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Capitulo 1: ENCUENTRO

Mundo mágico, en las Profundidades del Bosque Encantado.

El Bosque Encantado era un enigma, un vasto laberinto de secretos y magia. Yo, conocida simplemente como Roja, avanzaba con cautela por este reino de misterios. Mis ropas, marcadas por el paso del tiempo y mis innumerables aventuras, estaban adaptadas para moverme con la agilidad de una sombra entre los árboles. La capa que llevaba, una vez un rojo brillante, se había fundido con los tonos oscuros del bosque, haciéndome parte de él.

El aire estaba impregnado de un aroma mezcla de tierra mojada y pino, con un toque extrañamente dulce que se adentraba en mis pulmones, haciéndome sentir cada respiración. El ambiente estaba cargado de una sensación de alta extrañeza y ansiedad. Cada rincón del bosque resplandecía con un brillo mágico retorcido, en un paisaje donde los colores verdes y azules vibrantes se entremezclaban bajo un cielo morado con escasa luz.

Había aprendido a leer los signos de la naturaleza, a interpretar el silencio de los árboles y a anticipar los movimientos de las criaturas que habitaban este lugar. Mis ojos, acostumbrados a la penumbra, vigilaban constantemente el entorno, buscando cualquier indicio de peligro.

Mi daga, un regalo de mi madre, colgaba de mi cinturón, siempre lista para defenderme. La vida en el bosque me había enseñado a ser astuta y resistente, cualidades que me habían salvado en innumerables ocasiones. A pesar de preferir evitar conflictos, no dudaría en enfrentarme a cualquier amenaza que se presentara.

El Bosque Encantado no era un lugar común. Situado en un punto crítico entre el enigmático país de las maravillas y cerca del país de Nunca Jamás, colindaba con el país de Logres. El lugar más próximo era el Reino de Corazones, un lugar lleno de habitantes chiflados y fantásticos. Recientemente el reino había sufrido un golpe de estado y el trono fue usurpado por una gobernante según los rumores infantil y sin experiencia que siempre va acompañada de su mascota felina.

Es lugar era más que un simple conjunto de árboles y senderos; es un ente vivo de magia antigua y poderosa, un horno de criaturas tanto maravillosas como aterradoras, un punto de encuentro para historias y seres de diversos reinos. Sus senderos eran cambiantes, sus árboles susurraban secretos, y sus habitantes, desde las hadas hasta los seres más oscuros, jugaban un papel crucial en el equilibrio entre lo mágico y lo mundano.

Cada paso en este bosque era una aventura, y una amenaza. Las leyendas hablaban de viajeros que se perdían y sus destinos quedaban entrelazados para siempre con las historias del bosque. "Tengo que salir de aquí rápido" ese pensamiento resonaba en mi cabeza. Pero aún con mi experiencia como ladrona y aventurera, me encontraba completamente perdida, dependiendo de mi ubicación podrían pasar incluso semanas de viaje antes de poder encontrar un posible camino para escapar de este laberinto de árboles retorcidos. Eso si no soy atrapada primero en las garras de alguna de las criaturas que habita este lugar.

El crepúsculo se cernía sobre el bosque cuando mis oídos captaron el sonido de la lucha y el dolor: un joven, caído entre las hojas, se arrastraba con una mezcla de miedo y determinación, perseguido por una forma que parecía sacada de un dibujo infantil, pero que yo sabía era cualquier cosa menos inocente.

Los hongos Korudi, con sus sombreros abultados y una piel de un verde brillante salpicada de motas amarillentas, podían ser confundidos con una peculiar variedad de flora del bosque por el observador desprevenido. Pero estos seres eran la personificación de una amenaza siniestra, unos recién llegados al mundo mágico cuyo origen se perdía en el misterio más absoluto. Aparecieron como plaga por todo el mundo hace poco más de una década, ni el más sabio de los magos había podido determinar de dónde habían venido estos seres ni por qué.

