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El rey de la espada de madera [Spanish, Español]
Capítulo 1, 2 [Spanish, Español]

Capítulo 1, 2 [Spanish, Español]

La región en la que se desenvuelve nuestra historia es un paraje mágico y cautivador, rodeado de una exuberante vegetación y extensos campos de cultivo. La tierra es fértil y el clima es cálido, con ráfagas revitalizantes que soplan de vez en cuando para refrescar el ambiente. El terreno es suave y ondulado, adornado por lomas verdes que se extienden hasta donde la vista alcanza. En el horizonte se vislumbran algunas montañas nevadas que reflejan los rayos del sol al atardecer.

En los alrededores de aquellos campos, se pueden encontrar variados árboles, incluyendo pinos, árboles frutales y robles. Los campos de cultivo son numerosos, con plantaciones de maíz, trigo, frijoles, calabaza, y tomate, entre otras. Además, varios ríos y arroyos serpentean por la zona, ofreciendo agua cristalina a la fauna y a los agricultores.

En el centro de aquél vasto territorio se ubica una pequeña aldea, donde moran los habitantes locales. Las viviendas son humildes, construidas con muros de adobe y techos de tejas de barro. Un mercado semanal se instala en la plaza principal, donde los campesinos comercializan sus productos. En el centro de la aldea, la vida se desarrolla a un ritmo tranquilo pero constante. Se pueden escuchar los sonidos de las gallinas cacareando y de los cerdos gruñendo, mientras los niños juegan en las calles empedradas. El suelo es de tierra apisonada, cubierto por pequeñas piedras y arena que le dan una textura rugosa. Alrededor de la plaza, se encuentran los puestos de los vendedores, llenos de color y sabor. Los olores a pan recién horneado, a frutas frescas y a especias invaden el aire, creando un ambiente acogedor y hogareño. Algunos perros callejeros corretean entre las mesas de los vendedores, en busca de algo que comer. Es un lugar lleno de vida y energía, que muestra la esencia misma de la comunidad campesina.

A un lado de la plaza se encuentra una pequeña tienda de abarrotes, mientras que del otro lado hay un puesto de verduras y hortalizas frescas. En una de las entradas de la aldea está el puesto de pan recién horneado, mientras que en la otra se encuentra un pequeño taller de carpintería. También hay una pequeña herrería y una tienda de telas y ropa. Todo esto rodea un gran árbol centenario que brinda sombra y frescura a los clientes y comerciantes.

La entrada norte de la aldea se veía más concurrida de lo normal, y la razón era una carreta algo vieja y herrumbrada que se acercaba. El hombre que la conducía era de mediana edad, con cabello castaño que caía en desorden sobre su frente. Vestía una camisa blanca y unos pantalones de tela gruesa, tenía la piel curtida por el sol y el trabajo en el campo. En la parte trasera de la carreta jugueteando con una pequeña vara de abedul en la mano derecha, iba un chico de cabello rubio cuyo brillo se notaba a la distancia. Era Lucas, hijo del conductor de la carreta, y parecía estar absorto en sus propios pensamientos mientras su padre manejaba el vehículo hacia la plaza principal de la aldea.

En la carreta, cubierta por una lona marrón, Lucas y su padre llevaban una variedad de productos frescos que habían cultivado en su campo: verduras, legumbres, así como huevos y queso. Su destino era la plaza central, donde esperaban vender sus productos a los habitantes de la zona.

La carreta se detuvo junto a uno de los puestos de la plaza y el hombre de mediana edad se bajó primero. "Ven, ayúdame a bajar esto", le dijo a Lucas mientras extendía la mano. Juntos, bajaron los cajones y los sacos de la carreta, colocándolos cuidadosamente sobre el suelo.

"¿Qué tenemos aquí?", preguntó el padre de Lucas mientras abría uno de los cajones. "Un poco de maíz, frijoles, algunas verduras frescas... todo lo que crece en nuestros campos", respondió mientras se ajustaba el sombrero de paja que llevaba en la cabeza.

