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Capítulo 1

Observatorio de la Misión Europea de Marte, Marte

Nadie sabía lo que estaba a punto de ocurrir en aquel valle, en el observatorio de la Misión Europea de Marte. Varios científicos estaban observando el cielo en busca de asteroides y otros objetos astronómicos que puedan amenazar a la Tierra o albergar recursos para ella. De todos los científicos que había allí, uno se percató de un detalle muy grande: Un punto blanco que se movía a alta velocidad.

—¿Veis eso? —Dijo Markus Becker, un astrofísico de origen alemán— El punto blanco cerca de la órbita de Urano. ¿Será lo que estoy pensando?

—Imposible. —Respondió tajantemente Jorge Bolaños, otro astrofísico, esta vez de origen español— Debe de ser un gran cometa, o el fragmento de una nave comerciante destruida.

—Lo siento Jorge, pero tiene razón. Eso no es un fragmento cualquiera. —Contestó Lai Tian, un astrofísico de origen chino— Deberíamos de informar de esto a nuestros superiores. ¿Y si se trata de un fenómeno que jamás hemos descubierto?

—Jorge objetó contra la teoría de Lai Tian, pero antes de que pudiera decir nada, Markus gritó al grupo:

—¡Está parpadeando!

Con todos sus ojos sobre el “cometa”, Lai Tian no tardó en contestar a su afirmación.

—¡Hay que contactar con la Lazur! ¿Jorge?

—Ya voy. ¡No lo perdáis!

Lazur, Órbita de Urano

Lazur era una nave científica de origen polaca y de gran interés. Su nombre lazur proviene de la traducción polaca para la palabra ‘azur’. La nave se situaba actualmente en la órbita de Urano, cerca de Belinda, una de sus lunas. Dicha nave se construyó justo después de la Tercera Guerra Mundial, a comienzos del siglo 22. El propósito original de esta nave era investigar las lunas de Urano en busca de vida biológica, pero a mediados de siglo se concluyó que ninguna de estas lunas era habitable para el ser humano. La construcción de la nave fue financiada por la Unión Europea, la Misión Europea de Marte y los Estados Unidos de América y construida en menos de una década. En estos momentos, solo había cuatro tripulantes a bordo: El microbiólogo McKenzie, de origen canadiense; la piloto Lopatka, de origen polaco; el físico y geólogo Petrovich, de origen croata; y la biotecnóloga Klusek, de origen polaco.

Cuando la tripulación recibió la transmisión de Jorge, hubo reacciones mixtas:

—Conque un objeto brillante que parpadea… —Dijo McKenzie, frotándose la mano con la barbilla, fijándose atentamente en el mapa holográfico del sistema solar, donde le superponía anteriormente la transmisión.

—Tonterías, no podemos gastar tanto combustible para esta patraña. —Respondió Lopatka, segura de sí misma. —¿Cómo sabemos que no nos está mintiendo?

Klusek no tardó en reprochar sus malos modales.

—Porque los de la MEM son amigos nuestros. ¡Quizá tú deberías callarte y obedecer por una vez, bocazas!

—Puedo mandarte de nuevo a la mierda si te parece. —Contestó en voz alta Lopatka con tono desafiante.

McKenzie intervino.

—¡Dejadlo para otro día, hay que actuar ya!

—Lo que dijo aquel tal ‘Bolaños’ no debió ser una tonteria. —Finalmente, habló Petrovich, con una voz fría y severa.

—¿De veras crees lo que dijo? Qué imbéciles que son los físicos, mucha ecuación pero poca intuición. —Respondió Lopatka.

—No es cuestión de si tiene razón o no, se trata de pensar con lógica: ¿Por qué nos mentirían? Y en el caso de que lo hicieran, no ganarían absolutamente nada. Si fuera un supercometa, se notaría de inmediato. Si fuera una nave destruida, lo sabríamos al instante, pero no hemos recibido ni una sola señal de accidente, y los equipos de limpieza no están patrullando esta zona tan lejana del sistema solar. Lo único que hacéis discutiendo es perder este precioso tiempo con el que ya deberíamos ir por la mitad del camino hacia ese objeto.

McKenzie intervino una vez más, defendiendo lo que decía Petrovich.

—Además, aunque no encontremos nada de utilidad, siempre podemos repostar en la estación U4 a precio barato.

—¿Todo este tiempo has sabido que había una estación de repostaje? —Contestó Lopatka.