Había leído los informes diseminados por tablones de anuncios en gremios y posadas, provenientes de los estudios realizados por Merlín en la universidad de magia de Camelot sobre los Korudi. En sus advertencias, se destacaba la naturaleza insidiosa de los hongos: su capacidad para el engaño, la manipulación y, en última instancia, su escalofriante método de infectar a sus víctimas. Según las investigaciones, en una situación de desventaja, los Korudi podían recurrir a una táctica extrema: sus esporas podían invadir el cuerpo de sus huéspedes, subyugando su voluntad y transformándolos en peones de un ajedrez biológico y macabro.

Este proceso de infección provocaba un deterioro gradual y espantoso en la persona afectada. Al inicio, la víctima parecía normal, pero pronto sus ojos adquirían un tinte rojo intenso y comenzaban a secretar un sudor verdoso. En cuestión de días, el cuerpo de la persona infectada sufría un rápido deterioro, entrando en un estado de descomposición acelerada provocado por el avance parasitario. Lo que quedaba era una carcasa humana, un crisol de crecimiento fúngico del cual nacían nuevos Korudi. Si no se destruía a tiempo, este foco de infección se convertía en un vivero para la proliferación de más hongos.

Los rumores más oscuros hablaban de un alquimista enigmático que había desarrollado una cura para esta terrible aflicción. Sin embargo, la información sobre su identidad, el reino de procedencia y su paradero eran nebulosos, casi llegando a ser considerados un mito. A pesar de la lentitud de la infección, era vital destruir al hongo infectante antes de que pudiera completar su proceso de parasitación.

"¿Quién eres?", pregunté, sosteniendo mi daga con un pulso firme ante la aparición del Korudi, preparada para defenderme de cualquier intento de su engaño letal.

El joven levantó los ojos hacia mí, con su mirada empañada por el sufrimiento pero clara en su súplica. "Thomas," dijo con esfuerzo, mientras el hongo se desplazaba hacia él con una agilidad que contrastaba con su aspecto torpe. "Soy el hijo del herrero de Camelot. Por favor, no les permitas... ¡ayúdame!"

No había tiempo para dudas ni vacilaciones. Con un paso rápido y preciso, me lancé hacia el hongo Korudi. Este, sintiéndose amenazado, desplegó su apariencia más engañosa, haciendo temblar su sombrero en un intento de despertar la simpatía, pero conocía demasiado bien la perversidad que se ocultaba bajo esa fachada.

Con un movimiento fluido y preciso, mi daga se hundió en el centro de la masa verde y bulbosa del hongo. La hoja atravesó su carne con un estallido sordo, como si hubiera perforado una gruesa capa de musgo húmedo y resistente. El hongo Korudi emitió un chillido agudo y penetrante, una sinfonía grotesca de dolor y agonía que resonó a través del bosque como un eco de muerte.

En el instante en que la hoja de la daga se sumergió en su cuerpo, una sustancia viscosa y de olor fétido brotó del corte, tiñendo el acero de mi arma con un líquido verdoso y espumoso. La textura de la herida era repugnante, una mezcla de fibras musgosas y fluidos pegajosos que se aferraban a la daga con una tenacidad nauseabunda.

El cuerpo del hongo comenzó a descomponerse casi al instante, su estructura robusta colapsando en una masa informe y descompuesta. Lo que antes era una entidad viviente se transformaba rápidamente en una pila de desechos orgánicos, deshaciéndose en una papilla verdosa y amarillenta que se esparcía por el suelo del bosque. El olor de la descomposición era abrumador, una esencia que impregnaba el aire y se pegaba a la garganta como una nube tóxica.

El hongo, en sus últimos segundos de vida, parecía retorcerse en un intento patético por mantener su forma, pero la gravedad de la herida era demasiado para su fisiología extraña. En cuestión de segundos, toda semblanza de vida desapareció, dejando atrás solo una mancha repulsiva en el suelo del bosque.

El alivio de Thomas fue palpable, y su gratitud llenó sus ojos mientras luchaba por articular palabras a través del dolor que lo consumía. "No sabía... si alguien vendría, antes de aparecer aquí los hongos habían rodeado el mercado y en la destrucción de la batalla un muro cayó sobre mis piernas, no las puedo mover " confesó con una voz quebrada.