De repente, el padre de Lucas recordó algo. "Oh, casi lo olvido. Ana la panadera nos pidió que le lleváramos un poco de queso, leche y algunos huevos", dijo mientras sacaba un pequeño costal de la carreta y se lo entregaba a Lucas.

"Voy a llevárselo ahora mismo, papá", dijo Lucas mientras sostenía el costal con fuerza.

"Perfecto. Ya sabes dónde se encuentra su tienda", respondió su padre mientras se dirigía hacia otro puesto para hacer más negocios.

Lucas saltaba y corría por la plaza con su rama de abedul en la mano, moviéndola con gracia como si estuviera en un duelo de esgrima. A su alrededor, la tierra se levantaba en pequeñas nubes de polvo mientras se deslizaba y esquivaba los "ataques" imaginarios de su oponente invisible. Con cada movimiento, el sol reflejaba un brillo dorado en su cabello rubio y en su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción por la victoria que estaba imaginado.

Después de desplazarse con ligereza por la plaza, llegó con la panadera, una mujer de mediana edad con cabello castaño claro y rizado. Tiene una sonrisa amable y siempre saluda a sus clientes con entusiasmo. Viste un delantal blanco sobre su vestido floreado y lleva su cabello recogido en un moño. Sus ojos son grandes y marrones, y siempre brillan con una chispa de alegría.

Lucas se acercó a la panadera, quien estaba atendiendo a un cliente en su pequeña tienda. Al verlo, ella le sonrió amablemente y dejó a un lado su conversación con el cliente. Lucas le entregó el saco con los productos que su padre le había pedido que llevara y le preguntó por los encargos de la siguiente visita.

"¡Hola, Lucas! Gracias por traerme los productos. Espera un momento, ¿quieres?", dijo la panadera mientras tomaba el saco de sus manos. "Claro, sin problema", respondió Lucas, blandiendo su rama de abedul. La panadera buscó en su delantal y sacó una pequeña lista que ya tenía preparada. "Aquí está la lista de lo que necesito para la siguiente semana. ¿Puedes encargarte de ello?", preguntó la panadera.

"¡Por supuesto! Me aseguraré de que mi padre lo tenga en cuenta para nuestra próxima visita", respondió Lucas con una sonrisa mientras recibía las monedas de cobre y las guardaba en su bolsillo. "Muchas gracias. Nos vemos en la próxima visita", dijo antes de despedirse y salir de la panadería.

Con su pequeña rama de abedul en la mano, Lucas caminó de regreso a la carreta para ayudar a su padre a cargar los productos que ya habían vendido en el mercado. Mientras lo hacía, seguía imaginándose en una emocionante aventura de caballeros y dragones, saltando sobre charcos de lodo y esquivando arbustos.

Después de una mañana de trabajo ayudando en la tienda, el padre de Lucas le dio la tarde libre para jugar con los niños de la aldea. Le dijo que regresara a la carreta cuando el sol apenas tocara el horizonte.

Lucas asintió con la cabeza y meneando nuevamente su vara de abedul corrió hacia las afueras de la pequeña aldea.

No muy lejos de las casas que bordeaban el pequeño poblado se encontraba un pequeño río que cruzaba el camino principal. Lucas observó el agua cristalina del riachuelo mientras buscaba bajo el puente con curiosidad. No encontró ningún gnomo ni criatura extraña, pero su imaginación seguía volando. Decidió caminar por el borde, saltando sobre las piedras y las ramas que sobresalían del agua. Mientras tanto, buscaba con la mirada algún otro lugar donde pudiera vivir una aventura. No había pasado mucho tiempo cuando un grito agudo y desesperado rasgó el aire, llenando el ambiente con un tono de urgencia. Era el tipo de grito que erizaba la piel y hacía que el corazón latiera más rápido. Lucas sintió una mezcla de temor y coraje al reconocer que era la voz de una anciana, alguien que necesitaba ayuda.

