Despierto. La luz del día me ciega lo que provoca que me cueste un poco abrir los ojos. No sé dónde estoy, éste no parece mi cuarto. Busco en mis bolsillos sin éxito. Me incorporo y compruebo que me encuentro en lo que parece ser un camarote.
El habitáculo no es muy grande, sólo consta de una ventana que lo ilumina, una pequeña cama con una mesilla, y un espejo al que me acerco para hacerme un chequeo.
- Mi vieja cabellera larga y oscura, barba descuidada, ningún rasguño...todo en orden - susurro.
Diviso sobre la mesilla mi desgastada baraja de naipes, al menos tengo mi objeto más preciado. Siempre he sido muy bueno en el juego de manos. En los últimos tiempos había estado practicando durante muchas horas por diversión, llegando a perfeccionar varios números de ilusionismo, entre los cuales destacaba uno en concreto en el que hacía desaparecer entre mis dedos la carta que yo desease. Con ese número la gente siempre se quedaba boquiabierta, hasta el punto de convertirse en mi manera de conseguir algunas libras para poder subsistir.
Continúo explorando mi alrededor, buscando más cosas que me puedan ser familiares, pero no encuentro nada. No hay desorden, todo está en buen estado. Por lo menos parece un sitio bastante cuidado.
Miro por el portillo, intentando sacar algo de información. Lo único que se aprecia es la inmensidad del mar, no parece que haya mucho oleaje. Deduzco que debo estar llegando a tierra firme por una bandada de gaviotas que oteo en el horizonte.
Repentinamente suena el golpe de unos nudillos sobre la puerta. Se entreabre mostrando una bandeja que se arrastra por el suelo del camarote para posteriormente volverse a cerrar. Rápidamente me acerco a la puerta para intentarla abrir, pero se me hace imposible. Empujando desde el interior no parece ceder y tampoco tiene ninguna cerradura en la que meter una posible llave, es como si fuese una celda, únicamente se puede abrir desde el exterior.
Contrariado, decido coger la bandeja. Está contenida por un plato pequeño de legumbres, un trozo de pan y un vaso de agua. Por un momento reflexiono sobre si es buena idea hacer lo que estoy pensando. Me siento algo desconfiado, pero el hambre me supera y me encuentro en una situación en la que no sé cuándo volveré a optar por un almuerzo similar, por lo que sin pensarlo más tiempo, empiezo a engullir la comida.
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Una vez calmada un poco las ganas de llevarme algo a la boca, y tras dar el último sorbo al vaso de agua, con la mirada algo perdida, distingo un calendario gregoriano que cuelga de la pared. Es un calendario actual en el que una cruz tacha el día 14 en la página del mes de Junio de 1657.
- ¡Qué extraño! - me digo a mí mismo mientras el nerviosismo se empieza a apoderar de mí - no recuerdo nada de los últimos dos días.
Tomo asiento sobre la cama para reposar y tranquilizarme. Inspiro profundamente y expiro. Repito este proceso varias veces hasta conseguir bajar mis pulsaciones lentamente. Busco en mis recuerdos, pero el cansancio y el dolor de cabeza evitan que me concentre. Tengo un borrón negro de un par de días, lo último de lo que me acuerdo es estar haciendo mi vida normal, en mi villa, sin sospechar de nada.
En ese preciso instante se vuelve a abrir la puerta. Ésta vez se abre por completo y permanece así sin que haya nadie al otro lado. Sin pensarlo dos veces, me levanto, guardo mi baraja y me aproximo a la puerta.
Asomo la cabeza por el pasillo mirando a ambos lados pero no veo a nadie. Decido salir y andar cautelosamente en busca de la salida del barco. Los pasillos son largos y las paredes están llenas de velas. Apenas se oye ruido, lo que lo hace algo tenebroso pese a tener buena iluminación.
Tras cruzar varios pasillos, al fondo, una puerta de otro camarote se abre dejando salir de forma atropellada a un varón joven, alto, de tez muy blanca y complexión delgada.
- ¡Eh! - le grito - ¿dónde estoy? ¿quién eres?.
Alarmado, se da la vuelta y me mira. Aprecio en él los ojos llorosos. Aparenta estar bastante atemorizado.
Al verme, el chico sale corriendo en dirección opuesta a mí como si hubiese visto un fantasma. Corro tras él, pero él es más rápido. En cuestión de segundos se escabulle y desaparece de mi vista. Era mi oportunidad de establecer contacto con alguien.
Extrañado por la situación, sigo vagando por el barco con la esperanza de encontrarme con algún viajero más. Me lleva varios minutos recorrer toda la proa sin encontrarme con nadie. Pareciese como si fuese el último pasajero que queda aquí dentro.
- ¿Qué clase de broma es ésta? - me pregunto.
Continúo mi avance, tratando de ser lo más sigiloso posible. No sabes con qué o quién te puedes cruzar aquí dentro. Me dejo llevar por el sonido de la brisa, el cuál a cada paso que doy se va haciendo más grande. Finalmente llego a la popa del navío, lugar en el que veo una rampa por la que bajar a tierra firme. Nunca me había alegrado tanto de ver una simple rampa. Respiro profundamente y comienzo a descender sobre ella.
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