Miré alrededor, consciente de que el grito del Korudi podría haber llamado la atención de otros de su especie. "Parece que serás una carga más pesada de lo que pensé" dije, ayudándolo a recostarse contra la corteza rugosa de un árbol. "Debemos ser rápidos y construir un refugio. La noche cae, y con ella, las sombras se vuelven más audaces."

Mientras el cielo se oscurecía y la noche desplegaba su manto sobre el bosque, la tarea de construir un refugio se convertía en una carrera contra el tiempo. Thomas, con su experiencia como artesano, me indicaba la mejor manera de entrelazar las ramas y las hojas, creando una barrera improvisada pero sólida contra los peligros nocturnos del bosque.

La luna, ascendiendo en el cielo, ofrecía una pálida luz que apenas se filtraba entre el follaje. Las estrellas parpadeaban indiferentes a nuestra situación, y el fuego que había encendido proyectaba sombras errantes sobre el suelo y las figuras deformadas de los árboles circundantes.

Alrededor de nuestra pequeña fortaleza de ramas y hojas, se sentía la presencia vigilante de las criaturas del bosque, una amenaza apenas contenida por el círculo de luz y calor que habíamos creado. A pesar de la seguridad temporal que ofrecía nuestro refugio, sabía que la verdadera batalla por la supervivencia apenas comenzaba.

Con la seguridad de que Thomas estaba lo más cómodo posible dadas las circunstancias, me permití un breve momento para sentarme y observarlo detenidamente, así como también nuestro entorno.

Thomas, incluso en su estado debilitado, mantenía la apariencia robusta de alguien habituado al trabajo arduo. Su ropa, ahora desgastada y manchada de arrastrarse por el suelo del bosque, evidenciaba su pasado en la herrería. Una bufanda verde, posiblemente con algún significado personal, adornaba su cuello, añadiendo un toque de individualidad a su figura desaliñada. En su cinto cargaba un martillo de herrero, probablemente tambien lo usó como arma para defenderse antes de que pudiera llegar. Marcas de humo en su rostro revelaban largas jornadas cerca de los hornos, mientras que su piel ligeramente tostada hablaba de su constante exposición a las inclemencias del trabajo al aire libre.

Sus ojos marrones profundos destilaban una mezcla de determinación y vulnerabilidad, un reflejo de su fortaleza interna frente a las adversidades actuales. El cabello negro como la noche, enmarañado y salpicado de restos del bosque, añadía un toque de desorden a su apariencia. Sin embargo, lo más llamativo eran las heridas en sus piernas. A pesar de sus esfuerzos por ocultarlas, su pantalon rasgado, manchado de sangre y la forma en que evitaba poner peso sobre ellas revelaban la severidad de su condición.

"Gracias por... no dejarme," murmuró Thomas, su voz una sombra de dolor. "Si no fuera por mis piernas..."

"No pienses en eso ahora, entre mis problemas no necesitaba a un infectado persiguiéndome por el bosque" lo interrumpí, sabiendo que la culpa y el 'hubiera' eran tan peligrosos como cualquier criatura que rondara en la oscuridad. "Sobreviviremos esta noche, y mañana, encontraremos una manera de llevarte a un lugar seguro."

Thomas asintió, cerrando los ojos y entregándose al agotamiento que lo reclamaba. Mientras él descansaba, me mantuve alerta, la daga todavía en mi mano, lista para defender nuestro refugio de cualquier cosa que la noche decidiera arrojarnos.

El fuego crepitaba, un pequeño santuario de luz y calor en la vastedad oscura del Bosque Encantado. Me acomodé contra el tronco robusto que formaba parte de nuestro refugio, y la fatiga del día comenzó a hacer efecto en mí. La batalla contra el hongo Korudi, la tensión de la incertidumbre, todo cobró su precio en mi cuerpo y espíritu. Mis párpados se hicieron pesados, y la realidad se fundió lentamente con el mundo de los sueños.