Sin pensarlo dos veces, Lucas apretó el agarre de su "espada" y corrió en dirección al grito. Sus pasos se volvieron cada vez más rápidos mientras su determinación y valentía crecían. Cuando llegó al lugar de donde provenía el alarido, encontró a una anciana encogida de miedo, con los ojos fijos en una rata enorme que se arrastraba a sus pies. La bestia medía casi medio metro de largo y tenía unos colmillos afilados y amenazantes que brillaban bajo el sol.

Lucas no dudó. A pesar del miedo que sentía ante la rata monstruosa, sabía que era su deber proteger a la anciana y a su aldea. Levantó su rama-espada con determinación y adoptó una postura valiente, listo para enfrentarse al enemigo.

En un movimiento rápido y preciso, Lucas atacó a la rata con todas sus fuerzas, golpeándola en el costado y lanzándola lejos de la anciana aterrorizada. El impacto fue tal que la rata quedó aturdida, permitiendo a Lucas dar un segundo golpe antes de que la criatura tuviera tiempo de reaccionar. Con un último chillido, la rata huyó, dejando atrás un rastro de terror.

La anciana, aun temblando, miró a Lucas con profundo agradecimiento en sus ojos. Para ella, ese joven muchacho con una simple rama en la mano había sido un guerrero valiente. Y en ese momento, Lucas comprendió que su sueño de convertirse en un guerrero no estaba tan lejos de la realidad.

Aquella anciana, con lágrimas en los ojos, tomó las manos de Lucas y le dijo: "Gracias, joven valiente. Me has salvado. No sé qué hubiera sido de mí sin tu ayuda."

Lucas, sonriendo con modestia, respondió: "No fue más que mi deber."

Decidida a mostrar su gratitud, la anciana sacó de su bolsillo un par de monedas de cobre y las extendió hacia Lucas. "Por favor, acepta esto como una muestra de mi agradecimiento. No es mucho, pero quiero que sepas cuánto aprecio lo que has hecho por mí."

Lucas, sorprendido, intentó rechazar el ofrecimiento. "No puedo aceptar su dinero. Solo estaba haciendo lo correcto."

Sin embargo, la anciana insistió, cerrando la mano de Lucas alrededor de las monedas. "No, querido, insisto. Quiero que las tengas. Tal vez te sean útiles y mereces ser recompensado por tus valientes acciones."

Lucas, viendo la determinación en los ojos de la anciana, decidió aceptar el regalo con gratitud y humildad. "De acuerdo, señora. Aceptaré sus monedas como un símbolo de nuestra amistad. Gracias por su generosidad."

Mientras Lucas y la anciana conversaban, el sonido de varios cascos de caballo golpeando el puente cercano interrumpió su charla. Ambos dirigieron su atención hacia el origen del ruido, y Lucas observó con asombro cómo un pequeño grupo de hombres montados se acercaba a la aldea. El líder del grupo lucía una armadura de hierro brillante y se lograba ver cómo una espada colgaba en su cintura, lo que le otorgaba un aspecto imponente y majestuoso.

No era común ver guerreros en la aldea, y la curiosidad de Lucas se encendió de inmediato. Despidiéndose de la anciana con un gesto respetuoso, Lucas corrió detrás del grupo de hombres, decidido a descubrir quiénes eran y qué los había llevado a su pequeño pueblo.

A medida que seguía a los jinetes, Lucas no pudo evitar sentir una emoción que le recorría todo el cuerpo. La posibilidad de encontrarse cara a cara con guerreros reales le encendía todas sus emociones.

El grupo de hombres avanzó por las calles empedradas de la aldea, atrayendo las miradas curiosas y asombradas de los aldeanos. Algunos murmuraban entre sí, especulando sobre el propósito de su visita, mientras otros simplemente observaban en silencio, admirando la presencia imponente de los guerreros hasta que los jinetes llegaron a la plaza central. El líder del grupo, montado en su imponente caballo marrón, desmontó con elegancia y se acercó al gran árbol que se levantaba en el centro de la plaza.

