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El legado de los Dioses [Español]
Legado de las Sombras Parte 1: La grieta en el firmamento

Legado de las Sombras Parte 1: La grieta en el firmamento

En Lyris, una aldea escondida entre colinas verdes y bosques susurrantes, los días transcurrirían en una calma engañosa. Kael, un joven de cabellos blancos y ojos que parecía capturar la furia de una tormenta, vivía una vida sencilla pero marcada por una sensación de vacío. No había encajado nunca, ni con los campesinos que labraban la tierra ni con los cazadores que exploraban el bosque. Había algo en él que lo hacía diferente, algo que ni siquiera él entendía.

Los sueños habían comenzado cuando era apenas un niño: un vasto cielo dorado atravesado por gigantescas estatuas de dioses caídos y un mar infinito de nubes. Siempre terminaban de la misma manera: una voz profunda que lo llamaba por su nombre, seguida de la visión de un amuleto roto que brillaba con una luz cegadora. Ese objeto, según la voz, era la clave de su destino. Sin embargo, en la realidad, su vida se limitaba a recoger agua del río y ayudar a su madre adoptiva en los campos.

Aquella tarde, el cielo estaba teñido de una naranja profunda mientras el sol comenzaba a esconderse tras las montañas. Kael regresaba de los campos con una carga de leña cuando sintió que algo no estaba bien. Los pájaros que solían llenar el aire con sus cantos habían desaparecido, y una quietud antinatural se había apoderado del lugar. Miró al cielo y vio algo que le heló la sangre: una grieta oscura había aparecido, rasgando el firmamento. Era un agujero negro que pulsaba como un corazón enfermo, y de él surgían hilos de energía que serpenteaban como tentáculos.

Un viento helado lo envolvió, y en su pecho, el amuleto que llevaba colgado comenzó a brillar débilmente. Lo había encontrado entre las pertenencias de su madre adoptiva años atrás, pero nunca había sentido que fuera más que una simple joya. Ahora parecía vibrar con vida propia, como si reaccionara al extraño fenómeno en el cielo.

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Kael cayó de rodillas, con la respiración agitada, mientras una voz resonaba en su mente. No era la misma voz que escuchaba en sus sueños; esta era más oscura, más agresiva. “Ha comenzado”, dijo, “Tu sangre te traicionará”.

Intentó gritar, pero el sonido quedó atrapado en su garganta. De repente, una explosión sacudió la aldea, y un resplandor rojizo iluminó el horizonte. Cuando Kael giró la cabeza, vio columnas de humo elevándose desde el centro de Lyris. Sin pensarlo, dejó caer la leña y corrió hacia la aldea, su corazón latiendo con fuerza. A medida que se acercaba, el caos se hacía evidente: casas en llamas, gritos desgarradores, y figuras sombrías que se movían entre los aldeanos.

Eran criaturas hechas de pura oscuridad, con ojos rojos brillantes y cuerpos deformes. Se desplazaban como sombras vivientes, atacando a todo lo que se interponía en su camino. Kael se detuvo, paralizado por el miedo, pero algo dentro de él comenzó a cambiar. Una cálida sensación recorrió su cuerpo, como si una fuerza desconocida despertara en su interior. El amuleto en su pecho brilló con más intensidad, y por un momento, todo el dolor y el miedo se desvanecieron.

“Corre, Kael”, gritó una voz familiar. Era Garen, el herrero de la aldea, quien se abalanzó sobre una de las criaturas con un martillo en mano. “¡Tienes que irte! No hay nada que puedas hacer aquí.”

Pero Kael no se movió. Sus pies permanecieron firmes en el suelo, y una rabia inexplicable comenzó a arder en su pecho. Extendió la mano sin pensar, y una luz ardiente se formó en su palma. La criatura más cercana se detuvo y giró hacia él, como si lo reconociera. Con un rugido que no parecía humano, Kael lanzó la luz contra la criatura, desintegrándola en un instante.

El silencio que siguió fue breve, roto por los gritos de los aldeanos y el crujir de las llamas. Garen lo miró con incredulidad. “¿Qué hiciste?” preguntó, pero Kael no tenía respuestas. Solo sabía que, por primera vez, no sentía miedo. Sentia poder.

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