El sueño me reclamó rápidamente, arrastrándome hacia su abrazo inevitable, pero no ofreció refugio contra las turbulencias de mi mente. Los recuerdos del día se entremezclaron con ecos del pasado, creando una marea de visiones que me mantuvieron a la deriva en un mar de inquietud. Hacía apenas cerca de cinco horas desde que el caos había estallado en Camelot, sin embargo, la sensación de desesperanza hacía que pareciera una eternidad.

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En el velo de mi sueño, me vi en el mercado de Camelot, un lugar que estaba impregnado de una tensión que presagiaba caos. Los puestos de mercado y las risas cotidianas dieron paso a gritos estridentes llenos de terror. Los Korudi habían emergido de las sombras, y la ciudad se sumió en el caos más absoluto, sus habitantes se encontraban corriendo desesperadamente buscando refugio de la invasión.

Mi corazón latía desbocado mientras corría por las calles adoquinadas de la ciudad, esquivando a ciudadanos aterrorizados que huían de los hongos Korudi. Estos seres emergían desde las sombras, atacando con una ferocidad que helaba la sangre. Entre el caos, los gritos desgarradores de una madre captaron mi atención. La vi rodeada de hongos, protegiendo desesperadamente a su bebé en brazos.

Sin pensar, tomé una carreta abandonada de un vendedor ambulante y, con todas mis fuerzas, empujé hacia la multitud de hongos. La carreta se abrió paso violentamente entre ellos, derribando a cuantos pude antes de que un obstáculo invisible frenara su avance de golpe, lanzándome al suelo frío y duro.

Aunque dolorida, me levanté rápidamente. Mi arremetida había creado una brecha momentánea, permitiendo que la madre y su bebé escapasen, alcance a divisar en su rostro una estela de agradecimiento. Sin embargo, mi acción no había pasado desapercibida. Los hongos, alertados por el alboroto, se volvieron hacia mí con renovada agresividad.

Arrastrándome y luego corriendo con todas mis fuerzas, intenté alejarme de la horda que ahora me perseguía. Justo cuando la desesperación empezaba a nublar mi juicio en mi huida desesperada, un rayo de luz me golpeó, lanzándome a un vórtice de luminiscencia y sombra. Cuando la claridad se disipó, me encontré en este bosque, desorientada y sola.

Un orbe de luz blanca apareció de repente ante mí, titilando con una fragilidad que sugería que su existencia estaba al borde del final. Lo observé, sintiendo más fascinación que amenaza, atraída por su enigmática presencia. Era como si ese orbe tuviera algo que decirme, una llamada silenciosa que resonaba en mi interior. Al acercarme, la voz suave y etérea emergió del corazón del orbe, repitiendo palabras que parecían un eco distante y urgente: "Reúnelos... sálvalos... encuéntrame... reúnelos... sálvalos... encuéntrame...".

Con cada repetición, la voz se volvía más débil, como un susurro que se disuelve en el viento. El orbe empezó a palidecer, su luz parpadeando precariamente en la oscuridad que nos rodeaba. Luego, en un suspiro de luz, se extinguió completamente, llevándose su mensaje y dejando tras de sí una negrura profunda y un silencio que colmaba mi mente con preguntas sin respuesta.

Desperté de golpe, el sueño fue interrumpido abruptamente. A pesar del extraño final, la imagen de Camelot asediada se aferraba a mi conciencia, una sombra persistente en mi mente. Thomas aún descansaba a mi lado, su respiración tranquila, una antítesis a la tormenta de mis recuerdos. Observé la fogata que él había encendido con una habilidad que desafiaba su estado, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de nuestro refugio improvisado, la destreza de herrero era evidente incluso bajo tales circunstancias.

Thomas yacía recostado, su sueño se veía marcado por una expresión de dolor que su rostro no podía ocultar. A pesar de su grave lesión en las piernas, había logrado reunir la fuerza para recolectar leña y erigir una pequeña barricada con ramas y hojas. Era un esfuerzo monumental para alguien en su estado, y el refugio que había construido, aunque modesto, nos ofrecía protección contra el viento frío que susurraba amenazas de la noche.