Lucas observaba desde una distancia prudente, intrigado por lo que estaba a punto de suceder. El guerrero de la armadura de hierro brillante, con un porte seguro y autoritario, colocó un panfleto en el tronco del árbol. Acto seguido, levantó la mano y llamó a las personas cercanas, invitándolas a reunirse a su alrededor.

"¡Atención, habitantes de esta aldea!", exclamó el líder con voz firme y resonante. "Tengo una noticia importante que compartir con todos ustedes".

Los aldeanos, incluido Lucas, se acercaron con curiosidad y cautela, expectantes ante el mensaje que el guerrero tenía para ellos. Una vez que todos estuvieron reunidos, el líder continuó.

"El reino ha emitido una orden urgente: es necesario establecer un toque de queda en todas las aldeas, incluida esta", anunció el líder con seriedad en su voz. "Todos deben permanecer en sus hogares con las puertas cerradas y atrancadas durante la noche. La razón de esta medida es la siguiente: hemos estado persiguiendo a un troll de la montaña que ha atacado los pueblos cercanos, causando destrucción y poniendo en peligro la vida de sus habitantes. Los rastros del troll se han perdido en el bosque colindante a esta aldea, Khalos. Hemos sido enviados para proteger sus tierras y sus vidas, estaremos patrullando toda el área para asegurarnos que todos ustedes no corran peligro y solo nos iremos cuando recibamos información de que el troll ha muerto o ya no representa ningún peligro para su aldea"

Los aldeanos intercambiaron miradas de preocupación y miedo. Un murmullo de inquietud recorrió la multitud mientras la noticia del peligro inminente se asentaba en sus mentes. Las familias comenzaron a hablar entre sí, discutiendo cómo proteger sus hogares y la seguridad de sus seres queridos.

Lucas se acercó al panfleto que había en el gran árbol de la plaza. En el centro del cartel, se podía apreciar una imagen aterradora de la bestia que amenazaba a la aldea: un ser enorme, de aproximadamente tres metros de alto. Sus brazos eran gruesos y musculosos, terminando en manos con garras afiladas. Su rostro mostraba una expresión feroz y sanguinaria, con unos ojos que parecían arder de ira y maldad. Los dientes sobresalían de su boca desproporcionada.

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Debajo de la ilustración, en una caligrafía cuidada y elegante, se encontraban las instrucciones específicas del toque de queda. Los aldeanos debían permanecer en sus hogares desde el anochecer hasta el amanecer, asegurando que todas las entradas estuvieran cerradas. Se les advertía que no encendieran fuegos ni hicieran ruido, para evitar atraer la atención del troll.

Al ver el cartel, los aldeanos no pudieron evitar sentir un escalofrío recorriéndoles la espalda. La imagen del troll en el panfleto era un recordatorio constante del peligro inminente que enfrentaba la aldea, y la necesidad de cooperar y seguir las instrucciones al pie de la letra para mantenerse a salvo.

Mientras los aldeanos acataban las normas del toque de queda, se podía sentir una atmósfera de tensión y preocupación en el aire. Los niños eran rápidamente llevados a sus hogares por sus padres, y los comerciantes cerraban sus puestos antes de lo habitual, apresurándose a llegar a casa antes de que cayera la noche.

Lucas, a sus 11 años, estaba consciente de los peligros que representaba enfrentarse al troll. Aunque anhelaba convertirse en un guerrero algún día, sabía que no estaba preparado para enfrentar una amenaza tan formidable en ese momento.

Cuando escuchó la voz de su padre llamándolo, Lucas acudió rápidamente a su encuentro y lo ayudó a cargar las últimas cajas de productos en la carreta. Habían vendido casi todo ese día en la aldea, y era crucial llevar los productos y cajones restantes a casa antes de que comenzara el toque de queda. Juntos, Lucas y su padre llevaron la carreta de vuelta mientras el sol comenzaba a ponerse en el horizonte. El camino de regreso no era tan largo, ya que la aldea quedaba a pocos kilómetros de los campos del padre de Lucas, en los cuales se encontraba su pequeña casita de adobe donde él, sus padres y su hermana Clara vivían apaciblemente.

