La oscuridad lo envolvía como un Sudario. Flotaba en un abismo infinito, sin sentido del tiempo ni del espacio. Solo estaban sus pensamientos, fragmentados como un cristal roto, y una pregunta que resonaba en su mente como un eco eterno: "¿Por qué yo?"
No recordaba su nombre, solo retazos de una vida pasada. Las imágenes se sucedían, fugaces e incoherentes: un escritorio lleno de papeles, un monitor con el logo de Abstergo, y un instante final de traición, el frío acero atravesando su espalda.
La muerte es solo el principio, pensó, aunque no sabía por qué.
De repente, una voz femenina, distante pero cálida, rompió la quietud.
—Tu destino aún no se ha cumplido. Las líneas del tiempo han convergedo, y tú serás la clave para liberar al mundo de su prisión invisible.
Un destello de luz rompió la penumbra, cegándolo momentáneamente. Cuando abrió los ojos, se encontró en un lugar extraño. Ya no flotaba; ahora, el suelo firme de piedra se extendía bajo sus pies. Estaba en una catedral antigua, rodeada de estatuas de ángeles y vitrales que brillaban con la luz del sol. El aire olía a incienso y humedad.
Pero no era solo el lugar lo que era distinto. Era su cuerpo. Miró sus manos: eran fuertes, marcadas por cicatrices y callos que no reconocía. Tocó su rostro, sintiendo una barba que nunca había tenido. En el reflejo de una fuente cercana, vio a un hombre joven, de mirada intensa y mandíbula firme. No era él... pero al mismo tiempo, lo era.
Stolen content warning: this tale belongs on Royal Road. Report any occurrences elsewhere.
Un torrente de memorias lo golpeó como una avalancha. Sabía su nombre: Alexios, un guerrero nacido en Esparta, pero también sabía que no era solo eso. Era un hombre del siglo XXI, un analista de datos en Abstergo, ahora atrapado en el cuerpo de un asesino legendario. De alguna forma, su conciencia había sido lanzada al pasado, al cuerpo de alguien destinado a cambiar la historia.
Una risa amarga se escapó de sus labios. Esto no podía ser real. Y, sin embargo, el peso de la hoja oculta en su muñeca y el tacto del acero en su cintura eran demasiado tangibles como para ser un sueño.
—Esto... esto no puede estar pasando —murmuró, su voz un eco extraño para sus propios oídos.
Antes de que pudiera algo similar más, las puertas de la catedral se abrieron de golpe. Un grupo de soldados irrumpió, sus armaduras brillando bajo la luz. El que lideraba llevaba el emblema de los templarios en su pecho y apuntó a Alexios con una lanza.
—¡Eres un traidor al credo! —gritó el templario—. Ríndete, y quizás te concedamos una muerte rápida.
Alexios se quedó inmóvil por un instante, como si su mente y su cuerpo estuvieran desconectados. Pero entonces, algo profundo en él se encendió. No era solo instinto, sino memoria: un recuerdo grabado en el ADN de su nuevo cuerpo. Con un movimiento fluido, desenvainó su espada y adoptó una postura de combate.
—Si quieren mi vida, tendrán que ganársela —dijo, con una confianza que lo sorprendió incluso a él mismo.
La batalla estaba por comenzar, pero Alexios sabía que esta no era solo una lucha por la supervivencia. Era el inicio de un viaje que lo llevaría a descubrir la verdad sobre su reencarnación y el papel que debía desempeñar en el eterno conflicto entre asesinos y templarios.
Su vida pasada había terminado, pero su historia acababa de comenzar.