Cuando Thomas se despertó sobresaltado por un dolor repentino, se disculpó, su era voz un susurro entre dientes apretados por el malestar. "No quería despertarte," murmuró.

"No te preocupes," respondí con un tono que buscaba ser reconfortante, manteniendo una distancia prudente. "¿Cómo están tus piernas ahora?"

Él esbozó una sonrisa débil, una máscara frágil para su sufrimiento. "He soportado el dolor antes, pero esto... es diferente. Es más intenso, y la impotencia de no poder moverme... es frustrante."

"Necesitas descansar y recuperarte," le dije, la firmeza en mi voz pretendiendo infundirle alguna pizca de confianza. "Mañana buscaré algo que pueda aliviar tus heridas."

A pesar de nuestro intercambio, la cautela seguía siendo mi fiel compañera, un escudo invisible tan necesario como la daga que descansaba a mi lado. Aunque Thomas había mostrado habilidad y un coraje impresionante, la desconfianza era una constante en mi vida, particularmente en un lugar tan traicionero como el Bosque Encantado.

"Cuéntame más sobre ti," sugerí, mientras la curiosidad se tejía través de mis palabras. "¿Cómo es ser el hijo de un herrero en Camelot?"

La sorpresa iluminó brevemente el rostro de Thomas antes de ser reemplazada por una sombra de melancolía. "Siempre esperan algo de mí," comenzó, y su relato fluyó con una honestidad cruda. Habló de la presión de seguir los pasos de su padre, el famoso herrero Nick Chopper, un hombre de gran habilidad y respeto.

La infancia de Thomas estuvo marcada por los maltratos y regaños de su estricto padre, compensado por la calidez y amor de su madre. Era el hermano mayor de 3 hijos. La familia de Thomas estaba establecida en la región montañosa de Winkie, en Oz. Desde pequeño entrenado casi en contra de su voluntad en el oficio que desempeñaba su padre, duras lecciones repletas de dolor y disciplinas, el destino de Thomas parecía estar marcado por otros. Todo empeoró cuando la madre de Thomas desapareció de un momento a otro de manera misteriosa. Al volver a casa junto a sus hermanos y padre despues de un largo día en el taller, la madre de Thomas ya no estaba.

Después de la misteriosa desaparición de la madre de Thomas, la vida en Winkie se volvió insostenible para la familia. El dolor y la incertidumbre pesaban demasiado sobre ellos, especialmente sobre el padre de Thomas, quien estaba agotado

emocionalmente por la búsqueda infructuosa de su esposa. Los constantes recuerdos en cada rincón de hogar natal solo avivaban el dolor de su ausencia, haciendo difícil seguir adelante.

Esta amarga realidad sumió a la familia en un profundo desconsuelo y los llevó a tomar la difícil decisión de dejar atrás su hogar en busca de un nuevo comienzo.

Camelot, con su lejana ubicación y su reputación de ser un lugar donde se podía empezar de nuevo, ofrecía un refugio para sanar las heridas emocionales y reconstruir sus vidas. Aunque Thomas no estaba completamente convencido de dejar su hogar, comprendía la necesidad de su familia de alejarse del doloroso pasado y buscar una nueva esperanza en un lugar desconocido.

Mientras Thomas compartía su historia, un vínculo inadvertido se tejía entre nosotros. La luna ascendía cada vez más en el cielo nocturno, su luz bañaba el Bosque Encantado, pintando de plata los contornos de nuestro refugio. El fuego, ya más débil, aún luchaba contra la oscuridad con sus movimientos hipnóticos de sombras y luz.

"Debió ser difícil, así que eres el herrero que nunca quiso ser herrero", comenté, una sonrisa cansada asomando en mis labios. Thomas asintió, y su mirada se perdía en las llamas, como si en ellas pudiera encontrar la libertad que anhelaba.