Aprovechando el camino de regreso, durante el silencio de los campos, el padre de Lucas decidió hablar con su hijo sobre el miedo que causaba la amenaza del troll en la aldea y la importancia de mantenerse a salvo.

"Lucas, hijo, sé que has escuchado sobre el troll que ha estado aterrorizando a las aldeas cercanas. Los forasteros que pasaron por nuestra tienda hoy me contaron historias aterradoras sobre estas bestias. Dicen que son criaturas enormes, con una fuerza descomunal y una gran capacidad para destruir todo lo que encuentran a su paso. Tienen piel gruesa y áspera, casi como piedra, lo que los hace difíciles de herir, también dicen que tienen un oído muy agudo y sensible para escuchar a cualquiera que les aceche, suelen alimentarse de animales grandes, pero también se sabe que atacan aldeas en busca de comida o de personas mismas."

Lucas escuchaba atentamente mientras su padre continuaba. " No quiero que te acerques al bosque Khalos bajo ninguna circunstancia. Además, debes prometerme que siempre estarás en casa antes del anochecer. También quiero que sepas que tienes una gran responsabilidad con tu hermana Clara. Mientras estés en casa, debes cuidarla y protegerla en todo momento. Ella es joven e inocente, y confía en ti para mantenerla a salvo."

Lucas, consciente de la importancia de su papel como hermano mayor, asintió con determinación.

Con estas promesas, Lucas y su padre siguieron su camino hacia casa, sintiendo la responsabilidad que recaía sobre ellos en estos tiempos difíciles. Sabían que, aunque el miedo y la incertidumbre acechaban a su aldea, la familia debía permanecer unida y cuidarse mutuamente para enfrentar cualquier adversidad que se les presentara.

Al llegara su hogar, el padre de Lucas comentó lo sucedido con la familia, se aseguraron de que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas y atrancadas, siguiendo las instrucciones del panfleto, apagaron la chimenea y la lámpara de aceite del comedor, metieron los animales a sus corrales y fueron a dormir, deseando que la noche fuera tranquila.

Esa misma noche, mientras todos dormían, Lucas no paraba de pensar en aquél monstruo del panfleto, ¿cómo lo derrotarían? ¿serían capaces de encontrarlo? Mientras se hacía estas preguntas escuchó ruidos inquietantes cerca de los corrales de los animales. Temiendo que una banda de coyotes pudiera estar atacando, salió cautelosamente para investigar. Siguiendo aquellos sonidos que provenían detrás de una colina cercana, ¡vio a los guerreros luchando contra el enorme trol!

Uno a uno, aquellos guerreros habían caído malheridos, incapaces de enfrentarse a la monstruosidad que tenían ante sí. El último en pie era el guerrero de armadura brillante, que estaba siendo apresado por las colosales manos de la criatura. La bestia comenzó a apretarlo con fuerza, dispuesta a acabar con su vida.

Lucas recordó las palabras de su padre, actuando rápidamente, corrió hacia el grupo de guerreros caídos y tomó un escudo y una espada que estaban en el suelo. Golpeó el escudo con todas sus fuerzas con la espada que había levantado, creando un estruendo ensordecedor que resonó por toda la zona.

El troll, aturdido por el ruido, soltó al guerrero de armadura brillante. Aprovechando el momento, el guerrero se recuperó y, con una serie de movimientos rápidos y precisos, atacó al troll en sus puntos débiles, el estómago, el cuello, el empeine de sus enormes pies, y finalmente, usando toda su fuerza y habilidad, asestó un golpe mortal al corazón de la bestia, que cayó al suelo sin vida.

Mientras tanto, el estruendo había alertado al padre de Lucas, quien llegó corriendo con una antorcha en la mano, preocupado por su hijo. Antes de que pudiera regañar a Lucas por salir de casa, los guerreros heridos, agradecidos por la intervención del joven, le elogiaron por su valentía y astucia. A pesar de su corta edad, había demostrado gran coraje y habilidad al enfrentarse al troll sin luchar directamente contra él.

