento se lleve todos los rastros - dijo Aris, una aclaración de que Daemon no le estaba siguiendo el ritmo como a ella le gustaría. Él se limitó a afirmar con un gruñido y a acelerar el paso entre la nieve.

-No todos somos cazadores expertos. - dijo con una respiración entrecortada por el cansancio. - No todos empezamos nuestra primera cacería sin sangre de guiverno en las venas.- 

Aris se dio la vuelta bruscamente y le miró con un tono amenazante, lo cual hizo que Daemon mirara hacia abajo y no mediara palabra.

-Solo el tiempo dirá si estás capacitado para la sangre antigua - dijo en dirección al joven cazador para animarle.

Daemon solo pudo imaginarlo, un incremento de las capacidades físicas y mentales que se proporcionaban a unos pocos en el gremio. Con una pizca de ese líquido, podría estar correteando por toda aquella nieve sin soltar ni una gota de sudor.

-Si estoy aquí contigo, algo habré hecho bien, ¿no crees? - comentó de manera soberbia.

Aris se limitó a dar una pequeña carcajada por el descaro del chico, para acto seguido cambiar a un tono serio.

-Pronto lo entenderás. Nos hacemos llamar cazadores, pero incluso en las cacerías de rango bajo tendríamos muy pocas posibilidades de éxito si no fuéramos siempre en grupo. En este trabajo, el orgullo mata más que las criaturas que cazamos. - Daemon esquivó un tronco que se cruzaba en su camino mientras seguía poniendo atención. - Todo a nuestro alrededor sabe que estamos aquí, no somos más que unos intrusos en su hogar. Nosotros pensamos en el objetivo como una presa… pero ella piensa en nosotros como enemigos que debe sobrepasar para sobrevivir. - Esta última frase dejó pensativo al novato durante los siguientes momentos al caminar.

Momentos después Aris sintió como un silbido punzante que advertía peligro. Daemon cerró los ojos, respiró profundamente, y al abrirlos, una sombra enorme cruzó su mirada. El novato sintió como toda la piel se le erizaba. Los dos cazadores no pudieron evitar agacharse por instinto. Si la criatura hubiera querido, ellos ya estarían muertos.

La mancha blanca surcaba el aire con movimientos erráticos, como si cada aleteo le costará más de lo que debería. Daemon nunca había visto un Nox-Yoki, en las clases del gremio explicaron que era una criatura majestuosa, territorial por la noche pero calmada por el día. Pero esta parecía volar con grandes dificultades. Los lugareños simbolizaban avistar este guiverno con la buena suerte y como un guía cuando se perdían en el bosque. El solo podía pensar en una versión más realista, unas garras afiladas como espadas que tenía en las patas delanteras. Sumado a plumas gélidas que podía lanzar como cuchillas.

Daemon se quedó unos segundos pasmado viendo como la criatura se perdía entre la nieve, eso hasta percatarse de que Aris ya le estaba siguiendo, con lo que se limitó a maldecir en voz baja.

-Te has fijado?- Preguntó Aris mientras aceleró el paso, no pareció afectarle ver la enorme criatura alada sobrevolando los árboles.

-Verdaderamente está… herido.-  respondió Daemon con preocupación.

El aprendiz supo identificar rápidamente la situación, el depredador alfa de la zona estaba malherido. Tenían que averiguar el significado de esto lo antes posible, pocas enfermedades afectan de esa forma a las bestias.

Momentos después llegaron a una zona llena de árboles más altos de lo normal, era el lugar perfecto para un nido, lejos del suelo y sin ningún peligro. Los dos exploradores decidieron hacer una pausa tras encontrar un punto clave. Árboles enmarcados de un forma casi artística, llenos zarpazos sin orden aparente.

-Está marcando el territorio, pero... se le ve ansioso.- Aris asintió preocupada, que estaba ocurriendo para que un Nox-Yoki se sintiera amenazado de esa forma.

-Esto no es normal verdad? Hay plumas por todas partes...- Daemon se agacho para apreciar esas plumas, heladas y gigantes como la palma de su mano.

-No, no lo es, es como si se las estuviese arrancando.- un tono cargado de una preocupación que intentaba disimular.

Los Nox-Yoki realizan una muda parcial del plumaje antes de la temporada de reproducción para mostrarse más brillantes y atractivos. Daemon se pregunto por que esta muda estaba ocurriendo a mitad de invierno cuando esta costumbre comienza a principios de verano. Tratando de averiguar qué es lo que estaba pasando, los dos cazadores perdieron el rastro de plumas.

Daemon miró hacia los lados preocupado mientras que Aris se quedó mirando a la nada, algo iba mal. Había visto muchas cosas a lo largo de su vida como cazadora, pero algo en este rastro le erizaba la piel de una manera diferente. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo sin saber muy bien que estaba ocurriendo mientras el novato por cansancio se dio por vencido y no pudo resistir sentarse en la cómoda nieve.

-Aris, creo que deberíamos retomar...- Una pluma bailo desde las alturas, girando lentamente hasta posarse sobre la nieve, sus ojos ampliándose al comprender que no estaban solos

Algo en el aire cambió, como si el propio bosque contuviera el aliento. Daemon sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Alzó la mirada y ahí estaba. Colgado boca abajo de su gruesa cola, su cabeza giró lentamente, sus ojos, dos pozos hipnóticos, se encontraron con los de Daemon. Su cuello se dobló de una forma antinatural, como si desafiara todas las leyes de la naturaleza.

-Daemon? -susurró Aris, apenas audible. Se giró lentamente, encontrando al joven cazador sentado, con la mirada fija en el cielo. Seguía paralizado, los labios entreabiertos.

Una mancha blanca enorme con quien cruzó la mirada. Sobre su cabeza, dos largos apéndices en forma de cuernos se erguían, retorcidos y afilados, como si fueran las antenas de una criatura de otro mundo, sensibles a la más mínima vibración en el aire. Ojos hipnotizantes, dignos de leyendas y de cuentos de fantasía.

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