"Mi padre... es un hombre de honor, trabajo duro y tradición", dijo Thomas, con una voz que resonaba con respeto y un toque de pesar. "Las fraguas de Camelot retumban con sus creaciones, cada golpe de su martillo escomo el latido de su corazón roto. Rápidamente se hizo de respeto en Camelot, a consta de perderse a sí mismo. Yo nunca pude aceptar su perspectiva y sé que mi destino está en otro lugar y no cubierto de hojalata en el taller, que mi llamado es diferente, aunque no sabía que me llevaría a.... esto."

Asentí en comprensión. "La vida a menudo nos arrastra por caminos inesperados, tienes que aprender a cuidarte solo y a sobrevivir".

Thomas, mirándome con una mezcla de reconocimiento y curiosidad, dijo, "Se nota que eres una superviviente experta. Lo supe en cuanto te vi enfrentarte a ese horrible hongo. Eres Roja, ¿verdad? La chica que hace años salvó a su abuela del temible lobo feroz. Esa historia es conocida en todo el reino de Camelot."

Al escuchar sus palabras, una serie de recuerdos oscuros y tormentosos brotaron en mi mente, como si un velo se levantara para revelar un paisaje de horror. "Sí, soy yo", murmuré. "Es una historia que la gente ama contar".

La fama de esa historia siempre me había seguido, pero la realidad era mucho más oscura y dolorosa que los cuentos que se narraban.

El lobo no era una bestia común; era una entidad demoníaca retorcida, un ser de maldad pura que se deleitaba en la desesperación y el engaño, un doppelgänger que se alimentaba del terror que infundía. Recordé cómo había tomado la forma de mi abuela para atraerme hacía él, un engaño tan macabro y retorcido que helaba la sangre. Su apariencia era una grotesca parodia, su voz una imitación enfermiza que resonaba con maldad. Fue un encuentro que deformó mi percepción de la realidad, enfrentándome no solo a un monstruo, sino a la profanación de mis propios recuerdos.

Recuerdo la sensación de desgarramiento cuando descubrí la verdad, el horror al ver la transformación del ser amado en una bestia infernal.

La lucha con el lobo fue una experiencia que rozaba lo infernal. Sus garras eran cuchillas que desgarraban la carne, y cada ataque suyo estaba imbuido de crueldad. Se alimentaba de mi miedo, disfrutando cada momento de terror que lograba arrancarme. La batalla era salvaje y despiadada; el lobo jugaba conmigo, como un depredador que se deleita con el sufrimiento de su presa antes de asestar el golpe final.

Podía sentir su aliento fétido, sus fauces listas para engullirme. Cuando el lobo finalmente decidió acabar el juego, mostrando su verdadera y monstruosa forma, pensé que mi fin había llegado. Estaba herida, el miedo invadía mi cuerpo, un escalofrió recorría mi espina dorsal, mi energía se desvanecía rápidamente. Pero en ese momento de desesperación absoluta, apareció él: El leñador, el héroe de leyenda. Su entrada fue como una tormenta desatada, su hacha encantada se veía como un rayo que cortaba la oscuridad. El combate entre ellos fue un espectáculo de furia y poder. El lobo, luchó con una ferocidad desenfrenada. Pero el leñador, con su hacha resplandeciente, era una fuerza incontenible.

"Aunque el lobo no fue aniquilado, el leñador logró herirlo gravemente, forzándolo a huir. Ese acto de valentía salvó mi vida, pero las cicatrices emocionales y físicas de esa noche nunca me abandonaron. Mi abuela quedó sumida en un estado de constante terror y paranoia, y no pasó mucho tiempo antes de que falleciera. Consumida por la tristeza, mi madre me culpó por lo ocurrido, y el dolor causado por sus palabras me alejó de ella para siempre. El encuentro con el mal puro cambió mi vida, moldeando la persona en la que me he convertido. Desde entonces, he vivido sola, robando y haciendo lo necesario para sobrevivir."

Thomas me observó, la sombra de los relatos de mi pasado se reflejaba en sus ojos. "No imaginé que esa historia fuera tan... intensa," dijo, con voz baja, llena de un nuevo entendimiento.