El guerrero de la armadura brillante, aun recuperándose del enfrentamiento, se acercó a Lucas y le dijo con sincera gratitud: "Eres muy valiente, si no hubiera sido por ti, esta criatura nos hubiera asesinado a todos y seguiría causando destrozos en las aldeas cercanas. Gracias por salvarnos."

Luego, el guerrero se quitó el casco, revelando su rostro. Era un hombre de edad madura, con cabello negro corto y una barba cuidadosamente recortada que enmarcaba su mandíbula fuerte. Sus ojos azules, llenos de experiencia y sabiduría, brillaban con aprecio por el joven Lucas. A pesar de las cicatrices que llevaba en su rostro, era evidente que este guerrero era un líder nato, con una presencia imponente.

El guerrero preguntó con una sonrisa amable: "¿Cuál es tu nombre, joven valiente?"

"Lucas", respondió el chico con orgullo.

"Soy Magnus", dijo el guerrero, presentándose con una inclinación respetuosa de su cabeza. "No olvidaré tu valentía, Lucas. Has demostrado un gran coraje y astucia en esta batalla, y estoy seguro de que tienes un futuro prometedor por delante. Me gustaría que nos acompañaras a llevar el cuerpo del troll ante el alcalde de la ciudad, para que también seas reconocido por tu valía. Siempre que tu padre así lo permita"

El padre de Lucas, asombrado y orgulloso, no pudo evitar sentir admiración por su hijo. Se había quedado sin palabras sobre lo que estaba presenciando. Con una mirada preocupada pero orgullosa, el padre de Lucas asintió ante la propuesta de Magnus y dijo: "Está bien, pero solo si yo también puedo acompañarlos. No dejaré a mi hijo solo en algo tan peligroso. Estaré a su lado para protegerlo."

Magnus sonrió comprensivamente y respondió: "Por supuesto, entendemos tus preocupaciones como padre. Será un honor tener a ambos con nosotros. Vuelvan a este mismo sitio apenas el sol muestre sus rayos sobre la colina, partiremos al amanecer."

Magnus regresó con su grupo de guerreros para sanar sus heridas y prepararse para el largo viaje a Ciudad Esmeralda.

El pequeño grupo de soldados acompañados por Lucas y su padre avanzaban tranquilamente cruzando las lomas del final de los campos. Magnus encabezaba el grupo y entonaba una canción sobre valientes guerreros que hacía que Lucas moviera la cabeza de un lado a otro al son de la canción.

Khalos como llamaban al bosque, se extendía ante ellos, imponente y lleno de misterios. Magnus, con su experiencia de guerrero, advirtió al grupo sobre los peligros que acechaban en la oscuridad del bosque durante la noche.

"El bosque de Khalos es conocido por ser peligroso cuando cae la noche. Criaturas nocturnas y sombras inquietantes caminan entre los árboles. Debemos apresurarnos si no queremos enfrentarnos a la oscuridad aquí adentro", les advirtió Magnus con seriedad.

Lucas asintió con determinación, su padre, emocionado por ir a la ciudad, pero preocupado por el peligro, también asintió. El grupo aceleró el paso, adentrándose en el denso bosque con la esperanza de llegar a la ciudad antes de que la noche cayera por completo. El susurro de las hojas y el crujir de ramas creaban una atmósfera cargada de tensión mientras avanzaban entre los altos árboles.

A medida que se adentraban más en el bosque el aroma a petricor era más penetrante, el sol descendía rápidamente en el horizonte, arrojando sombras largas y oscuras sobre el camino. La promesa de la ciudad y el reconocimiento aguardaban más allá de los árboles, pero el bosque de Khalos guardaba sus secretos, y la oscuridad acechaba, esperando revelarlos.

Después de agotadoras horas de atravesar la maleza densa del bosque, un alboroto repentino en la vegetación captó la atención del grupo. Todos se pusieron en alerta, temiendo un posible ataque o emboscada por parte de alguna criatura feroz. Sin embargo, en lugar de peligro, varias luces tenues de color verde lima comenzaron a emerger a su alrededor.