—¿Sí?

—¡Idiota, podrías haberlo dicho antes, tenías el puto mapa del sistema en frente tuyo!

—¿Cuánto podemos tardar en llegar hasta el objeto? —Rápidamente dirigió la palabra Klusek hacia el viejo Petrovich.

—Más o menos noventa minutos si viajamos a cincuenta kilómetros por segundo.

—¡Genial, en marcha!

—Odio esta tripulación. —Dijo Lopatka justo antes de encender el sistema de aviso de arranque de la nave.

Observatorio de la Misión Europea de Marte, Marte

Mientras tanto, en la Misión Europea de Marte, acababan de recibir el mensaje de la Lazur de la duración de su viaje prevista. Durante un minuto, Markus estuvo sentado con las piernas inquietas mientras esperaba noticias del objeto. La paciencia de Jorge cesó y trató de calmar a Markus.

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—Creo que estás exagerando.

—¿Y si es un fenómeno que jamás hemos visto, un objeto más brillante que Júpiter flotando por el sistema solar?

—Deja de inventarte paranoias. ¿Y si no fuera eso?

—Quizá tengas razón, pero en los seis años de carrera que hice, más un master, y los ocho años que llevo trabajando aquí, un total de catorce años, jamás he visto un objeto superluminoso que se mueva tan rápidamente y que encima parpadee.

—¿Y si ese parpadeo fuera el cinturón de asteroides? Lo tenemos a la misma distancia que de la Tierra, es posible que no esté en Urano, sino en medio del cinturón.

—Imposible, según el paralaje, el objeto se sitúa en la órbita de Urano, y ya debería estar aproximándose a Saturno en unas pocas horas.

Jorge suspiró profundamente.

—Los superiores no te llaman genio por nada. ¿Quieres café? —Le propuso Jorge.

—Claro.

Varios minutos después, ambos se sentaron en frente del observatorio, en un banco que había cerca. El observatorio no era como los que había en la Tierra: La mitad inferior estaba enterrada bajo tierra, y la otra mitad, la parte que forma la cúpula del coloso telescopio, hacía un bulto en la superficie. El observatorio se encontraba a varios kilómetros de la colonia central en Marte, ambos ubicados en Valles Marineris, un lugar considerado óptimo por los expertos para la colonización de Marte, pero debido a los acontecimientos de la Tercera Guerra Mundial, no se lograron esfuerzos de terraformación, y se limitaron a construir en colinas y en el subsuelo. Los dos tenían en frente suyo una pantalla que mostraba la superficie roja y desoladora de Marte, con las pequeñas ventanas que destacaban las colinas, algunas de las cuales hasta sobresalían para formar una especie de burbuja, como una burbuja que está pegada a la pared. Jorge vino con dos tazas de café con tapa y sacó dos pastillas cuyas etiquetas mostraban: VITAMINA D2/D3. Jorge se sentó junto a Markus y le dio una taza y una pastilla.

—Gracias.

—No hay de qué.

Markus no dijo ni una sola palabra después de eso. Disolvió el contenido de la pastilla en su café y ambos se quedaron callados. Después de un minuto, Markus rompió el silencio.

—Siento haberme comportado como un niñato. Mi vida entera, quise convertirme en un astrofísico para llevar a cabo grandes descubrimientos, pero cuando me trasladaron a Marte tuve que despedirme de mucha gente. Ya no sé si lo que hago está bien o no.

—Ja, ya somos dos. —Contestó Jorge aliviado. —Creo que lo mejor es si cambiásemos de tema por un momento, para no enloquecernos con esto de la nave.

—¿Pero por qué…? —Dijo Markus antes de pararse en seco y pensar por unos segundos.— Ja, a quien voy a mentir, tienes razón. ¿De qué quieres hablar?

—¿Cómo está tu familia en la Tierra?

—Regular. El restaurante en el que trabajaba mi hermana tuvo que cerrar, y ahora le tengo que mandar dinero hasta que encuentre un nuevo trabajo. Mi padre sigue en su empresa, pero le han vuelto a bajar el salario debido a la crisis. Pero a mi madre le han dicho que ya no pueden curar su enfermedad.

—Lo siento mucho.

—Tranquilo, no hay ningún problema. Es que ahora que lo pienso… ¿En qué habremos fallado? Se supone que en esta era, las condiciones de vida deberían haber mejorado, la tecnología avanzada exponencialmente, pero nos estamos estancando poco a poco. Ojalá haber nacido en el siglo 21…

Jorge se quedó pensivo con la taza en la mano, y se inclinó un poco.