"Cuando la gente se entera de mi pasado, me rechazan, en las historias podré ser una sobreviviente, pero la sociedad me trata como si estuviera maldita, es una parte de mi vida que llevo siempre conmigo," le dije, sintiendo el peso de aquellos oscuros recuerdos. "Una lección sobre el mal que acecha en este mundo, y la fuerza que se necesita para enfrentarlo." Le di una sonrisa triste. "Forma parte de quién soy ahora. Esas experiencias...cambian a una persona. Me enseñaron a ser fuerte, a sobrevivir."

Con esa breve conversación bajo el cielo que lentamente se aclaraba, sentí cómo la comprensión mutua entre nosotros se profundizaba. A pesar de mi instinto de mantenerme alerta, la valentía y el ingenio de Thomas merecían un respeto que no podía negar.

Al amanecer, el Bosque Encantado estaba cubierto por un velo de misterio y peligro. Thomas, aún recostado y mostrando claras señales de dolor, observaba las primeras luces del día con ojos que reflejaban una mezcla de esperanza y resignación. A su lado, la fogata de la noche anterior se había convertido en un tenue resplandor, sus brasas moribundas luchando contra el avance del alba.

Observé las heridas de Thomas, sintiendo una urgencia en mi pecho. Sus piernas inmóviles y la expresión de dolor en su rostro eran un recordatorio constante de la precariedad de nuestra situación. No había tiempo que perder; su estado empeoraba a cada momento y en su condición, sería un blanco fácil en caso de una taque. Recordé los viejos libros de alquimia que mi abuela me había regalado, textos que hablaban sobre la creación de pociones, un arte esencial para cualquier aventurero en el mundo mágico.

"Voy a buscar la hierba de la vida, es el ingrediente básico para una poción de salud. No te curará completamente, pero al menos debería ayudarte a soportar el dolor hasta que encontremos una cura mejor o lleguemos a un lugar seguro." le anuncié a Thomas, mientras me preparaba para la búsqueda.

En el arte de la alquimia, la creación de una poción de salud es considerada fundamental, casi tan básica como mezclar agua con la mítica hierba, imbuida con poder mágico.

La hierba de la vida es conocida por crecer en todo el mundo mágico donde las concentraciones de magia son más fuertes, a menudo encontrándose en lugares bañados por la luz natural del sol o de la luna, que permite su florecimiento. Es una planta baja, de tallos delicados, coronada por una flor blanca que recuerda a un corazón, un símbolo de la vida que puede brindar.

Thomas, con una mirada llena de gratitud mezclada con la preocupación propia de quien no quiere ser una carga, asintió. "Ten cuidado, Roja. Este bosque esconde más peligros de los que se pueden ver. He oído historias..."

Antes de sumergirme en las sombras matinales del Bosque Encantado, me aseguré de que Thomas tuviera todo lo necesario para mantenerse durante mi ausencia. Le dejé una hogaza de pan que había tomado del mercado de Camelot, así como algunas bayas que habíamos recolectado en nuestro camino al refugio. Aunque no era mucho, era vital que conservara sus fuerzas, especialmente en un estado tan vulnerable.

Siguiendo las instrucciones de Thomas, mejoramos el mango de su martillo de artesano para convertirlo en algo parecido a un martillo de guerra, un arma que le permitiría defenderse si llegara a necesitarlo. A pesar de la gravedad de sus heridas, su determinación por no ser inútil era clara. "No sé cuánto podré hacer con esto, pero no caeré sin luchar," dijo con una mezcla de desafío y gratitud.

"Volveré tan pronto como pueda," prometí, sintiendo el peso de la responsabilidad en mis hombros. Cada minuto que pasábamos separados era un riesgo en el siempre cambiante y peligroso Bosque Encantado. Pero era un riesgo necesario; sin la hierba de la vida, las posibilidades de Thomas se reducían drásticamente, tenía los días contados y solo eso podría ayudarlo ahora.

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