"¡¿Son hadas?!" exclamó uno de los soldados, rompiendo la tensión inicial. La danza encantadora de estos seres y la melodía suave que emanaban capturaron la atención de todo el grupo. Era un espectáculo asombroso: luces titilantes y brillantes danzaban por doquier, mientras cientos de aleteos ligeros, como el batir de enormes mariposas, resonaban en armonía. Un aroma dulce, desconocido para las narices de Lucas, impregnaba el aire.

Lucas al igual que el resto del grupo se vio sumido en aquel espectáculo mágico. Para Lucas; todo a su alrededor parecía, de alguna manera, distante, hasta que una ligera sensación rompió su concentración como si de un impulso se tratara. Algo lo llamaba, sentía como si a gritos pidieran que corriera hacia el lado derecho en dirección a la espesura del bosque y aunque intentó resistirse, aquel presentimiento resultó ser muy fuerte, apartándolo del grupo.

Lucas se aventuró más profundamente en el bosque, donde la oscuridad comenzaba a colarse entre cada rincón. El único sonido que rompía el silencio era el crujir de las hojas bajo sus pasos, y una brisa suave refrescaba su sudoroso rostro. Con cada paso, la oscuridad parecía intensificarse, su piel se erizaba en una mezcla de temor y, paradójicamente, calma.

De repente, se dio cuenta de que había llegado a un lugar donde la oscuridad era casi total. A su alrededor, solo podía distinguir la silueta de los árboles que se erguían en todas las direcciones. El miedo se apoderó de él, era como si el bosque mismo estuviera tratando de contarle algo.

En ese momento de incertidumbre, las pequeñas luces verdes de las hadas comenzaron a emerger de los árboles circundantes. Eran como estrellas diminutas que danzaban en el aire. Las hadas le llamaron con sus melodiosos cánticos y lo guiaron a un pequeño claro en medio del bosque. En el centro, una luz más intensa se formó en el suelo, una luz que no era incandescente, pero era espectacular, mágica de alguna manera, dorada y cálida, como si de un lingote de oro bajo los rayos del sol se tratara.

Lucas, cautivado por aquel resplandor, se acercó cautelosamente. Al principio, solo veía una esfera de luz, una danza de destellos dorados que parecían flotar en el aire. Pero cuando se inclinó más cerca, como si un velo mágico se desvaneciera, la luz cedió su brillo y reveló la figura diminuta de un ser extraordinario.

En el centro de esa esfera de luz, emergió un ser pequeño y tierno, con un pelaje dorado que resplandecía como si estuviera bañado en luz de luna. Sus orejas puntiagudas se asomaban curiosamente entre la suavidad de su pelaje, y sus diminutos ojos casi imperceptibles chispeaban con una curiosidad juguetona. Su hocico puntiagudo se movía con agilidad, olfateando el aire con una destreza que solo los habitantes del subsuelo parecían poseer.

A medida que la luz se desvanecía, la forma del ser se revelaba claramente: era un topo, pero no uno común. Su pelaje dorado resaltaba contra el fondo oscuro de la noche, y sus patas, delicadas y ágiles, sugerían una conexión especial con la magia del bosque.

Lucas estaba sorprendido, a pesar de haber estado en el campo toda su vida, nunca había visto un topo dorado, así que extendió su mano lentamente y con cautela, anhelando acariciar aquel pelaje tan vibrante, tan mágico. El topo percibió el acercamiento, pero en lugar de huir, acercó su puntiaguda nariz con forma de estrella hacia la mano de Lucas, emitió ruiditos suaves y reconfortantes, como un susurro de bienvenida. Olisqueó la mano de Lucas, explorando con curiosidad, y con una agilidad sorprendente, trepó por el brazo de Lucas hasta llegar a su hombro.