—¿Qué hay de ti, como te va la vida en la Tierra? —Preguntó Markus.

—No me gustaría hablar de eso…

—Te he contado sobre mis problemas, lo único que tendría sentido es que me contaras los tuyos.

—Ya te he dicho, no…

En cuanto Jorge le estaba respondiendo a Markus, Lai Tian apareció de la nada abriendo la puerta principal del observatorio y buscó a ambos, como si tuviera mucha prisa.

—¡Lai Tian, estamos aquí! —Gritó Markus como señal de aviso.

Lai Tian corrió hacia el banco con las prisas, y cuando los encontró, descansó como si hubiera corrido una maratón, con los brazos apoyados sobre sus rodillas. Con la voz áspera, les contó lo que tenía que decir:

—¡Tenemos un grave problema!

—¿Qué ocurre? —Contestó Jorge.

—¡Es la Lazur…, ha encontrado algo…!

—¿"Algo"? —Respondió Markus.

—¡Es… es una nave… alienígena!

Lazur, entre Saturno y Urano

—Nos aproximamos al objetivo. —Dijo Lapotka. —¡Apagad todas las luces de la nave y el trasmisor de ondas!

—¿Por qué? —McKenzie protestó.

—Para tomar precauciones.

Tal y como ordenó Lapotka, la tripulación apagó las luces y el trasmisor de ondas.

—Como piloto de esta nave, es mi responsabilidad proteger a la tripulación. ¡Que nadie envíe ni una sola trasmisión al exterior!

Klusek replicó hacia las órdenes precipitadas de Lapotka.

—¡¿Estás loca?! ¿Y si nos ocurre algo?

—Ese es un riesgo que tomasteis al aceptar el encargo de nuestros amigos en la MEM. Yo solo estoy haciendo mi trabajo.

Klusek estaba atónita, pero antes de que pudiera decir algo intervino Petrovich.

—¿Cuánto queda para que podamos ver el objeto?

—Deberíamos poder ver algo, pero ya no emite luz esta cosa. Probaré con el radar electromagnético.

Con cuidado de no tocar otros botones que puedan desenmascararlos de cualquier amenaza cercana, Lapotka activó el radar de ondas electromagnéticas de la nave. En una pequeña pantalla al lado del panel de instrumentos se mostraba todo en negro.

—¿Estará averiado el radar? —Dijo la profesora Klusek.

—Si estuviera averiado lo habría sabido en cuanto despegamos, fui también ingeniera. Deja que pruebe con otra cosa.

Con cuidado una vez más, Lapotka desactivó el radar de ondas electromagnéticas y en su lugar activó el sensor de radiación térmica. Esta vez Klusek, McKenzie y Petrovich estaban muy confundidos. Lo que sea que estaban viendo no emitía ondas electromagnéticas, pero sí radiación térmica. De toda la tripulación, la única que era consciente de lo que esto significaba era Lapotka, quien estaba totalmente atónita.

—¿Eso suele ocurrir? —Dijo McKenzie, quien tenía pocos conocimientos de física e ingeniería.

—No. Lo calibraré.

Después de medio minuto calibrando el sensor, la tripulación entera seguía viendo exactamente lo mismo.

—Es… es imposible. —Dijo Lapotka. El resto de la tripulación estaba tan sorprendida como ella, ya que Lapotka jamás se mostró con tanta sorpresa y miedo a la vez. A su vez, Lapotka se apoyó sobre el panel de piloto, estresada en silencio.

—¿Qué es eso? —Preguntó primero McKenzie.

—Buena pregunta. ¿Será un fragmento de una nave destruida de la batalla de Calisto? —Contestó Klusek.

—No puede ser, el calor emitido es demasiado alto como para ser un simple fragmento. Además, esa batalla ocurrió en Júpiter, no en Saturno.

—Pues supongamos que es una nave de algún país enemigo, y se están ocultando igual que nosotros. ¿Qué hacemos? —Respondió McKenzie.

—Tampoco puede ser eso, el diseño es tan extraño… —Contestó Petrovich.

—No es ninguna de esas cosas, inútiles. —Replicó Lapotka con una voz diferente a la normal. Ya no sonaba sarcástica, sino amenazante.

—¿Entonces qué es? —Preguntó la profesora Klusek.

—Una nave alienígena.

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