El topo dorado, ahora asentado en el hombro de Lucas, emitía sonidos que parecían risitas de alegría. Sus pequeñas patitas y su pelaje suave transmitían una sensación de ternura. Lucas, superando cualquier temor inicial, sonrió ante esta situación tan peculiar. De repente, como si la respuesta estuviera en sus pensamientos, un nombre surgió en la mente de Lucas: "Nino", susurró. El topo, como si hubiera comprendido la conexión, expresó su alegría al escuchar esa palabra brincoteando y haciendo pequeños chillidos similares a gritos de emoción. "¡También me encanta ese nombre!", exclamó Lucas con entusiasmo.

Pero la mezcla de emociones se detuvo en seco. "¡Creo que me he perdido, no sé a dónde han ido todos los demás, o no sé si yo me alejé!" Gritó Lucas con desesperación y temor. Se encontraba solo con Nino en el hombro, en un bosque lúgubre donde las siluetas de los árboles se extendían hacia las estrellas, y solo tenues rayos de luna iluminaban las hojas que se mecían por el viento. El temor le invadió, como si sus sentidos se magnificaran; escuchó el crujir de las hojas detrás de él, y luego a un lado, luego hacia el otro. Algunos animales se escuchaban a lo lejos. Pudo comprender que, aunque el bosque pareciera vacío, estaba lleno de vida.

Lucas se encontraba perdido en la oscura espesura del bosque, su corazón latía con ansiedad mientras se daba cuenta de que no sabía cómo regresar. En ese momento de desesperación, Nino descendió de su hombro y, con una pequeña seña, indicó a Lucas que lo siguiera.

Fue entonces cuando Lucas notó que las pequeñas huellas que Nino dejaba a su paso eran visibles en el suelo. Una chispa de esperanza iluminó sus ojos. Siguiendo las huellas que él mismo había dejado al llegar.

El bosque, que previamente parecía un laberinto oscuro e impenetrable, ahora se volvía más familiar con cada paso. Las huellas en el suelo eran como hilos que conectaban el camino de vuelta a la seguridad de los soldados y su padre. Con la guía del topo, Lucas avanzó con determinación, agradeciendo internamente la inteligencia y astucia de su pequeño compañero.

Finalmente, las sombras del bosque se disiparon mientras emergían en el claro donde todos lo demás aguardaban, aún absortos por el juego de luces que mostraban las hadas entre los árboles.

Cris, cris, el sonido de las hojas al crujir mientras se acercaba Lucas despertó la atención de su padre y el grupo de soldados. Ahora las hadas habían desaparecido. Todos se miraron los unos a los otros y una mirada de terror se dibujó en los rostros de cada uno. De un momento a otro, el bosque estaba ennegrecido. ¿Cuánto tiempo habían pasado mirando a las hadas? Ahora, todo era oscuridad, una oscuridad que se cerraba sobre ellos como un manto denso. La luna, antes brillante, ahora apenas asomaba entre las sombras. Un escalofrío recorrió la espalda de Lucas, y el grupo de soldados se apresuró a encender antorchas, buscando desesperadamente un rastro de luz en la negrura que los rodeaba para continuar su camino.

“¡Esto es increíble! No puedo creer que de un momento a otro se hizo de noche, ¡Esas condenadas hadas nos embrujaron!” gritaba Magnus. “Vayamos con mucho cuidado, mantengan las antorchas a fuego bajo, y desenvainen sus armas. No sabemos lo que podremos encontrar en este bosque”. Concluyó Magnus mientras encabezaba el grupo, caminando lentamente a través del denso y oscuro bosque.

Avanzaban lentamente a través de aquella maleza, el crujir de las hojas enmudecía los sonidos propios del bosque y cada tanto el grupo se detenía para corroborar que aquella rama que había sonado a la distancia era el resultado de alguna pequeña alimaña. Habían caminado varias horas, cuando de pronto, la luz de la luna se ocultó. El bosque dejó de mecer sus ramas y los ruidos propios de los bichos y pequeños animales cesaron. Un silencio absoluto cubrió la oscuridad, el crujir de las hojas de alguna manera se desvanecía.

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